Read Los caracoles no saben que son caracoles Online
Authors: Nuria Roca
—Da igual. Voy a vestirme.
—Clara, ¿tú y yo qué somos?
—¿Cómo?
—Es que yo ahora no quiero atarme a nadie.
Roberto estaba rompiendo conmigo con esa frase tan vulgar y yo estaba todavía a medio vestir. Intenté mantenerme en la postura más digna posible mientras me subía mis vaqueros con elástico hasta la mitad de mi tripa, un poco por debajo de mi pecho, cada vez más enorme. De repente, tuve claro que lo que estaba sucediendo era lo más normal del mundo y hasta tuve que hacer un pequeño esfuerzo para que me doliera un poco cuando Roberto terminó con eso de «me gustaría que siguiéramos siendo amigos».
Es posible que más adelante, después del parto, pueda sacar de Roberto lo mejor que tiene, pero es imposible que él y yo seamos una pareja con una hipoteca, una suegra y una tele en el dormitorio. Tal vez, cuando recupere mi cintura —la que me quede después del tercero—, pueda seguir viéndome con él en la cama, que es su escenario natural. Algo así no podría haberlo pensado hace unos años sin sentirme culpable, pero ahora me encanta pensarlo. ¿Por qué si no hay dos personas iguales queremos que todas las relaciones sean idénticas? Es un error en el que caemos frecuentemente, sobre todo las mujeres. Roberto tiene siete años menos que yo, le encanta el cine europeo, cantantes que yo no conozco, vive en un piso enorme que no tiene habitaciones, una cocina de adorno y los cuadros están en el suelo. Yo tengo dos niños y espero otro, lloro con
Pretty woman
, escondo el CD de Rick Astley cada vez que alguien se sienta en mi coche, y si pongo un cuadro en el suelo seguro que Sornitsa lo tira a la basura. ¿Cómo vamos a ser Roberto y yo una pareja por mucho que me ría con él y por mucho —muchísimo— que disfrute con él en la cama?
Lo único que no me gusta de trabajar en series de ficción es que no estás casi nunca en los rodajes. En los programas es distinto, porque siempre estás allí y los vives más. Cuando son series, el trabajo es más de mesa y teléfono. Lo bueno de ésta es que ya está empezada y lo único que tengo que hacer es subirme al carro de la producción que, como siempre, funciona de maravilla con Carmen. Naturalmente, ella es mi jefa y yo estoy encantada. Me apetece estar escondida laboralmente hasta que dé a luz. No ha sido una buena experiencia ser jefa de producción en
Efecto Martínez
y ahora prefiero descansar detrás de alguien que me dé confianza.
La serie de abogados es entretenida, con los ingredientes normales de cualquier serie, sea de bomberos, policías, médicos o periodistas. Dos protagonistas guapos, él y ella, que trabajan juntos y que se llevan fatal, pero que en el fondo se respetan y se desean. Alrededor de ellos los casos que se resuelven en el bufete tienen algo de social, algo de acción, algún malo malísimo y algún bueno buenísimo. Todo debe estar muy claro en televisión para que la gente lo entienda y no tenga que ponerse a pensar a las diez de la noche. Naturalmente, el título de la serie de abogados es
Abogados
. Mi trabajo aquí consiste en coordinar a los equipos para el rodaje de las secuencias. Es algo complejo en ficción porque no se graba en orden. Es posible que esta mañana hagamos la escena 25 del capítulo 6 y mañana la 12 del capítulo 4. Coordinar actores, vestuario, equipos y localizaciones no es fácil, pero sí divertido. Aquí voy a estar a gusto por lo menos hasta Navidad, donde a lo mejor me cojo la baja para ir arreglando la casa antes de dar a luz.
Con las revisiones en el ginecólogo, cada vez más frecuentes, estoy faltando más horas de las razonables. Menos mal que el ambiente de trabajo es fantástico y que
Abogados
está siendo un éxito de audiencia, pero sobre todo menos mal que está Carmen.
—¿Qué tal con Roberto?
—Me ha dejado.
—¿Y cómo estás?
—Si te digo la verdad, muy bien.
—¿Y ahora sois amigos?
—Sí.
—Es lo mejor que se puede ser de Roberto.
—¿Y eso?
—Porque salvo en la cama, Roberto todavía es un crío.
Carmen cada vez me gusta más, la quiero más y la admiro más. Qué capacidad para hacer las cosas fáciles, qué mujer tan generosa, qué mujer tan digna, a pesar de haber tenido una vida tan difícil. Carmen no ha sido hasta ahora una persona importante en mi vida, no ha tenido un lugar relevante en mi lista de amigas, donde sigue estando únicamente Esther. Hasta me pongo un poco celosa al pensar que ella es mucho más amiga de Carmen que yo. Lo que pasa es que para que Carmen fuera mi amiga me tendría que atrever a decirle que quiero que lo sea, a decirle lo que pienso de ella. No es fácil decirle algo bueno a alguien que es tu jefa sin que parezca otra cosa. Da igual. No puede costarme tanto decirle a la gente las cosas buenas que tiene. En eso tengo que ser más valiente.
