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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (11 page)

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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—Encantador. —Y retomo la conversación con Jessica.

Y eso fue todo. No era de extrañar que Simon no creyese en milagros. De sus ojos empezaron a brotar cálidas lágrimas de desesperación.

—Por favor, Richie, me tengo que ir. El señor Clancy tiene que darme unas tareas de refuerzo para mates… si llego tarde…

—Clancy no ha venido —dijo Richie, esbozando una gélida sonrisa—. Así que no hace falta que pierdas el tiempo buscándolo, ¿a qué no? Pero no te preocupes, Simoncete. No vamos a entretenerte mucho tiempo, pero es que, como es la hora del almuerzo y todo eso, sentimos curiosidad… ¿Qué te ha puesto la abuelita en la fiambrera?

Simon sacó de su mochila en un santiamén y se la entregó al matón como una ofrenda.

—Toma. Llévatela. Puedes quedártela, si quieres. No tengo hambre. Si Coker se llevaba la fiambrera, Simon siempre podía decirle a la abuela que se la había dejado o que la había perdido.

Pero, después de todo, quizá no fuese necesario mentir. Richie escudriñaba el interior con una mezcla de lástima y asco.

—La verdad, Simoncete —dijo, haciendo una mueca—, ahora que la miro tu fiambrera no es gran cosa. Quiero decir, que no es especialmente bonita, ¿sabéis a que me refiero, chicos? —Los matones rieron la gracia de su líder—. Y tampoco contiene gran cosa. —Richie sonrió—. Te la puedes quedar. —Y diciendo esto, vacio el contenido en la mochila de Simon—. Ala, libros con sabor a queso y pepinillos. Delicioso. No digas que nunca te doy nada, Simoncete. —Richie le hizo un gesto de amonestación con el dedo—. Así que ahora te toca darme algo a mí. Ya sabes qué. Es lo justo, ¿no?

—¿Cuánto quieres? —Simon estaba familiarizado con aquella rutina.

Ya tenía metida la mano en el bolsillo y todo.

—¿Cuánto tienes, Simoncete?

—Nada —dijo una voz—. Nada para ti, Coker.

Richie y sus matones volvieron la cabeza hacia la voz, tras ellos.

¿Quién se atrevía?

—Quédate el dinero, Simon —dijo Travis desde el umbral de la puerta.

Richie frunció el ceño.

—¿Naughton? ¿Otra vez tú? ¿Qué haces aquí?

—He venido a tener unas palabras con Mel, si no te importa —dijo mientras la señalaba.

—¿Y si es a mí a la que le importa? —protestó Mel. Travis observó que Jessica sujetaba con ambas manos la de Mel, como si la estuviese consolando.

—Haz lo que quieras con Morticia, Naughton. —Richie dejó de fruncir el ceño. Por el momento.

—¿Sí? Pues ya puestos, querría que dejases de abusar de Simon. Ahora mismo, a poder ser.

—¿Qué? —Richie no entendía aquella situación. ¿Es que Travis Naughton quería morir o algo así? —. ¿Me estás llamando matón, Naughton?

—Si no te gusta, no lo seas.

Richie se estiró al máximo (él creía que así resultaría más intimidatorio), pero Naughton no parecía amilanarse. Y no dejaba de mirarlo con esos inquietantes ojos azules.

—Esta es la segunda vez que te me pones chulo, Naughton, y eso no es una buena idea. No es una idea saludable.

—¿Ah, no?

—Trav… —Travis pudo oír la preocupada voz de Jessica desde el otro extremo de la clase. Mel permaneció callada, pero seguía mirándolo con inquietud… o eso quería pensar.

—Te perdono lo de la fiesta de Barbie porque, vale, era tu territorio o algo así, y soy un tío generoso. Pero este colegio es mío y mientras estés en él harás lo que yo te diga.

—No puedo permitir que te lleves el dinero de Simon, Richie —dijo Travis sin inmutarse—. No está bien.

