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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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La llaman la ENFERMEDAD con mayúsculas. Nadie sabe qué es lo que lo causa, de dónde proviene ni por qué sólo afecta a la población adulta. Lo único que se sabe a ciencia cierta es que si te ves infectado por ella y tienes más de dieciocho años, mueres. Ahora, a lo largo de todo el mundo, adolescentes como Travis, Richie, Mel, Jessica y Simon, se verán obligados a unir fuerzas y cooperar juntos. Pero un mundo sin normas que seguir no es la utopía que muchos supervivientes pensaban que sería, sino todo lo contrario. Aquellos que se han adaptado a la nueva situación terminan haciendo lo mismo que los adultos e inmediatamente se crean facciones. Algunos conseguirán lo que quieren usando la fuerza de las armas; otros, los más organizados, lo que quieren es reconstruir el mundo tal y como sus padres lo dejaron. La nueva sociedad resultante será una sociedad difícil, pero no imposible. Al fin y al cabo, según piensan todos, lo peor ya ha pasado.

Qué equivocados están…. sólo acaba de empezar.

Andrew Butcher

Tiempo de cosecha

La tierra heredada - 1

ePUB v1.1

AlexAinhoa
01.07.12

Título original:
The Time of the Reaper

@Andrew Butcher, 2007.

Traducción: Alberto Morán Roa

Diseño/retoque portada: @Calderón Studios

Editor original: AlexAinhoa (v1.0 y v1.1)

ePub base v2.0

Para Darren Nash

Prólogo

Seis años antes.

El día en el que murió su padre empezó como cualquier otro.

Travis estaba sentado delante de la tele, viendo Cartoon Network, mientras comía un tazón de cereales. Su madre lo llamaba desde la cocina, advirtiéndole de que llegaría tarde al colegio si no se daba prisa (la misma oscura predicción de todas las mañanas, pero él siempre llegaba a tiempo). Su padre recorría el vestíbulo como si ya estuviese en su ronda. Todo era normal, seguro, reconfortante, como siempre había sido, como siempre sería, o eso pensaba Travis. Tenía diez años.

— Adiós, cariño. —La voz de su padre.

—Adiós. —La de mamá.

El sonido húmedo de un beso. Después su mano, fuerte y protectora, alborotándole el pelo castaño.

—¡Papá! —Travis se quejó mientras esbozaba una sonrisa y miraba arriba, hacia su padre.

—Pórtate bien en el colegio.

—Claro.

—Eso será si llega al colegio —refunfuñó su madre a lo lejos—. Mira qué hora es.

—Pilla a muchos cacos —le dijo Travis.

Y su padre le sonrió.

—Te veré en la noche —dijo.

Pero nunca regresó.

La señora North, la secretaria del director, fue a buscar a Travis aquella misma tarde mientras en clase escribían una redacción sobre «lo mejor y lo peor». Le susurró algo a la señora Bruton delante de todos los alumnos; después la señora Bruton se acercó a Travis como si le tuviese miedo y le tocó suavemente el hombro.

—Travis, ¿podrías ir con la señora North, por favor? El señor Shelley quiere verte. Tranquilo, no has hecho nada malo.

Sin embargo, ese era el motivo habitual por el cual la inesperada reclamación del director interrumpía la clase de un alumno.

Pese a aquellas palabras, Travis recordó mucho tiempo después lo mal que se sintió al abandonar la clase con la señora North mientras todos los niños lo miraban fijamente, algunos de ellos sonriendo, regodeándose en la expectación. Recordaba las lágrimas brotando de sus ojos, a punto de caer.

Recorriendo los pasillos en silencio. Tras las puertas cerradas, oís que las clases continuaban sin él y pudo atisbar a los niños a través de las ventanas, ignorantes del destino de Travis Naughton o de los motivos por los que el señor Shelley quería verlo, absortos en el devenir de sus vidas. La señora North se encargaba de guiarlo.

