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Authors: Dan Brown

El símbolo perdido (21 page)

BOOK: El símbolo perdido
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Peter Solomon solía hacer alegres alusiones a la existencia de un preciado secreto masónico, pero Langdon siempre había supuesto que no era más que un travieso intento de engatusarlo para que se uniera a la hermandad. Desafortunadamente, los acontecimientos de esa noche habían sido cualquier cosa menos alegres, y no había habido nada de travieso en la seriedad con la que Peter le había pedido a Langdon que protegiera el paquete sellado que llevaba en su bolsa.

Con tristeza, Langdon le echó una mirada a la bolsa de plástico que contenía el anillo de oro de Peter.

—Directora —dijo—, ¿le importa que me lo quede?

Ella se volvió hacia él.

—¿Por qué?

—Tiene un gran valor para Peter, y me gustaría devolvérselo esta noche.

Ella se mostró escéptica.

—Esperemos que tenga la oportunidad.

—Gracias. —Langdon se guardó el anillo en el bolsillo.

—Otra pregunta —dijo Sato mientras se internaban todavía más profundamente en el laberinto—. Mi equipo me ha dicho que, al cotejar los conceptos de «trigésimo tercer grado» y «portal» con masonería, han hallado literalmente cientos de referencias a una «pirámide».

—Eso tampoco tiene nada de extraordinario —dijo Langdon—. Los constructores de las pirámides egipcias son los antepasados de los modernos albañiles, y la pirámide, así como el resto de la temática egipcia, es un elemento muy común en el simbolismo masónico.

—¿Y qué simboliza?

—Esencialmente, la pirámide representa la iluminación. Es un símbolo arquitectónico emblemático de la capacidad del hombre antiguo para liberarse del plano terrenal y ascender al cielo, al sol dorado y, finalmente, a la fuente suprema de la iluminación.

Ella se quedó un momento callada.

—¿Nada más?

«¡¿Nada más?!» Langdon le acababa de describir uno de los símbolos más elegantes de la historia. La estructura mediante la cual el hombre se elevaba hasta llegar al reino de los dioses.

—Según mi equipo —prosiguió ella—, parece que esta noche hay una conexión mucho más relevante. Me han dicho que existe una popular leyenda acerca de una pirámide
concreta
que se encuentra aquí, en Washington, una pirámide directamente relacionada con los masones y los antiguos misterios.

Langdon se dio cuenta de a qué hacía referencia y rápidamente intentó disipar la idea antes de perder más tiempo con ella.

—Conozco la leyenda, directora, pero es pura fantasía. La pirámide masónica es uno de los mitos más perdurables de Washington, y seguramente proviene de la pirámide que aparece en el Gran Sello de Estados Unidos.

—¿Y por qué no la ha mencionado antes?

Langdon se encogió de hombros.

—Porque no tiene base real alguna. Como he dicho, es un mito. Uno de los muchos asociados con los masones.

—Pero este mito en particular está directamente relacionado con los antiguos misterios.

—Sí, claro, pero también muchos otros lo están. Los antiguos misterios son origen de incontables leyendas que se han ido relatando a lo largo de la historia sobre una poderosa sabiduría protegida por guardianes secretos como los templarios, los rosacruces, los illuminati, los alumbrados...; la lista es interminable. Todas están basadas en los antiguos misterios, y la pirámide masónica es un ejemplo más.

—Ya veo —contestó Sato—. ¿Y esa leyenda qué dice exactamente?

Langdon lo consideró un momento y luego contestó.

—Bueno, no soy especialista en teorías conspiratorias, pero tengo conocimientos en mitología, y la mayoría de los relatos van más o menos así: los antiguos misterios (el saber perdido de los tiempos) siempre han sido considerados el tesoro más sagrado de la humanidad, y como todos los grandes tesoros, siempre ha sido cuidadosamente protegido. Los sabios ilustrados que conocían el auténtico poder de ese saber aprendieron a temer su increíble potencial. Eran conscientes de que, si ese conocimiento secreto caía en manos no iniciadas, los resultados podían ser devastadores; como hemos comentado antes, las herramientas poderosas pueden ser utilizadas para hacer el bien o el mal. Así, para proteger los antiguos misterios, y con ello a la humanidad, los primeros practicantes fundaron fraternidades secretas. Esas hermandades compartían su sabiduría únicamente con aquellos debidamente iniciados, transmitiendo los conocimientos de sabio a sabio. Muchos creen que podemos encontrar remanentes históricos de aquellos que llegaron a dominar los misterios... en cuentos de hechiceros, magos y curanderos.

—¿Y la pirámide masónica? —preguntó Sato—. ¿Qué tiene que ver con todo esto?

—Bueno... —contestó Langdon, acelerando el paso para no quedarse atrás—, aquí es donde historia y mito empiezan a converger. Según algunos testimonios, hacia el siglo
xvi
, casi todas esas fraternidades secretas de Europa habían desaparecido, la mayoría de ellas exterminadas por una creciente oleada de persecuciones religiosas. Se dice que los francmasones se convirtieron en los últimos custodios de los antiguos misterios. Obviamente, los masones temían que si, tal y como les había pasado a sus predecesoras, un día moría la hermandad, los antiguos misterios se pudieran perder para siempre.

