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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La caverna de las ideas (33 page)

BOOK: La caverna de las ideas
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Conociéndolo como lo conozco, sospecho que habrá más fruncimientos de ceño que sonrisas.

Sin embargo, no temo por él: no es hombre que se deje impresionar. Sigue mirando, extasiado, hacia ese mundo intangible, lleno de belleza y de paz, de armonía y de palabras escritas, que constituye la tierra de las Ideas, y ofreciéndoselo a sus discípulos. En la Academia ya no se vive en la realidad sino en la cabeza de Platón. Maestros y alumnos son «traductores» encerrados en sus respectivas «cavernas» y dedicados a encontrar la Idea en sí. Yo he querido bromear con ellos un poco (perdonadme, no era mala mi intención), conmoverles, pero también alzar mi voz (de poeta, no de filósofo) para exclamar: «¡Dejad de buscar ideas ocultas, claves finales o sentidos últimos! ¡Dejad de leer y vivid! ¡Salid del texto! ¿Qué veis? ¿Sólo tinieblas? ¡No busquéis más!». No creo que me hagan caso: seguirán, afanosos y diminutos como letras del alfabeto, obsesionados por encontrar la Verdad a través de la palabra y el diálogo. ¡Zeus sabe cuántos textos, cuántas imaginarias teorías redactadas con pluma y tinta gobernarán la vida de los hombres en el futuro y cambiarán tontamente el curso de los tiempos!… Pero me atendré a las palabras finales de Jenofonte en su reciente estudio histórico: «Por mi parte, hasta aquí mi labor. De lo que venga ahora, en cualquier caso, que se ocupe otro».

Fin de
La caverna de las ideas
,

obra compuesta por Filotexto de Quersoneso

en el año en que era arconte Argínides,

sibila Demetriarta y éforo Argelao.

Notas

[1] Faltan las cinco primeras líneas. Montalo, en su edición del texto original, afirma que el papiro había sido desgarrado en este punto. Comienzo mi traducción de
La caverna de las ideas
en la primera frase del texto de Montalo, que es el único del que disponemos.
(N. del T.)

[2] Llama la atención el abuso de metáforas relacionadas con «melenas» o «cabelleras», dispersas aquí y allá desde el comienzo del texto: es posible que señalen la presencia de eidesis, pero aún no es seguro. Montalo no parece haber reparado en ello, pues nada menciona en sus notas.
(N. del T.)

[3] Las metáforas e imágenes relacionadas con «bocas» o «fauces», así como con «gritos» o «rugidos», ocupan (como el lector atento puede haber notado ya) toda la segunda parte de este capítulo. Me parece obvio que nos encontramos ante un texto eidético.
(N. del T.)

[4] Sorprende que Montalo, en su erudita edición del original, ni siquiera haga referencia a la fuerte eidesis que revela el texto, al menos a lo largo de todo este primer capítulo. Sin embargo, también es posible que desconozca tan curioso recurso literario. A modo de ejemplo para el lector curioso, y también por relatar con sinceridad cómo he venido a descubrir la imagen oculta en este capítulo (pues un traductor debe ser sincero en sus notas; la mentira es privilegio del escritor), referiré la breve charla que mantuve ayer con mi amiga Helena, a la que considero una colega docta y llena de experiencia. Salió a colación el tema, y le comenté, entusiasmado, que
La caverna de las ideas
, la obra que he empezado a traducir, es un texto eidético. Se quedó inmóvil observándome, la mano izquierda sosteniendo por el rabillo una de las cerezas del plato cercano.

—¿Un texto qué? —dijo.

—La eidesis —expliqué— es una técnica literaria inventada por los escritores griegos antiguos para transmitir claves o mensajes secretos en sus obras. Consiste en repetir metáforas o palabras que, aisladas por un lector perspicaz, formen una idea o una imagen independiente del texto original. Arginuso de Corinto, por ejemplo, ocultó mediante eidesis una completísima descripción de una joven a la que amaba en un largo poema aparentemente dedicado a las flores del campo. Y Epafo de Macedonia…

—Qué interesante —sonrió, aburrida—. ¿Y se puede saber qué oculta tu anónimo texto de
La caverna de las ideas?

—Lo sabré cuando lo traduzca por completo. En el primer capítulo, las palabras más repetidas son «cabelleras», «melenas» y «bocas» o «fauces» que «gritan» o «rugen», pero…

—¿«Melenas» y «fauces que rugen»?… —me interrumpió ella con sencillez—. Puede estar hablando de un león, ¿no?

Y se comió la cereza.

Siempre he odiado esa capacidad de las mujeres para llegar a la verdad sin agotarse tomando el atajo más corto. Fui yo, entonces, quien me quedé inmóvil, observándola con los ojos muy abiertos.

—Un león, pues claro… —musité.

—Lo que no entiendo —prosiguió Helena sin darle importancia al asunto— es por qué el autor consideraba tan secreta la idea de un león como para ocultarla mediante… ¿cómo has dicho?

