Read El símbolo perdido Online
Authors: Dan Brown
Los agentes habían amenazado físicamente al Arquitecto para que les desvelara el paradero de Robert Langdon. Consciente de que su envejecido cuerpo no aguantaría demasiado sus maltratos, Bellamy les dijo rápidamente la mentira que tenía preparada.
—¡Langdon no ha llegado a bajar aquí conmigo! —les contó, todavía jadeante—. ¡Le he dicho que subiera al balcón y se escondiera detrás de la estatua de Moisés, pero ahora no sé dónde está!
Al parecer, la historia había resultado convincente, porque dos de los agentes habían salido corriendo en su busca. Los dos hombres restantes lo escoltaban en silencio.
El único consuelo de Bellamy era saber que Langdon y Katherine pondrían la pirámide a salvo. Pronto Langdon recibiría la llamada de un hombre que podría ofrecerle santuario. «Confía en él.» El hombre a quien Bellamy había llamado sabía mucho acerca de la pirámide masónica y el secreto que contenía: el paradero de una escalera de caracol oculta que conducía bajo tierra, al lugar en el que una potente sabiduría antigua permanecía enterrada desde hacía mucho tiempo. Finalmente Bellamy había conseguido ponerse en contacto con ese hombre mientras escapaban de la sala de lectura, y estaba seguro de que había entendido su breve mensaje a la perfección.
Ahora, mientras avanzaba por la biblioteca en total oscuridad, Bellamy visualizó mentalmente la pirámide de piedra y el vértice de oro que Langdon llevaba en la bolsa. «Hacía muchos años que esas dos piezas no estaban juntas.»
El Arquitecto nunca olvidaría aquella fatídica noche. «La primera de muchas para Peter.» Lo habían invitado a la finca de los Solomon en Potomac para la celebración del dieciocho cumpleaños de Zachary. A pesar de ser un muchacho problemático, era un Solomon, lo que quería decir que esa noche, siguiendo la tradición familiar, recibiría su herencia. Bellamy era uno de los mejores amigos de Peter y también un hermano masón, razón por la cual le había pedido que ejerciera de testigo. No era únicamente la entrega del dinero lo que debía presenciar. Esa noche había mucho más que dinero en juego.
Bellamy llegó pronto y Peter le pidió que esperara en su estudio privado. La maravillosa y vieja habitación olía a piel, a leña y a hojas de té. Warren ya estaba sentado, cuando Peter condujo a su hijo Zachary a la habitación. Al ver a Bellamy, el escuálido adolescente frunció el ceño.
—¿Y usted qué hace aquí?
—Levantar testimonio —le respondió Bellamy—. Feliz cumpleaños, Zachary.
El muchacho masculló algo y apartó la mirada.
—Siéntate, Zach —dijo Peter.
Zachary se sentó en la solitaria silla que había delante del enorme escritorio de madera de su padre. Solomon echó el pestillo de la puerta del estudio. Bellamy permaneció sentado en un lateral de la habitación.
Solomon se dirigió a su hijo en un tono solemne:
—¿Sabes por qué estás aquí?
—Creo que sí —respondió Zachary.
Solomon dejó escapar un profundo suspiro.
—Sé que hace tiempo que tú y yo no nos llevamos demasiado bien, Zach. He hecho todo lo posible para ser un buen padre y prepararte para este momento.
Zachary no dijo nada.
—Como sabes, al llegar a la mayoría de edad, a todos los descendientes de los Solomon se les hace entrega de su patrimonio (una parte de la fortuna familiar) con la intención de que sea una
semilla...,
una semilla para que la cultives, la hagas crecer y la utilices para alimentar a la humanidad.
Solomon se acercó a una caja fuerte que había en la pared, la abrió y extrajo una carpeta negra.
—Hijo, este portafolio contiene todo lo que necesitas para que esta herencia pase legalmente a tu nombre —la dejó sobre el escritorio—. La idea es que utilices este dinero para construir una vida de productividad, prosperidad y filantropía.
Zachary extendió el brazo para coger la carpeta.
—Gracias.
—Un momento —dijo su padre, colocando una mano sobre el portafolio.— Hay otra cosa que debo explicarte.
Zachary le lanzó a su padre una mirada despectiva y volvió a sentarse en su silla.
—Hay aspectos de la herencia de los Solomon que todavía desconoces —ahora Peter miraba directamente a los ojos de su hijo—. Eres mi primogénito, Zachary, lo que significa que tienes derecho a realizar una elección.
Intrigado, el adolescente se enderezó en la silla.
—Es una elección que puede determinar el rumbo que tome tu futuro, de modo que te recomiendo que la sopeses con detenimiento.
—¿Qué elección?
Su padre respiró profundamente.
—La elección... entre la riqueza o la sabiduría.
Zachary se lo quedó mirando sin expresión.
—¿La riqueza o la sabiduría? No lo entiendo.
Solomon se puso en pie, volvió a acercarse a su caja fuerte y extrajo una pirámide de piedra con símbolos masónicos grabados en ella. La depositó en el escritorio junto al portafolio.