—¿Y la pirámide? —insistió Sato.

Langdon ya se estaba acercando.

—La leyenda de la pirámide masónica es muy simple. Dice que los masones, para cumplir con su responsabilidad de proteger esa gran sabiduría para las generaciones futuras, decidieron esconderla en una gran fortaleza. —Langdon procuró recordar todo lo que sabía sobre la leyenda—. Insisto de nuevo en que todo esto no es más que un mito. Supuestamente, entonces, los masones transportaron ese saber secreto del Viejo Mundo al Nuevo: aquí, a Estados Unidos, una tierra que esperaban libre de la tiranía religiosa. Y aquí construyeron una fortaleza impenetrable (una
pirámide
oculta) diseñada para proteger los antiguos misterios hasta el día en el que toda la humanidad estuviera preparada para acceder al increíble poder que su sabiduría le podría transmitir. Según el mito, los masones remataron su gran pirámide con un brillante vértice de oro, símbolo del preciado tesoro que albergaba: el antiguo saber capaz de conducir a la humanidad a la consecución de todo su potencial. La apoteosis.

—Menuda historia —dijo Sato.

—Sí. Los masones son víctimas de todo tipo de leyendas descabelladas.

—Entonces usted no cree que exista esa pirámide.

—Por supuesto que no —respondió Langdon—. No hay ninguna prueba que sugiera que nuestros padres fundadores masónicos construyeron una pirámide en Norteamérica, y menos todavía en Washington. Es muy difícil esconder una pirámide, sobre todo una suficientemente grande para albergar el saber perdido de los tiempos.

Por lo que recordaba Langdon, la leyenda no explicaba
qué
se suponía que escondía la pirámide masónica —si textos antiguos, escritos ocultistas, revelaciones científicas o algo mucho más misterioso—, pero sí decía que la valiosa información que había dentro estaba ingeniosamente codificada... y que sólo era comprensible para las almas más ilustradas.

—En cualquier caso —dijo Langdon—, esa historia entra en la categoría de lo que los simbólogos llamamos «híbrido arquetípico», una mezcla de otras leyendas clásicas en la que están incluidos tantos elementos de la mitología popular que sólo puede tomarse como una construcción ficcional..., no como hechos históricos.

Cuando Langdon les hablaba a sus alumnos acerca de los híbridos arquetípicos, solía utilizar el ejemplo de los cuentos de hadas, que de tanto contarse de generación en generación, exagerándolos cada vez más y tomando tantas cosas prestadas de otros cuentos, habían evolucionado hasta convertirse en homogéneos cuentos morales con los mismos elementos icónicos (damiselas virginales, apuestos príncipes, fortalezas impenetrables y poderosos magos). Por vía de los cuentos de hadas y de nuestras historias, se nos inculca desde pequeños esa primigenia batalla del «bien contra el mal»: Merlin contra Morgana le Fay, san Jorge contra el dragón, David contra Goliat, Blancanieves contra la bruja, o incluso Luke Skywalker contra Darth Vader.

Sato se rascó la cabeza mientras doblaban una esquina detrás de Anderson y descendían un corto tramo de escaleras.

—Dígame una cosa. Si no me equivoco, antiguamente las pirámides estaban consideradas «portales» místicos a través de los cuales los faraones ascendían al reino de los dioses, ¿no es así?

—Cierto.

Sato se detuvo de golpe y agarró a Langdon por el brazo, mirándolo con una expresión entre la sorpresa y la incredulidad.

—¿Me está diciendo que el captor de Peter Solomon le ha dicho que encuentre un portal oculto y a usted no se le ha ocurrido pensar que se podía tratar de la pirámide masónica de esa leyenda?

—La pirámide masónica es un cuento de hadas. Mera fantasía.

Sato se acercó más a él, y Langdon pudo percibir el olor a tabaco de su aliento.

—Comprendo su posición, profesor, pero en lo que a mi investigación respecta, el paralelismo es difícil de ignorar. ¿Un portal que conduce a un conocimiento secreto? A mí eso me suena muy parecido a lo que el captor de Peter Solomon asegura que usted, y sólo usted, puede abrir.

—Bueno, apenas puedo creer que...

—Lo que usted crea no importa. Tanto da. Lo que ha de tener en cuenta es que ese hombre puede que sí crea en la pirámide masónica.

—¡Ese tipo es un lunático! ¡Quizá piensa que el SBS-13 es la entrada a una gigantesca pirámide subterránea que contiene toda la sabiduría de la antigüedad!

Sato permaneció absolutamente inmóvil, mirándolo furiosa.

—La crisis a la que me enfrento esta noche, profesor, no es un cuento de hadas. Es muy real, se lo aseguro.

Se hizo un frío silencio entre ambos.

—¿Señora? —dijo finalmente Anderson, haciendo un gesto hacia una puerta cerrada que había a unos tres metros—. Ya casi hemos llegado, si es que quiere continuar...

