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Authors: Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA, nº 93

La mirada de las furias (7 page)

BOOK: La mirada de las furias
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—Ignoraba que fuera usted un filántropo.

—No lo soy. Pero los riesgos de espiar a los Tritones superan lo razonable. Están siglos por delante de nosotros.

—No tendrá que espiar directamente a los Tritones. Y, por otra parte, el peligro ya existe sin necesidad de que nosotros intervengamos. —El viejo hizo una pausa significativa.

—¿Qué quiere decir?

Obedeciendo a una discreta señal de Honnenk, el proyector de holo se activó y a la izquierda de Éremos se materializó la imagen del genedir Newton. No era la primera vez que lo veía, pero su sentido de la estética sufrió tanto desagrado como siempre ante el enorme cráneo conectado a terminales, los ojos de cuencas vacías y el tronco esquelético y blancuzco como la panza de un pez muerto. Todo lo que el genedir Newton recibía del mundo exterior entraba en él merced a la red de ordenadores y genedires inferiores que controlaba. En realidad, de su cuerpo agusanado era prescindible todo excepto el cerebro, el tallo y la médula, pero los ingenieros que lo diseñaron habían juzgado más económica y viable su forma actual. Newton era una aberración prohibida por las leyes del GNU, pero en su escondrijo su existencia era conocida sólo por un puñado de personas.

La voz del genedir era más inhumana incluso que su aspecto. Había más modulación y personalidad en un simulador de voz que en su rasposa garganta y en la boca casi desprovista de labios.

—Asunto Radamantis —recitó, mientras la pantalla virtual proyectaba ante ellos la imagen del planeta, un mundo de hielo blanco que giraba alrededor de Hades, una mortecina gigante roja—. Situación: planeta Radamantis, a 557 años luz de la Tierra. Se trata de una colonia penal creada hace veinticuatro años por el GNU para aliviar la creciente presión en las instituciones carcelarias y orientada en cierto modo por el ejemplo de Australia en los siglos XVIII y XIX. Desde entonces se ha deportado a este mundo a todos aquellos criminales cuyos delitos superen el nivel 4.

(Honnenk asintió aprobador con un levísimo movimiento de su barbilla, y entrecerró los ojillos velados por la edad para apreciar mejor la imagen.)

Como descendiendo en una velocísima lanzadera, la simulación se precipitó en una de las inmensas grietas que surcaban la superficie helada del planeta. El movimiento era tan rápido que apenas se diferenciaban detalles, pero en las paredes del barranco Éremos entrevió inmensas terrazas en las que crecían ciudades y, en el fondo, un ardiente río de rojo magma.

—Prosigue, Newton.

—En este planeta se ha producido un incidente de suma gravedad para el GNU, pero que, según nuestros análisis, ofrece algunas posibilidades de inmensos beneficios para nosotros. Hemos interceptado una comunicación entre el comisionado para relaciones alienígenas y los Tritones. Al parecer, una nave de los Tritones se ha visto obligada a hacer un aterrizaje forzoso en Hades.

A su pesar, Éremos se removió en su asiento. Nunca un vehículo Tritónide había tomado tierra en un planeta humano. Como se había comentado en su conversación con la doctora Thorman, los Tritones ni siquiera permitían que ojos ajenos se posaran en sus naves. Aquél prometía ser un asunto realmente delicado.

—Mà tòn Día —juró en griego—. ¿Cómo han reaccionado los Tritones?

—Sólo ha existido una breve conversación, y ésa es la que ha sido interceptada —informó Newton, clavando en Éremos sus órbitas vacías—. Los Tritones han sido concisos, pero muy explícitos. Han dado al GNU trece días de plazo para devolver la nave y entregar a todos aquellos que la hayan visto. Ya han pasado dos.

—¿Y si no se cumple el plazo? ¿Cuántos planetas piensan convertir en agujeros negros?

—No han especificado el modo de destrucción, pero sí que ésta afectará a todos —explicó el genedir como si aquella información no fuese con él.

—Bien, ¿y se supone que debo ayudar al GNU a localizar ese vehículo? —preguntó Éremos, dirigiéndose al señor Honnenk. El anciano encendió otro cigarro, mientras dejaba que los restos del anterior, apenas la colilla, se consumieran en el cenicero. Después de aspirar con fruición la primera calada, miró a Éremos con una expresión todo lo pícara que podían permitir sus ojos velados y soltó una risita.

—¿Ayudar al GNU nosotros? Si alguna vez ocurre algo así, espero que el consejo de la Honyc decida hacerlo sobre mi cadáver. No, hijo, no: si le hemos hecho despertar es para que viaje al planeta, llegue hasta donde tengan escondida la nave y averigüe cómo esos malditos pescados logran volar a más velocidad que la luz. Sencillo, ¿no es así?

