Read La caverna de las ideas Online

Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La caverna de las ideas (35 page)

BOOK: La caverna de las ideas
8.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

[31] Cada vez estoy más preocupado. No sé por qué, ya que nunca me he sentido así con mi trabajo. Además, quizá todo sea imaginación mía. Narraré la breve charla que he mantenido esta mañana con Héctor, y el lector juzgará.


La caverna de las ideas
—asintió en cuanto mencioné la obra—. Sí, un texto griego clásico de autor anónimo que se remonta a la Atenas posterior a la guerra del Peloponeso. Yo fui quien le dije a Elio que la incluyera en nuestra colección de traducciones…

—Ya lo sé. Yo soy quien la traduzco —dije.

—¿Y en qué puedo ayudarte?

Se lo dije. Frunció el ceño y me hizo la misma pregunta que Elio: por qué me interesaba revisar el manuscrito original. Le expliqué que la obra era eidética y que Montalo no parecía haberlo percibido. Volvió a fruncir el ceño.

—Si Montalo no lo percibió, es que
no
es eidética —dijo—. Discúlpame, no quiero ser grosero, pero Montalo era un verdadero experto en la materia…

Reuní paciencia para decirle:

—La eidesis es muy fuerte, Héctor. Modifica el realismo de las escenas, incluso los diálogos y las opiniones de los personajes… Todo eso tiene que significar algo, ¿no? Quiero descubrir la clave que el autor ocultó en su texto, y necesito el original para asegurarme de que mi traducción es correcta… Elio está de acuerdo, y me ha aconsejado que hable contigo.

Cedió a mis ruegos por fin (Héctor es muy testarudo), pero me dio pocas esperanzas: el texto estaba en poder de Montalo, y, tras su fallecimiento, todos sus manuscritos habían pasado a pertenecer a otras bibliotecas. No, no tenía amigos íntimos ni familiares. Había vivido como un ermitaño en una solitaria casa en el campo.

—Precisamente —agregó— fue su deseo de alejarse de la civilización lo que le causó la muerte… ¿No te parece?

—¿Qué?

—Oh, pensé que lo sabías. ¿Elio no te dijo nada?

—Tan sólo que había fallecido —recordé entonces las palabras de Elio—: Y también que había sido «noticia en todas partes». Pero no entiendo por qué.

—Porque su muerte fue atroz —repuso Héctor.

Tragué saliva. Héctor prosiguió:

—Su cuerpo fue encontrado en el bosque cercano a la casa donde vivía. Estaba destrozado. Las autoridades dijeron que probablemente lo había atacado una manada de lobos…
(N. del T.)

[32] Anoche, antes de comenzar a traducir esto, tuve un sueño, pero en él no vi ningún corazón arrancado: soñé con el protagonista, con Heracles Póntor, y mi sueño consistió en observarle acostado en la cama, soñando. De repente Heracles se despertaba gritando como si hubiera sufrido una pesadilla. Entonces yo también me desperté y grité. Ahora, al comenzar mi traducción del quinto capítulo, la coincidencia con el texto me ha estremecido. Montalo dice del papiro: «Textura suave, muy fina, como si faltaran, en la confección final de la hoja, algunas capas de tallo, o como si el material, con el paso del tiempo, se hubiera vuelto frágil, poroso, débil como el ala de una mariposa o de un pequeño pájaro».
(N. del T.)

[33] La mía no me remuerde en absoluto, ya que ayer le conté a Helena la coincidencia que más me preocupa de todas. «Pero ¿cómo puedes tener tanta fantasía?», protestó. «¿Qué relación puede haber entre la muerte de Montalo y la de un personaje de un texto milenario? ¡Oh, por favor! ¿Te estás volviendo loco? Lo de Montalo es un hecho
real
, un accidente. Lo del personaje del libro que traduces es pura ficción. Quizá se trate de otro recurso eidético, un símbolo secreto, yo qué sé…» Como siempre, Helena tiene razón. Su abrumadora visión práctica de las cosas haría trizas las pesquisas más inteligentes de Heracles Póntor —que, por muy ficticio que sea, se está convirtiendo, día tras día, en mi héroe favorito, la única voz que le da sentido a todo este caos—, pero, qué quieres que te diga, asombrado lector: de repente me ha parecido muy importante averiguar más cosas sobre Montalo y su solitaria forma de vida. Ya le he escrito una carta a Arístides, uno de los académicos que más lo conocieron. No ha tardado en responderme: me recibirá en su casa. Y a veces me pregunto: ¿estoy tratando de imitar a Heracles Póntor con
mi propia
investigación?
(N. del T.)

