Read El símbolo perdido Online
Authors: Dan Brown
Mal'akh alzó la jarra con el combustible del mechero Bunsen y vertió una buena cantidad sobre la bombona de hidrógeno, el tubo, y en la pequeña ranura bajo la puerta. Luego, cuidadosamente, empezó a retroceder hasta el laboratorio, dejando tras de sí un reguero de combustible en el suelo.
La noche de la operadora de la centralita que se encargaba de las llamadas al 911 en Washington había sido más movida de lo habitual. «Fútbol, cerveza y luna llena», pensó mientras otra llamada de emergencia más aparecía en su monitor, ésta proveniente de la cabina de una gasolinera situada en Suitland Parkway, en Anacostia. «Un accidente de coche, seguramente.»
—Nueve, uno, uno —contestó—. ¿Cuál es su emergencia?
—¡Acaban de atacarme en los depósitos del museo Smithsonian! —dijo la voz de una alterada mujer—. ¡Envíe a la policía, por favor! ¡4210 de Silver Hill Road!
—Un momento, tranquilícese —le pidió la operadora—. Tiene que...
—¡También necesito que envíe unos agentes a una mansión de Kalorama Heights donde puede que mi hermano esté cautivo!
—Como he intentado explicarle —le dijo Bellamy a Langdon—, la pirámide esconde más cosas de las que se ven a simple vista.
«Eso parece.» Langdon tenía que admitir que la pirámide de piedra que contemplaban en su bolsa abierta ahora le parecía más misteriosa. Al desencriptar el cifrado masónico había obtenido una cuadrícula de letras aparentemente sin sentido.
«Caos.»
Langdon examinó la cuadrícula durante largo rato, en busca de algo que le indicara el significado oculto de esas letras —palabras ocultas, anagramas, cualquier pista—, pero no encontró nada.
—La pirámide masónica —explicó Bellamy— esconde sus secretos bajo muchos velos. Cada vez que se retira una cortina, aparece otra. Ha descubierto estas letras, pero no le dirán nada hasta que retire otra capa. El modo de hacer esto, claro está, sólo lo conoce quien posee el vértice. En este vértice, sospecho, hay también una inscripción que indica cómo descifrar la pirámide.
Langdon le echó un vistazo al paquete con forma de cubo que descansaba sobre el escritorio. A partir de lo que Bellamy acababa de decirle, Langdon dedujo que el vértice y la pirámide eran un «cifrado segmentado», es decir, un código dividido en varias partes. Los criptólogos modernos utilizaban cifrados segmentados continuamente, si bien ese sistema de seguridad provenía de la antigua Grecia. Cuando querían almacenar información secreta, los griegos la inscribían en una tablilla de barro que luego dividían en varias piezas, cada una de las cuales guardaban por separado. Sólo al unir todas las piezas se podían leer sus secretos. De hecho, ese tipo de tablilla de arcilla —llamada
symbolon
— era el origen de la palabra moderna «símbolo».
—Robert —dijo Bellamy—, la pirámide y su vértice han permanecido separadas durante generaciones para salvaguardar su secreto —su tono se ensombreció—. Esta noche, sin embargo, las piezas se han acercado peligrosamente. Estoy seguro de que no hace falta que se lo diga..., pero es nuestro deber asegurarnos de que esta pirámide no llegue a ser montada.
A Langdon el dramatismo de Bellamy le pareció algo exagerado. «¿Está describiendo el vértice y la pirámide... o un detonador y una bomba nuclear?» Seguía sin aceptar las afirmaciones de Bellamy, pero a éste no parecía importarle.
—Aunque ésta fuera la pirámide masónica, y aunque su inscripción efectivamente revelara el paradero de un antiguo saber, ¿cómo podría ese saber conferir el tipo de poder que, se supone, confiere?
—Peter siempre me dijo que era usted un hombre difícil de convencer. Un académico que prefiere las pruebas a la especulación.
—¿Me está diciendo que usted sí lo cree? —inquirió Langdon con impaciencia—. Con todo mi respeto..., es usted un hombre moderno y culto. ¿Cómo puede creer algo así?
Bellamy le sonrió pacientemente.
—El ejercicio de la masonería me ha imbuido de un profundo respeto por aquello que trasciende el entendimiento humano. He aprendido a no cerrar nunca mi mente a una idea sólo porque parezca milagrosa.
El guardia que patrullaba el perímetro del SMSC se puso a correr frenéticamente por el sendero de gravilla que rodeaba el edificio. Acababa de recibir una llamada de un agente del interior informándole de que el teclado numérico de la nave 5 había sido saboteado, y la luz de seguridad indicaba que la compuerta de la nave había sido abierta.
«¿Qué diablos está pasando?»
