—¡No! —exclamó, poniéndose una mano sobre la boca, mientras con la otra estrujaba las olvidadas flores.
El joven de pelo oscuro se había vuelto para enfrentarse a los
Duuk-tsarith
cada vez más próximos, colocándose de espaldas a Gwen. La fragante brisa primaveral apartó hacia un lado la capa y la muchacha vio que la mano de él se cerraba en torno a la empuñadura de la espada y la sacaba lentamente de una funda que envolvía aquel objeto como si fuera la piel de una serpiente. El arma era oscura y horrenda, por lo que Gwen deseó cerrar los ojos, horrorizada; pero tenía los ojos secos y ardientes y le era imposible cerrarlos. No podía dejar de mirar aquella arma y al joven, presa de una terrible fascinación, sintiendo una sensación de sofoco en el pecho.
Los
Duuk-tsarith
, libres ahora de la multitud, alargaron los brazos en dirección a Simkin, y los conjuros estuvieron a punto de brotar de sus labios. No parecían prestar ninguna atención al joven moreno, que se iba acercando lentamente por detrás de su amigo.
—¡Por mi honor! —exclamó Simkin—. Debe de haber algún error. Llamadme cuando lo hayáis aclarado; ¿de acuerdo, amigo?
Se produjo un tenue resplandor en el aire y el
Kan-Hanar
se encontró mirando a la Puerta de la Tierra, con la mano descansando sobre el vacío.
Simkin se había esfumado.
—¡Encontradlo! —ordenó innecesariamente, puesto que los
Duuk-tsarith
ya se habían puesto en movimiento—. Yo vigilaré a sus amigos.
Los ojos de Gwen, que se habían abierto desmesuradamente ante aquel sorprendente acontecimiento, se dirigieron al instante hacia el muchacho moreno. La desaparición de Simkin aparentemente también lo había sobresaltado. Vaciló sin saber si sacar el arma o no. Gwen vio que el catalista lo amonestaba, hablándole con severidad y posando de nuevo una mano sobre un hombro del muchacho. Justo en el momento en el que el
Kan-Hanar
llegaba junto a ellos, el joven volvió a introducir la espada en el interior de la funda y cubrió ésta precipitadamente con la capa.
Gwen lanzó un estremecido suspiro de alivio, dándose cuenta entonces, demasiado tarde, de que estaba demostrando más interés por el muchacho del que era correcto en una doncella. Esperando que sus primas no hubieran observado el repentino rubor de sus mejillas, hundió el rostro en el ramo que sostenía.
—¡Eh!, no aprietes tanto —aulló una voz—. Me estás pellizcando.
Gwen lanzó una exclamación y dejó caer las flores a causa del asombro. ¡La voz había surgido del centro del ramo!
—¡Por la sangre de Almin, criatura! —exclamó, irritada, una de las flores—. ¡No pretendía que dejaras de sujetarlas del todo! Me he aplastado un pétalo.
Las flores yacían desparramadas por el suelo. Lenta y cautelosamente, Gwendolyn descendió del aire para arrodillarse junto al ramo, contemplándolo con ojos incrédulos. Una flor sobresalía de entre la delicada selección de violetas y rosas. Era un tulipán de un brillante, color morado, con una línea roja en el centro y una pincelada de color naranja en la parte superior.
—Y bien, ¿me vas a dejar aquí entre toda esta porquería? —preguntó el tulipán, con un tono de voz que indicaba claramente que se había ofendido.
Tragando saliva, Gwen miró a su alrededor para comprobar si sus primas la miraban, pero parecían estar totalmente absortas en la contemplación de los
Duuk-tsarith
. Los Señores de la Guerra no se habían movido; manteniendo las manos cruzadas ante ellos y las capuchas ocultándoles el rostro, parecían no estar haciendo nada en absoluto. Pero Gwendolyn sabía que examinaban mentalmente a cada una de las personas allí presentes y que lanzaban los largos e invisibles filamentos de su mágica telaraña, en busca de su presa.
