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Authors: Frederick Forsyth

Tags: #Intriga

El manipulador (85 page)

BOOK: El manipulador
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—No es gran cosa, en realidad para treinta años de servicios —murmur\1.

—¡Sam, por el amor de Dios! Todavía no se ha acabado todo. Aún pueden cambiar de idea.

McCready giró sobre sus talones y cogió a Gaunt por ambos brazos.

—Denis, eres un gran tipo. Has realizado un buen trabajo aquí. Todo lo has hecho lo mejor que has podido. Y voy a pedir al Jefe que te deje a cargo de este Departamento. Pero todavía tienes que aprender a discernir cuál es la parte de cielo en la que brilla el sol. Esto se ha terminado. El veredicto y la sentencia habían sido dictados ya hace algunas semanas, en otras dependencias públicas, por otras personas.

Denis Gaunt se dejó caer en el sillón de su jefe, sintiéndose miserablemente mal.

—Pues entonces, ¿a qué demonios representar toda esa pantomima? ¿Para qué esa junta?

—¡Bah!, tan sólo para que esos hijos de puta se entretuviesen un poco. Lo siento, Denis, tendría que habértelo dicho. ¿Querrás cuando puedas enviarme estas cajas a mi apartamento?

—Podrías aceptar uno de los empleos que te han ofrecido. Aunque sólo sea para fastidiarlos —insistió Gaunt.

—Mira, Denis, como dijo el poeta: «Un instante placentero y desbordante de vida gloriosa vale más que toda una existencia en las sombras.» Y para mí, calentando un asiento allá abajo, en la biblioteca del archivo, o rellenando cuentas de gastos, sería como llevar una existencia en las sombras. Ya he tenido mis momentos de gloria, he dado cuanto he podido, ahora se ha acabado. Estoy fuera. Y allá afuera hay todo un mundo lleno de sol, Denis. Me iré a ese mundo, y te aseguro que pienso divertirme y disfrutarlo.

Denis Gaunt tenía todo el aspecto de estar asistiendo a un funeral.

—Te veré otra vez dando vueltas por aquí —dijo en tono porfiado.

—No, no me verás.

—El Jefe te dará una fiesta de despedida.

—No habrá fiesta que valga. No puedo soportar el barato vino espumoso. Tan sólo serviría para que se divirtieran a mi costa. Eso es lo que Edwards hace cuando se muestra afable conmigo. ¿Me acompañas abajo hasta la entrada principal?

La Century House es como una ciudad, como un condado en pequeño. Cuando atravesaban el pasillo en dirección al ascensor para bajar a la primera planta y, cuando cruzaron el enlosado vestíbulo, por doquier aparecían compañeros y secretarias que le decían a su paso:

—¡He…, Sam!

—¡Hola, Sam!

Ninguno decía «Adiós, adiós, Sam!», aunque era eso lo que pensaban. Algunas secretarias se detuvieron a su lado como si quisieran arreglarle la corbata por última vez. McCready inclinaba la cabeza en señal de saludo, sonreía y pasaba de largo.

La puerta principal se encontraba al fondo del vestíbulo. Al otro lado, la calle. McCready se preguntó si debería de utilizar la indemnización que le correspondía para comprarse una casita en el campo, donde se dedicaría a cultivar rosas y plantar calabacines, a ir a la iglesia los domingos por la mañana y a convertirse en uno de los pilares de una pequeña comunidad. Sin embargo, ¿cómo llenaría sus días?

Lamentó no haberse dedicado nunca a uno de esos pasatiempos absorbentes como los que muchos compañeros practicaban, la cría de peces tropicales o a coleccionar sellos de correos o a corretear por las montañas del País de Gales. ¿Y qué podría contar a sus vecinos? «¡Muy buenos días! Me llamo Sam. Y soy un ex funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores, ahora estoy jubilado, y no puedo revelarles maldita cosa de lo que hice en esas dependencias.» A los viejos soldados les está permitido que escriban sus memorias o que se dediquen a aburrir a los turistas en algún confortable bar. Pero no a aquellos que se han pasado sus vidas en lugares envueltos por las sombras. Ésos deben permanecer callados para siempre.

Miss Foy, del Departamento de Pasaportes, cruzaba en esos momentos el vestíbulo, chocando rítmicamente sus altos tacones contra las losas. Era una viuda de proporciones esculturales, que aún no habría cumplido los treinta años. Un gran número de residentes de la Century House había probado fortuna con Suzanne Foy, pero no en balde era conocida como
La fortaleza inexpugnable
.

Los dos se cruzaron en el vestíbulo. La mujer se detuvo y dio media vuelta. De algún modo inexplicable, el nudo de la corbata de McCready había descendido hasta la mitad del pecho. La mujer le levantó el nudo, se lo arregló y se lo colocó a la altura del botón del cuello. Gaunt contemplaba la escena. Denis era demasiado joven como para acordarse de Jane Rusell, por lo que no pudo establecer la comparación que saltaba a la vista.

—Sam, deberías tener a alguien que fuese a tu casa para que te diese algún alimento espiritual —dijo ella.

Denis Gaunt siguió a la viuda con la mirada cuando ésta terminó de cruzar el vestíbulo en dirección al ascensor, contoneando sus caderas. Se preguntó, extrañado, qué sería lo que Miss Foy podría darle a uno en calidad de alimento espiritual, o viceversa.

Sam McCready abrió la puerta de cristal que daba a la calle. Sintió en pleno rostro el azote de una ola de calor veraniego. Se volvió, se llevó una mano al bolsillo interior de su chaqueta y sacó un sobre.