—¿Qué? —Richie no cabía en su asombro.

Simon tampoco. Se ajustó las gafas como si aquellas lentes no le mostrasen la realidad. ¿Por qué estaba Travis Naughton dando la cara por él? Travis era un buen chaval, vale, y siempre se apiadaba de quienes estaban abajo del todo en la cadena alimentaria adolescente; jamás se aprovechaba de ellos. Pero tampoco es que fuesen amigos. Entonces recordó que Travis también había perdido a su padre; que fue apuñalado en la calle. Simon sintió una gran compasión y gratitud por su inesperado defensor.

—¿Sabes con quién estás hablando, Naughton? —dijo Richie Coker, con los ojos abiertos de par en par (aunque deseaba que el perdedor que tenía delante dejase de clavarle esa mirada).

—Me hago una idea.

—Debería partirte la cara. Debería haberlo hecho el sábado.

—Deberías. El sábado tenías el triple de idiotas para ayudarte.

—Te la estás buscando.

—Pues ¿a qué esperas? Si quieres hacer algo, Coker, hazlo.

En el aula reinó el silencio, más incluso que durante las clases, tenso, expectante. Como si nadie se atreviese a respirar. Richie clavó su peor mirada en los ojos azules de aquel chico…, pero Naughton no parpadeaba. No se estaba tirando un farol.

—Estoy esperando —le provocó.

—Ve a por él, Rich —le animó Lee.

Debería hacerlo. Travis Naughton se había pasado de la raya.

—Vamos a por él. —Llegaron refuerzos: Wayne y Mick.

Debería hacerlo. Era cuestión de respeto. Y en aquel instante no había coches ni adultos que interfiriesen.

—Rich —murmuraron sus colegas alentándolo.

Nada se lo impedía. Podía hacer lo que le diese la gana.

Richie Coker miró a otra parte.

El suspense se hizo añicos. Simon se dio cuenta de que estaba temblando. Jessica salió disparada hacia Travis. Mel no se movió ni un poco. Miraba al suelo, como si se avergonzase de algo.

—Nah — dijo Richie, como si no hubiese nada relevante en juego—. No mereces la pena, Naughton. Ni Simoncete. Si me vuelvo a meter en líos dentro del cole, me expulsarán. Paso de movidas. Venga, chavales, que aquí huele raro. —El matón y sus lacayos se marcharon, apartando a Travis y a Jessica—. Pero esto no ha terminado —dijo Richie, acercando su rostro al de Travis—. Ándate cono ojo, Naughton.

Y se fue.

—Trav, la próxima vez que quieras arriesgar tu vida de esa manera —le aconsejó Jessica—, hazlo cuando no esté delante para verlo, ¿vale? Richie Coker podría haberte hecho mucho daño.

—Pero no lo ha hecho, ¿no? —dijo mientras abrazaba a Jessica, tranquilizándola—. Simon, ¿qué tal estás?

—Mejor, y encima no he perdido cuatro libras y media —dijo Simon—. Gracias, Travis. Parece que Richie Coker me la tiene jurada. No sé qué he hecho para merecerlo, la verdad, pero… podrían haberte dado una paliza. Quiero decir, no me debes nada… ¿por qué has…?

Porque es lo que hubiese hecho papá.

—Porque abusar está mal —dijo Travis—. Y al final, los capullos como Coker no son más que cobardes. Imponen el miedo, pero se vienen abajo en cuanto les haces ver que no estás asustado.

A Travis no se le pasó por alto el tono de ruego en la voz de aquel chico. Recordó lo solo que había estado en la fiesta.

—Simon, si Coker vuelve a darte problemas, avísame. Y si quieres hablar, pues también. Si necesitas ayuda…

De pronto, Mel apareció cerca de su hombro.

—Eh, sir Travis, ¿puede el caballero de brillante armadura bajarse de su fiel corcel un minuto? Hay una dama en apuros que está lista para tener la pequeña charla que deseabais mantener. ¿En privado?

