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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (4 page)

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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—Hola, Mel —dijo con una sonrisa—. ¿Qué, ya han echado al cierre la morgue?

La chica gótica sonrió con sarcasmo.

—Empezaba a pensar que no vendrías y que sería una buena noche, después de todo.

—Lamente decepcionarte. —Travis intentó acomodarse en el sofá entre Mel y los amantes, que seguían unidos por los labios—. Buenas tardes, Dale, Alison. ¿Os importaría echaros un poquito para allá?

—Mm, mm, mm-mm, mm —respondió la pareja, lo que, a juzgar por el desplazamiento hacia el otro extremo del sofá que acompañó al sonido, constituía a una respuesta afirmativa.

—¿Y si, ya puestos, os buscáis un hotel? —añadió Mel, asqueada.

—¿Que dices? Hay un montón de tíos con gabardinas largas que pagarían una pasta por ver esto —dijo Travis.

—Sí. —Dio la impresión de que, bajo aquel voluminoso jersey, Mel se estremeció—. Los hombres tienen mucho de lo que responder.

—¿Incluido un servidor?

—Tú eres una honrosa excepción. —Mel inspiró, como si acabase de sufrir un dolor tenue pero inesperado—. Me alegra que estés aquí, Trav.

—Es un placer. La verdad es que no te imaginaba solo esta noche, ni siquiera estaba seguro de si vendrías.

—¿Y decepcionar a Jessica? ¿Por qué iba a hacer algo así?

—Porque he oído a Kev Meade iba a pedirte salir.

—¿Quién te lo dijo?

—Sí, Kev Gandalf Meade —bromeó Travis.

—No tiene gracia. ¿Quién te lo ha dicho? Y no te reías como si fuese algo gracioso, Travis: me lo pidió.

—Excelente. ¿Y adónde te invitó? ¿A la convención de magos? ¿A una proyección especial de la versión del director de las tres entregas de El señor de los anillos? Tendréis un momento mágico.

—Travis… —le advirtió Mel.

—Y dijiste que sí, por supuesto.

—Por supuesto que no. ¿Por quién me tomas?

—Pues ahora que lo dices, Mel —reflexionó Travis—, te tomo por alguien que tiene mucho en común con Kev Meade. Os gustan las mismas cosas. Os gusta el mismo estilo. Es un buen chaval, en serio. Si yo fuese tú, le hubiese dicho que sí. Con suerte, hasta te habría pedido que le sujetases la varita.

Mel lanzó una mirada entre despectiva y burlona.

—Pues menos mal que no eres yo, ¿verdad? Pero oye, si encuentras tan atractivo a Gandalf, que sepas que mañana por la noche está libre.

—Así que el bueno de Kev se une a la lista, ¿no?

—¿Qué lista?

—La de tíos a los que les has cerrado la puerta en las narices después de que se atraviesen a pedirte salir. Allá donde va Mel Patrick, va sola, ¿no?

—No sé de qué hablas, Trav —respondió Mel con frialdad—. Kev Meade es un perdedor.

—No pueden ser todos unos perdedores. El sexo masculino no está formado íntegramente por perdedores.

—No sé yo…

—Mel, la gente va a empezar a hablar si no te andas con cuidado. —En aquel instante, Travis no estaba seguro de si lo decía en serio o no.

—¿Por qué? ¿Porque no tengo novio? ¿Dónde ponen en los Estatutos Adolescentes que debas echarte novio antes de los dieciséis para que no se te acuse de…? Además, tú tampoco tienes novia, majete.

—Puede que ahora no, pero he tenido mis momentos. Tú estuviste en algunos, ¿te acuerdas? Pero por poco tiempo. Y estuve saliendo con Jess una temporada, ¿verdad? Solo que al final decidimos que ser buenos amigos era más importante que ser novio y novia. Como lo decidimos tú y yo.

—Sí, sí —Mel no sonaba muy convencida—. Jessica era demasiado buena para ti, Travis Naughton.

