La mirada de las furias (30 page)

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Authors: Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA, nº 93

BOOK: La mirada de las furias
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—¿Cómo ha conseguido…?

—Razonando, negociando… Es mi especialidad.

La preocupación que expresaban los ojos de Clara se convirtió en enojo.

—Me ha dado un susto terrible. Es la primera vez que me ocurre algo así en este lugar. ¿En qué asuntos anda metido?

—Nada especial, ya se lo comenté el otro día. Digamos que soy el caballo de carreras del Turco en su rivalidad con Sharige, y al parecer hay gente a la que eso no le hace mucha gracia. Todo ha quedado en unas cuantas bravatas. No se hubieran atrevido a boicotear la partida de mañana.

«
Pero eso precisamente era lo que intentaban
», reflexionó. Maldini debía sentirse muy seguro de sus apoyos para atreverse a contrariar tan abiertamente al Turco. Lo que resultaba extraño era que Sharige anduviese detrás. ¿Tanto miedo tenía de perder la partida?

—No debería usted mezclarse con ese tipo de gente.

—No se preocupe, sé cuidar de mí mismo.

—No me refería a eso. El Turco es un criminal. Tiene las espaldas cubiertas de sangre.

—¿Y quién no es un criminal aquí? Al fin y al cabo, éste es un mundo prisión. Venimos a saldar nuestra deuda con la sociedad humana, ¿no es así?

—No sea cínico. Yo no soy una criminal, y hay muchísima gente como yo. Pero empiezo a dudar de usted.

Éremos la miró fijamente a los ojos y estuvo a punto de decir: «
Puedo asegurarle que yo no soy un criminal.
» Pero sintió un repentino cansancio de tanta mentira y prefirió callar.

—¿Hay alguna manera de emplear mis habilidades en algo decente? —se evadió.

—Podría haber dado clases en la escuela, como le dije. No es dinero tan fácil, pero está más limpio.

—Creía que el dinero no huele.

—Sí, eso decía Vespasiano, pero él lo sacaba de cobrar por las letrinas. El olor de la mierda sigue siendo mejor que el de la sangre.

A Éremos le sorprendió tanta vehemencia. De la palidez, Clara había pasado a un delicioso arrebol, y los ojos le brillaban con pasión. Se quedó sin saber qué responder, una situación rara para él. Le salvó la llegada del camarero. Aún de mal humor, Clara pidió un plato de pasta vegetal y carne en salsa de hongos locales, y Éremos siguió su ejemplo. Cuando se quedaron solos, ella reanudó la invectiva.

—No consiste en lo que hace usted, sino en para quién lo hace —subrayó con tono duro. Éremos se la imaginó en clase, imponiéndose a los niños con una torva mirada—. Trabajar para gente como el Turco es una inmoralidad.

—No se trata de moral, sino de subsistencia. Este es un mundo difícil.

—Y lo seguirá siendo si todos vivimos al margen de la ética.

—¿Seguro que no es usted una marxista renovada?

Clara soltó una carcajada y su expresión se suavizó.

—No, no lo soy. Pero soy profesora, y de letras. Es difícil encontrar una combinación que dé gente tan idealista, o quizá tan estúpida. A veces yo misma lo pienso.

—Dígame una cosa: estando desterrada en un mundo como éste, ¿sigue creyendo en la ética? ¿Adónde recurrirá para encontrar el bien que le sirva de modelo? Créame, he pasado mucho tiempo meditando qué es la ética. ¿No es la ciencia que trata de las costumbres?

—No sólo eso. Decide cuáles son buenas y cules son malas.

—Sí, pero ¿en qué se basa para tal decisión? ¿Cuál es su fundamento? ¿Dios? Si existiera, sería una buena base, pero…

—… Usted no cree en él, claro.

—No. El fenómeno de la fe me es incomprensible porque… —Se detuvo y se llevó la mano a la boca. Había estado a punto de revelar algo sobre su propia naturaleza, y el bloqueo químico de la Honyc le había producido una embestida de náuseas—. Disculpe. Quería decir que, bueno, tiendo a tener mentalidad científica.

—¿Cree que sin Dios no se fundamenta la ética?

—Hay otras posibilidades, pero me temo que tan metafísicas como ésa o más. La idea del sumo Bien, que diría Platón. —Sonrió con tristeza—. Presuponer como hacía su maestro Sócrates que el conocimiento del bien equivale a la voluntad de hacerlo demuestra que era un optimista incorregible y que entendía poco la psicología humana. Me temo que en nuestra naturaleza no está inscrita otra ética que la del fuerte. Sólo los poderosos consiguen todo lo posible, y los débiles deben aceptarlo. ¿Recuerda lo que les dijeron los atenienses a los melios antes de devastar su isla? Que el superior gobierna al inferior, y que esa norma ya la habían encontrado en vigor y que en vigor la dejarían para el futuro. Que todos los que llegaran luego harían lo mismo… y así fue y será siempre.

«¿Qué contestaste a eso en la redacción que te mandé? Nunca llegué a saberlo»
, añadió mentalmente.