Travis asintió, agradecido.

—Jess, ¿te importa? Mel y yo… Ah, y Simon, lo digo en serio. Si necesitas un amigo, aquí lo tienes.

Simon vio a Travis y a Mel abandonar el aula mientras Jessica regresaba a su sitio. No quería estar cerca de Simon por más tiempo, pero a él no le importaba. Tenía un protector, una oportunidad. Vio marcharse a Travis mientras experimentaba una sensación que solo había profesado hacia dos personas en toda su vida.

Lealtad.

—¿Sir Travis? —se oyó en el pasillo. El destinatario de aquel título reflexiono sobre este—. ¿Estás de coña, Mel?

—Es una forma de disculparme. Reconozco que no es muy allá.

—Bueno, pues a ver si la mía es mejor: lo siento.

—Travis, ¿y tú por qué te disculpas?

—Porque no tendría que haber hablado con tu padre a tus espaldas. Debería haber cumplido mi palabra. No hice lo correcto.

—Ay, Trav —suspiró Mel, con una mezcla entre admiración resignación—. No sabes hacer otra cosa que no sea lo correcto. No puedes. Eres incapaz. Plantarle cara a Richie Coker para defender a Simon Satchwell lo demuestra. Siempre haces lo correcto, no puedes evitarlo. Debería saberlo a estas alturas y por eso me disculpo, mientras que a ti no te hace falta. No debería haberte hecho el vacío esta mañana. A mi padre tampoco le vendrá mal saber que hay gente…, amigos, que se preocupan por mí.

—Siempre los habrá.

Se detuvieron en mitad del pasillo y Travis envolvió a Mel con sus brazos, dándole un protector abrazo.

—La gente va a cuchichear —advirtió ella, sonriendo.

—Para eso están las bocas.

—Entre otras cosas.

Pero no se besaron. Ya no se besaban así.

—Entonces ¿estoy perdonado?

—¿Y yo?

¿Usted qué cree —rio Travis—, lady Melanie?

* * *

Cuando terminó la jornada, las cosas habían vuelto a la normalidad, por lo menos entre Travis y Mel (para alivio de Jess… no le gustaba que sus amigos se separasen, ya que alteraba su sensación de seguridad). Sin embargo, fue el señor Lane el que se ofreció a llevarlos a casa, en lugar de su mujer.

—Hoy he cerrado temprano la oficina —explicó—. No hay gente como para manejar el papeleo como es debido. Maldita enfermedad. ¿Ha faltado mucha gente a clase? Como las cosas sigan así, no me sorprende­ría que también cerrasen los colegios.

—Dios existe —dijo Mel.

—Pero ¿y nuestros exámenes? —preguntó Jessica, preocupada—. Tenemos los finales en cuestión de semanas.

—Tranquila, princesa—la tranquilizó el señor Lane, como si estuviese dirigiéndose a una niña diez años menor que su hija. Travis y Mel intercambiaron divertidas miradas—. No tienes que preocuparte de nada. Estoy seguro de que mantendrán las clases de preparación.

Primera fase
, pensó Travis,
hacer que todo parezca ir con normalidad.

Pero no en Trafalgar Road.

Fue toda luda una suerte que el señor Lane hubiese frenado para tomar la curva hacia la izquierda con seguridad…, como también lo fue el hecho de que se tratase de un conductor precavido y consciente. De lo contrario, un hombre que se dirigía hacia ellos a toda velocidad hasta darse de bruces contra el radiador hubiese salido peor parado. Era un hombre que estaba sobre el capó con los brazos y las piernas abiertos, como si quisiese detener el coche sin que el conductor pisase el freno (cosa que el señor Lane hizo automáticamente). Un hombre que tenía el terror grabado en los ojos y la boca completamente abierta.

Un asiático.

—¿Pero qué demonios…? —gritó el padre de Jessica mientras su hija chillaba.