—Puede —Quizá era el momento adecuado para cambiar de tema—. Bueno, ¿no te animas a bailar?

—¿Con esta mierda de chunda-chunda que suena? —se burló Mel—. ¿Estás de coña, no? Me hice mayor para esto cuando dejé de creer en Papá Noel y en los finales felices. Debería haberme traído mis cedés de Fractured…, le hubiesen dado un poco de clase a la fiesta.

—¿Fractured? No me suenan de nada.

—Ah, Travis, qué dulce es tu inocencia musical. —Mel se dio unos golpecitos en el labio inferior con su dedo largo, delgado y coronado de negro—. Pues ya te suenan. Y esta fiesta necesita algo que le dé un empujón.

Mel no se equivocaba. Travis tenía la impresión de que, pese a estar dispuestos todos los elementos necesarios para una buena velado (aunque echase en falta unas cuantas latas de cerveza), el ambiente resultaba un poso mustio por algún motivo: reinaba un silencio incómodo, como si los invitados tuviesen la impresión (sin saber muy bien por qué) de que divertirse aquella noche era inapropiado, o hasta indecente. Era como sí, mientras tenía lugar toda aquella frivolidad, alguien se estuviese muriendo en una habitación del piso superior. Travis echaba en falta a muchas personas a las que esperaba ver.

Mark Doyle entró en la habitación con una bebida en la mano y aspecto despistado.

—Eh, Mark —le llamó Travis—, ¿no vienes con Jill? ¿Por fin ha entrado en razón y te ha dejado?

Doyle se acercó y se encogió de hombros.

—Tenía que ir a Derby a pasar el fin de semana con su padre: Jill me ha dicho que se ha agarrado una gripe y que está en la cama. Se ha ido con toda su familia…

—Supongo que por eso tampoco ha venido Carrie —dijo Janine Collier desde el otro lado del salón—. Me ha llamado esta tarde para decirme que sus padres también están enfermos, así que le toca cuidar de sus hermanos pequeños.

—Va a ser una epidemia —predijo Jon Kemp, que se encontraba al lado de Janine. Era un hacha en ciencias, así que todo lo que decía al respecto venía envuelto en un halo de autoridad en la materia.

—Yo creo que ya lo es —dijo Mark Doyle—. Quiero decir, fíjate en cuántos sustitutos tenemos en el cole. La mitad de los profesores enfermos y nosotros, a dos semanas de terminar secundaria. Esta maldita gripe va a terminar fastidiándonos el futuro.

Alison Grant se desembarazó de su novio para demostrar que había estado escuchando.

—A mí me han cancelado la clase de equitación de hoy porque no tienen personal en los establos, por culpa de la gripe.

—No te preocupes, Allie —la tranquilizó Mel—. Ya está aquí Dale para enseñarte a montar.

—¿Pero qué creéis que es? —preguntó Janine, preocupada—. Mi madre dice que no estamos en época de gripe común. Ella cree que es algo parecido a lo de la gripe aviar del año pasado, pero mi padre dice que es el comienzo de un atentado biológico contra el país.

—Pues vaya alegría de padres que tiene, Jan —gruñó Mark Doyle.

—He visto en las noticias —dijo Travis— que no solo está pasando aquí ocurre en todo el mundo. Es una pandemia.

—Bueno, desde luego no es la gripe aviar —proclamó Jon Kemp—, a menos que haya mutado en una nueva cepa capaz de transmitirse de aves a humanos sino que exista una mínima proximidad. Y no creo que haya terroristas implicados en un fenómeno global. Además, el gobierno ya ha negado ambas posibilidades.

—Entonces, lo más seguro es que las dos sean ciertas —dijo Mel, sarcástica. La credibilidad de Jon Kemp en el plano científico no se extendía a sus afirmaciones sobre la política—. E irá a peor, te lo digo yo.

—¿Tú crees? ¿Y en qué hechos te basas para hacer una predicción tan pesimista, Melanie? —la desafió Jon Kemp, visiblemente molesto.

