—Veréis, señor —explicaba Gwendolyn en aquellos momentos, acariciándose pensativamente el enjoyado lóbulo de la oreja con los pétalos del tulipán—, Simkin y mi padre, lord Samuels, el Maestre del Gremio... ¿Lo conocéis?
Sí, el
Kan-Hanar
conocía a su condecorado padre y así lo indicó con una inclinación de cabeza.
Gwen sonrió con dulzura.
—Simkin y mi padre son amigos desde hace mucho tiempo —aquello hubiera resultado toda una novedad para lord Samuels— y por lo tanto cuando Simkin y su... su... —hizo una pausa— com... compañía de... —otra pausa— jóvenes actores le dieron a conocer su intención de... de... actuar en Merilon, mi padre los invitó a alojarse en nuestra casa.
El
Kan-Hanar
pareció dudar todavía, pero no de la historia de la joven. Simkin era bien conocido y querido en Merilon. A menudo se alojaba en las mejores casas; en realidad, lo sorprendente era que consintiera en alojarse en la relativamente humilde vivienda de un Maestre del Gremio. Lord Samuels y su familia gozaban de una buena reputación, durante varias generaciones habían habitado en Merilon, prácticamente desde su fundación, sin que el más mínimo rumor de escándalo hubiera estado ligado a su nombre. El
Kan-Hanar
estaba en realidad pensando cómo hacer frente a aquella situación tan molesta sin trastornar a lord Samuels o a su deliciosa hija.
—La verdad es que —empezó a decir de mala gana el
Kan-Hanar
, consciente de que aquellos azules e inocentes ojos estaban clavados en él— Simkin está bajo arresto...
—¡No! —exclamó Gwen, horrorizada y sorprendida.
—Bueno —se corrigió el
Kan-Hanar
—, estaría bajo arresto si estuviera aquí. Pero escap... Quiero decir, marchó de forma bastante repentina...
—Estoy segura de que debe de haber algún error —dijo la muchacha, agitando, indignada, sus dorados rizos—. Sin duda, Simkin podrá explicarlo todo.
—Estoy seguro —murmuró el
Kan-Hanar
.
—Entretanto —continuó Gwen, dando un paso hacia el hombre y poniendo una mano con suavidad sobre uno de sus brazos, a modo de súplica—, papá está esperando a estos caballeros, sobre todo al Padre Dungstable...
—Dunstable —la corrigió el catalista débilmente.
—... Un antiguo amigo de nuestra familia, al que no veíamos desde hace muchos años. De hecho... —Gwendolyn se volvió para mirar al catalista—, yo era una niña cuando me visteis por última vez, ¿no es así, Padre? Apostaría a que no me reconocisteis.
—Eso..., eso es verdad —tartamudeó Saryon—. No lo hice.
Se daba cuenta de que la muchacha disfrutaba con la osadía que requería aquella empresa, sin que se imaginara siquiera el peligro que estaba corriendo. La joven se volvió hacia el
Kan-Hanar
con una sonrisa. Saryon, cuyo corazón le latía aterrorizado, miró al otro lado de la puerta y vio a los dos
Duuk-tsarith
conferenciando en voz muy baja entre ellos cerca de la Puerta, casi tocándose con las negras capuchas.
—El catalista y estos caballeros —explicó Gwen, lanzando una mirada en apariencia indiferente tanto a Mosiah como a Joram— están helados, mojados y cansados del viaje. Estoy segura de que no habrá nada malo en llevarlos a mi casa. Después de todo, sabréis dónde encontrarlos, si fuera necesario.
Aquello le pareció una buena idea al
Kan-Hanar
. Dirigiendo la mirada a través de la Puerta, la posó en los
Duuk-tsarith
; la apartó luego de los Señores de la Guerra para posarla en la hilera de personas que esperaban que se les concediera permiso para entrar en la ciudad. Era el momento del día en el que tenían más trabajo. La fila era cada vez más larga, la gente empezaba a impacientarse y su compañero parecía exhausto.
—Muy bien —replicó el
Kan-Hanar
de repente—; os concederé pases para la Ciudad Superior, pero son pases restringidos. Estos caballeros —miró con expresión hosca a Mosiah y a Joram— sólo podrán salir de la casa en compañía de vuestro padre.
—¿O de cualquier otro miembro de la familia? —preguntó Gwen con dulzura.
—O de cualquier otro miembro de la familia —musitó el
Kan-Hanar
, anotando apresuradamente aquellas condiciones en los rollos de pergamino que estaba rellenando.
Mientras el
Kan-Hanar
se enfrascaba en su tarea, el catalista se apoyó fatigado en una pared y los ojos azules de Gwen se dirigieron hacia Joram. Era la inocente mirada coqueta de una jovencita que jugaba a ser mujer; pero cayó presa de unos severos ojos oscuros, atrapada por los ojos de un hombre que nada sabía de tales juegos.
Gwen estaba acostumbrada a repartir su afecto y su encanto entre los hombres y ver cómo le era devuelto por ellos. Por ello se sobresaltó al sentir que aquel afecto era absorbido de repente por el frío pozo de un alma indiferente y hambrienta.