Cuando entró en el despacho del director, lo primero que pensó fue que papá había ido al colegio para llevarlo a casa, por alguna razón. Un hombre de espaldas, vestido con un uniforma de policía, contemplaba el aparcamiento bañado por el sol… A primera vista y desde aquella perspectiva, podría haber sido su padre.

—Ah, Travis —comenzó el director, con incomodidad—, ya has llegado. Muy bien… ven. Siéntate… toma asiento.

Entonces, el otro hombre dio media vuelta y miró hacia él: no era su padre, sino el tío Phil.

¿Qué hacía allí el tío Phil, cuando debería estar en la calle, de patrulla con papá?

—Me temo… —dijo el señor Shelley, mirando a su escritorio con el ceño fruncido—. Me temo, Travis…

El tío Phil tenía los ojos tan enrojecidos que parecía que le hubiesen clavado un cuchillo en cada uno.

—Me temo que tengo muy malas noticias…

Pero, por supuesto, no era el tío Phil el que había sido apuñalado.

Mucho tiempo después, Travis se esforzaba por no recordar cómo se sintió entonces, aquel día o los que le siguieron. Días de silencio y sollozos. Días de oscuridad. Era como si hubiese caído a un pozo sin fondo, a un asfixiante vacío de inescrutable oscuridad que lo consumía y lo abarcaba todo. Era como si estuviese solo, sin nadie que lo ayudase, sin nadie con quien contar, cayendo abandonado por toda la eternidad.

Su padre se lo encontró llorando una vez, en el salón, con el mando de la tele en la mano.

—¿Travis? —dijo—. ¿Qué pasa?

—He apagado la tele.

—Bueno, pues tampoco es para tanto, ¿no? Siempre la puedes volver a encender.

Su padre no lo entendió al principio.

—Estaban dando un programa en el que había un policía y un hombre malo. El hombre malo tenía una pistola. Y disparó… y le mató…

—Ya veo. —El padre de Travis se sentó a su lado en el sofá, le pasó el brazo por encima de los hombros y apretó—. No tienes que preocuparte, Travis. No era más que un programa de la tele. A mí no va a pasarme nada de eso. No lo permitiré.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

—Pero los hombres no solo están en la tele, ¿no? Algunos son de verdad y algunos llevan pistolas. ¿Por qué tienes que ir por ellos?

—Porque soy policía.

—¿Y por qué eres policía?

La expresión de su padre, que generalmente era amable cuando estaba cerca de él, se tornó más grave y seria.

—Soy policía por los hombres malos, Travis. Tienes razón: ahí fuera también hay criminales, demasiados, gente que quebrantan la ley, gente violenta y avariciosa a la que no le importa lo que hace o a quién hace daño. Gente peligrosa. Por eso, quienes creemos en las normas, la justicia, el bien y el mal, tenemos que luchar por lo que creemos. Porque la cosa es así de sencilla, Travis: a menos que los hombres buenos estén dispuestos a defender aquello que es correcto, los hombres malos se saldrán con la suya.

Travis recordó aquellas palabras mientras el tío Phil y otros policías trasladaban el féretro de su padre por la nave de la iglesia. La abuela le estrechaba la mano con fuerza mientras los seguían como si fuese un ciego desvalido. El abuelo consolaba a mamá. Arrastraban los pies a través de las losas como si se les hubiera olvidado andar. Travis no pudo mirar a su madre aquel día. Le dolía demasiado, hasta el punto de quedarse sin respiración. Era como ver a alguien ahogándose y no poder ayudarlo porque tú también te estás ahogando.

Funeral. «Aquella sí que era la palabra con F
[1]
».

No cantó ningún himno o recitó oración alguna, aunque se supiese la mayoría. No tenía voz para ello. Pero podía oír.

—… Es terrible, una tragedia…

—Pobre chiquillo. Perder a un padre cuando ya has crecido es traumático, pero… ¿cuántos años tiene?¿Diez? ¿Once? Y además, tal y como ocurrió… No puedo imaginar por lo que tiene que estar pasando…

—Ha tenido la entereza de venir… pero, claro, su padre también era un hombre valiente. Demasiado valiente…

El padre de Travis también le hablaba, desde el interior de su cabeza.