—Eidesis. Lo sabremos cuando termine de traducirlo: un texto eidético sólo se comprende cuando se lee de cabo a rabo —mientras decía eso pensaba: «Un
león,
claro… ¿Cómo es que no se me había ocurrido antes?».

—Bien. —Helena dio por terminada la conversación, flexionó las largas piernas, que había mantenido estiradas sobre una silla, depositó el plato de cerezas en la mesa y se levantó—. Pues sigue traduciendo, y ya me contarás.

—Lo sorprendente es que Montalo no haya notado nada en el manuscrito original… —dije.

—Pues escríbele una carta —sugirió—. Quedarás bien y ganarás méritos.

Y, aunque al pronto fingí no estar de acuerdo (para que no notara que me había resuelto todos los problemas de un plumazo), eso es lo que he hecho.
(N. del T.)

[5] «La textura es untuosa; los dedos se deslizan por la superficie como impregnados en aceite; cierta fragilidad de escamas se percibe en el área central», afirma Montalo respecto de los trozos de papiro del manuscrito al comienzo del capítulo segundo. ¿Acaso se emplearon hojas procedentes de distintas plantas en su elaboración?
(N. del T.)

[6] «Frío» y «humedad», así como cierto movimiento «ondulante» o «sinuoso» en todas sus variantes, parecen presidir la eidesis en este capítulo. Podría tratarse perfectamente de una imagen del mar (sería muy propio de los griegos). Pero ¿y la cualidad, tan repetida, de «untuoso»? Sigamos avanzando.
(N. del T.)

[7] Traduzco literalmente «la cabeza del higo», aunque no sé muy bien a qué se refiere el anónimo autor: es posible que se trate de la parte más gruesa y carnosa, pero, por lo mismo, también puede ser la zona más próxima al tallo. Ahora bien, quizá la frase sea tan sólo un recurso literario para acentuar un vocablo —«cabeza»— que parece ganar cada vez más terreno como nueva palabra eidética.
(N. del T.)

[8] Con independencia de su finalidad dentro de la ficción del diálogo, estas últimas frases —«Hay
ideas
más allá de las palabras»… «Y ellas son lo único importante»— se me antojan al mismo tiempo un mensaje del autor para subrayar la presencia de eidesis. Montalo, como siempre, no parece haber advertido nada.
(N. del T.)

[9] Este curioso párrafo, que parece describir de forma poética la ducha de los adolescentes en el gimnasio, contiene, en apretada síntesis pero bien remachados, casi todos los elementos eidéticos del segundo capítulo: entre ellos, «humedad», «cabeza» y «ondulación». Se hace notar también la repetición de «múltiple» y la palabra «escamas», que ha aparecido anteriormente. La imagen de la «flor de carne» me parece una simple metáfora no eidética.
(N. del T.)

[10] ¡Seguro que estas líneas finales han sorprendido al lector tanto como a mí! Debemos excluir, por supuesto, la posibilidad de una complicada metáfora, pero tampoco podemos caer en un exacerbado realismo: pensar que «múltiples serpientes enroscadas» anidaban en el suelo de la habitación de Heracles, y que, por tanto, todo el diálogo previo entre Diágoras y el Descifrador de Enigmas se ha desarrollado en «un lugar repleto de ofidios que se deslizan con fría lentitud por los brazos o las piernas de los protagonistas mientras éstos, inadvertidamente, siguen hablando», como opina Montalo, es llevar las cosas demasiado lejos (la explicación que aduce este ilustre experto en literatura griega es absurda: «¿Por qué no van a existir serpientes en la habitación si el autor
así lo quiere?»,
afirma. «Es el autor quien tiene la última palabra sobre lo que sucede en el mundo de su obra, no nosotros.»). Pero el lector no tiene por qué preocuparse: esta última frase sobre las serpientes es pura fantasía. Claro está que todas las anteriores también lo son, ya que se trata de una obra de ficción, pero, entiéndaseme bien, esta frase es una fantasía que el lector
no debe creerse,
ya que las demás, con ser igualmente ficticias, han de ser
creídas,
al menos durante el tiempo que dure la lectura, para que el relato adopte cierto sentido. En realidad, el único objetivo de este absurdo evento final, a mi modo de ver, es reforzar la eidesis: el autor pretende que sepamos cuál es la imagen oculta en este capítulo. Aun así, el recurso es traicionero: ¡no caiga el lector en el error de pensar en lo
más fácil
! Esta misma mañana, cuando todavía mi traducción no había llegado a este punto, Helena y yo descubrimos, de repente, no sólo la imagen eidética correcta sino —así lo creo— la clave de todo el libro. Nos faltó tiempo para comentárselo a Elio, nuestro jefe.

—«Humedad fría», «untuosidad», movimientos «sinuosos» y «reptantes»… Puede estar hablando de una serpiente, ¿no? —sugirió Elio—. Primer capítulo, león. Segundo capítulo, serpiente.