Me han llamado del estudio de fotografía para hacer un trabajo un poco especial. Llevaba mucho tiempo sin pasarme por allí y, al verme, la gente del laboratorio no se ha atrevido a darme la enhorabuena por mi embarazo. A pesar de que tengo un bombo considerable he tenido que ser yo la que comunicara mi estado para que por fin se atrevieran a felicitarme.
—Es que creíamos que habías engordado más de la cuenta.
No sé si tomarme esa frase mal o bien, así que me la tomaré bien. El trabajo para el que me llaman es especial porque se trata de una sesión para una revista pornográfica. Al parecer, no es un simple desnudo explícito como los de
Penthouse
o
Playboy
. Esas revistas tienen fotógrafos profesionales estupendos. La sesión que tengo que hacer es porno para una publicación de bajo presupuesto, de esas en las que el cuidado de la iluminación es algo más bien secundario. Los modelos están esperando en la sala del estudio y aunque me puede la curiosidad por hacer las fotos, le digo al jefe que me lo estoy pensando, que esas fotos no me gusta hacerlas, que no sé si...
—Son mil euros. Te los pago en cuanto termines.
—¡Vale!
Dos chicas rubias, un negro enorme y un pelirrojo culturista están en el plató envueltos en unos albornoces blancos sentados en un sofá mientras voy colocando los focos para la sesión. Detrás de mí, inspeccionándolo todo, un señor bajito peinado a raya con gomina y gafas blancas de pasta. Estoy nerviosa, pero intento aparentar una actitud profesional, la misma que mantengo cuando tengo que fotografiar langostinos. Ya está todo dispuesto, así que podemos empezar. El señor bajito llama a los actores.
—¡Empezamos con Gustav y Adriana, vamos, chicos!
Adriana es una de las rubias y Gustav el pelirrojo. El negro y la otra rubia se quedan en el sofá esperando dentro del albornoz. Delante de mí tengo completamente desnudos a los modelos, que empiezan a tocarse a modo de calentamiento. El señor de las gafas me dice que espere a que Gustav esté preparado. La rubia le ayuda en todo lo posible y pronto Gustav está como tiene que estar para las fotos. El señor de las gafas me indica que puedo empezar a disparar. Justo cuando enfoco me suena el móvil, que tengo puesto a todo volumen.
—¡Perdón! Es un momento —me disculpo—. ¿Quién es? —digo susurrando.
—¿Clara? —dice alguien gritando.
—¿Que quién es? —sigo susurrando.
Gustav me mira con impaciencia y yo compruebo que ya no está para posar. El señor bajito se desespera.
—¡Señorita, estamos trabajando!
—¡Clara, no te oigo! ¿Eres tú?
—¡Que sí! —grito por fin.
Gustav y la rubia paran en seco, el señor bajito blasfema en algún idioma y el negro se ríe desde el sofá junto a la otra rubia.
—¡Clara, soy Miguel!
—¡Miguel! Qué sorpresa.
—Me gustaría hablar contigo...
—Es que ahora te tengo que dejar.
Pido disculpas a todo el mundo mientras apago el móvil. En las siguientes dos horas fotografío a los cuatro modelos haciendo de todo entre todos. Al principio, algunas cosas me han dado algo de reparo, pero sí: reconozco que a ratos me he excitado mucho y a ratos muchísimo. Y sí: el negro a ratos la tenía enorme y a ratos gigante. Esa imagen tardará mucho en borrarse de mi mente y pienso utilizarla como se merece para mi propio beneficio.
Este embarazo está teniendo poco que ver con los dos anteriores, salvo en una cosa: las ganas de sexo. En los dos anteriores el pobre Luisma no sabía cómo librarse de mí y de mis hormonas revolucionadas. Ahora, como no tengo pareja, pero sí hormonas, la única opción es echarle imaginación y abandonarme en soledad, que también tiene sus ventajas. Por ejemplo, que en el último mes he mantenido sin moverme de mi habitación varios encuentros en un baño de una discoteca, en un avión y en una mesa de billar con uno de los actores protagonistas de la serie de abogados, al que no tengo el gusto de conocer personalmente.
Voy feliz a mi cita con Miguel, otra vez en el restaurante japonés del centro. No sé si será real lo que veo o es lo que quiero ver, pero yo diría que Miguel está guapo. Tiene el pelo más largo, va sin afeitar y en vaqueros.
Cuando entro en el restaurante él ya está sentado.
—¡Qué guapa estás!
—¡Anda ya!
—¿Puedo? —me dice señalando mi tripa.
—Toda tuya. Eso da suerte.