—A menos que los hombres buenos estén dispuestos a defender aquello que es correcto —decía—, los hombres malos se saldrán con la suya.

—Lo sé, pero no se lo permitiré —juró Travis para sí—. Quiero ser como tú, papá. Haré lo correcto. Defenderé lo que es justo. Lo prometo.

Más tarde, el humo de la chimenea del crematorio oscureció el cielo, como una premonición de los horrores que estaban por venir.

* * *

Pero aún no había ocurrido nada de aquello. Era una mañana más: Travis estaba comiéndose los cereales, como siempre, mientras mamá le advertía desde la cocina acerca de la hora, como siempre, y papá rondaba el vestíbulo, vivo de nuevo. Travis podía oírlo. Si se levantaba y asomaba la cabeza por la puerta, podría verlo.

El corazón del chico latió con fuerza. Sabía que estaba soñando, pero ¿qué más daba? El sueño lo había transportado lejos de aquel fatídico, atroz y doloroso día, como al personaje de una película de ciencia ficción, hasta el momento en el que su padre aún no había salido de casa, en el que aún no había… Es sueño le había concedido una segunda oportunidad. Podía salvar a su padre. Podía hacer que siguiese vivo. Vivo. Podía cambiar la realidad.

No decepcionaría a papá.

—¡Papá! —Se puso en pie y la leche se derramó del bol, cayendo sobre la alfombra como gotas de sangre blanca, pero no le importó porque se dirigió corriendo hacia el vestíbulo, ante cuya puerta estaba su padre, a punto de abrirla— . ¡Espera!

Su padre se detuvo.

—¿Travis? —Miró a su hijo—. ¿Qué pasa?

Algo. Pasaba algo. Papá tenía puesto su uniforme, pero Travis estaba bastante seguro de que en aquella ocasión no lo llevaba. Creyó recordar que papá se ponía el uniforme en la comisaría, por lo que recorría el trayecto de ida y vuelta al trabajo con su propia ropa. O quizá se equivocaba.

Además, su padre estaba pálido. Un poco, quizá.

—No te vayas, papá.

—¿Qué quieres decir, Travis? Tengo que irme o llegaré tarde.

—Di que estás enfermo, pero hoy quédate en casa. No vayas a trabajar, por favor.

—No te entiendo.

—Si te vas… Papá, si te vas, va a pasarte algo malo. Lo sé. Lo he visto. Quédate con mamá y conmigo. —Travis abrazó a su padre a la altura del cuello y se apretó contra su cuerpo.

El frío le cortó la respiración.

—¿Papá? —Travis retrocedió, por instinto. Se odió por ello.

Pálido. Definitivamente pálido. Como la escarcha. Como el hielo. Por su frente se trazaban líneas como surcos en la nieve.

—¿Papá? —¿Y qué era aquella mancha oscura y húmeda en la camisa blanca de Travis, primorosamente planchada? Deslizó los dedos sobre aquella sustancia y quedaron manchados de rojo. Sangre, por supuesto. ¿Pero cómo podía ser sangre? Travis no estaba sangrando.

No podía decirse lo mismo de su padre. ¿Cómo era posible que no hubiese reparado en las heridas del pecho de su padre, que se extendía bajo la delantera del uniforme empapándolo? Travis las contempló, aterrado. Su padre también miró hacia abajo, como si acabase de darse cuenta de las heridas. Las heridas que acabaron con él.

Travis había llegado tarde.

Porque la puerta ya estaba abierta. Se había abierto por su cuenta. Y más allá de la casa reinaba la oscuridad, no el día, y el pasillo parecía más largo de lo habitual, extendiéndose para separar a padre y a hijo, a los vivos de los muertos. Y Travis sintió una punzada en el corazón. No podía cambiar nada. Su sueño se burlaba de él.

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