—En su planteamiento, tal vez. Me temo que la realización ya sea una cuestión algo más complicada. Supongo que habrán concretado algo más los detalles de mi misión…

Honnenk tomó un sorbo de coñac como si de verdad disfrutara con ello, dio una calada y tosió casi sin energías. Terminado el ritual, que le demoró casi un minuto, se dignó hacerle una señal con el dedo a Newton. El holograma volvió a hablar.

—Mañana mismo será usted deportado a Radamantis. Se le ha arreglado ya una nueva personalidad y un historial delictivo suficiente. Los detalles los recibirá en una esfera de datos.

—Bien. Una vez en el planeta, ¿con quién debo ponerme en contacto?

—No hay contacto ninguno —explicó el genedir—. Tendrá que actuar en solitario. En el espaciopuerto, que es la zona controlada por el GNU, hay algunas personas relacionadas con nosotros, pero no saben nada y, por tanto, no le serán de utilidad.

—¿Qué quiere decir, que el GNU controla el espaciopuerto? ¿En manos de quién está el resto del planeta?

—La colonia se ha convertido prácticamente en un mundo independiente, cuya única obligación con la Tierra y sus colonias es recibir a los deportados —prosiguió Newton—. Cuando los Tritones ofrecieron el catálogo de planetas a la humanidad, Radamantis fue elegido porque sus hielos eran muy ricos en tritio. Pero ahora que no es necesario para la fusión nuclear el interés del GNU en ese mundo es casi nulo. De modo que en Radamantis las autoridades gubernamentales no tienen apenas potestad. El GNU ni siquiera se habría enterado del aterrizaje de la nave Tritónide si no se le hubiera comunicado al comisionado Sikata. Existen autoridades fácticas en el planeta, y sospechamos que éstas tienen en su poder el vehículo.

—¿Autoridades fácticas? Ya: me imagino que los deportados habrán creado su propia organización. ¿Qué sabemos de esas autoridades?

(Más tarde, Paul Honnenk Sr. recordaría admirado la conversación entre aquellas dos inteligencias encaradas, mirándose con ojos que en el caso de Éremos parecían vacíos y en el de Newton lo estaban: hubiera parecido más humana la comunicación entre dos computadoras.)

—Prácticamente nada. Es un mundo cerrado para nosotros.

—¿Por qué?

—La compañía nunca se había interesado demasiado en Radamantis. Pero en los últimos tres años, diversos indicios hicieron suponer que podía haber en el planeta algo más. La Tyrsenus sí que se ha interesado activamente en él, y no pensamos que tal atención sea altruista.

Éremos asintió. La Tyrsenus, enemiga mortal de la Honyc y, por más que ésta se negara a reconocerlo, la más poderosa de todas las compañías. Así había sido antes y así seguía siéndolo ahora. La única de las corporaciones que en ocasiones jugaba al mismo juego que el GNU, si de ello podía obtener provecho, y la más favorecida por la organización gubernamental.

—¿Hasta qué punto se ha interesado en Radamantis?

—Tenemos la sospecha, bastante fundada, de que el grado de control de la Tyrsenus en Radamantis es muy alto.

—O sea, que ese planeta es su feudo.

—No creemos que llegue a tanto, pero podría ser una manera de expresarlo.

Aquello era meterse en la boca del lobo: sin contactos, sin datos sobre los poderes del planeta, sabiendo tan sólo que sus enemigos tendrían los contactos, los datos y el control de los que él carecía.

Y, para colmo, andaban por medio los Tritones.

—Los Tritones tienen poder suficiente para destruir cien veces el planeta entero. ¿Por qué no lo han hecho ya, en vez de reclamar la nave?

—Lo ignoramos —reconoció Newton.

Interesante, se dijo Éremos. Normalmente el poder no amenaza, sino que actúa cuando está en su mano. ¿Acaso los Tritones no podían destruir Radamantis precisamente por lo que había en él? Pero tal vez fuera arriesgado aplicar las reglas del poder humano a una psicología alienígena.

—Comprenderá, profesor Éremos —intervino Honnenk—, que la ocasión de estudiar una nave extraterrestre y comprender tal vez cómo consigue superar la velocidad de la luz es única. Es evidente que quien desentrañe ese secreto adquirirá un enorme poder. Sería muy peligroso que lo detentaran los delincuentes e inadaptados de Radamantis. Y más aún si el secreto cae en manos de la Tyrsenus. Los días de nuestra compañía estarían contados.

—Si hacemos algún movimiento equivocado, tal vez estén contados los días de toda la humanidad. ¿No le asusta pensar lo que podrían hacer los Tritones si alguien intentara despojarlos de su monopolio?

Esta vez respondió Newton, ya fuera por propia iniciativa u obedeciendo a una señal desapercibida para Éremos.

—Nuestro departamento científico tiende a pensar que el verdadero poder de los Tritones reside en su habilidad para realizar el viaje interestelar, de modo que si la compañía poseyera esa misma habilidad…

—… poseería ese mismo poder —completó Éremos—. Pero me temo que no instantáneamente, así que aun en caso de…

—En cualquier caso, profesor Éremos —le interrumpió Honnenk—, el plan maestro ya está dictado. Hará usted lo que se le pide.