—Esta pirámide fue creada hace mucho tiempo y le fue confiada a nuestra familia hace generaciones.
—¿Una pirámide? —Zachary no parecía muy emocionado.
—Hijo, esta pirámide es un mapa..., un mapa que revela la ubicación de uno de los mayores tesoros de la humanidad. Este mapa fue creado para que el tesoro pudiera ser redescubierto algún día —dijo Peter con la voz llena de orgullo—. Y esta noche, siguiendo la tradición, te la ofrezco a ti..., bajo ciertas condiciones.
Zachary contemplaba la pirámide con recelo.
—¿Cuál es el tesoro?
Bellamy sabía que esa impertinente pregunta no era lo que Peter esperaba. Aun así, éste mantuvo la calma.
—Zachary, es difícil de explicar sin entrar en detalles. Pero este tesoro..., en esencia, es algo que llamamos los antiguos misterios.
Creyendo al parecer que su padre le estaba gastando una broma, Zachary se rió.
Bellamy advirtió cómo la mirada de Peter se iba volviendo más melancólica.
—Me resulta muy difícil de describir, Zach. Tradicionalmente, cuando un Solomon cumple los dieciocho, está a punto de iniciar sus años de educación superior en...
—¡Ya te lo he dicho! —prorrumpió Zachary—. ¡No estoy interesado en ir a la universidad!
—No me refiero a la universidad —dijo su padre, manteniendo su tono de voz tranquilo—. Me refiero a la hermandad de la francmasonería. Me refiero a una educación en los misterios de la ciencia humana. Si tuvieras intención de unirte a mí en sus filas, estarías en disposición de recibir la educación necesaria para comprender la importancia de la decisión que tomes esta noche.
Zachary puso los ojos en blanco.
—Te puedes ahorrar la charla masónica. Ya sé que soy el primer Solomon que no quiere unirse. ¿Y qué? ¿Es que no lo entiendes? ¡No tengo ningún interés en jugar a los disfraces con un montón de vejestorios!
Su padre se quedó largo rato callado, y Bellamy advirtió que habían empezado a aparecer finas arrugas alrededor de sus todavía juveniles ojos.
—Sí, lo entiendo —dijo finalmente Peter—. Ahora las cosas son distintas. Comprendo que la masonería te pueda parecer una cosa extraña, o quizá incluso aburrida. Pero quiero que sepas que la puerta siempre estará abierta para ti en caso de que cambies de opinión.
—No cuentes con ello —refunfuñó Zach.
—¡Ya basta! —dijo bruscamente Peter, poniéndose en pie—. Soy consciente de que no has tenido una vida fácil, Zachary, pero yo no soy tu único guía. Hay hombres buenos esperándote, hombres que te recibirán con los brazos abiertos dentro del redil masónico y te mostrarán tu verdadero potencial.
Zachary soltó una risa ahogada y se volvió hacia Bellamy.
—¿Por eso está usted aquí, señor Bellamy? ¿Para que los dos puedan unirse en mi contra en nombre de la masonería?
Warren no dijo nada. Se limitó a dirigirle una respetuosa mirada a Peter Solomon, un recordatorio a Zachary de quién era la máxima autoridad en esa habitación.
El chico se volvió hacia su padre.
—Zach —dijo Peter—, no estamos llegando a ninguna parte, de modo que deja que te diga esto. Comprendas o no la responsabilidad que se te ofrece esta noche, es mi obligación familiar planteártela. —Señaló la pirámide—. Proteger esta pirámide es un raro privilegio. Te recomiendo que consideres esta oportunidad durante unos días antes de tomar tu decisión.
—¿Oportunidad? —replicó Zachary—. ¿Hacer de niñera de una piedra?
—Hay grandes misterios en este mundo, Zach —dijo Peter con un suspiro—. Secretos que van más allá de lo que te puedas imaginar. Esta pirámide protege esos secretos. Y lo que es más importante, llegará un día, seguramente a lo largo de tu vida, en el que esta pirámide será al fin interpretada y sus secretos desvelados. Será el momento de una gran transformación humana..., y tú tienes la posibilidad de desempeñar un papel en ese momento. Quiero que lo consideres cuidadosamente. La riqueza es algo común y corriente; la sabiduría, en cambio, es rara. —Señaló el portafolio y luego la pirámide—. Te suplico que recuerdes que con frecuencia la riqueza sin sabiduría puede terminar en desastre.
Zachary miró a su padre como si estuviera loco.
—Lo que tú digas, papá, pero no tengo la menor intención de renunciar a mi herencia por esto —dijo, haciendo un gesto con la mano hacia la pirámide.
Peter se cruzó de brazos.
—Si optas por aceptar la responsabilidad, te guardaré el dinero y la pirámide hasta que hayas completado exitosamente tu educación con los masones. Te llevará años, pero alcanzarás la madurez suficiente para recibir tanto el dinero como esta pirámide. Riqueza y sabiduría. Una poderosa combinación.
Zachary se puso bruscamente en pie.
