Read La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha Online
Authors: Andrew Butcher
Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga
Aquella tarde, los Naughton recibieron un visitante inesperado, pero bienvenido.
—¡Phil! —exclamó Jane Naughton, feliz, mientras abría la puerta de par en par—. Qué estupenda sorpresa. Pasa.
—¿Qué tal estás, Jane? —Phil Peck la abrazó y le dio un amistoso beso—. Yo también me alegro de verte.
—Bueno, ¿sólo has venido a saludar o tienes tiempo para tomar un café? Hace mucho que no hablamos.
—Sí, es cierto. Lo siento. He estado muy liado, sobre todo últimamente. —Phil Peck frunció el ceño de forma involuntaria—. Pero sí, me encantaría tomar un café. —Se quedó quieto en el vestíbulo y miró alrededor con incomodidad, como si no visitase aquella casa una vez al mes desde que Keith fue asesinado—. ¿Está bien Travis?
—Está arriba, haciendo los deberes, supuestamente. Pero lo más seguro es que esté jugando a la consola. Ahora le llamo, estará encantado de verte. Phil, las sillas están donde siempre, ya lo sabes.
Efectivamente, Travis se alegró de ver al tío Phil. Phil Peck no era su tío biológico, por supuesto, y no había consanguinidad entre ellos (a menos que contase la sangre que derramó su padre sobre él aquel fatídico día, cuando lo abrazó por última vez mientras moría). Era el compañero de toda la vida de su padre, y seguía en el cuerpo. El tío Phil siempre cuidaba su aspecto, recortando su barba y bigote con primor, pero aquella noche Travis lo encontró descuidado, cansado, como si no hubiese dormido en una semana. También parecía tener poca paciencia para los formalismos de la conversación, y cogió el café que le ofrecía mamá con un «gracias» a media voz.
—No he venido aquí de visita —dijo—. Se podría decir que vengo a advertiros.
—¿Advertirnos? —dijo Jane Naughton sin inmutarse—. ¿Sobre qué?
Travis estudió el rostro del tío Phil. Su expresión era la misma que seis años antes, en el despacho del director Shelley: era el resultado de controlar y contener, gracias a su entrenamiento, la desazón que le provocaba ser el portador de inimaginables noticias.
—Es la enfermedad —dijo.
—¿Ya es el nombre oficial? —preguntó Travis.
—La gripe, quieres decir. —Su madre prefería usar un término más familiar, que pareciese más seguro.
—Enfermedad. Gripe. No saben cómo llamarla porque nadie sabe qué es —dijo el tío Phil, sombrío—. Nadie lo sabe. Ni los médicos, no los científicos, ni el comité de expertos del gobierno. Pero sí saben lo que provoca.
—Phil, ¿estás bien? —preguntó Jane Naughton, cada vez más preocupada.
—Lo que voy a deciros a los dos es confidencial, ¿entendido? —Miró fijamente a la madre y al hijo—. No debería estar contándoselo a nadie, ni siquiera a Marion. Pero os lo debo, para daros una oportunidad. Si… bueno, si la situación hubiese sido la opuesta, sé que Keith le hubiese proporcionado a Marion la misma información.
—Tío Phil —dijo Travis, inclinándose hacia delante—, ¿qué hace la enfermedad?
—Mata – aseveró Phil Peck con frialdad—. Si te contagias, mueres.
—Phil, en serio —protestó Jane Naughton, sobresaltada—. No creo que sea necesario decir eso con Travis delante.
—Mamá. —Travis no opinaba lo mismo.
—Además, ¿no crees que eso es muy alarmista? ¿No habrás estado trabajando demasiado, Phil? Pareces… Quiero decir, en las noticias han informado de muertes, pero no creo que sea…
—Si os dijesen la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad —dijo Phil Peck, con una desganada sonrisa –, habría un alboroto aún mayor del que ya hay. Las autoridades no quieren eso, sobre todo si tenemos en cuenta que los polis la están pillando al mismo ritmo que todos los demás. Si comparas lo que los medios tienen permiso para informar con la realidad, Jane, deja que te diga una cosa, porque lo he visto: la realidad es diez veces peor y la situación empeora día a día. No podrán ocultar la verdad por mucho más tiempo, habrá demasiados cuerpos que esconder en las morgues y las funerarias, y las cosas se irán a tomar por donde no da el sol.
—Pero, aunque las cosas vayan tan mal como dices, Phil —replicó Jane Naughton—, encontrarán una cura, un tratamiento, algo. Como siempre, ¿no? Algo aprenderán de los que hayan superado la enfermedad.
—Por lo que sé, Jane —dijo Phil Peck mientras negaba con la cabeza, apesadumbrado—, nadie se ha curado de la enfermedad. Hasta donde yo sé, la mortalidad es de un cien por cien. Así que si van a desarrollar una vacuna, esperemos que lo hagan pronto.
—No… no me lo puedo creer —insistió Jane Naughton, a la defensiva—. ¿Y la vacuna que están distribuyendo, la que tienen guardada en hospitales y ambulatorios?