—Ya, el poderoso dicta las reglas y no es vergonzoso que el débil se incline ante ellas. ¿Prefiere usted ser de los fuertes, entonces?

«
Toda mi vida he estado inclinándome ante el fuerte
», pensó Éremos. El esclavo más valioso y especializado de la HoNYc, pero esclavo al fin y a la postre. Por supuesto que entendía la ética del poder, pero no por lo que creía Clara Villar.

—Véalo como quiera. No estoy defendiendo esa ética. No creo en las teorías normativas, sólo en las descriptivas. Las cosas son como son, nos gusten o no.

La copa de Clara estaba vacía. Los nervios del incidente y el calor de la discusión parecían haber avivado su sed. Éremos la llenó y pensó en algún tema de conversación alternativo, pero por alguna razón no quería abandonar aún el ruedo.

—¿No me habló usted de una organización llamada «Lisístrata»?

—Sí, lo recuerdo.

—¿Y no le parece que es una especie de mafia, tanto como pueda serlo la organización del Turco, o la de Maldini?

—No, no lo creo. Se limita a proteger a las mujeres. No quiero pensar en cómo se nos trataría aquí si no fuese por ella. Ya ha visto cómo esos matones me dejaron pasar.

—¿Por temor a Lisístrata?

—Supongo que sí. Se andan con cuidado. Lisístrata no puede evitar que ocurran cosas, pero siempre hay respuesta. No hace mucho que un matón del Turco apareció en un callejón, sin orejas y sin testículos. Había dado una paliza de muerte a una prostituta. Y no crea que el Turco dijo nada: cerró la boca y miró para otro lado.

—Edificante manera de imponer la ética.

—El procedimiento es un poco bárbaro, pero está justificado. Ya le he dicho que hay que defenderse.

—¿No sabe que la propia Mafia empezó como una organización defensiva? Todo aquello en lo que haya un gramo de poder se pervierte con el tiempo… o quizás es que simplemente descubre su verdadera naturaleza. El auténtico rostro del poder tiene las fauces envenenadas.

La copa de Clara volvía a estar vacía. Solidario, Éremos apuró la suya y llenó ambas. Mucho se temía que Clara, de seguir con aquel ritmo, acabara emborrachándose. Por un momento sus miradas se cruzaron en silencio, y Éremos capturó un chispazo fugaz en la de ella. Tal vez estaba bebiendo todo a propósito, buscando derribar las barreras inhibidoras para hacer algo que de verdad deseaba hacer.

La conversación derivó por otros derroteros, mientras venía el segundo plato y Clara seguía empeñada en acabar con la botella de vino. Fue así como Éremos se enteró de que ella había colaborado con un filólogo alemán llamado Grotte en el desciframiento del Lineal A, la misteriosa escritura cretense que había resistido durante siglos a los esfuerzos de los eruditos. La esfera de datos que le suministrara la Honyc no le había informado de aquella novedad, al parecer por no considerarla importante. Sin embargo, para Éremos tenía tanto o más interés que cualquier avance tecnológico o cambio social. Aunque hubiera querido que Clara le explicara en detalle cómo habían conseguido descifrar el Lineal, ella empezaba a estar un poco borracha y él no quería demostrar demasiados conocimientos. Pero empezó a mirar con mucho más respeto a la maestra.

De postre pidió un pastel de queso con una deliciosa miel local. Clara dijo que no tenía más hambre, pero luego sintió gula al ver el pastel y le pidió la cucharilla para compartirlo. Mientras le pasaba el cubierto y sus dedos se rozaban, Éremos tuvo la sensación de que estaba permitiendo un grado de intimidad mayor que al que habría llegado acostándose con ella. La mirada de Clara era cada vez más húmeda y peligrosa.

El camarero les trajo una botella de champán.

—Invitación de la casa.

—¿Y eso? —se extrañó Clara.

—Agradecimiento al señor —informó el camarero. Por lo impasible de sus rasgos y lo lacónico de su tono, Éremos se preguntó si habría nacido también en las redomas y matraces del doctor Puig—. Al dueño no le agrada que los matones de Maldini nos ahuyenten a la clientela.

Clara miró asombrada a Éremos, pero éste hizo un gesto sugiriendo que el camarero no sabía de lo que hablaba. Por suerte, a la primera copa de champán estaba ya tan achispada que ni se acordó de volver sobre la cuestión.

Cuando salieron, Éremos llevó a Clara hacia la izquierda para no pasar por el callejón por el que habían venido.

—Brrrr… —resopló Clara—. No sé si es que hace mucho frío esta noche o es que dentro hacía mucho calor.

Éremos, como se esperaba de él, rodeó el hombro de Clara con el brazo. Al hacerlo sintió una tibieza en el estómago que habría sido agradable de no haberle preocupado tanto. Caminaron acompasando sus pisadas.

—¿Adónde vamos?

—Usted tenía que madrugar mañana…

—Un día es un día. A veces pienso que llevo años durmiendo, así que hoy que me siento más despierta que nunca no me pienso marchar. ¿Por qué no vamos a Adagio?