[34] Esta invasión de mariposas blancas (absurda, pues no hay constancia histórica de que constituyeran una ofrenda para Atenea Niké) es más bien una invasión eidética: las ideas de «vuelo» y «alas» —presentes desde el comienzo del capítulo— alteran la realidad del relato. La imagen final, a mi modo de ver, es la del Trabajo de las Aves de Estinfalia, donde Hércules recibe la orden de ahuyentar a la miríada de pájaros que plagaban el lago Estinfalia, lo cual consigue provocando ruido con unos címbalos de bronce. Ahora bien, ¿ha notado el lector la presencia, hábilmente disimulada, de la «muchacha del lirio»? Por favor, lector, dímelo, ¿o es que acaso piensas que es imaginación mía? ¡Ahí están las «florecillas blancas» y las «muchachas» (las cariátides del Erecteion), pero también las palabras fundamentales: «ayuda» («sin necesidad de
ayuda
») y «peligro» («acosaron sin
peligro
»), íntimamente asociadas a esta imagen!
(N. del T.)

[35] Los pájaros, como las mariposas, también son eidéticos en este capítulo, y, por tanto, se transforman ahora en rayos de sol. Advierta el lector que el suceso no es milagroso ni mágico, sino tan literario como el cambio de métrica en un poema.
(N. del T.)

[36] La metamorfosis de pájaro en luz se opera aquí a la inversa. Para los lectores que se enfrentan por vez primera a un texto eidético estas frases pueden dar lugar a cierta confusión, pero, repito, no se trata de ningún prodigio sino de mera filología.
(N. del T.)

[37] La presencia de este pájaro no es, como el lector ya debe suponer, fortuita en modo alguno: por el contrario, refuerza —junto con las mariposas y los pájaros eidéticos del jardín— la imagen oculta de las Aves de Estinfalia. A ello contribuye la ostensible repetición de las palabras «picudo», «curvo» y «afilado», que resumen hábilmente el pico de estos animales.
(N. del T.)

[38] ¡Nuevo juego del astuto autor con sus lectores! Los personajes, ignorando la verdad —esto es, que son simples personajes de un texto que oculta una clave secreta—, se burlan de la presencia eidética del pájaro.
(N. del T.)

[39] Acabo de sentir un pequeño vértigo y he tenido que dejar de trabajar. No ha sido nada: simplemente una estúpida coincidencia. Se da el caso de que mi padre, ya fallecido, era escritor. No puedo describir la sensación que he experimentado mientras traducía las palabras de este personaje, Crántor, que fueron redactadas hace miles de años en un viejo papiro por un autor desconocido. «¡Habla de mí!», pensé durante un enloquecedor instante. Al llegar a la frase «Te miraban» —un nuevo salto a segunda persona, como el del capítulo previo—, me aparté del papel como si fuera a quemarme y tuve que dejar de traducir. Después he vuelto a leer lo que había escrito, lo he leído varias veces, hasta que, por fin, he notado que mi absurdo temor amainaba. Ahora puedo continuar.
(N. del T.)

[40] ¿¿Como a Montalo??
(N. del T.)

[41] Heracles no percibe que Crántor le ha arrancado los ojos al pájaro. Hay que colegir, por tanto, que esta brutal tortura se ha desarrollado sólo en el plano eidético, como los ataques de la «bestia» del capítulo previo o las serpientes enroscadas del final del capítulo segundo. Ahora bien: es la primera vez que
un
personaje de la obra realiza un acto de estas características, o sea, un acto
puramente
literario. Lo cual no deja de intrigarme, pues es norma que los actos literarios los ejecute sólo el autor, ya que los personajes deben intentar, en todo momento, que sus acciones imiten lo más posible a la realidad. Pero parece que al anónimo creador de Crántor le trae sin cuidado que su personaje no resulte creíble.
(N. del T.)

[42] ¿A qué ha venido este ensañamiento eidético con el pájaro, cuya presencia —no lo olvidemos— también es eidética? ¿Qué pretende comunicar el autor? Es una «advertencia», dice Crántor, pero ¿de quién a quién? Si Crántor forma parte del argumento, de acuerdo; pero si es tan sólo un portavoz del autor, la advertencia adopta un pavoroso aire de maldición: «Ten cuidado, traductor o lector, no desveles el
secreto
que contienen estas páginas… porque puede sucederte algo desagradable». ¿Quizá Montalo llegó a descubrirlo y…? ¡Qué absurdo! Esta obra fue escrita hace milenios. ¿Qué clase de amenaza perduraría tanto tiempo? Tengo la cabeza llena de pájaros (eidéticos). La respuesta debe de ser más sencilla: Crántor es otro personaje más, lo que ocurre es que está
mal hecho
. Crántor es un error del autor. Quizá ni siquiera tenga nada que ver con el tema principal.
(N. del T.)

[43] Sí, suplicio. ¿Nos encontramos ante un mensaje del autor dirigido a sus posibles traductores? ¿Cabe pensar que el secreto de
La caverna de las ideas
es de tal naturaleza que su anónimo creador ha querido curarse en salud, intentando desanimar a todo el que pretenda descifrarlo?
(N. del T.)

[44] Podrá parecer gracioso —y lo será, sin duda—, pero aquí, en mi casa, de noche, inclinado sobre los papeles, he dejado de traducir al llegar a estas palabras y he mirado hacia atrás, inquieto. Por supuesto, sólo hay oscuridad (suelo trabajar con una luz en el escritorio, y nada más). Debo atribuir mi conducta al misterioso hechizo de la literatura, que a estas horas de la noche llega a confundir las mentes, como diría Homero.
(N. del T.)