—No funciona —dijo Peck—. Es un placebo, una farsa. Así parece que el gobierno está haciendo algo y da la impresión de que todo está bajo control. Pero no es así. Lo que no quieren es que la gente se dé cuenta y cunda el pánico. Si la gente ignora lo que pasa, es menos probable que lleven sus protestas a las calles.
—¿A las calles? —Jane Naughton parecía preocupada—. ¿Para qué?
El compañero de su difunto marido no contestó.
—Hay otra cosa que no han anunciado de forma oficial —continuó—. Algo que será obvio en cuestión de tiempo: la enfermedad solo afecta a los adultos.
—Eso pensaba. —El corazón de Travis bombeó con fuerza—. Estuve hablando de ello con Mel… —Dejó de hablar torpemente. El tío Phil le estaba mirando a los ojos, no sabía si con envidia o con piedad.
—Por lo que sé, y me he pasado los últimos días de hospital en hospital, ninguno de los infectados tiene menos de dieciocho años. Ni uno. Parece que la enfermedad es un fenómeno solo para adultos.
—No lo entiendo —dijo la madre de Travis—. ¿Cómo es posible?
—ADN, genética, desarrollo celular… no tengo ni idea. ¿Cómo es posible que exista esta maldita pesadilla? —El tío Phil suspiró—. Pero existe. No sé, quizá no deberíamos sorprendernos, si tenemos en cuenta en lo que hemos convertido el mundo. Quizá lo merezcamos.
—Eso no es justo, Phil. Algunos hemos intentado llevar una vida decente —sostuvo Jane—. Como tú. Como Keith.
—Sí. Perdón… es que no es fácil de encajar, nada más.
—Los abuelos nos han llamado esta mañana, tío Phil —dijo Travis—. Nos han invitado a irnos a Willowstock mientras se propague la enfermedad. ¿Tú qué opinas?
Phil Peck se encogió de hombros, hundido.
—¿Que qué opino? Pues que igual deberíais aceptar su oferta. La enfermedad se extiende a mayor velocidad en las zonas densamente pobladas, eso está claro. Y El gobierno solo está llevando a cabo la primera fase de su plan de emergencia: tranquilizar a la población, aunque sea de forma superficial, hacer que las cosas transcurran con normalidad. Enseguida tendrá lugar la segunda fase, que ya se está llevando a cabo en algunas zonas: buscar chivos expiatorios. Señalar con el dedo a minorías, sospechosos de terrorismo, anarquistas, activistas, musulmanes. Vale todo. Los detendrán a todos, ahora que todavía tienen suficientes agentes como para detener a alguien. Quizá desplieguen al ejército, si es que pueden traerlos de vuelta de Iraq y de Afganistán, y de Dios sabe dónde, a tiempo. Sí, necesitarán al ejército para la tercera fase.
—¿Qué es la tercera fase? —inquirió Travis.
—La anarquía. El caos. El colapso absoluto del orden, de la sociedad. La ley marcial. ¿Qué os dijeron exactamente tus padres, Jane? Porque yo me lo pensaría detenidamente. Quizá estés más seguros en el campo. Pero si vais a ir, daos prisa e id antes de que empiecen a imponerse los toques de queda y las cuarentenas. Yo lo haría, si pudiese.
—¿Si pudieses? —preguntó Travis.
—Todavía soy agente de policía —dijo el tío Phil—. Hago falta aquí, para proteger a la gente. Además, Marion no se encuentra muy bien. Parece que tiene un poco de fiebre. —Ni Travis ni su madre se atrevieron a cruzar su mirada con la del hombre—. Escuchad, será mejor que me marche. Ya he dicho demasiado, pero pensé… bueno, no sé, lo mismo me equivoco. Es lo más probable. Tenías razón, Jane: últimamente he estado muy estresado. Nos han quitado los permisos, tenemos que cubrir a compañeros de baja… lo más seguro es que ya hayan encontrado una cura y que el mundo vuelva a la normalidad en lo que queda de semana. Pero pensé que deberíais saberlo… por si acaso. Ya tenéis los demás números, ¿no? Llamadme si necesitáis algo, si pasa cualquier cosa… Y cuidaos, ¿vale?
--Bien —dijo Travis. Pero tuvo la sensación de que las cosas iban a ir de cualquier modo menos bien.
De entrada, Mel no se encontraba en casa cuando Travis la llamó a la mañana siguiente, como hacía siempre antes de las clases.
—Ya se ha ido, Travis —dijo la señora Patrick mientras se sonaba la nariz, como si la marcha de su hija le provocase un gran sufrimiento.
—¿Sin mí? —Travis y Mel llevaban yendo juntos a la parada del autobús desde el primer día en el colegio de educación secundaria de Wayvale.
—No entiendo por qué —dijo la señora Patrick—. ¿Habéis discutido o algo así?
—No, que yo sepa. —Travis frunció el ceño—. ¿Se encuentra bien, señora Patrick?
