La palabra de fuego (12 page)

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Authors: Fréderic Lenoir y Violette Cabesos

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: La palabra de fuego
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—Exacto —asintió Johanna sonriendo.

—No es mi especialidad, pero yo diría que pertenece a la época carolingia… ¿Es así?

—Ahí está precisamente el quid de la cuestión. El asunto es complejo…

—Ah. Bueno, sea como sea, María Magdalena es un personaje atrayente. En tu opinión, ¿cuál de las tres está representada en esta escultura?

—Todas, creo yo —dijo la medievalista—, puesto que desde Gregorio Magno, a fines del siglo VI, la Iglesia católica romana opera una fusión entre los tres personajes. Evoca a la vez a María de Magdala, la mujer a la que Jesús liberó de siete demonios y que lue la primera en dar testimonio de la resurrección de Cristo; a María de Betania, la hermana de Lázaro y de Marta, que ungió a Jesús con una esencia de nardo muy costosa, lo que provocó la indignación de los discípulos; y por último a una pecadora anónima que menciona Lucas, tal vez una prostituta, que vierte también un frasco de perfume sobre los pies de Jesús y se los seca con los cabellos… De ahí la abundante cabellera que siempre se le supone a María Magdalena y las numerosas representaciones de la Magdalena «mirófora», es decir, portadora de una vasija de perfume. A veces, esta escultura me recuerda también a una cuarta persona —añadió, pensativa.

—¿A quién?

—No estoy muy segura —respondió, sonrojándose—. Es algo impreciso…, una representación más personal, como el recuerdo ile alguien a quien hubiera conocido y posteriormente olvidado… Es una tontería, me da vergüenza hablarte de esto.

—¿Por qué? —protestó él—. ¡No es ninguna locura, en la medida en que María Magdalena es un arquetipo! Es la antigua ramera convertida en santa, la amante divina, la heredera de Eva, el opuesto perfecto de la Virgen María, la diosa madre que nunca conoció la carne… ¡María Magdalena es tan «humana», hasta en sus extremos de desenfreno voluptuoso y después de gracia, de fidelidad y de abandono! Simboliza lo que nosotros somos, pobres pecadores en busca de absoluto y perfección; hace aquello a lo que nosotros aspiramos: apartarse de la deshonra, transformar el amor terrenal en ideal inmanente, puro y no obstante sensual…, ¡el éxtasis del alma y del cuerpo, la pasión infinita y sin mancha!

Johanna observó los ojos casi blancos de Tom, que titilaban como dos haces en el halo de la lamparilla.

—No, yo ya no busco eso —dijo en voz baja—. Esas pasiones conducen al eremitismo contemplativo o al incendio. Yo ya no tengo ganas de vivir en el fondo de una gruta, y ya he tenido mi parte de llamas y quemaduras…

—¡Quizá es a la antigua Johanna a quien te recuerda esta efigie, a la de antes del accidente! Yo no te conocía en esa época, pero, si uno se fija bien, se parece a las fotos tuyas que he visto en casa de Florence y Matthieu, llevabas el pelo largo y…

—Déjate de bromas, Tom. Ven, bajemos. Me muero de hambre.

—Perdona si te he ofendido.

—No, en absoluto.

Johanna sirvió el vino que quedaba en la botella en el vaso de Tom y abrió otra. Ahora que Romane dormía profundamente, su curiosidad por los sucesos de Pompeya ya no podía esperar.

—Tom, ine…

—De todas formas, es extraño —la cortó el neozelandés, que empezaba a sentir una ligera embriaguez—. Quieres huir de tu pasado. Muy bien. ¡Pero el pasado te persigue! Flo me ha contado que la abadía de Vézelay estaba íntimamente unida a Cluny, e incluso a Mont-Saint-Michael.

Johanna dejó el vaso que acababa de llevarse a los labios y suspiró.