—Pero ¿y «cabeza»? —objeté—. ¿Por qué tantas «cabezas múltiples»? —Elio se encogió de hombros, devolviéndome la pregunta. Le mostré, entonces, la estatuilla que me había traído de casa—. Helena y yo creemos haberlo descubierto. ¿Ves? Ésta es la figura de la Hidra, el legendario monstruo de múltiples cabezas de serpiente que, al ser cortadas, se reproducían… De ahí también la insistencia en describir la «decapitación» de los higos…

—Pero hay más —intervino Helena—: Derrotar a la Hidra de Lerna fue el segundo de los Trabajos que realizó Hércules, el héroe de gran parte de las leyendas griegas…

—¿Y qué? —dijo Elio.

Tomé la palabra, entusiasmado.


La caverna de las ideas
tiene doce capítulos, y, según la tradición, doce fueron en total los Trabajos de Hércules, cuyo nombre griego es Heracles. Además, el personaje principal de la obra se llama así, Heracles. Y el primer Trabajo de Hércules, o Heracles, consistió en matar al León de Nemea… y la idea oculta del primer capítulo es un león.

—Y la del segundo, la Hidra —concluyó Elio con rapidez—. Todo concuerda, en efecto… Al menos, por ahora.

—¿Por ahora? —me irritó un poco aquella coletilla—. ¿A qué te refieres?

Elio sonrió con calma.

—Estoy de acuerdo con vuestras conclusiones —explicó—, pero los libros eidéticos son traicioneros: tened en cuenta que se trata de trabajar con objetos completamente imaginarios, ni siquiera con palabras sino con… ideas. Con imágenes destiladas. ¿Cómo podemos estar seguros de la clave final que tenía en mente el autor?

—Muy sencillo —repuse—: Todo consiste en probar nuestra teoría. El tercer Trabajo, según la mayoría de las tradiciones, fue capturar al Jabalí de Erimanto: si la imagen oculta del tercer capítulo se parece a un jabalí, nuestra teoría recibirá una prueba más…

—Y así hasta el final —dijo Helena, muy tranquila.

—Tengo otra objeción —Elio se rascó la calva—: En la época en la que fue escrita esta obra, los Trabajos de Hércules no eran ningún secreto. ¿Por qué usar la eidesis para ocultarlos?

Se hizo el silencio.

—Una buena objeción —admitió Helena—. Pero supongamos que el autor ha elaborado una eidesis de la eidesis, y que los Trabajos de Hércules ocultan, a su vez, otra imagen…

—¿Y así hasta el infinito? —la interrumpió Elio—. No podríamos conocer entonces la idea original. Debemos detenernos en algún sitio. Según ese punto de vista, Helena, cualquier cosa escrita puede remitir al lector a una imagen que, a su vez, puede remitir a otra, y a otra… ¡Sería imposible leer!

Ambos me miraron aguardando mi opinión. Reconocí que yo tampoco lo comprendía.

—La edición del texto original es de Montalo —dije—, pero, inconcebiblemente, no parece haber notado nada. Le he escrito una carta. Quizá su opinión nos resulte útil…

—¿Montalo, has dicho? —Elio enarcó las cejas—. Vaya, me temo que has perdido el tiempo… ¿Acaso no lo sabías? Fue noticia en todas partes… Montalo murió el año pasado… ¿Tú tampoco lo sabías, Helena?

—No —reconoció Helena, y me dedicó una mirada compasiva—. Vaya casualidad.

—Desde luego —asintió Elio, y se volvió hacia mí—: Y como la única edición del original era la suya y la única traducción hasta el momento es la tuya, parece que el descubrimiento de la clave final de
La caverna de las ideas
depende exclusivamente de ti…

—Vaya responsabilidad —bromeó Helena.

Me quedé sin saber qué decir. Y aún le sigo dando vueltas al tema.
(N. del T.)

[11] «Rapidez, descuido. Las palabras fluyen aquí sobre el cauce de una caligrafía irregular, a veces incomprensible, como si al copista le hubiese faltado tiempo para acabar el capítulo», comenta Montalo acerca del texto original. Por mi parte, permanezco ojo avizor para «capturar» a mi Jabalí entre las frases. Inicio la traducción del tercer capítulo.
(N. del T.)

[12] «Siguen cinco líneas indescifrables», asegura Montalo. Al parecer, la caligrafía en este punto es desastrosa. Se adivinan, a duras penas (siempre según Montalo), cuatro palabras en todo el párrafo: «enigmas», «vivió», «esposa» y «gordo». El editor del texto original añade, no sin cierta ironía: «El lector deberá intentar reconstruir los datos biográficos de Heracles a partir de estas cuatro palabras, lo cual parece, al mismo tiempo, enormemente fácil y muy difícil».
(N. del T.)

[13] Igualmente anónimas son las tres líneas que el anónimo autor dedica al personaje de Diágoras. Montalo solo es capaz de entresacar, con dificultad, estas tres palabras: «vivió?» (con partícula interrogativa incluida), «espíritu» y «pasión».
(N. del T.)

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