—En la experiencia de mi vida —dijo Mel—. Irá a peor porque siempre va a peor. Irá a peor porque todo va a peor, porque este triste mundo está dirigido por adultos sin subcultura. Y si crees que soy una pesimista que no aporta soluciones, aquí tienes una: líbrate de los adultos, pon a los jóvenes al mando, y todo se arreglará.

—Si te pusiésemos a ti al mando —dijo Jon Kemp, displicente—, las cosas se pondrían muy negras.

La pulla provocó las carcajadas de algunos.

Jessica se unió al coro de risas en cuanto entró al salón, pese a no tener ni la más remota idea de qué era tan gracioso. Pero Jessica era así: quería oír risas en todas las fiestas.

—¿Qué hace aquí todo el mundo? ¿Hablar, cuando podríais estar bailando? ¿De qué habláis?

—De la gripe —admitió Janine Collier.

—Ah-ah, de eso nada. Eso está prohibido. —Jessica forzó una sonrisa—. Que nadie hable de enfermedades en mi cumpleaños: declaro esta fiesta zona libre de gripe. Bueno, ¿y qué hacéis ahí sentados? Eso podéis hacerlo en casa. Venga, a bailar.

Así que se puso a andar y a dar palmadas, como una profesora apremiando a sus alumnos a reunirse.

—Yo paso, Jess —dijo Mel—. Lo siento, pero esta fiesta también es una zona libre de buena música.

—Travis. —Jessica lo sujetó con ambas manos—. Tú bailas, ¿no? Baila conmigo.

—Pensé que nunca me lo pedirías —dijo con una sonrisa mientras se dejaba poner en pie.

—Así me gusta, eso está mucho mejor. Venga —animó Jessica—. Vamos a pasarlo bien.

—Ya la has oído, Mel —dijo Travis, mirando a su amiga gótica por encima del hombro—. Venga. Imagina que es Fractured.

—Puede que luego —negoció Mel—. Dame un minuto. Antes tengo que terminar… —Recogió del suelo una bebida a la que no había dado una sorbo desde la llegada de Travis.

Travis siguió a Jessica hasta la sala de estar, acompañado por la mayoría de invitados a los que la cumpleañera había conseguido animar. Más que bailar, seguían el ritmo, y el volumen de la música impedía el desarrollo de cualquier conversación, independientemente del tema. Travis se fijó en que Simon Satchwell intentaba cruzar su mirada con la de alguna de las chicas de la habitación… con cualquiera. Todas lo rehuían.

Y entonces, poco después, alguien puso un disco de música lenta. Lo que suscitó los habituales emparejamientos. Alison Grant y Dale Wright, obviamente… Jon Kemp y Janine Collier, lo que resultaba un poco más inesperado. Cheryl Stone y Mark Doyle, una idea que al segundo le iba a costar a Jilly el lunes por la mañana.

Travis y Jessica.

Debería haberle gustado el modo en el que ella se aferró a él. Debería sentirse halagado por aquella preciosa rubia quisiese abrazarlo con tanto naturalidad e ingenuidad… y así era, en parte. Pero le daba la impresión de que la prioridad de la chica era no transmitirle emociones, sino sentirse segura: no era un abrazo apasionada, sino un abrazo protector, Pese a su revelador vestido y su evidente edad, Jessica parecía muy joven aquella noche, y aunque instó a sus invitados a pasarlo bien (prácticamente a la fuerza), era ella la que no parecía muy feliz en aquel momento.

—¿Estás bien? —Quiso sonar dulce, pero el volumen de la música jugaba en su contra.

—Estoy bien —dijo Jessica—. Es mi cumpleaños. ¿Por qué no iba a estarlo?

—Porque… —Travis tomó la iniciativa y la llevó hacia el comedor, donde podrían hablar sin tener que gritar—. No estás bien, ¿verdad?

Jessica miró hacia el suelo.

—Tengo dieciséis años, Travis. Es doce de mayo. Hoy es mi cumpleaños.

—¿Y?