Miguel acaricia mi tripa mientras me mira a los ojos. No puedo sostener su mirada y le evito como si estuviera ocultándole algo. De hecho, le estoy ocultando algo. No pedimos la carta porque Miguel le dice al maître que nos vayan sacando cosas. Cada una está más rica que la anterior. Hablamos mucho de mi embarazo, de Roberto, con el que me cuenta que últimamente no tiene mucha relación. Estoy a punto de confesarle que yo tampoco, pero me contengo porque no me apetece hablar de eso. Le va bien en su trabajo, aunque ya está a punto de terminar la serie de documentales y luego no tiene muy claro lo que va a hacer. Yo le cuento el desastre de mi experiencia como jefa y de lo a gusto que estoy ahora con mis abogados. Miguel avanza en la conversación.
—He pensado mucho en ti todo este tiempo.
—Y yo.
—No tenía las cosas claras.
—¡Qué aburrido debe ser tener las cosas claras!
—Ahora sé que me gusta estar contigo.
—¿Me estás pidiendo volver?
—Te estoy diciendo que podemos ser amigos.
—Le voy a acabar cogiendo gusto a la frase.
De postre traen un helado de color naranja que está buenísimo. Miguel se muere de risa cuando le cuento lo que estaba haciendo cuando me llamó.
Me dice que a la próxima sesión de ese tipo le llame corriendo. Estoy a gusto con él, me sienta bien verle.
—Me hubiera gustado ser el padre.
—¡Y cargar conmigo y con tres niños! Tú estás mal.
—¿Tu ex está contento?
—Lo va llevando.
—Seguro que al final acabaréis juntos.
—Seguro que no.
—Ya sabes que puedes llamarme si necesitas algo.
—Te llamaré aunque no necesite nada.
L
uisma ha encontrado trabajo como electricista. Por fin. Bueno, exactamente no lo ha encontrado él, se lo he buscado yo en una empresa de servicios de iluminación para rodajes de cine y televisión. Ha aceptado porque le he dicho que no puede pasar un mes más sin pasarme la pensión de los niños. Incluso le he amenazado con que puede tener problemas con el régimen de visitas si no me ayuda económicamente. Por supuesto, no se lo ha creído, pero ha hecho como si se lo creyera. El sabe que nunca permitiría que los niños dejaran de verle, aunque sólo fuera por mi propio egoísmo. Mateo y Pablo lo pasarían fatal si no pudieran verle y además me viene de maravilla que se los quede los fines de semana alternos y varias tardes cada semana. Cuando nazca el bebé, vamos a tener un problema con eso, porque no sé si se querrá llevar a los tres. Ya veremos.
Ahora Luisma está bien conmigo, ha superado con mucha dignidad lo de quedarse sin piso y habla con naturalidad de mi embarazo. Que yo no tenga pareja le facilita mucho las cosas. En el fondo está encantado de que yo siga sola y en los últimos días me muestra un cariño que tiene también algo de consuelo. Luisma y yo no nos parecemos casi en nada, pero cada vez veo más claro que tenemos la necesidad de estar bien el uno con el otro. En el fondo somos una maravillosa ex pareja.
—¡Esther, me ha encantado tu novela!
—Sabía que te iba a gustar.
—¿Cómo la vas a titular?
—No lo sé. Todavía no se me ha ocurrido ningún título bueno.
—Ya te saldrá.
—¿Qué te ha parecido el final?
—Emocionante, pero hubiera preferido que no acabara sola.
—Tenía que ser así.
—¿Por qué?
—Porque en el fondo es lo que quiere.
—Una mujer nunca quiere estar sola.
—Una mujer no tiene que estar siempre con alguien.
—Yo me he sentido muy identificada con ella.
—Todas las mujeres somos un poco como ella.
—Muchas mujeres podrían ser protagonistas de una novela.
—Una mujer en el mundo es una novela.
—¿Yo también?
—Hay algo en lo que tú y ella sois idénticas.
—¿En que nos sobran unos cuantos kilos?
—No. Eso también nos pasa a casi todas.
—Entonces, ¿en qué somos idénticas?
—En que es una tía fantástica y no lo sabe.
—Muy bonito, pero yo no me veo así.
—Ella tampoco se ve como es. Está tan pendiente de tantas cosas que no puede verse.
—¡Igual que los caracoles!
—¿Cómo?
—Nada, cosas de Mateo. El dice que los caracoles no saben que son caracoles porque no pueden verse.
—A mí los caracoles me parecen muy simpáticos.
—Pues a mí me dan un poco de asco.
—Los caracoles llevan la casa a cuestas, siempre llegan tarde y nunca se meten con nadie. ¡Los caracoles me parecen cojonudos!
—Pues podrías titular así la novela.
—¿Así cómo?
—Los caracoles no saben que son caracoles.
—Si la titulo así, los de la editorial me matan.
Hacer los preparativos para la llegada de un bebé es muy complicado y más si el bebé no tiene padre para que me ayude a reorganizar los muebles. Tengo que habilitar como habitación un cuarto pequeñísimo que había en casa y que hasta ahora me servía de trastero. Cuando compramos la casa, Luisma dijo que esa habitación sería su despacho.
—¿Y para qué quieres tú un despacho si eres electricista?
—Mujer, para mis libros.
—Pero si no lees.
—Pues para mis cosas.
—¿Para qué cosas?