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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La caverna de las ideas (34 page)

BOOK: La caverna de las ideas
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[14] Algunas lagunas textuales (debido a palabras escritas «apresuradamente» que resultan «ininteligibles», según Montalo) dificultan la comprensión de este misterioso párrafo. La eidesis implícita parece ser la «rapidez», como viene ocurriendo desde el principio del capítulo, pero a ella se suman imágenes de ciervos, no de jabalíes: «ojos de cervatilla», «cornamenta de las ramas»… lo que sugiere no el tercero sino el
cuarto
de los Trabajos de Hércules: la persecución de la rapidísima Cierva de Cerinia. Esta peculiar alteración del orden de los Trabajos no me sorprende, ya que era frecuente entre los escritores de la Antigüedad. Lo que llama la atención es la nueva eidesis que resalta en el texto: una muchacha que sostiene un lirio. ¿Qué tiene que ver con la persecución de la cierva? ¿Se trata de una representación de la pureza de la diosa Ártemis, a quien estaba consagrado el legendario animal? En cualquier caso, no creo que pueda considerársela, como Montalo afirma, «una licencia poética sin ningún significado real».
(N. del T.)

[15] ¡Claro que es algo! Los protagonistas no pueden verla, por supuesto, pero aquí está de nuevo la «muchacha del lirio». ¿Qué significa? Reconozco que esta abrupta aparición me ha puesto un poco nervioso: he llegado a golpear el texto con las manos, como dicen que Pericles hizo con la estatua de la Atenea crisoelefantina de Fidias para exigirle que hablara: «¿Qué significa? ¿Qué quieres decir?». El papel, por supuesto, ha continuado inaccesible. Ahora me encuentro más tranquilo.
(N. del T.)

[16] ¡Prosigue la fuerte eidesis de la «muchacha del lirio», y ahora parece unirse a ella la idea de «ayuda», cuatro veces repetida en este párrafo!
(N. del T.)

[17] La nueva visión de Diágoras confirma las imágenes eidéticas previas: la «rapidez», la «cierva», la «muchacha del lirio» y la «petición de ayuda». Ahora se suma también la «advertencia de peligro». ¿Qué puede significar todo esto?
(N. del T.)

[18] Dictadura instaurada en Atenas, bajo supervisión de los espartanos, tras el fin de la guerra del Peloponeso. Estaba formada por treinta ciudadanos. Muchos atenienses perecieron por orden de este implacable gobierno hasta que una nueva rebelión permitió el regreso de la democracia.
(N. del T.)

[19] Esta tarde, durante un intervalo entre sus clases (enseña lengua griega a un grupo de treinta alumnos), he podido hablar con Helena. Me hallaba tan nervioso que pasé directamente a referirle mis hallazgos, sin preámbulos:

—En el tercer capítulo, además de la cierva, hay una nueva imagen: una muchacha con un lirio en la mano.

Abrió sus grandes ojos celestes.

—¿Qué?

Le mostré mi traducción.

—Aparece sobre todo en tres visiones de uno de los protagonistas, un filósofo platónico llamado Diágoras. Pero también el otro personaje principal, Heracles, la menciona. Se trata de una imagen eidética muy fuerte, Helena. Es una muchacha con un lirio que pide ayuda y advierte sobre la existencia de un peligro. Montalo cree que se trata de una metáfora poética, pero la eidesis está clara. El autor, incluso, llega a describirla: cabellos de oro y ojos azules como el mar, cuerpo esbelto, vestida de blanco… Su imagen está repartida en trozos por todo el capítulo… ¿Ves? Aquí se habla de sus cabellos… Aquí se señala su «esbelta figura vestida de blanco»…

—Un momento —me interrumpió Helena—: La «esbelta figura vestida de blanco» en este párrafo es la cordura. Se trata de una metáfora poética al estilo de…

—¡No! —reconozco que mi voz se elevó varios tonos más de lo que hubiese deseado. Helena me miró asombrada (qué pena me da recordarlo ahora)—. ¡No es una simple metáfora, es una imagen eidética!

—¿Cómo estás tan seguro?

Lo pensé por un momento. ¡Mi teoría me parecía tan cierta que había olvidado reunir razones para apoyarla!

—La palabra «lirio» está repetida hasta la saciedad —dije—, y el rostro de la muchacha…

—¿Qué rostro? Acabas de decir que el autor sólo habla de sus ojos y sus cabellos. ¿Te has imaginado el resto? —abrí la boca para replicar, pero de repente no supe qué decir—. ¿No crees que estás llevando la eidesis demasiado lejos? Elio nos lo advirtió, ¿recuerdas? Dijo que los libros eidéticos son traicioneros, y tenía razón. De repente empiezas a creer que todas sus imágenes significan algo por el mero hecho de hallarlas repetidas, lo cual es absurdo: Homero describe minuciosamente la forma de vestirse de muchos de los héroes de su
Ilíada
, pero eso no significa que esta obra sea, en eidesis, un tratado sobre el vestuario…

—Aquí —señalé mi traducción— se halla la imagen de una muchacha que pide ayuda, Helena, y que habla de un peligro… Léelo tú misma.