—Claro, cielo. Estoy bien. —La mujer esbozó una lánguida sonrisa. Tenía los ojos enrojecidos—. Un catarro, nada más. No es la gripe. Nada más que un catarro.
—Vale —dijo Travis.
Corrió hacia la parada del autobús. No compartía el diagnóstico de la señora Patrick: parecía que la enfermedad se había extendido hasta los alrededores de su propia casa. Cada vez estaba más cerca. En ese caso, ¿por qué se molestaba en ir a clase aquel día? Porque su madre le insistió. Porque mamá seguía empeñada en que todo acabaría saliendo bien, como el final de un cuento de hadas, así que se negaba a cambiar sus rutinas diarias.
Travis ya sabía que así era como su madre lidiaba con las tragedias: se comportó exactamente igual cuando murió su padre. Planchó sus camisas durante semanas como si, por arte de magia, fuese a aparecer en el umbral para pedirlas. Pasaron meses hasta que reunió el valor para juntar toda la ropa de papá y donarla a una tienda de Oxfam… y eso fue antes de que mamá tomase contacto, al fin, con la realidad. Travis se preguntó cuánto tiempo tardaría en aquella ocasión.
—El fin de semana se acaba el plazo —decidió tras la visita del tío Phil—. Si las cosas no han vuelto a la normalidad para entonces, iremos con tus abuelos. Pero seguro que se solucionan, él mismo lo ha dicho. —Travis pudo haber apuntado al tío Phil no se había mostrado exactamente así de optimista, pero si su madre era feliz así, por él, bien. Podía permanece alerta por los dos.
—Mel. —Se encontraba en parada del autobús, rodeada de otros alumnos—. Has salido sin mí —dijo con tono de reproche.
La chica miró alrededor, despreocupadamente.
—Eso parece.
—¿Quieres decirme por qué?
—Por nada. —Miró en la dirección en la que, en breve, debería aparecer el autobús.
—¿Quieres decírmelo a la cara? Mel, ¿qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? —sus ojos pintados de negro se clavaron con furia sobre Travis, pero no pudo decir nada más: en aquel preciso instante aparecieron el señor Lane y Jessica para recogerlos de la parada del autobús una vez más.
Aquella mañana tampoco pasó el autobús. Los servicios habituales habían sido cancelados debido al número de bajas médicas: la enfermedad estaba poniendo al borde del desastre al servicio de transporte público mucho más rápido que cualquier medida de presión. ¿Querrían Travis y Mel acomodarse en el taxi de Lane y su hija?
Mel se metió en el coche en un santiamén. Durante el viaje, mantuvo la máxima distancia posible de Travis y ella, oprimiendo su cuerpo contra la puerta del coche como si entre ellos hubiese varios pasajeros corpulentos e invisibles. No dejó de mirar por la ventana y solo habló con Jessica y su padre.
—Esta tarde se ocupará Stephanie de recoger a Jessica —dijo el señor Lane cuando llegaron a las puertas del colegio—. Estará encantada de llevaros a vosotros dos también. A menos que prefiráis ir a pie. Y mañana ¿por qué no nos dais un telefonazo antes de nada? Así os ahorraréis el esperar a un autobús que no va a venir.
—Gracias, señor Lane —dijo Mel rápidamente—. Me tengo que ir, que tengo prisa. Nos vemos para la matrícula, Jess. —Fuese donde fuese Mel, era evidente que tenía que llegar enseguida.
—¿Qué le pasa? —le preguntó Jessica a Travis, perpleja.
—Yo también tengo prisa, Jess. Perdona. —Echó a correr tras Mel.
—¿Y a este que le pasa? —murmuró Jessica Lane para sí.
Travis alcanzó a su amiga gótica en las taquillas. Por poco.
—Mel, espera. —No parecía estar por labor—. Mel, que esperes. —Cogió por el hombro a la chica.
Esta dio media vuelta, furiosa.
—No me toques. Quítame la mano de encima. ¿Quién te crees que eres, mi padre?
Travis se estremeció.
—¿Por eso estás así? ¿Por tu padre? Te ha… ¿no te habrá vuelto a hacer daño?
—No, él no —replicó Mel—. Pero alguien sí me lo ha hecho.
—No te sigo.
—Me lo ha contado, Travis.
—¿El qué? —Ahora era él el que quería desaparecer. Le había pillado.
—Lo de esa pequeña conversación que tuvisteis sobre mí.
—No recuer…
—Pues deberías, Travis. Ocurrió ayer por la mañana, o sea, hace veinticuatro horas. Aunque claro, lo mismo están empezando a sufrir pérdidas de memoria a corto plazo, porque no había pasado ni, hum, treinta y seis horas desde que te pedí expresamente que no hablases con mi padre acerca de mí. Y entonces tú vas y lo haces de todas formas. Así que, Travis, o eres el enfermo de alzhéimer más joven del mundo, o te importa un carajo lo que yo quiero. ¿Cuál de las dos?