Éremos miró al cielo buscando la conocida nube zodiacal, pero había nubes y ni siquiera se veía la brillante cola del cometa Wilamowitz. Clara no parecía la misma y eso le inquietaba, aunque aún peor era sentirse incapaz de prever sus propias reacciones. Las próximas horas eran una incógnita, y ya tenía demasiadas por resolver.

La música era tan lenta y arrastrada que Clara fluía entre sus dedos. Pese a lo que había bebido mantenía un lánguido control en sus movimientos. Su cintura palpitaba tibia en las manos de Éremos y su barbilla le rozaba el pecho buscando descanso en él. ¿Por qué no le sugería ya irse a la cama, como hubiese hecho Urania ya mucho antes? Con aquello sí sabía tratar.

Clara levantó la cabeza y acercó sus labios al oído de Éremos, con un susurro que le estremeció.

—Creo que me estoy enamorando de ti, Jonás Crimson.

Hubo un instante de pánico, pero enseguida sus mecanismos interiores restablecieron el equilibrio. Se separó de Clara con delicadeza y evitó su mirada.

—Perdone, pero tengo que ir al servicio un momento.

Bajó con cuidado las escaleras oscuras y resbaladizas y entró al baño, donde bebió agua aunque no tenía sed y se refrescó la cara aunque no tenía calor. Agachado sobre el lavabo, percibió algo con el rabillo del ojo, y al levantar la mirada vio que en el espejo, detrás de él, se reflejaba una figura femenina.

—Yo me he atrevido a entrar al servicio de hombres detrás de ti; ¿Es que tú no piensas atreverte a hacer nada?

Éremos se quedó mirándola, y de pronto sintió que era él quien estaba borracho y Clara quien había recobrado la sobriedad. Huyó de ella, y apenas fue consciente de nada hasta que llegó a su hotel y se encontró refugiado entre las sábanas.

Se concentró en dormirse y no tardó en conseguirlo, pero el calor de la voz de Clara le persiguió en sus sueños.

Urania llegó a su casa a las tres de la madrugada, lo cual para ella era recogerse temprano. Las luces fueron encendiéndose a media intensidad mientras recorría el pasillo y se iba librando a jirones del efímero vestido de aerosol que se había puesto esa noche, con la esperanza de volver a encontrarse al hombre que conocía como Crimson. Descalza y desnuda pasó ante el espejo de su habitación y se complació en la elegancia de su silueta reflejada a media luz. Era consciente de cada centímetro de su piel y sentía hasta el roce del aire al caminar como una caricia. Al sentarse en su cama la asaltó el recuerdo de los dedos de Crimson y fue tan vívido que sus pezones se erizaron. Para ahuyentarlo encendió un cigarro y preguntó al sistema de la casa si había llamadas o novedades. Frente a ella se materializó a tamaño de cíclope la cabeza de Silke, que había empezado a barbotar palabras antes de que sonara la señal.

—… dónde andas ni qué pasa con tu móvil. A ver si lo conectas alguna vez. Hoy he visto a una mujer que acaba de llegar a Radam y pregunta por ese hombre con el que andas ahora. No sé qué querrá de él, pero no me gustaría estar en su pellejo…

—¿De qué me estás hablando? —masculló irritada, como si la imagen grabada pudiera contestarle.

—Esa mujer parece una muñequita inofensiva, pero me agarró la mano y estuvo a punto de rompérmela. Tiene la fuerza de diez hombres. No sé quién la habrá mandado aquí, pero ni siquiera llegó a pasar por el teleférico. Yo creo que deben de haberla traído los tyrsenios, así que al parecer tienen mucho interés en tu Crimson. Ya te he dicho que ese tipo no es trigo limpio, y lo mejor que podrías hacer es no acercarte a él. Si tienes alguna idea de lo que está pasando, dínoslo, y ten cuidado si ves a esa preciosidad rubia: es muy peligrosa.

Terminado el mensaje, la proyección desapareció y el dormitorio quedó casi a oscuras.

—Parece que esa amiga tuya está un poco celosa del señor Crimson, ¿no es así?

Urania dio un respingo y miró a su izquierda, con las pulsaciones desbocadas. Había una mujer sentada en la silla donde solía dejar la ropa al acostarse, y aunque en la penumbra no distinguía bien su figura supo enseguida que era aquella contra la que le había prevenido Silke.

—¿Cómo has entrado aquí? Sal ahora mismo o…

—Chssss. No levantes la voz o la muñequita Amara te achicharrará con sábanas y todo. Tengo un arco de plasma en la mano y no hace falta ser muy precisa para acertar con un arma así, como ya sabrás. Porque tú lo has usado de vez en cuando, ¿no? Me he enterado de que eres asesina aficionada.

—No sé de qué me estás hablando. Si te quieres llevar algo de la casa, hazlo rpido y sal de aquí, y no diré nada. Si me haces algo, mañana toda Lisístrata estará detrás de tus talones y te arrepentirás de haber pisado Radam.

—Pretendo moverme bastante rpido en este planeta, así que no creo que les dé tiempo a hacerme nada. Por cierto, ni intentes sacar la pistola del cajón. Ya no est. Y ahora, quiero que me hables de ese Crimson al que te andas cepillando. ¿Dónde puedo encontrarlo?

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