—Siempre ha sido así, señor Honnenk. Me limito a expresar posibles y razonables objeciones.

Honnenk apagó su cigarro, plantó ambas manos sobre la mesa y adelantó la cabeza para contestar con toda la pasión que se podía permitir:

—Mi divisa ha sido «siempre adelante», y para avanzar muchas veces hay que saltar por encima de lo razonable. No niego su inteligencia, puesto que nosotros mismos la hemos creado. Pero la experiencia de mis años me da otra perspectiva, y, en contra de la opinión común sobre lo timoratos que somos los ancianos, debo decirle que sin audacia esta compañía no hubiese llegado a nada. Esta vez no le pedimos que actúe como un vulgar asesino o ladrón de planos: ¡se encuentra usted ante la misión más importante de su vida!

Éremos aguantó un instante la mirada del anciano y después, sabiendo que si la sostenía unos segundos más le haría sentirse incómodo, la apartó como buen subordinado. Era curioso que Honnenk, después de recordarle que lo habían diseñado sin emociones, intentara motivarlo mediante la ambición. Sin embargo, no podía negar que se sentía interesado, y que la leve corriente que fluía por sus miembros debía ser lo que los demás humanos conocían por «emoción». Hubiera o no poder de por medio, la posibilidad de conocimiento que se le brindaba era apasionante. Aunque jugaban con fuego, eso no les detendría ni a él ni a Honnenk: al anciano porque, viviendo ya de prestado, poco le importaba, en pos de su último logro, arriesgar su existencia junto con la de toda la humanidad; al propio Éremos, porque era un esclavo y no podía actuar de otra manera. Nunca lo había hecho.

—Haré todo lo que esté en mi mano, señor Honnenk.

—Muy bien. La doctora Thorman le acompañará a sus alojamientos.

«Ahora en mi habitación, por Venus.»

—¿Ella no sabe nada?

—No. No debe usted comentar nada con nadie, aunque es innecesario que diga esto. Conozco bien su discreción.

Honnenk volvió a retreparse en su asiento mientras la imagen de Newton se desvanecía. Éremos lo interpretó como una despedida y se puso en pie.

—Confiamos en usted, Éremos. Es nuestro hombre más valioso.

Sobra lo de «hombre»
, se dijo Éremos mientras salía del despacho.

21 de Noviembre

Éremos se incorporó en el lecho al escuchar cómo aporreaban la puerta de la habitación. A su lado, Karen Thorman se frotaba los ojos con una mano mientras la otra, en un tardío arrebato de pudor, trataba de ocultar los opulentos pechos.

—¿Quién es?

No hubo respuesta. La puerta se deslizó sobre sus rieles y tres hombres y una mujer con uniformes de seguridad entraron en la habitación. Uno de ellos le encañonaba con un fusil capaz de partir a un paquidermo por la mitad. Éremos se levantó despacio, con las manos en alto y agradeciendo, por decoro propio, haberse puesto los pantalones del pijama antes de quedarse dormido.

—Me gustaría saber qué pasa. Han entrado aquí sin…

—Queda usted detenido, ciudadano Jonás Crimson —le dijo uno de los guardias, que llevaba galones de sargento.

—¿Jonás qué…? —«
Vaya nombre
», se dijo—. Quiero decir, ¿de qué se me acusa? —se apresuró a añadir al recordar lo sucedido el día anterior. La doctora Thorman, cubierta hasta la barbilla como si la sábana pudiera parapetarle tanto de las miradas como del arma, miraba aturdida de Éremos a los guardias y de los guardias a Éremos.

—No me venga con sandeces —le espetó el sargento—. Usted es convicto por asesinar a su esposa en la Tierra. Se fugó después de la sentencia. Ahora cumplir de una vez su condena.

Gracias por la información, pensó Éremos, y por la naturalidad con que se la había ofrecido. Aquel sargento no ganaría ningún premio de interpretación dramática, pero la única mujer del público estaba demasiado soñolienta para apreciar los matices de la actuación.

—¿Mi condena? —musitó Éremos con un tono que esperaba denotase moderada incredulidad.

—Deportación indefinida a la colonia penal de Radamantis. Acompáñenos y no nos obligue a utilizar la fuerza.

Éremos se preguntó qué ocurriría de negarse a obedecer. Descubrió que no tenía inconveniente en reprimir su curiosidad.

—Iré con ustedes, pero permítanme antes que me vista. —Éremos se puso el traje del día anterior, observado por la mirada desenfocada de la doctora Thorman. La mujer de seguridad le esposó. El sargento le ordenó que saliera por delante de ellos, añadiendo las consabidas advertencias sobre lo que sucedería si intentaba huir. Éremos abandonó la habitación, no sin antes dedicar una cortés inclinación de cabeza a Karen Thorman. Era una mujer notable por muchas razones. Se preguntó si haría a menudo tanto gasto de energía como el de la noche anterior; con los excedentes podría surtir de fluido a un par de viviendas.

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