Lo hizo. Me mordí las uñas mientras aguardaba. Cuando terminó de leer, volvió a dirigirme su cruel mirada compasiva.

—Bien, yo no entiendo de literatura eidética tanto como tú, ya lo sabes, pero la única imagen oculta que logro ver en este capítulo es la de «rapidez», aludiendo al cuarto Trabajo de Heracles, la Cierva de Cerinia, que era un animal muy veloz. La «muchacha» y el «lirio» son claramente metáforas poéticas que…

—Helena…

—Déjame hablar. Son metáforas poéticas circunscritas a las «visiones» de Diágoras…

—Heracles también las menciona.

—¡Pero en relación con Diágoras! Mira… Heracles le dice… aquí está… que cuando piensa en él, se lo imagina como «una jovencita de cabellos de oro y alma de lirio blanco, muy hermosa pero muy crédula…». ¡Se refiere a Diágoras! El autor utiliza esas metáforas para describir el espíritu ingenuo y tierno del filósofo.

Yo no estaba convencido.

—¿Y por qué un «lirio» precisamente? —objeté—. ¿Por qué no cualquier otra flor?

—Confundes la eidesis con las redundancias —sonrió Helena—. A veces, los escritores repiten palabras en un mismo párrafo. En este caso, nuestro autor tenía en mente «lirio», y cada vez que pensaba en una flor escribía la misma palabra… ¿Por qué pones esa cara?

—Helena: estoy
seguro
de que la muchacha del lirio es una imagen eidética, pero no puedo demostrártelo… Y es horrible…

—¿Qué es horrible?

—Que tú opines lo contrario después de haber leído el
mismo
texto. Es horrible que las imágenes, las ideas que forman las palabras en los libros, sean tan frágiles… Yo
he visto
una cierva mientras leía, y
también he visto
una muchacha con un lirio en la mano que grita pidiendo ayuda… Tú ves la cierva pero no la muchacha. Si Elio leyera esto, quizá sólo el lirio le llamaría la atención… Otro lector cualquiera, ¿qué vería?… Y Montalo… ¿qué vio Montalo? Únicamente que el capítulo había sido escrito con descuido. Pero —golpeé los papeles durante un instante de increíble pérdida de autocontrol—
debe
existir una idea
final
que no dependa de nuestra opinión, ¿no crees? Las palabras…
tienen
que formar al final una idea
concreta
, exacta…

—Discutes como un enamorado.

—¿Qué?

—¿Te has enamorado de la muchacha del lirio? —los ojos de Helena chispeaban de burla—. Recuerda que ni siquiera es un personaje de la obra: es una idea que tú has recreado con tu traducción… —y, satisfecha de haberme hecho callar, se marchó a sus clases. Sólo se volvió una vez más para añadir—: Un consejo: no te obsesiones.

Ahora, de noche, en la tranquila comodidad de mi escritorio, pienso que Helena tiene razón: yo soy simplemente el
traductor
. Con toda seguridad, otro traductor elaboraría una versión diferente, con vocablos distintos, y evocaría, por tanto, otras imágenes. ¿Por qué no? Quizá mi afán por seguir el rastro de la «muchacha del lirio» me ha llevado a construirla con mis propias palabras, pues un traductor, en cierto modo, también es autor… o, más bien, una eidesis del autor —me hace gracia pensar así—: Siempre presente y siempre invisible.

Sí, quizá. Pero ¿por qué estoy tan seguro de que la muchacha del lirio es el
verdadero
mensaje oculto de este capítulo, y que su grito de ayuda y su advertencia de
peligro
son tan importantes? Sólo sabré la verdad si continúo traduciendo.

Por hoy, me atengo al consejo de Heracles Póntor, el Descifrador de Enigmas: «Relájate… Que la preocupación no te robe el dulce sueño».
(N. del T.)

[20] Una noche de descanso sienta de maravilla. Me he levantado comprendiendo mejor a Helena. Ahora, tras una nueva lectura del tercer capítulo, no veo tan claro que la «muchacha del lirio» sea una imagen eidética. Quizá mi propia imaginación de lector me haya traicionado. Comienzo la traducción del cuarto capítulo, de cuyo papiro afirma Montalo: «Maltratado, muy arrugado en algunos lugares —¿pisoteado por alguna bestia?—. Es un milagro que el texto haya llegado íntegro hasta nosotros». Como desconozco qué Trabajo se oculta aquí —pues el orden normal ha sido alterado—, tendré que ser muy cuidadoso con mi versión.
(N. del T.)

[21] La Acrópolis, donde se encontraban los grandes templos de Atenea, la principal diosa de la ciudad, se reservaba sobre todo para la Fiesta de las Panateneas, aunque sospecho que el paciente lector ya conoce este dato. Resultan llamativas las ideas de «violencia» y «torpeza»: probablemente representan las primeras imágenes eidéticas de este capítulo.
(N. del T.)