—¡Por el amor de Dios, papá! No te rindes, ¿eh? ¿Es que no te das cuenta de que no me interesan lo más mínimo la masonería o las pirámides de piedra y sus antiguos misterios? —Estiró el brazo, cogió el portafolio negro y lo agitó delante de la cara de su padre—. ¡Éste es mi patrimonio! ¡El mismo patrimonio de los Solomon que me han precedido! ¡No puedo creer que pretendas escamotearme la herencia con lamentables historias sobre antiguos mapas del tesoro! —Se metió el portafolio debajo del brazo y, pasando por delante de Bellamy, se dirigió hacia la puerta del estudio que daba al patio.
—¡Zachary, espera! —Su padre fue corriendo tras él mientras el chico salía a la noche—. ¡Hagas lo que hagas, no le hables nunca a nadie acerca de la pirámide que acabas de ver! —La voz de Peter se quebró—. ¡A nadie! ¡Nunca!
Pero Zachary lo ignoró y desapareció en la noche.
Peter Solomon regresó a su escritorio y se sentó en su sillón de piel con los ojos llenos de dolor. Tras un largo silencio, levantó la mirada hacia Bellamy y forzó una triste sonrisa.
—No ha ido tan mal.
Bellamy suspiró, sintiendo propio el dolor de su amigo.
—Peter, no quiero parecer insensible, pero... ¿confías en él?
Solomon permanecía con la mirada perdida.
—Quiero decir... —insistió Bellamy—, ¿crees que no dirá nada a nadie sobre la pirámide?
Su rostro seguía carente de expresión.
—No sé qué decir, Warren. No estoy seguro de conocerlo.
Bellamy se puso en pie y empezó a dar vueltas de acá para allá por delante del gran escritorio.
—Peter, has cumplido con tus obligaciones familiares, pero ahora, teniendo en cuenta lo que acaba de pasar, creo que debemos tomar precauciones. Debería devolverte el vértice para que le encuentres un nuevo hogar. Es mejor que lo cuide alguna otra persona.
—¿Por qué? —preguntó Solomon.
—Si Zachary le habla a alguien acerca de la pirámide y menciona que yo estaba presente esta noche...
—Pero no sabe nada acerca del vértice, y es demasiado inmaduro para entender la significación de la pirámide. No necesitamos cambiar de sitio. Guardaré la pirámide en mi caja fuerte. Y tú el vértice donde siempre lo guardes. Como siempre hemos hecho.
Tres años después, en Navidad, cuando la familia todavía se recuperaba de la muerte de Zachary, el hombre que decía haberlo asesinado en prisión asaltó la finca de los Solomon. El intruso iba en busca de la pirámide, pero lo único que se llevó consigo fue la vida de Isabel Solomon.
Días después, Peter convocó a Bellamy a su oficina. Cerró la puerta y, tras extraer la pirámide de su caja fuerte, la depositó en el escritorio.
—Debería haberte escuchado.
Bellamy sabía que a Peter lo atormentaba la culpa.
—Eso no hubiera cambiado las cosas.
Solomon dejó escapar un cansino suspiro.
—¿Has traído el vértice?
Bellamy sacó del bolsillo un pequeño paquete con forma de cubo. El desvaído papel marrón estaba atado con un cordel, y éste sujeto con el sello del anillo de Solomon. Bellamy dejó el paquete en el escritorio, consciente de que las dos mitades de la pirámide masónica estaban más cerca de lo que deberían.
—Busca a alguien que cuide de esto. No me digas de quién se trata.
Solomon asintió.
—Y yo sé dónde puedes esconder la pirámide —dijo Bellamy. A continuación le habló a Solomon del subsótano del edificio del Capitolio—. No hay lugar más seguro en Washington.
Bellamy recordaba que Solomon inmediatamente estuvo de acuerdo con la idea porque le parecía simbólicamente adecuado esconder la pirámide en el corazón simbólico de la nación. «Típico de Peter —pensó Bellamy—. Idealista incluso durante las crisis.»
Ahora, diez años después, mientras lo trasladaban a empujones y a ciegas por la biblioteca del Congreso, Bellamy supo que la crisis de esa noche no había hecho más que empezar. Se había enterado, además, de quién había sido la persona elegida por Solomon para guardar el vértice..., y le pidió a Dios que Robert Langdon estuviera a la altura de la tarea encomendada.
«Estoy debajo de Second Street.»
Langdon seguía con los ojos completamente cerrados mientras la cinta transportadora retumbaba en la oscuridad en dirección al edificio Adams. Intentaba no pensar en las toneladas de tierra que tenía encima y el estrecho tubo por el que viajaba. Podía oír la respiración de Katherine unos metros más allá, pero hasta el momento ella no había pronunciado una sola palabra.
«Está en
shock.»
Langdon no tenía demasiadas ganas de contarle lo de la mano cercenada de su hermano. «Tienes que hacerlo, Robert. Necesita saberlo.»
—¿Katherine? —dijo finalmente Langdon sin abrir los ojos—. ¿Estás bien?
Le respondió una voz trémula e incorpórea.