Los ojos puestos en los Señores de la Guerra, Gwen alargó una mano y recogió delicadamente el purpúreo tulipán.
—¿Simkin? —preguntó, indecisa—. ¿Qué...?
—¡Chisst! ¡Chisst! —siseó el tulipán—. Ha habido un terrible error. Estoy seguro de ello. ¿Por qué habrían de arrestarme? Bien, hubo aquel incidente con las joyas de la condesa... ¡Pero estoy seguro de que ya nadie lo recuerda! Todas eran falsas, de todas formas. Bueno, al menos la mayoría... Si pudiera llegar hasta el Emperador, ¿sabes?, ¡estoy seguro de que lo solucionaría todo! Además, están también mis amigos. —El tulipán adoptó un aire de importancia—. ¿Eres capaz de guardar un secreto, niña?
—Bueno, yo...
Gwen se quedó mirando al tulipán con perplejidad.
—¡Chitón! Se trata del muchacho moreno. Es de familia noble. Su padre murió y le dejó al chico una fortuna. Pero tiene un tío malvado, que hizo secuestrar al muchacho. Ha estado prisionero de los gigantes. Yo lo rescaté. Ahora regresa para denunciar al tío y reclamar la herencia.
—¿De veras? —Gwen alzó la mirada para contemplar al joven de los cabellos oscuros por encima de los pétalos de la flor—. Lo suponía —dijo.
—¡Eso es! —exclamó el tulipán—. ¿Cómo no se me había ocurrido? ¡El malvado tío está detrás de todo esto! Se enteró de que regresábamos. Debiera de haberlo supuesto. Me hace detener para quitarme de en medio. ¡Qué pena! —exclamó la flor, desilusionada—. Ahora ya no recurrirá al secuestro. Será un asesinato esta vez.
—¡Oh, santo cielo! —musitó Gwen, asustada—. ¡Debe de haber algo que puedas hacer!
—Me temo que no, a menos que tú quisieras... Pero no, no podría pedírtelo. —El tulipán dejó escapar un sonoro suspiro—. Estoy condenado a vivir en un florero. Y en cuanto a mi amigo, irá a parar al fondo del río...
—¡Oh, no! Ayudaré, si realmente crees que puedo —titubeó Gwen.
—Muy bien —respondió el tulipán con fingida desgana—. Odio tener que involucrarte; pero verás, encantadora criatura, estaba pensando que si tú te encaminaras hacia allí como quien no quiere la cosa y, fingiendo no darte cuenta de que está sucediendo algo fuera de lo normal, cogieras al querido catalista por el brazo, podrías decirle, con toda naturalidad: «¡Padre Dunstable! Siento muchísimo llegar tarde. ¡Papá y mamá lo esperan en casa!». Entonces, con toda tranquilidad, te lo llevas de aquí.
—¿Me lo llevo adónde? —preguntó Gwen, confundida.
—¿Cómo adónde?, a casa, desde luego —replicó el tulipán, flemático—. Supongo que tendrás bastantes habitaciones para nosotros. Preferiría una habitación para mí solo, pero si es necesario, la compartiré, aunque no con el catalista. ¡No puedes imaginarte cómo ronca!
—Quieres decir... ¡llevaros a todos... a mi casa!
—¡Desde luego! Y debes hacerlo rápidamente. ¡Antes de que ese desdichado catalista diga algo que nos pierda a todos! El pobre hombre no es demasiado listo...
—¡Pero no puedo! Antes debería consultarlo con mamá y papá. ¿Qué dirían...?