[22] ¿Qué está ocurriendo? ¡Pues que el autor lleva la eidesis hasta su máxima expresión! El absurdo estruendo en que se ha convertido la pelea de pancratistas sugiere el furioso ataque de algún enorme animal (lo que se corresponde con todas las imágenes de embestidas «violentas» o «impetuosas» que han ido apareciendo en el capítulo, así como con las referidas a «cuernos»): en mi opinión, se trata del
séptimo
Trabajo de Heracles, la captura del salvaje y enloquecido Toro de Creta.
(N. del T.)

[23] Me apresuro a explicarle al lector lo que está sucediendo: la eidesis ha cobrado vida propia, se ha transformado en la imagen que representa —en este caso, un toro enloquecido— y ahora embiste la puerta del vestuario donde se desarrolla el diálogo. Pero adviértase que la actividad de esta «bestia» es exclusivamente eidética, y, por tanto, los personajes no pueden percibirla, de igual forma que tampoco podrían percibir, por ejemplo, los adjetivos que ha empleado el autor para describir el gimnasio. No se trata de ningún suceso sobrenatural: es, simplemente, un recurso literario utilizado con el único propósito de llamar la atención sobre la imagen oculta en este capítulo —recordemos las «serpientes» del final del capítulo segundo—. Así pues, suplico al lector que no se sorprenda demasiado si el diálogo entre Diágoras y sus discípulos continúa como si tal cosa, indiferente a los poderosos ataques que sufre la habitación.
(N. del T.)

[24] Como hemos dicho, los acontecimientos eidéticos —la puerta destrozada, las embestidas salvajes— son exclusivamente literarios, y, por ende, sólo los percibe el lector. Montalo, sin embargo, reacciona como los personajes: no se entera de nada. «La sorprendente metáfora de la
bestia mugidora
», afirma, «que parece destrozar literalmente el realismo de la escena e interrumpe en varias ocasiones el mesurado diálogo entre Diágoras y sus discípulos (…), no parece tener otro objetivo que la sátira: una crítica mordaz, sin duda, de las salvajes luchas que los pancratistas practicaban en aquellos tiempos». ¡Sobran comentarios!
(N. del T.)

[25] La intensidad de la eidesis en este capítulo afecta por completo al lugar en que se desarrollan las escenas: la palestra ha quedado destrozada y «cubierta de escombros» por el paso de la «bestia» literaria, y el público que la abarrotaba parece haber desaparecido. Jamás había visto una catástrofe eidética de tal naturaleza en toda mi vida de traductor. Es evidente que al anónimo autor de
La caverna de las ideas
le interesa que las imágenes ocultas sobrenaden en la conciencia de sus lectores, sin importarle en ningún momento que el realismo de la trama se perjudique.
(N. del T.)

[26] Le gusta jugar, al autor, con sus lectores. ¡Aquí está, disimulada pero identificable, la prueba de que yo tenía tazón: la «muchacha del lirio» es otra importantísima imagen eidética de la obra! No sé lo que significa, pero aquí está (su presencia es inequívoca: véase la proximidad de la palabra «lirios» junto a la detallada descripción del gesto de esa «muchacha» pintada en un pedazo de vasija enterrado). El hallazgo me ha conmovido hasta las lágrimas, debo reconocerlo. He interrumpido la traducción y me he dirigido a casa de Elio. Le he comentado la posibilidad de acceder al manuscrito original de
La caverna
. Me ha aconsejado que hable con Héctor, el director de nuestras ediciones. Algo debió de notar en mis ojos, porque me preguntó qué era lo que me ocurría.

—Una muchacha pide ayuda en el texto —le dije.

—¿Y tú la vas a salvar? —fue su burlona réplica.
(N. del T.)

[27] He gozado traduciendo este pasaje, pues creo que tengo algo de ambos protagonistas. Y me pregunto: ¿puede llegar a descubrir la Verdad una persona como yo, a quien la Belleza le
importa
, y la Pasión, de vez en cuando, le
arrebata
, y al mismo tiempo procura que nada de cuanto sucede a su alrededor se le pase
desapercibido
?
(N. del T.)

[28] Por más que he buscado en mis libros, no he podido encontrar ningún indicio de esta supuesta religión. Sin duda se trata de una fantasía del autor.
(N. del T.)

[29] La traducción es literal, pero no comprendo muy bien a quién se refiere el autor con este inesperado salto gramatical a segunda persona.
(N. del T.)

[30] Realmente, no sé por qué me he puesto tan nervioso. En Homero, por ejemplo, se encuentran abundantes ejemplos de pasos inesperados a segunda persona. Esto debe de ser algo parecido. Pero lo cierto es que mientras traducía las invectivas de Crántor me sentía un poco tenso. He llegado a pensar que el «Traductor» puede ser una nueva palabra eidética. En tal caso, la imagen final de este capítulo sería más compleja de lo que yo había supuesto: las violentas embestidas de una «bestia invisible» —correspondientes al Toro de Creta—, la «muchacha del lirio» y, ahora, el «Traductor». Helena tiene razón: esta obra me tiene obsesionado. Mañana hablaré con Héctor.
(N del T.)

BOOK: La caverna de las ideas
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