—¡Socorro! ¡Socorro! —El hombre propinó débiles puñetazos a la luna, rogando desde el otro lado del cristal.

Parecía que estaban teniendo lugar unos disturbios tras él, en Trafalgar Road. Había coches y furgonetas de policía y un intento de cordón policial. Una tromba de civiles enfrentándose a una unidad que parecía compuesta por todos los agentes de Wayvale. Travis observó que los agentes llevaban chalecos antibalas y estaban armados.

—¿Es que no ve lo que está pasando? ¡Ayúdeme! —gritaba el hombre entre sollozos, desesperado.

—Cerrad las puertas. Chicos, cerrad las puertas. Ahora mismo. —El señor Lane hubiese dado marcha atrás, pero el tráfico que se extendía tras él se lo impedía.

El asiático observó por encima del hombro y lo que vio en la calle despertó en él un terror aún mayor: miradas de odio irracional volviéndose hacia él.

—¡Después irán a por usted! —gritó antes de cruzar la carretera a toda prisa. Un Audi tocó el claxon, furioso, después de estar a punto de atropellarlo. Era evidente que el hombre estaba dispuesto a correr riesgos. Siguió corriendo.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó Mel mientras reía con desgana.

—Me da igual. Vámonos de aquí, papá. Parece peligroso.

—Desde luego. —El señor Lane puso la palanca de cambios en primera y dio media vuelta, evitando Trafalgar Road.

Travis se quitó el cinturón de seguridad y abrió la puerta.

—Travis, ¿adónde crees que vas? —preguntó Mel.

—¡Travis! —dijo Jessica, asustada.

—Ah… Travis, tenemos que… no creo que salir sea una buena idea

—Dadme un segundo —les tranquilizó Travis mientras salía del coche pese a los consejos—. Quiero saber qué está pasando. Puede que mi tío Phil esté ahí. —Aunque esperaba que no fuese así.

Mientras corría por la calzada hacia el meollo de la revuelta, se hizo una idea de lo que estaba ocurriendo.
«Chivos expiatorios.»
Recordó las palabras del policía.
«Señalar con el dedo a las minorías. Vale todo Trafalgar Road era el núcleo de la pequeña comunidad asiática de Wayvale… de la comunidad musulmana.

Todo indicaba que ya habían empezado.

Parecía que estaban arrestando a gente, sacándola de sus casas y conduciéndola a las furgonetas: los vehículos en los que llevaban a los delincuentes al tribunal o a la cárcel. Era evidente que algunos de los detenidos no querían ir: algunos gritaban y maldecían, protestando a veces en el idioma local, a veces en otro idioma. Otros estaban siendo reducidos a la fuerza por la policía. Algunos hasta eran arrastrados por la calle mientras pateaban y gritaban. Aquello era un borroso desfile de rostros asiáticos llenos de miedo y rabia, sentimientos que empezaban a apreciarse con claridad en un público cada vez más descontento y frustrado, a punto de convertirse en una turba de un momento a otro. Cientos de bocas escupían insultos e ignorancia, como si fuesen vándalos arrojando piedras contra las ventanas para hacerlas añicos. Agitaban y lanzaban puños al aire. Un musulmán cayó al suelo, desatando un grito de aprobación por parte de la muchedumbre. Cuando una mujer (su mujer, probablemente) tropezó del mismo modo, recibió la misma respuesta.

—Esto no está bien —murmuró Travis en voz baja—. Es una locura.

Pensó en Sanjay Rahman, un chico del colegio al que conocía desde primaria, con el que jugó en el mismo equipo al fútbol en innumerables ocasiones, con el que hizo experimentos en clase de ciencias con papel de tornasol y mecheros Bunsen. Sanjay quería ser médico, no terrorista. ¿Cómo iba a convertirse en terrorista? Pero era musulmán y vivía en Trafalgar Road. Iba a acabar igual que el resto de los musulmanes que vivía en Trafalgar Road… detenido.

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