Resultaba desconcertante, aterrador incluso. Aquellos ojos oscuros la estaban absorbiendo. Tenía que liberarse de ellos o perder algo de sí misma, aunque no sabía muy bien lo que aquello podría representar. No podía apartar los ojos; era una sensación aterradora, pero emocionante al mismo tiempo.
No obstante, ¡era evidente que el muchacho no iba a dejar de mirarla! Aquello empezaba a resultar intolerable. Lo único en lo que Gwen pudo pensar fue en dejar caer su ramo de flores. No lo hizo por coquetería. Ni tan sólo pensó en ello. Inclinarse para recogerlo le daría la oportunidad de recuperar el dominio de sí misma y apartar de ella la molesta mirada de aquel atrevido joven. No obstante, el destino no quiso que fuese así.
Otra persona se inclinó también para recoger las flores, y Gwen sólo logró encontrarse aún más cerca que antes del muchacho. Ambos hicieron a la vez el gesto de tomar el tulipán, que, mostrando un comportamiento impropio de una flor, enroscaba las hojas y agitaba los pétalos de tal manera que parecía como si se estuviera riendo.
—Permitidme, señora —dijo Joram, rozando con su mano la de ella y dejándola allí un instante.
—Gracias, caballero —murmuró Gwen.
Pero la muchacha apartó la mano con rapidez como si se hubiera quemado y se elevó precipitadamente en el aire.
Joram se puso en pie y, con expresión grave, le entregó todas las flores, excepto el tulipán.
—Con vuestro permiso, señora —pidió con una voz que, en la alborotada mente de Gwen, era tan profunda como sus ojos—. Conservaré ésta como recuerdo de nuestro encuentro.
¿Sabía él quién era el tulipán? Incapaz de decir nada, Gwen farfulló algo incoherente acerca de que se sentía «halagada», mientras contemplaba cómo el muchacho tomaba el tulipán, alisaba los pétalos con la mano —una mano tan extraordinaria, observó Gwen, fuerte y encallecida, y sin embargo de dedos largos y delicados— e introducía la flor en un bolsillo bajo su capa.
Casi convencida de que había oído un ahogado chillido de rabia antes de que el tulipán quedara sepultado bajo la sofocante tela, la joven se encontró pensando en cómo sería sentirse apretada contra el pecho del muchacho. Se ruborizó muy sofocada y se volvió de espaldas, sin recordar los pases para la Ciudad Superior hasta que el
Kan-Hanar
se los puso, por fin, en la mano. Gwen se esforzó entonces por concentrarse en lo que aquél estaba diciendo.
—Vos no necesitaréis un pase, Padre Dunstable, puesto que tenéis dispensa para visitar la Catedral. Las restricciones tampoco se os aplican. Podéis ir a donde queráis. Estoy seguro de que desearéis dar a conocer vuestra presencia a los de vuestra Orden lo antes posible.
Era una sutil indirecta, para advertir al catalista que se presentara en la Catedral inmediatamente.
Saryon inclinó la cabeza con humildad.
—Que Almin os depare un buen día, archimago —deseó.
—Y también a vos, Padre Dunstable —repuso el
Kan-Hanar
.
Pasó la mirada sobre Joram y Mosiah como si no existieran, y salió velozmente de la habitación hexagonal de la torre para entrevistar al siguiente de la fila.
Por suerte para Gwen, sus primas se apoderaron de ella en cuanto abandonó la torre del centinela y la ayudaron a apartar de su mente los inquietantes pensamientos sobre el muchacho de cabellos oscuros; pero su corazón parecía latir al ritmo de las pisadas que podía oír con toda claridad a su espalda.
—Si... si me excusáis, Padre Dunstable —dijo Gwen volviéndose hacia el catalista e ignorando a sus jóvenes acompañantes—. Tengo que contar... explicar... todo esto a mis primas. Pero podréis refrescaros en aquella taberna, si lo deseáis, porque es muy acogedora. No tardaré.
Sin detenerse a esperar una respuesta, Gwen se alejó a toda prisa, arrastrando a sus excitadas primas con ella.
—¿Qué dirá tu madre? —jadeó Lilian cuando hubo oído la parte de la historia que Gwen se sintió capaz de contar.
—¡Cielos! ¿Qué dirá mamá?
Gwen no había reparado en aquello. ¡Entrar de repente por la puerta, flotando, acompañada de invitados! ¡Y unos invitados de tan extraña naturaleza!
Lilian y Majorie fueron enviadas con toda rapidez a la Ciudad Superior para llevar la noticia de que el renombrado Simkin iba a honrar el domicilio de los Samuels con su presencia. Gwen esperaba con fervor que la noticia de su arresto y desaparición no hubiera llegado a oídos de sus padres.
Luego, para dar tiempo a lady Rosamund de ordenar que se aireasen las habitaciones de los invitados, informar a la cocinera y enviar a un criado a poner en conocimiento de lord Samuels el honor que se le reservaba, Gwen regresó a la taberna y se ofreció para mostrar a sus invitados las maravillas de la ciudad.