—Dales esto, Denis. Mañana por la mañana. A fin de cuentas, es justo lo que están deseando.

Denis cogió el sobre y se lo quedó mirando.

—¿Conque lo llevabas encima durante todo este tiempo? Lo escribiste hace ya días. Eres un maldito granuja, astuto y taimado.

Pero Denis estaba hablando a la bamboleante puerta.

McCready, con la chaqueta echada al hombro, giró a la derecha y se dirigió hacia el puente de Wetsminster, a unos ochocientos metros. Se aflojó el nudo de la corbata y se lo bajó hasta la altura del ombligo. Era una calurosa tarde de julio, una de esas tardes que tanto abundaron en la gran ola de calor que distinguió al verano de 1990. El tráfico de las primeras horas de la tarde pasaba por su lado en dirección a la Old Kent Road.

«Sería agradable encontrarse en esos momentos frente al mar —pensó—, con las aguas brillantes meciéndose en el Canal de la Mancha y las hermosas tonalidades azules reluciendo bajo el sol.» Quizá debería de comprarse una casita de campo en Devon, con su propia barca esperándole siempre en el puerto. Sería lo mejor, después de todo. Y podría invitar a Miss Foy para que fuese a visitarle allí, con el fin de que le llevara algún alimento espiritual.

La estructura del puente de Westminster se alzó frente a él. Al otro lado del gran edificio del Parlamento, cuyas libertades y estupideces ocasionales había tratado de proteger durante treinta años de su vida, alzaba sus torres hacia el cielo azul. La alta torre del
Big Ben
, recientemente restaurada, lanzaba destellos de oro bajo la luz del sol junto a las indolentes aguas del Támesis.

Al cruzar el puente se encontró a mitad de camino a un vendedor de periódicos, que estaba de pie junto a una pila de ejemplares del
Evening Standard
. Cuando miró hacia abajo, vio unos grandes titulares. Destacaba el mensaje:

BUSH-GORBY. TERMINA OFICIALMENTE LA GUERRA FRÍA

McCready se detuvo para comprar el periódico.

—¡Muchas gracias, jefe! —le dijo el vendedor de periódicos, quien señaló con un gesto los titulares y añadió—: Ya se ha terminado todo, ¿no?

—¿Terminado? —inquirió McCready.

—¡Pues claro! Toda la crisis internacional. Ya es cosa del pasado.

—¡Qué pensamiento tan dulce! —asintió McCready antes de proseguir su camino.

Cuatro semanas después Sadam Hussein invadía Kuwait. Sam McCready escuchó por la radio aquella noticia cuando se encontraba pescando mar adentro, a dos millas de distancia de las costas de Devon. Reflexionó sobre lo que acababa de oír y decidió que había llegado el momento de cambiar de cebo.

NOMBRE DEL AUTOR, escritor inglés, autor de best-sellers, sobre todo en la línea de intriga política y de espionaje. Destacó como estudiante de lenguas extranjeras y, durante una breve temporada, estudió en la Universidad de Granada. Con diecisiete años, se alistó en la Royal Air Force y fue el piloto más joven del cuerpo. Trabajó como periodista (1956-1961) en el Eastern Daily Press, de Norwich, y en la agencia Reuters como corresponsal en París (1961-1965).

En el transcurso de su estancia en París fue testigo del intento de asesinato del general De Gaulle en 1962, a causa de su política con Argelia. Este hecho le obsesionó largo tiempo y constituyó el germen de su novela Chacal (The Day of the Jackal, 1971), escrita en tan sólo treinta y cinco días, que fue un «best-seller" internacional. En 1965 lo contrató la BBC y, en 1967, lo destinó a Biafra como corresponsal para seguir la declaración de independencia respecto de Nigeria. Sus artículos se consideraron demasiado favorables a los rebeldes, y fue destituido del trabajo, aunque se quedó en la zona como "free-lance». Su primer ensayo, The Biafra Story (1969) es un estudio sobre el conflicto.

Su segunda novela, Odessa (The Odessa File, 1973), también fue un éxito internacional y fue llevada a la pantalla. El título de esta obra corresponde a las siglas de la Organización de Antiguos Afiliados a las SS, asociación que amparaba a los oficiales del cuerpo más secreto del Ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Su tercera novela, Los perros de la guerra (The Dog of War, 1974), trata de un grupo de mercenarios blancos contratados en el oeste de África por un magnate de la minería para asesinar a un dictador.

Frederick Forsyth fue acusado en el Times de financiar un golpe de Estado —que nunca se llevó a cabo— en Guinea Ecuatorial para derrocar a Francisco Macías Nguema. En un principio, Forsyth negó tal acusación, pero más tarde reconoció haberse informado sobre cómo se realiza una intervención de este tipo. Otras de sus obras son La alternativa del diablo (The Devil ' s Alternativa, 1980), sobre la aniquilación nuclear del mundo; El cuarto protocolo (The Fourth Protocol, 1984), de la cual escribió el guión cinematográfico en 1987; El manipulador (The Deceiver, 1991); El fantasma de Manhattan; El manifiesto negro; El puño de Dios; El guía; El emperador; El negociador y Génesis de una leyenda africana.

En todas ellas, Forsyth desarrolló con solvencia su fórmula, que otros han ensayado después en el campo de la novela histórica: excelente documentación, verosimilitud psicológica y dosificación del suspenso, unido todo ello a un ideario laxamente humanista. Recibió el Premio Edgar Allan Poe y el Premio Escritores de Misterio de América en 1971.

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