—¿Si llevaras a Simkin a tu casa? ¿Simkin, el niño mimado de la corte? Querida mía —continuó el tulipán con un tono de aburrimiento—, ¡podría alojarme en las casas de veinte príncipes, sin ningún problema! Y ello sin mencionar a los duques, los condes y los barones que se han arrodillado literalmente ante mí para rogarme que acceda a ser su invitado. El conde de Essac se quedó anonadado cuando le contesté que no. Amenazó con matarse. Pero la verdad es que veinte pequineses ladran, ¿sabes?, y también muerden los tobillos de la gente. —El tulipán agitó una hoja—. Además, puedo presentarte en la corte, una vez que este pequeño asunto se haya solucionado.
—¡En la corte! —repitió Gwen en voz baja.
A su mente acudieron imágenes del Palacio de Cristal. Se vio a sí misma siendo presentada a Su Alteza Real, haciendo una reverencia, con una mano posada en el fuerte brazo del muchacho de cabellos oscuros.
—¡Lo haré! —exclamó con repentina convicción.
—¡Encantadora criatura! —respondió la flor con voz sincera—. Ahora llévame contigo. No te preocupes por los
Duuk-tsarith
. Nunca descubrirán este disfraz. Aunque creo que mejoraría el efecto general si me llevaras en el pecho...
—En mi... ¿qué? ¡Oh... no! —murmuró Gwen ruborizándose—. No lo creo yo así...
Puso el tulipán entre las otras flores y recogió apresuradamente del suelo el resto del ramo.
—Ah, qué le vamos a hacer —reflexionó el tulipán filosóficamente—, no puede uno conquistarlas a todas, como dijo el barón Baumgarten cuando su esposa se fugó con el profesor de croquet..., un juego que le gustaba mucho al barón.
—Voy a preguntároslo de nuevo. ¿Cuáles son vuestros nombres y qué estáis haciendo en Merilon? —El
Kan-Hanar
los miró con suspicacia.
—Y yo voy a deciros de nuevo, señor —respondió Joram con la voz tensa por el visible esfuerzo que le estaba costando controlar su temperamento—, que éste es el Padre Dunstable, ése es Mosiah y yo me llamo Joram. Somos ilusionistas, actores ambulantes, que nos encontramos con Simkin por casualidad. Decidimos formar una compañía y estamos aquí atendiendo a una invitación de uno de los mecenas de Simkin...
Saryon inclinó la cabeza, intentando desesperadamente no oír la explicación de Joram. Ésta era la historia que había sugerido el príncipe Garald y que en su momento había parecido plausible. Los que nacen en el Misterio de las Sombras forman parte, en general, de una sociedad sin clasificar. Son los artistas de Thimhallan, que viajan sin cesar por todo el mundo para divertir al pueblo con sus habilidades y su talento. En Merilon entraban ilusionistas constantemente, porque sus habilidades eran muy solicitadas por la nobleza.
Pero aquélla era la tercera vez que Joram había contado su historia al
Kan-Hanar
y resultaba evidente, al menos para Saryon, que el hombre no se creía ni una sola palabra.
«Se acabó», se dijo Saryon, desesperanzado.
El terrible secreto que llevaba con él lo había afectado tanto, que estaba convencido de que debía ser perfectamente visible para todos los que lo miraran, marcado quizás en su frente como el sello del Gremio sobre una mantequera de plata. Cuando el
Kan-Hanar
arrestó a Simkin, el catalista llegó inmediatamente a la conclusión de que Vanya los había capturado. Evitó que Joram utilizara la Espada Arcana para defenderlos, más porque temía por la vida del muchacho que por miedo a que los descubrieran. Para Saryon, el fin había llegado, y tenía la intención, dentro de pocos segundos, de aconsejar a Joram que le contase la verdad al
Kan-Hanar
. Con una especie de melancólico alivio, el catalista se estaba diciendo que todos sus amargos sufrimientos terminarían pronto, cuando sintió el suave contacto de una mano sobre su brazo.
Se volvió y se encontró frente a una muchacha de unos dieciséis o diecisiete años (Saryon no solía acertar al calcular la edad de las muchachas) que lo saludaba como si se tratara de un pariente al que hacía tiempo que no veía.