[45] «La mayor parte de este pasaje —que, sin duda, describía la fiesta de Menecmo y los adolescentes observada por Eumarco— se ha perdido. Las palabras fueron escritas con una tinta más soluble, y muchas de ellas se evaporaron con el paso del tiempo. Los espacios vacíos parecen ramas desnudas donde antes los pájaros de los vocablos se posaban», comenta Montalo sobre este corrupto fragmento. Y se pregunta a continuación: «¿Cómo reconstruirá cada lector su propia orgía con las palabras que quedan?».
(N. del T.)

[46] «Ojos» y «Vigilancia» son dos palabras muy repetidas en esta última parte, y se corresponden con los versos que el autor pone en boca del Coro: «Te vigilan». La eidesis de este capítulo, pues, es doble: por una parte continúan los Trabajos de Hércules con la imagen de las Aves de Estinfalia; por otra, se habla de un «Traductor» y de «ojos que vigilan». ¿Qué puede significar? ¿El «Traductor» debe «vigilar» algo? ¿Alguien «vigila» al «Traductor»? Arístides, el erudito amigo de Montalo, me recibirá mañana en su casa.
(N. del T.)

[47] Aquí concluye el capítulo quinto. He terminado de traducirlo después de mi conversación con el profesor Arístides. Arístides es un hombre bonachón y cordial, de amplios ademanes y sonrisa escueta. Como el personaje de Pónsica en este libro, más parece hablar con las manos que con el rostro, cuyas expresiones mantiene bajo una férrea disciplina. Quizá sean sus ojos… iba a decir «vigilantes»… (la eidesis se ha infiltrado también en mis pensamientos)… quizá sean sus ojos, digo, el único detalle móvil y humano en ese yermo de facciones regordetas y barbita negra y picuda al estilo oriental. Me recibió en el amplio salón de su casa. «Bienvenido», me dijo tras su breve sonrisa, y señaló una de las sillas que había frente a la mesa. Comencé por hablarle de la obra. Arístides no sabía de la existencia de ninguna
Caverna de las ideas
, de autor anónimo, escrita a finales de la guerra del Peloponeso. El tema también le llamó la atención. Pero zanjó ambas cuestiones con un ademán vago, dándome a entender que, si Montalo se había interesado por ella, eso significaba que la obra «valía la pena».

Cuando le mencioné la eidesis, adoptó una expresión más concentrada.

—Es curioso —dijo—, pero Montalo dedicó sus últimos años de vida a estudiar los textos eidéticos: tradujo una buena cantidad de ellos y elaboró la versión definitiva de varios originales. Yo diría, incluso, que llegó a obsesionarse con la eidesis. Y no es para menos: conozco compañeros que han empleado toda la vida en descubrir la clave final de una obra eidética. Te aseguro que pueden convertirse en el peor veneno que ofrece la literatura —se rascó una oreja—. No creas que exagero: yo mismo, al traducir algunas, no podía evitar soñar con las imágenes que iba desvelando. Y a veces te juegan malas pasadas. Recuerdo un tratado astronómico de Alceo de Quiridón donde se repetía, en todas sus variantes, la palabra «rojo» acompañada casi siempre por otras dos: «cabeza» y «mujer». Pues bien: comencé a soñar con una hermosa mujer pelirroja… Su rostro… incluso llegué a verlo… me atormentaba… —hizo una mueca—. Al fin supe, por otro texto que cayó en mis manos casualmente, que una antigua amante del autor había sido condenada a muerte en un juicio injusto: el pobre hombre había ocultado bajo eidesis la imagen de su decapitación. Podrás imaginarte qué terrible sorpresa me llevé… Aquel hermoso fantasma de pelo rojo… transformado de repente en una cabeza recién cortada manando sangre… —enarcó las cejas y me miró, como invitándome a compartir su desilusión—. Escribir es extraño, amigo mío: en mi opinión, la primera actividad más extraña y terrible que un hombre puede realizar —y añadió, regresando a su económica sonrisa—: Leer es la segunda.

—Pero hablando de Montalo…

—Sí, sí. Él fue mucho más lejos en su obsesión por la eidesis. Opinaba que los textos eidéticos podían constituir una prueba irrefutable de la Teoría de las Ideas de Platón. Supongo que la conoces…

—Naturalmente —repliqué—. Todo el mundo la conoce. Platón afirmaba que las ideas existen con independencia de nuestros pensamientos. Decía que eran entes reales, incluso mucho más reales que los seres y los objetos.

No pareció hallarse muy complacido con mi resumen de la obra platónica, pero su pequeña y regordeta cabeza se movió en un gesto de asentimiento.

BOOK: La caverna de las ideas
8.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Empire's End by Chris Bunch; Allan Cole
Unexpected Reality by Kaylee Ryan
Ladivine by Marie Ndiaye
Luthier's Apprentice, The by Mayra Calvani
The One I Love by Anna McPartlin
These Dreams of You by Steve Erickson
Flame Caller by Jon Messenger