—Con el Monte, la relación se limitaba a las oraciones, en el siglo XII. En cuanto a Cluny, era más… política. No paró hasta que sometió a Vézelay a su hegemonía… Lo consiguió en 1096: Vézelay se convirtió en una cabeza de puente de Cluny hasta 1162. Los cuatro padres abades de Vézelay que construyeron la abadía romana eran antiguos monjes de Cluny. Una de sus obras, el gran tímpano del nártex, es un puro esplendor, ya verás.

Mientras pronunciaba estas palabras, su mente se dirigió hacia un ser vestido con un sayal negro, en el que pensaba cada vez que contemplaba los elementos románicos de Vézelay. Ese hombre había vivido en Mont-Saint-Michael y en Cluny, pero sin duda no había estado nunca allí. Aun así, ella tenía la impresión de respirar su sombra en la sombra de la cripta, de reconocer sus planos en las proporciones de la iglesia y de sentir su mirada gris posada sobre ella cuando escrutaba, en la nave, el capitel que representaba la lucha de Jacob contra el ángel. El grato espejismo quizá había contribuido a reavivar su amor por las piedras. Ese monje benedictino de la Edad Media la había habitado desde la infancia. En su honor, le había puesto a su hija el nombre de Romane. —En cualquier caso, me alegro de verte de nuevo feliz ejerciendo tu profesión —constató Tom.

El trabajo, las piedras, los muertos… Era el momento oportuno. Mientras encendía el gas bajo la cazuela, Johanna se disponía a interrogar a Tom cuando este se le adelantó:

—¿Qué delicia has preparado?

—En materia culinaria no he cambiado, sigo siendo una pésima cocinera, así que he descongelado una de las obras de Luca. Conejo con tocino, ajo y romero…

—Mmm… ¿Cómo está Luca?

—Bien. De gira por Escandinavia. Espero que no se esté congelando.

—Solo lo he visto una vez, pero me gustó. Además, esa relación te sienta bien.

—Es verdad —reconoció Johanna removiendo el guiso con una cuchara de madera—. Francamente, Luca me sorprendió… Censaba que no volvería a querer estar con un hombre en toda mi vida…, que ya no podría soportar un vínculo amoroso…, pero la vida decidió otra cosa…

—¿Cómo os conocisteis?

Johanna miró, frente a ella, un cuadrito que representaba un paisaje de verano.

—Fue en la fiesta de la música, hace ahora… un año y… cuatro meses. En Fontainebleau. Yo estaba con mis padres y mi hija. Él tocaba en el patio del castillo. Las
Suites para violonchelo solo
de Benjamin Britten. Nos miramos. Al día siguiente, me lo encontré en la librería del recinto y me abordó. El encanto italiano hizo el resto. Y aquí estamos… No es muy original…

—¿Ningún problema con sus hijos?

—¡Oh, no! ¡Son encantadores! Además, no los veo muy a menudo. Su ex mujer, que vive en Roma, tiene la custodia. Luca solo se los lleva algunos fines de semana y durante las vacaciones escolares, cuando su trabajo se lo permite. En esas ocasiones, suele alquilar una casa en el campo y vamos los cinco. Yo los quiero mucho; con diez y ocho años, todavía son obedientes. ¡Y Romane los adora! Paolo y Silvia no hablan francés, pero aun así se entienden, se pasan el tiempo jugando… Todo sería perfecto si el violonchelo no acaparara tanto a Luca… Su mujer pidió el divorcio a causa de su trabajo… No estaba nunca en casa…

Tom observó a su amiga: tenía razón cuando decía que había cambiado. La mujer que tenía delante de él era diferente de la que había visto en un álbum de Florence que databa del período de Mont-Saint-Michael: en las fotos, Johanna estaba un tanto delgada; tenía un aspecto masculino pese a sus largos cabellos; los ojos, desprovistos de toda clase de maquillaje, despedían una fuerza y una determinación tan atrayentes como imponentes. La Johanna actual había intentado disimular sus pequeñas redondeces con un vestido amplio y largo, atado en la cintura, que no ocultaba nada de su feminidad nueva. Cortados en una melena recta y cuidada, y probablemente teñidos para ocultar algunas hebras blancas, sus cabellos castaño oscuro formaban dos ondas sobre sus mejillas salpicadas de pecas. Ligeramente maquillados, sus ojos claros habían perdido su brillo inquietante. Una pizca melancólicos, parecían esperar algo o a alguien, sin vehemencia pero con una ligera ansiedad que a Tom no le pasó inadvertida.