Finalmente Sato apartó la mirada de Langdon y le indicó a Anderson que no se detuviera.

Siguieron al jefe de seguridad y cruzaron la puerta, tras la cual había un estrecho pasadizo. Langdon miró primero a la derecha y luego a la izquierda.

«Esto debe de ser una broma.»

Se encontraba en el pasillo más largo que hubiera visto nunca.

Capítulo 31

Trish Dunne sintió la familiar oleada de adrenalina al alejarse de la brillante luz del Cubo e internarse en la absoluta oscuridad del vacío. El guardia de la puerta principal del SMSC acababa de llamar para avisarlos de que el invitado de Katherine, el doctor Abaddon, había llegado y necesitaba que lo llevaran a la nave 5. Trish se ofreció a hacerlo ella misma, básicamente por curiosidad. Katherine apenas le había dicho nada acerca del hombre que las visitaba, y Trish estaba intrigada. Al parecer se trataba de alguien en quien Peter Solomon confiaba plenamente; los Solomon nunca habían invitado a nadie al Cubo. Era toda una novedad.

«Espero que lleve bien la caminata», pensó Trish mientras avanzaba por la frígida oscuridad. La última cosa que necesitaba era que al vip de Katherine le diera un ataque de pánico al darse cuenta de lo que tenía que hacer para llegar al laboratorio. «La primera vez es siempre la peor.»

La primera vez de Trish había tenido lugar hacía más o menos un año. Tras aceptar la propuesta de trabajo de Katherine y firmar un documento de confidencialidad, fue con ella al SMSC para ver el laboratorio. Las dos mujeres recorrieron toda «la Calle» y llegaron a una puerta de metal en la que se leía «Nave 5». Aunque Katherine había tratado de advertir a Trish de lo que le esperaba describiéndole la remota ubicación del laboratorio, ésta no estaba preparada para lo que vio cuando la puerta se abrió.

«El vacío.»

Katherine cruzó el umbral y, tras dar unos cuantos pasos hacia la oscuridad, le hizo una seña a Trish para que la siguiera.

—Confía en mí. No te perderás.

Trish se imaginó a sí misma vagando por la gigantesca nave, oscura como boca de lobo, y comenzó a sudar sólo de pensarlo.

—Tenemos un sistema de posicionamiento para no perdernos —Katherine señaló el suelo—. De muy baja tecnología.

Trish miró el oscuro suelo de cemento con los ojos entornados. Le llevó un rato verla en la oscuridad, pero finalmente advirtió que había una estrecha alfombra en línea recta. Era como una carretera que se perdía en la oscuridad.

—Deja que te guíen los pies —dijo Katherine, tras lo cual se volvió y empezó a alejarse—. Y limítate a seguirme.

Al desaparecer Katherine en la oscuridad, Trish se tragó el miedo y fue detrás de ella. «¡Esto es una locura!» Tras dar unos pocos pasos por la alfombra oyó cómo la puerta de la nave 5 se cerraba a sus espaldas, extinguiendo así el último atisbo de luz del lugar. Con el pulso acelerado, Trish centró toda su atención en la alfombra que tenía bajo sus pies. Había dado unos pocos pasos por la suave superficie cuando notó que con el canto del pie izquierdo pisaba el duro cemento. Con un sobresalto, corrigió instintivamente el rumbo, desviándose ligeramente a la derecha para volver a pisar la suave alfombra.

De repente oyó la voz de Katherine delante de ella, en la oscuridad. Sus palabras quedaban prácticamente ahogadas por la acústica muerta del abismo.

—El cuerpo humano es asombroso —le dijo—. Si lo privas de un sentido, los demás casi instantáneamente toman el control. Ahora mismo, los nervios de tus pies están «activándose» literalmente para ser más sensibles.

«Eso es bueno», pensó Trish mientras corregía el rumbo de nuevo.

Siguieron caminando en silencio durante lo que le pareció un rato excesivamente largo.

—¿Cuánto falta? —preguntó Trish al cabo.

—Estamos más o menos a mitad de camino —la voz de Katherine ahora sonaba más lejana.

Trish aceleró el paso, haciendo todo lo posible para mantener la calma, pero tenía la sensación de que iba a ser engullida por la amplitud de la oscuridad. «¡No puedo ver ni lo que tengo a un milímetro de la cara!»

—¿Katherine? ¿Cómo sabes cuándo hay que dejar de caminar?

—Lo sabrás dentro de un momento —le respondió ella.

Eso había sucedido un año antes, y ahora, esa noche, Trish volvía a recorrer el vacío. Ahora lo hacía en la dirección opuesta, iba al vestíbulo a buscar al invitado de su jefa. Un repentino cambio en la textura de la alfombra le indicó que se encontraba a tres metros de la salida. «La pista de seguridad», como lo llamaba Peter Solomon, fanático del béisbol. Trish se detuvo de golpe, sacó su tarjeta de acceso y, a tientas, buscó la ranura en la pared y la insertó.

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