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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (5 page)

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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—El único motivo por el que no te has terminado la bebida es porque todavía no tienes sed. Pero eso —insistió Travis— va a cambiar. Ya te he dicho que se te acabaron las excusas.

Excepto una. Travis sujetó a Mel, no con violencia o saña, si no prácticamente jugando. Cerró la mano en torno a su brazo izquierdo, justo debajo del codo, donde la extremidad aún estaba protegida por el jersey. Apretó con delicadeza.

Y ella gritó de dolor.

De pronto, el rostro de Travis palideció hasta superar la lividez al de la chica. De repente, bailar perdió todo su atractivo, incluso su sentido. La soltó como si se hubiese escalado los dedos.

—Arriba —le susurró, con toda tranquilidad.

—Pensaba que solo éramos buenos amigos. —EL intento de Mel de resultar graciosa fue muy débil, insulso.

—A la habitación de Jess. —No podían hablar abajo. No de este tema. Con la gente alrededor, hasta las paredes tendría oídos.

Nadie les prestó atención a medida que subían las escaleras hacia la habitación de Jess. Travis encendió la luz y cerró la puerta tras ellos. La habitación estaba llena de rosa y de inocencia: había peluches en las estanterías y pósteres de ponis y estrellas del pop en las paredes. Mel parecía incomoda.

—Vale —dijo Travis con frialdad—, ¿qué ha pasado?

—No ha pasado nada, Travis. —Pero Mel no pudo cruzar su mirada con la de aquellos penetrantes ojos azules—. No sé por qué me has subido aquí arriba. Está prohibido entrar en los dormitorios durante las fiestas de Jessica… ya lo sabes.

—Te ha vuelto a hacer daño. —No era una pregunta.

—No. —Mel reparó en una fotografía sobre la mesita de noche de Jessica en ella salía una chica rubia acompañada por sus padres y Mickey Mouse. Todos sonreían. Todos eran felices.

—Me estás mintiendo, Mel. —Travis la sujetó de la mano izquierda con la suya y con la mano libre retiró la manga del amplio jersey, revelando su pálido y delgado antebrazo—. Esto sí dice la verdad. — La piel tenía varios moratones.

—Travis, por favor. —Se libró de su agarre—. No mires —dijo mientras se tapaba como si la hubiese visto desnuda.

—Esta es la gota que colma el vaso, Mel, te dije que si tu padre volvía a hacerte daño, informaría a las autoridades. —Gerry Patrick, el padre de Mel. Para Travis, aquel nombre sonaba como una obscenidad. No podía pensar en aquel individuo ni visualizarlo sin sentir asco y desprecio… y algo mucho más siniestro y oscuro al recordar a su propio padre, muerto seis años atrás.

—No puedes, Trav —protestó Mel, desolada—. No lo denuncies. Sé que se lo merece… es lo mínimo que ese cerdo merece…, pero piensa en cómo se sentiría mamá si se enterase. No podría soportar semejante vergüenza, Trav. La destrozaría.

—Pues lo siento mucho por ella, pero es en ti en quien pienso, Mel. Es a ti a quien se lo ha hecho, a quien se lo sigue haciendo.

—Lo sé. No creas que no te lo… agradezco.

—No se puede maltratar a alguien, fin de la historia. La única opción correcta es poner una denuncia y acabar con esta situación de una vez. Si no defendemos aquello en lo que creemos, los criminales, los matones como tu padre, creerán que pueden salirse con la suya y seguirán igual que siempre.

—Lo sé, lo sé. —Mel ya había oído a Travis decir eso antes en muchas ocasiones. Le hubiese gustado decir las mismas cosas y ser así de fuerte—. Pero para ti es fácil decirlo, Trav. No es tu familia la que está implicada. No es tu padre el que… —Rectificó de golpe al recordar que no todas las heridas son visibles—. Lo siento.