—Dime… —intentó de nuevo Johanna.

—¿Y François? ¿Ya no te acosa? —la cortó él.

¡Decididamente, cualquiera diría que el arqueólogo había ido para interrogarla sobre su vida sentimental!

—No, aunque sin duda me considera responsable de su «caída» tras los sucesos de Mont-Saint-Michael. Según las últimas noticias, ha pedido el traslado al sur como director de un oscuro museo, en espera de la jubilación. No soportó haber sido apartado del Ministerio de Cultura y enviado a Guadalupe con un traslado forzoso… Y siempre ha creído que su mujer lo había dejado por mi culpa… ¡Imagínate, cuando salí del coma, sin poder moverme de la cama del hospital y embarazada de dos meses, tenía otras cosas en que pensar que sus problemas conyugales! En fin, ahora es un asunto acabado…, me ha dejado en paz.

—¿No pensó que era el padre de la criatura?

Johanna dejó despacio la cuchara y apagó el fuego. Un dolor agudo le oprimió las costillas.

—Sí. Fue por eso por lo que me importunó tanto tiempo. Estaba convencido de que Romane era hija suya. Por más que yo le decía que no, quería reconocerla, criarla, incluso sin mí…

—¿Romane sabe la verdad?

—En parte. Cuando nació, para protegerla, me pareció preferible declararla de padre desconocido. Ahora me pregunto si no me equivoqué. Le he hablado de Simon, le he explicado que nos .unamos con locura y que él murió antes de que ella naciera.

—¿No le has contado cómo murió?

—No. Es demasiado pequeña. Y la historia es demasiado horrible. Quizá más adelante.

Tom se acercó lentamente a su amiga, cogió la pesada cazuela de hierro y la llevó a la mesa. Al borde de las lágrimas, Johanna lo siguió y se sentó frente a él.

—Precisamente por eso, porque tuviste que enfrentarte a la muerte violenta…, al… homicidio —dijo por fin Tom—, tenía interés en verte. Solo tú puedes comprender lo que vivo desde… desde los hechos.

Johanna, en silencio, levantó los ojos hacia el arqueólogo. Por fin iba a hablar.

—Ya sabes que, como director de las excavaciones y, por lo unto, «jefe» de la víctima, me llamaron a mí para identificar el cuerpo… Era como en una pesadilla: los carabineros por todas partes, las luces, los girofaros, los arqueólogos espantados de los otros equipos, el cadáver tendido sobre el lecho de piedra con la cabeza partida… Tardé varios minutos en darme cuenta de que era James…, un norteamericano muy competente, hacía solo tres meses que había llegado… ¿Qué fue a hacer al lupanar en plena noche? Tenía ganas de vomitar, no podía, no… Y aquellos dos allí, la prostituta gorda y su cliente que habían encontrado a James… Ella temblaba, lloraba, gritaba, una verdadera histérica, y él, frío y flaco como un esqueleto… Y los policías haciéndome sin parar preguntas que no entendía en absoluto… Las palabras no tenían ningún sentido…

—Comprendo.

—Pero lo peor de todo fue cuando el tipo alto y flaco, el cliente, farfulló algo sobre la inscripción.

—¿Qué inscripción? —preguntó Johanna, cuya mirada brillante había perdido todo rastro de tristeza.

—Encima del pobre cráneo de James, en la pared, habían escrito con tiza: «Giovanni, 8, 1—11».

—«Juan, 8,1—11» —tradujo Johanna, pensativa—. ¡Pues claro! Espera un momento. Vuelvo enseguida.

Se levantó de un salto y fue a buscar algo al piso de arriba. Cuando regresó, Tom miraba con asco una forma negra posada sobre la mesa. El gato Hildeberto estaba plácidamente sentado sobre el mantel de rayas. Meneando la cola, escrutaba el regalo que acababa de hacerle a Tom: en el plato del arqueólogo, un pájaro moribundo se debatía débilmente.