—Y que mañana tendré dieciséis y un día, y al siguiente tendré dieciséis y dos…

—Vale, es pura matemática, me hago a la idea, ¿pero a qué te refieres…?

—Y el año que viene tendré diecisiete, y al siguiente dieciocho, y tendré que tomar decisiones y todos iremos a universidades distintas o nos buscaremos un trabajo, y nada será lo mismo. Cambiaremos, Trav. Todo va a cambiar. —Levantó la mirada del suelo: había miedo en sus ojos.

—Las cosas cambian, Jess.

—¿Por qué?

—Porque la vida es así. El tiempo pasa y envejecemos. Es inevitable. — Travis no sabía muy bien qué más decir. Por un instante, pensó que Jessica iba dar un pisotón, como solía hacer de niña en las pocas ocasiones en las que las cosas no salían como ella quería.

—Pero no quiero que las cosas cambien. Me gusta tal y como están. Quiero que sigan tal y como están. Como esta noche… como ahora… ¿No sería maravilloso que un instante pudiese durar para siempre?

—Puede, pero no es posible —la compadeció Travis—. Y de todos modos, mira el lado bueno: podrás hacer lo que quieras. Te harás mayor, conseguirás un trabajo, comprarás tu propia casa y en ella podrás montar fiestas como esta todas las noches, con ponche con alcohol incluido, y nadie podrá impedírtelo.

Jessica no parecía consolada.

—¿Te he contado alguna vez que mis padres iban a llamarme Wendy, como la Wendy de Peter Pan? Fue el primer libro que me leyeron, que yo recuerde. Pero nunca quise ser Wendy: Wendy envejeció. Quería ser como Peter y no crecer nunca. No estoy segura de que me gusta el mundo exterior, Travis. Sería más feliz y me sentiría más segura si me quedase donde estoy.

Travis pensó que ese lugar del que hablaba era el corazón de su pequeño mundo… y el de sus padres, al ser hija única. Pero él sabía perfectamente que no se puede depender de los padres para siempre. Tarde o temprano, uno debe aprender a valerse por sí mismo. Era una lección que esperó que Jessica tuviese que aprender mucho más tarde que él.

—Bueno, hay cosas que nunca cambiarán —dijo él, enérgicamente—. Jamás. Por ejemplo, siempre estaré ahí cuando me necesites, Jessie. Siempre seré tu amigo. Ahora que tienes dieciséis y cuando tengas sesenta. Para mí no supondrá ninguna diferencia.

—Travis… —Jessica volvió a abrazarlo rodeándole el cuello y le dio un beso. En la mejilla.

—Perdón, ¿interrumpo algo? —preguntó Mark Doyle desde la puerta. El ritmo de la música de la sala de estar había vuelto a subir—. Veréis, es que, como no está mi Jilly por aquí, me preguntaba si… eh… si a la cumpleañera no le importaría dejarse compartir un rato.

—Todo un caballero, Mark —apostilló Travis.

—¿Bailas? —le preguntó Doyle a Jessica.

Esta miró a Travis como si le pidiese permiso.

—Una buena anfitriona siempre tiene contentos a sus invitados —dijo Travis—. Adelante. Además, es hora de que obligue a Mel a levantarse.

—Gracias, Trav. —Jess le estrechó la mano mientras se marchaba—. Lo digo en serio.

En cuanto a Mel, no se había movido del sofá, a pesar de que sus compañeros habían pasado a ser Trevor Dicketts, Steve Pearce y su debate acerca de los méritos relativos del 4-4-2 y la formación en árbol de Navidad. El vaso que sostenía en la mano seguía medio lleno (o, como sin duda hubiese matizado Mel, medio vacío).

—Vale, se te acabaron las excusas —dijo Travis, animado—. Y antes de que los músculos que le quedan en las piernas se atrofien del todo por falta de ejercicio, usted y yo, señorita Patrick, vamos a enseñarles a los demás cómo se hace.

—Hablas de bailar, ¿no, Trav? —aclaró Mel—. En ese caso… —Levantó el vaso hacia él a modo de escudo.

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