—No, tienes razón —dijo Travis—. No es mi padre el que pega a sus hijos cuando está borracho. Nunca lo hubiese hecho. —Hubo una larga e incómoda pausa—. Me dijiste que no había vuelto a hacerlo. Quiero decir, así fue como me convenciste para que no llamase a la policía la última vez. Te creíste sus promesas de que no lo volvería a hacer.

—Y le creí, de verdad que le creí. —Mel sonaba mucho más seria—. Las cosas habían ido bien en casa durante los últimos meses. Es que… perdió un montón de dinero apostando a los caballos… Ha sido un arrebato, Travis. Seguro.

—Tu padre no va a cambiar, Mel —suspiró Travis—. Puede que dejase de pegarte durante una temporada, pero el maltrato es como una adicción, ¿sabes? Tu padre es un adicto. Mientras sigas viviendo en esa casa…

—Y después, se acabó. —Mel dio un sonoro palmetazo—. No me quedaré mucho más. El mes que viene tenemos los exámenes y ya podré dejar el cole y conseguir un trabajo. Y entonces buscaré un piso para mamá y para mí, nos marcharemos las dos y estaremos a salvo… —Su expresión se tornó tan oscura como su ropa—. Y entonces el desagraciado de mi padre se podrá ir a la mierda, por lo que a mí respecta. —Por último, suplicó—: Así que, por favor, Travis, sé que quieres hacer lo correcto, pero… por una vez… por favor, no lo hagas.

—Mel… —dudó.

—En unos meses me habré largado de ahí. Para Navidad me habré librado de papá. Hazlo por mamá, no por mí. No se lo digas a nadie.

—Debería advertir a tu padre de que lo sé, de que alguien lo sabe, y que si no se controla…

—No, Travis, por favor. No. Por favor. Deja que me ocupe yo a mi manera, ¿vale?

—No debería.

—¿Vale?

—Mel —dijo suavemente mientras le acariciaba el pelo. Aquello empezaba a parecer la noche de los consuelos—. De acuerdo, pero si vuelve a tocar…

—No lo hará. Te lo prometo. Gracias.

Mel lo hubiese besado, pero en aquel momento se vio interrumpido por una sucesión de gritos procedentes del piso de abajo, seguida de una insustancial carcajada masculina.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

Escuchó el grito de una chica.

Travis abrió la puerta del dormitorio en un santiamén. En el rellano se encontró a Simon Satchwell, que parecía estar escondiéndose.

—Simon ¿qué pasa?

—Creo que han venido unos cuantos a fastidiar la fiesta —gimió Simon—. Con Richie Coker.

—Coker. —Otro nombre que a Travis le sabía a rayos. Bajó las escaleras.

—Travis, espera —dijo Mel, siguiéndolo.

Efectivamente, unos cuantos habían venido a fastidiarla. Y entre ellos estaba Richie Coker. Aunque estuviese cubierto por su gorra de beisbol y la capucha de su sudadera, los rasgos duros y huraños de aquel matón eran inconfundibles para Travis. Coker se había atrevido a venir a casa de Jessica en su cumpleaños. No está solo, por supuesto: lo escudaban sus matones, los cuales juntaban entre todos más puños que neuronas. La mayoría, que aún estaba fuera, intentaba abrir la puerta. Solo Richie y un par de sus leales lacayos habían conseguido entrar.

Y Richie le había puesto las zarpas encima a Jess.

—Venga, nena, ¿qué te pasa? —decía mientras estiraba los labios—. Un besito, un besito de cumpleaños.

—Por favor, suéltame —dijo Jessica mientras forcejeaba—. No tendrías que estar aquí. Que alguien…

Pero nadie movió un músculo. La mayoría de sus invitados (amigos suyos) se acercaron al vestíbulo, pero al mismo tiempo parecían mantener la distancia, como si solo pasasen por allí. Travis, que ya había recorrido la mitad de las escaleras, estaba desolado: podía entender que las chicas (con la más que posible excepción de Mel) no quisiesen enfrentarse a Richie Coker y sus esbirros, vale. Entendía que Simon Satchwell, una víctima dentro y fuera del colegio, tampoco se metiese. Puede que los más estudiosos, como Jon Kemp, tampoco. ¿Pero Mark Doyle? ¿Steve Pierce? ¿Por qué no se enfrentaban a Coker y sus matones? ¿Cómo podían permitir que aquellos abusos tuviesen lugar sin ningún tipo de represalia?