Al llegar a la compuerta comprobó que efectivamente estaba abierta medio metro. «Qué raro —pensó—. Sólo se puede abrir desde dentro.» Cogió la linterna de su cinturón e iluminó la negra oscuridad de la nave. Nada. No sentía deseo alguno de internarse en lo desconocido, así que se quedó en el umbral y desde ahí enfocó su linterna primero a la izquierda y luego a la...
Unas poderosas manos lo agarraron de la cintura y lo empujaron hacia la oscuridad. El guardia sintió cómo una fuerza invisible lo zarandeaba. Olía a etanol. La linterna salió volando, y antes de que pudiera llegar a procesar lo que estaba ocurriendo, sintió un fuerte puñetazo en el esternón. Tras soltar un grito de dolor, el guardia cayó al suelo de cemento... mientras veía cómo una oscura silueta se alejaba de él.
El guardia quedó tirado de costado, jadeando y respirando con dificultad. La linterna no había quedado lejos y su haz de luz iluminaba lo que parecía ser una especie de lata de metal. En la etiqueta pudo leer que se trataba de combustible para mecheros Bunsen.
De repente se encendió un mechero, y la llama anaranjada iluminó una figura que apenas parecía humana. «¡Dios mío!» Antes de que el guardia pudiera siquiera procesar lo que veía, la criatura con el pecho descubierto se arrodilló y acercó la llama al suelo.
Al instante, prendió una franja de fuego que se alejó de ellos en dirección al vacío. Perplejo, el guardia se volvió, pero la criatura ya estaba saliendo por la compuerta hacia la noche.
El guardia consiguió incorporarse, retorciéndose de dolor mientras sus ojos seguían la delgada veta de fuego. «¿Qué diablos...?» La llama parecía demasiado pequeña para ser realmente peligrosa, hasta que vio algo aterrador. El fuego ya no iluminaba únicamente la vacía oscuridad. Había llegado hasta la pared del fondo, donde ahora alumbraba una gran estructura de hormigón. El guardia nunca había tenido acceso a la nave 5, pero sabía muy bien lo que era esa estructura.
«El Cubo.
»El laboratorio de Katherine Solomon.»
La llama se dirigía a toda velocidad hacia la puerta exterior del laboratorio. El guardia consiguió ponerse en pie, consciente de que la franja de combustible seguramente seguía bajo la puerta del laboratorio..., y pronto provocaría un incendio dentro. Al volverse para pedir ayuda, sin embargo, sintió que lo golpeaba una inesperada ráfaga de aire.
Por un breve instante, toda la nave 5 quedó bañada en luz.
El guardia no llegó a ver cómo la bola de fuego de hidrógeno ascendía a los cielos, arrancando el tejado de la nave 5 y elevándose decenas de metros. Tampoco la lluvia de fragmentos de piezas de titanio, restos de equipos electrónicos y gotitas de silicio fundida proveniente de las unidades de almacenamiento de datos holográficos.
Katherine Solomon se dirigía en coche hacia el norte cuando vio un repentino destello de luz en el espejo retrovisor. Un potente estruendo retumbó en medio de la noche, sobresaltándola.
«¿Fuegos artificiales? —se preguntó—. ¿Han organizado los Redskins un espectáculo para la media parte?»
Volvió su atención a la carretera al tiempo que sus pensamientos re gresaban a la llamada al 911 que había hecho desde la cabina de una solitaria gasolinera.
Había conseguido convencer a la operadora de que enviara a la policía al SMSC para capturar al intruso tatuado y —esperaba Katherine— encontrar a su asistente, Trish. También instó a la operadora para que enviara a alguien a la dirección del doctor Abaddon en Kalorama Heights, donde creía que Peter podía estar retenido.
Desafortunadamente, Katherine no había podido obtener el número de teléfono de Robert Langdon, pues no figuraba en el listín telefónico. No tenía otro modo de ponerse en contacto con él, así que ahora se dirigía a toda velocidad hacia la biblioteca del Congreso, donde Langdon le había dicho que estaría.
La aterradora revelación de la verdadera identidad del doctor Abaddon lo había cambiado todo. Katherine ya no sabía qué creer. Lo único de lo que estaba segura era de que ese hombre era el mismo que años atrás había asesinado a su madre y a su sobrino, y que asimismo ahora había capturado a su hermano y quería matarla a ella. «¿Quién es ese perturbado? ¿Qué es lo que quiere?» La única respuesta que se le ocurría carecía de sentido. «¿Una pirámide?» Igualmente confusa era la razón por la que ese hombre había ido esa noche a su laboratorio. Si quería hacerle daño, ¿por qué no lo había hecho en la privacidad de su propia casa? ¿Por qué molestarse en enviar un mensaje de texto y arriesgarse a entrar en su laboratorio?