El catalista mostró cierta reticencia, pero los jóvenes aceptaron con una ilusión que Gwen encontró encantadora. Obviamente, aquél era su primer viaje a Merilon y Gwen descubrió que estaba ansiosa por mostrarles sus bellezas. Elevándose en el aire, los aguardó, esperando que se reuniesen con ella. Pero al comprobar que no la seguían, miró hacia el suelo y vio que se miraban entre ellos, confusos. Recordó entonces que habían ido andando a todas partes y comprendió que debían de estar cansados a causa del viaje, demasiado cansados para malgastar sus energías en magia...
—Alquilaré un carruaje —ofreció, antes de que ninguno pudiera decir una palabra.
Agitó una de sus blancas manos e hizo una señal a una cáscara de huevo dorada y azul, tirada por petirrojos. Éstos volaron hacia ellos, y todos se montaron en la cáscara de huevo. Con gran embarazo por su parte, Gwen descubrió que Joram había conseguido situarse a su lado para ayudarla a subir al carruaje.
La muchacha ordenó al cochero que los sacara de las tiendas y los tenderetes que habían surgido alrededor de la Puerta de la Tierra como un círculo de hongos mágicos. Más de un habitante de Merilon los miró al pasar, la mayoría señalándolos como los amigos de Simkin y riendo alegremente. Abandonaron la zona de la Puerta de la Tierra y pasaron junto a los jardines tropicales, donde admiraron las flores que no crecían en ningún otro lugar de Thimhallan. Los árboles encantados del Paseo de las Artes cantaban a coro, y alzaron las ramas cuando el carruaje pasó volando por debajo de ellos, mientras una unidad de la Guardia Imperial, montada en caballitos de mar, se balanceaba en el aire en perfecta armonía.
En la Arboleda hubieran permanecido durante horas, pero el sol de la tarde se estaba acercando al punto designado por los
Sif-Hanar
como el anochecer. Era hora de dirigirse a casa. A una orden de Gwen, el carruaje se unió a otros que subían por los aires, describiendo círculos hasta alcanzar el rocoso pedestal de la Ciudad Superior.
Sentada en el carruaje frente a los dos jóvenes, Gwen pensaba en lo rápido que había pasado el tiempo. Se hubiera quedado eternamente allí. Al ver las maravillas de Merilon reflejadas en los ojos de sus invitados, sobre todo en los oscuros ojos de uno de ellos, le parecía estar viendo la ciudad por vez primera y no recordaba haberse dado cuenta con anterioridad de lo hermosa que era.
¿Y qué pensaban sus invitados?
Mosiah parecía envuelto en un hechizo. Señalaba boquiabierto todo aquel esplendor con una ingenuidad y un asombro infantiles que hacían que se rieran de él todos los que los observaban.
Saryon ni siquiera veía la ciudad. Permanecía absorto en sus pensamientos. Todas aquellas cosas fabulosas llevaban a su memoria amargos recuerdos, que hacían más pesado su secreto.
¿Y Joram? Por fin veía la ciudad cuyas maravillas había descrito su madre con tan vividos detalles durante cada una de las noches de su infancia. Pero no la contemplaba a través de la mirada casi demente de Anja. La primera visión que Joram tenía de Merilon le llegaba a través de unos inocentes ojos azules y una neblina de finos y áureos cabellos. La belleza de Gwen le estremecía el corazón.
—Mamá —dijo Gwen—, te presento al Padre Dunstable.
—Padre... —Lady Rosamund ofreció al catalista la punta de los dedos, mientras hacía una ligera reverencia.
El catalista le devolvió el saludo con una inclinación de cabeza y murmuró unas palabras de agradecimiento por la hospitalidad de milady que milady le devolvió cordial, aunque con cierta vaguedad, los ojos clavados expectantes en la puerta que había detrás de él.
Lady Rosamund había recibido a sus invitados en el jardín del patio delantero de la casa como era costumbre en Merilon. En el jardín, del que milady estaba orgullosa, y con razón, lucía un hermoso macizo de helechos y rosales.
—Éste es Mosiah y... y este otro se llama Joram —continuó Gwen, enrojeciendo.
Captó una ahogada risita de sus primas, que se hallaban algo más atrás. La muchacha intentó entonces aparentar que no se había dado cuenta de que el nombre del muchacho había sonado en sus labios como un canto de alegría. Una madre astuta y que adoraba a su hija como lady Rosamund hubiera observado aquel rubor y adivinado la verdad en el mismo instante en el que su hija le presentaba al muchacho. Pero lady Rosamund estaba nerviosa y algo inquieta.
—Caballeros —dijo, ofreciendo su mano a cada uno de ellos y mirando en dirección a la verja de entrada—. Pero ¿dónde está Simkin? —preguntó al ver que el tiempo transcurría y no entraba nadie más.
—Lady Rosamund —intervino Joram—, os agradecemos vuestra hospitalidad. Y nos gustaría que aceptaseis este obsequio como muestra de nuestra gratitud.
Diciendo esto, Joram sacó el tulipán, algo aplastado, de debajo de su túnica y se lo entregó a la anfitriona.