Bueno, pues Travis no lo iba a tolerar.

—Haz lo que te dice, Coker —dijo desde las escaleras—. Suéltala.

—¡Travis! —gritó Jessica, aliviada.

Richie Coker sonrió.

—Eh, Naughton, no te imaginaba por aquí. ¿Por qué no te largas, anda? Aquí todo va bien; solo estamos siendo amables, ¿no es así, chicos? —Sus amigos esbozaron unas sonrisas dignas de un lobotomizado—. ¿Alguien más cree que hay algún problema? —dijo, desafiando a los invitados. Ninguno reaccionó—. ¿Nada? Igual eres tú el que tiene el problema, Naughton.

—E igual eres tú el que se lleva una buena si no dejas en paz a Jessica, Richie —amenazó Mel desde el hombro de Travis, tras el que se refugiaba, mientras apretaba los puños hasta cerrarlos del todo.

—¿Has estado en el dormitorio con Morticia, eh, Naughton? ¿Cómo se porta en la cama?

—Solo voy a decírtelo una vez, Richie —dijo Travis, mirándole fijamente a los ojos—, pero te lo voy a decir despacito y con claridad porque sé que a veces te cuesta entender tu propio idioma. —Su voz y su mirada eran firmes, pero tenía el corazón a cien por hora. Sintió los dedos de Mel retorciéndole la camiseta—. Quítale las manos de encima a Jessica, lárgate y llévate a tus idiotas. Ahora.

Los idiotas en cuestión se mofaron con un agudo aullido de impresión.

—¿O qué? —gruño Richie Coker.

—O te obligaré.

El matón rio a carcajadas. Sus colegas le imitaron. De algún modo, aquellas burlas daban renovadas fuerzas a Travis. Sintió el pecho henchido de orgullo. Se sintió vigorizado. Inspirado.

—¿Qué me obligarás? Mira a tu alrededor, chaval. Excepto por Morticia, estás solo. Yo tengo a mis amigos.

—No necesito a nadie para poner a gentuza como tú en su lugar —dijo Travis.

Richie Coker dejó de reírse. Observó a Travis con curiosidad.

—Ten cuidado con esa boca, Naughton, no te la vayan a partir.

—Si no te larga de aquí en quince segundos, Coker —amenazó Travis—, aplícate el cuento.

—RIch —Uno de sus lacayos tiró, nervioso, de la manga de Richie—. Viene un coche. —Una silueta oscura apareció en la carretera, dirigiendo dos haces de luz hacia la casa.

Al parecer, el señor y la señora Lane habían vuelto a casa antes de lo previsto.

Amenazar a chicos de su misma edad era una cosa. No obstante, enfrentarse a adultos… acarreaba demasiadas complicaciones.

—Total, es una fiesta de mierda —dijo Richie mientras soltaba a Jessica—. Os merecéis los unos a los otros, perdedores. —Se unió a sus amigotes y salieron corriendo a través del patio, en dirección a la calle.

—¿Si? —Les gritó Mel—. Mirad quiénes hablan de perdedores, gentuza de los… —. El resto de la frase fue irrelevante, ya que Richie Coker estaba demasiado lejos como para oírla. Mel vio a la banda saltar la pequeña tapia del jardín y dirigirse a toda prisa hacia la carretera. Le habría hecho muy feliz que un autobús los hubiese atropellado a todos de repente.

En cuanto a Travis, él solo tenía ojos para Jessica.

—Jess, ¿estás bien? ¿Seguro? —Sus brazos también estaban totalmente ocupados con ella.

—Estoy bien, de verdad. Estoy bien. —Se esforzó al máximo por recuperar la compostura, ya que no quería que sus padres la viesen así—. Pero Travis, ha sido… pensé que sería Carrie, o algún otro invitado, pero eran Richie y sus amigos, intenté cerrar la puerta pero se las apañaron para entrar. Solo quería que se largasen.