Inesperadamente, los fuegos artificiales que veía por el retrovisor se hicieron todavía más brillantes. Al destello inicial lo siguió una sobrecogedora imagen: una gigantesca bola de fuego naranja se elevó por encima de los árboles. «¿Qué demonios...?» A la bola de fuego la acompañaba un oscuro humo negro..., y entonces se percató de que en realidad el estadio FedEx de los Redskins no quedaba cerca. Desconcertada, intentó determinar qué fábrica estaba situada al otro lado de esos árboles..., justo al sureste de la carretera.
Entonces, como si algo la golpeara fuertemente en la cabeza, cayó en la cuenta.
Warren Bellamy pulsó con urgencia las teclas de su teléfono móvil, intentando de nuevo ponerse en contacto con alguien que pudiera ayudarlos, quienquiera que fuera éste.
Langdon observaba a Bellamy, pero sus pensamientos los ocupaba Peter, a quien quería encontrar cuanto antes. «Descifre la inscripción —le había ordenado el captor de Peter—, y ésta le indicará el lugar en el que se esconde del mayor tesoro de la humanidad... Iremos juntos... y haremos el intercambio.»
Bellamy colgó, frunciendo el ceño. Seguía sin localizarlo.
—Hay algo que no entiendo —dijo Langdon—. Aunque pueda aceptar que esa sabiduría secreta existe..., y que de algún modo esa pirámide señala su paradero subterráneo..., ¿qué estoy buscando? ¿Una cripta? ¿Un búnker?
Bellamy permaneció largo rato en silencio. Luego dejó escapar un suspiro y cautelosamente contestó:
—Robert, según lo que he oído a lo largo de los años, al parecer la pirámide conduce a una escalera de caracol.
—¿Una escalera?
—Eso es. Una escalera que desciende bajo tierra... decenas de metros.
Langdon no se podía creer lo que estaba oyendo. Se inclinó un poco más hacia Bellamy.
—Según se dice, el saber antiguo está enterrado en el fondo.
Robert Langdon se puso en pie y empezó a deambular de un lado para otro. «Una escalera de caracol que desciende decenas de metros bajo tierra... en Washington.»
—¿Y nadie ha visto nunca esa escalera?
—Supuestamente, la entrada está oculta bajo una enorme piedra.
Langdon suspiró. La idea de una tumba oculta bajo una enorme piedra parecía salida directamente de las descripciones bíblicas sobre la tumba de Jesús. Ese híbrido arquetípico era el abuelo de todos los demás.
—Warren, ¿de veras crees que esa secreta escalera mística existe?
—Yo nunca la he visto personalmente, pero algunos de los masones más viejos juran que así es. Ahora mismo estaba intentando llamar a uno.
Langdon continuó dando vueltas, sin saber muy bien qué contestar.
—Robert, me dejas en una difícil posición respecto a esta pirámide —Warren Bellamy endureció su mirada bajo el suave resplandor de la lámpara de lectura—. No conozco ningún modo de obligar a un hombre a creer lo que no quiere creer. Y, sin embargo, espero que comprendas tu deber para con Peter Solomon.
«Sí, tengo el deber de ayudarlo», pensó Langdon.
—No necesito que creas en el poder que esta pirámide puede revelar, ni en la escalera que supuestamente conduce a él. Pero sí necesito que creas que estás moralmente obligado a proteger este secreto..., sea cual sea. —Bellamy señaló el pequeño paquete—. Peter te confió el vértice a ti porque tenía fe en que obedecerías sus deseos y lo mantendrías en secreto. Y ahora debes hacer exactamente eso, aunque ello suponga sacrificar la vida de Peter.
Langdon se detuvo en seco y se volvió.
—¡¿Qué?!
Bellamy permanecía sentado, con expresión afligida pero decidida.
—Es lo que él querría. Tienes que olvidarte de Peter. Él ya no está. Peter ha cumplido con su deber y ha hecho todo lo que ha podido para proteger la pirámide. Ahora es
nuestro
deber asegurarnos de que sus esfuerzos no han sido en vano.
—¡No me puedo creer que estés diciendo eso! —exclamó Langdon, explotando—. Aunque esta pirámide sea lo que dices que es, Peter es tu hermano masón. ¡Has jurado protegerlo por encima de cualquier otra cosa, incluso de tu país!
—No, Robert. Un masón debe proteger a otro masón por encima de todas las cosas... excepto una: el gran secreto que nuestra hermandad protege para toda la humanidad. Más allá de que yo crea que ese saber perdido tiene el potencial que la historia sugiere, he jurado mantenerlo fuera del alcance de los que no son dignos de él. Y no se lo entregaría a nadie..., ni siquiera a cambio de la vida de Peter.