—¡Padre Dunstable! ¡Qué bien que os he encontrado! Os ruego que aceptéis mis disculpas por llegar tan tarde. Espero que no estéis enojado, pero era una tarde tan hermosa que mis primas y yo hemos permanecido demasiado tiempo en la Arboleda. ¿Veis qué hermoso ramo he reunido? Encantador, ¿verdad? Tomad esta flor, Padre, que he cogido especialmente para vos.
Con gran naturalidad, la muchacha le tendió una flor. Un tulipán, observó Saryon, mirándolo con perplejidad. Justo en el momento en que iba a cogerlo, el catalista se dio cuenta de que se trataba de un tulipán de color morado; un tulipán de un brillante color morado... con una banda roja y una pincelada de color naranja...
Cerrando los ojos lentamente, Saryon dejó escapar un hondo y prolongado gemido.
—De modo que según tú, Gwendolyn de la Casa de los Samuels, estos... caballeros son invitados de tu padre. —El
Kan-Hanar
contempló a Joram y a Mosiah con expresión de duda.
Después de que Gwendolyn contara su historia a los centinelas de la Puerta, el
Kan-Hanar
los había conducido a todos ellos a una de las torres de guardia. Construida mágicamente junto a la Puerta de la Tierra, la función principal de la torre era la de servir de cobijo a los
Kan-Hanar
, facilitándoles un lugar donde pudieran descansar en aquellos momentos en los que no había movimiento en la Puerta. En la torre guardaban el material que pudieran necesitar para el cumplimiento de su deber. Se utilizaba muy pocas veces para interrogar a los que solicitaban acceso a Merilon, porque estos asuntos se trataban generalmente en la misma Puerta y con suma rapidez. Pero, a causa de la teatral llegada de Simkin y de su aún más teatral desaparición, el
Kan-Hanar
se había encontrado con que la multitud empezaba a tomarse demasiado interés por lo que estaba sucediendo, y, por lo tanto, había hecho entrar a todo el mundo en la torre, una pequeña habitación hexagonal que no había sido diseñada precisamente para acomodar a seis personas y un tulipán.
—Sí, desde luego —replicó la joven, jugueteando con las flores que llevaba en la mano.
Acariciándose la mejilla con una de las flores, Gwen contempló al archimago por encima de los pétalos con una coquetería que aquél encontró encantadora. El centinela no reparó en que una de las flores era un tulipán de un aspecto poco usual, ni en que en el parlamento de la joven hubo muchas pausas y vacilaciones. Por el contrario, atribuyó aquello a una modestia que consideraba muy apropiada y favorecedora en una jovencita.
Pero Saryon se dio cuenta de la auténtica razón: ¡a la joven se le estaba dictando lo que debía decir, y se lo estaba dictando un tulipán! El catalista no podía hacer otra cosa que preguntarse, desfallecido, si aquello iba a servir de ayuda o simplemente aumentaría la lista de los crímenes cometidos por el grupo. No había nada que pudiera hacer ahora, excepto representar su papel y confiar en que Simkin y la chica representarían el suyo.
En cuanto a Joram y a Mosiah, Saryon no tenía ni idea de si se habían dado cuenta de lo que estaba pasando o no. El
Kan-Hanar
los vigilaba de cerca, por lo que el catalista no se atrevía a hacerles ninguna señal. Sin embargo, sí se arriesgó a echarles una mirada y se quedó un poco sorprendido al ver que los ojos de Joram estaban clavados en la muchacha con tal ardiente intensidad que el catalista deseó que ella no se diera cuenta. Tan ardiente y franca admiración podría asustarla y confundirla.
Al advertir la expresión de Joram, Saryon comprendió que podría toparse con una nueva serie de problemas. Aunque perder el corazón no entraba exactamente en la misma categoría que perder la vida, el catalista recordó sus años de juventud torturada y soñadora y dejó escapar un suspiro de desesperación. Como si no tuvieran ya suficientes problemas...