—No pasa nada, no pasa nada —la consoló Travis—. Ya se han ido y no van a volver.

—Pero los que sí han vuelto son tus padres, Jesse —dijo Mel. Los Lane acababan de aparcar el coche, tras lo cual apagaron las luces y el motor.

Pero Travis no estaba prestando atención. Se dirigió hacia los invitados, acusador.

—Y vosotros, ¿qué? ¿Es que no pensabais hacer nada? Sabéis qué Coker es un matón. ¿Qué tenías pensado hacer, mirar mientras asustaba a Jessica? ¿Cuándo ibais a reaccionar, después de que hubiese echado la casa abajo, o qué?

Por lo menos, pensó Travis, ninguno tuvo agallas para mirarle a los ojos. Ahora que la crisis había concluido, entre los invitados reinaba una atmósfera de vergüenza colectiva. Simon Satchwell oteó sobre el pasamanos, al final de la escalera, como un soldado asediado asomando la cabeza por encima de las almenas.

—Travis, Trav —dijo Jessica mientras le tiraba de la manga conforme sus padres se bajaban del coche—. Ahora da igual. Tú lo has dicho; ya se han ido. Y no quiero que mamá y papá se enteren de que han estado aquí, ¿vale? Se enfadarían y llamarían a la policía, o algo así, y no quiero que me fastidien la fiesta, ¿vale?

—Pero si los han visto —apuntó Travis.

—Déjame eso a mí —dijo Mel con un guiño. Saludó animadamente desde el umbral—. ¡Hola, señor y señora Lane! Qué pronto han vuelto.

—Hola, Melanie. Pensamos que ya iba siendo hora de volver —dijo el padre de Jessica.

—Parece que no hemos sido los únicos —dijo su madre—. ¿Quiénes eran esos hooligans que corrían por nuestro jardín hace un rato?

—Ni idea —mintió Mel con aplomo—. Estaban buscando a un tal… eh… Mickey. Se habían equivocado de dirección, así que se largaron.

—Corriendo por los jardines de la gente decente. —La señora Lane miró en la dirección por la que habían huido los culpables—. ¿Crees que deberíamos llamar a la policía, Ken?

—Ya estarían muy lejos para cuando llegasen —la disuadió Mel.

El señor Lane coincidió.

—Melanie tiene razón, cariño. Serpa mejor que los dejemos correr. No nos metamos en medio. Hola, Travis, ¿qué tal? Jessica, cariño. —Besó a su hija en la frente—. ¿Os lo estáis pasando bien?

—Sí, muchas gracias, papá —dijo Jessica, muy formal—. Muy bien. ¿A que si, gente?

Todo el mundo se mostró de acuerdo. El veredicto fue unánime; se lo estaban pasando muy, pero muy bien.

Y así, la fiesta del decimosexto cumpleaños de Jessica fue prácticamente idéntica a la del decimoquinto, que a su vez lo fue del decimocuarto. Sobre todo a medida que tocaba a su fin. En casa de los Lane, la continuidad lo era todo y la rutina proporcionaba seguridad.

El final tradicional implicaba que todo el mundo se sentase en la mesa del comedor a cantar el “cumpleaños feliz” mientras se cortaba la tarta de cumpleaños y se brindaba por la cumpleañera. En una ocasión lo celebraron con naranjada y limonada. Aquella noche fue el segundo año en el que brindaron con vino espumoso sin alcohol.

Y todo el mundo sonreía, todo el mundo reía mientras la madre de Jessica encendía las velas y su padre llenaba las copas de los invitados. Hasta Simon Satchwell participó. Hasta Mel. Hasta Travis, aunque de forma muy superficial. ¿Es que ya se habían olvidado de Richie Coker? Porque él no. Mel se encontraba a su lado, ¿había olvidado ella lo que le hizo su padre? Porque él no. Pensó en Gerry Patrick, y en Richie Coker sujetando a Jessica sin que nadie interviniese.

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