—¡Hildeberto! Tom, te juro que nunca había hecho una cosa semejante. ¡Decididamente, el comportamiento de este gato es un misterio!

Johanna se apoderó rápidamente del plato y retiró el pequeño cuerpo. Expulsó al felino a la noche y volvió hacia su amigo con un grueso libro. A continuación le sirvió a Tom una copa de vino, se sentó y leyó.

—Lo siento, Tom. Bien, Evangelio según san Juan. Capítulo 8, versículos 1 a 11. Es el famoso episodio de la mujer adúltera… Jesús está delante del Templo, los fariseos le llevan a una mujer sorprendida en flagrante delito de adulterio y le preguntan si, tal como prescribe la Ley judía, condena a la culpable a la lapidación. En lugar de responder, Jesús se inclina y escribe algo en el suelo con el dedo. Los hombres insisten y Jesús pronuncia el famoso: «El que de vosotros esté libre de pecado arrójele la primera piedra», después escribe de nuevo algo en el suelo. Entonces los fariseos se van, él se queda solo con la mujer y le concede el perdón.

Tom había vaciado su copa de un trago y recuperado el color.

—Exacto —dijo—. Esa es la referencia bíblica que el asesino escribió en la pared. Nuestro único indicio… Se sabe que James fue golpeado con un instrumento contundente, probablemente una piedra, y que el golpe fue asestado con una gran fuerza, pollo que se piensa que el asesino es un hombre. Pero no se ha encontrado el arma del crimen. Esa inscripción es la única pista… Según tú, ¿qué significa?

Johanna le sirvió otra vez a su amigo y terminó la botella de vino en su propia copa. Ya se habían bebido dos botellas de Vézelay sin haber cenado. El conejo se enfriaba en la cazuela y los arqueólogos sentían ahora una embriaguez discursiva, la que mantiene el miedo a distancia, pero multiplica la propensión a arreglar el mundo.

—Qué raro —murmuró Johanna—, la mano del criminal anota en la pared el pasaje del Evangelio en el que Jesús escribe con el dedo en el suelo… Sí, eso es, ¡tengo una idea! —exclamó, con las mejillas enrojecidas por el vino blanco o por su descubrimiento—. ¡Es un símbolo, una metáfora! Como sabes, ese pasaje de san Juan es el único en todos los Evangelios en que se habla de Jesús escribiendo. Sabes también, por supuesto, que el mensaje de Cristo fue transmitido oralmente por los apóstoles y posteriormente transcrito por los evangelistas, pero que no tenemos nada de la mano misma de Jesucristo. Ahora bien, Juan, el único apóstol que ha firmado un Evangelio, no contó lo que el Señor había escrito aquel día en la arena; luego esas palabras, las únicas escritas por Jesús, no han llegado hasta nosotros. Ahora supón, Tom…, supón que tus excavaciones tienen alguna relación con esas frases perdidas… Si donde estáis trabajando se escondiera el mensaje de Jesús, o la clave para acceder al mensaje… ¿Te das cuenta qué hallazgo sería? Las únicas palabras escritas por Jesucristo… Eso revolucionaría toda la cristiandad… ¿Qué digo la cristiandad?… ¡El mundo entero! Alguien ha asesinado a tu arqueólogo para hacer que detengan las excavaciones e impedir que las encontréis. El mensaje en la piedra es a la vez la clave y una advertencia…

Tom meneaba la cabeza sonriendo.

—¡Johanna, tú deliras! ¡Eso es absurdo, totalmente absurdo! Perdona, pero proyectas en mí lo que viviste en Mont-Saint-Michael… Es normal, pero en este caso la situación es completamente distinta. Piensa un poco: ¿qué relación hay entre Jesús y Pompeya? ¿Entre el suelo del atrio del Templo de Jerusalén y las paredes del lupanar de una ciudad reservada a los dioses y diosas antiguos, romanos y orientales?

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