Northumbria, el último reino (25 page)

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Authors: Bernard Cornwell

Tags: #Aventuras, #Histórico

BOOK: Northumbria, el último reino
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El ataque no tenía ningún sentido, pero Ragnar estaba furioso. Le había ofendido la victoria de Æthelwulf, y se sentía insultado por el modo en que los jinetes sajones se habían lanzado contra nuestra expedición, así que lo único que quería era liarse a tajos contra las filas de Wessex, y de alguna manera su pasión se extendió entre sus hombres, así que iban aullando al tiempo que corrían hacia delante. Hay algo terrible en los hombres ansiosos por la batalla.

Un instante antes de que los escudos chocaran, nuestra retaguardia arrojó sus lanzas. Algunos hombres llevaban tres o cuatro lanzas que tiraron una detrás de otra, por encima de nuestras primeras filas. También llegaban lanzas enemigas en respuesta, y yo saqué una clavada en la hierba y la arrojé con tanta fuerza como pude.

Me hallaba en la última fila, me habían empujado allí los demás hombres, que me decían que me quitara de en medio, pero avancé con ellos, y Brida, con una sonrisa maléfica, vino conmigo. Le dije que volviera al pueblo, pero lo único que hizo fue sacarme la lengua, y entonces oí el ruido atronador, el golpe de madera contra madera, el encuentro de los escudos. A eso le siguió el ruido de las lanzas perforando tilo, el entrechocar del metal, pero no vi nada porque no era lo bastante alto, aunque la colisión entre los muros provocó el retroceso de nuestros hombres. Después volvieron a empujar, tratando de introducir nuestra primera fila entre los escudos sajones. El extremo derecho de nuestro muro estaba perdiendo terreno allí donde el enemigo nos superaba en número, pero nuestros refuerzos se apresuraban hacia aquel lugar, y a los sajones del oeste les faltó valor para cargar. Aquellos sajones del flanco derecho llegaban de su retaguardia, y la retaguardia es siempre el lugar donde se reúnen los hombres más inexpertos. La auténtica batalla estaba teniendo lugar en mi frente y el ruido que allí se oía era de golpes, tachones de hierro contra madera, metal contra escudos, pies de hombres arrastrándose, el entrechocar de las armas, y pocas voces excepto los aullidos de dolor o algún grito repentino. Brida se puso a cuatro patas y se escabulló entre las piernas de los hombres que tenía delante, la vi aguijonear con su lanza, en busca del ataque por debajo del borde del escudo. Se la clavó a un hombre en el tobillo, él tropezó, llegó un hacha de arriba, se abrió un hueco en la línea enemiga y nuestra fila avanzó, así que la seguí, usando
Hálito-de-serpiente
como una lanza, y me llevé por delante unas cuantas botas. Entonces Ragnar lanzó un alarido imponente, un grito que despertara a los dioses en los grandes salones celestes de Asgard. y el grito exigía un último esfuerzo. Las espadas mutilaban, las hachas volaban y yo sentí que el enemigo se retiraba ante la furia de los hombres del norte.

Líbranos, Señor.

Sangre en la hierba, tanta sangre que el suelo resbalaba, y estaba lleno de cadáveres que había que pisar para que el muro siguiera avanzando. Nos dejaron a Brida y a mí atrás. La miré y tenía las manos rojas de la sangre que había corrido por el asta de su lanza. La lamió y me sonrió con malicia. Los hombres de Halfdan estaban luchando en aquel momento con el flanco enemigo más alejado, el ruido de su batalla se hizo de repente más atronador porque los sajones se retiraban ante el ataque de Ragnar; pero un hombre, alto y fornido, nos resistió. Portaba una cota de malla adornada con un tahalí de cuero rojo y un casco aún más vistoso que el de Ragnar, pues en el casco del inglés se apreciaba un verraco de plata, y por un momento pensé que podía tratarse del propio rey Etelredo, pero aquel hombre era demasiado alto, y Ragnar gritó a sus hombres que se apartaran y le asestó un golpe al del verraco en el casco, que paró con la defensa y atacó con la espada a Ragnar, que a su vez recibió la estocada en el escudo, con el que cargó hacia delante para embestir contra el hombre. El enemigo dio un paso atrás, tropezó con un cadáver y Ragnar lo remató con un ataque por encima de la cabeza, como si matara a un buey, y la hoja rasgó la cota de malla mientras una oleada enemiga se lanzaba a salvar a su señor.

Una carga danesa los recibió, escudo contra escudo, y Ragnar aullaba por su victoria e hincaba su espada una y otra vez en el caído, y de repente ya no quedaban más sajones, excepto los muertos y heridos, y su ejército salía corriendo, su rey y su príncipe a todo galope rodeados de curas, y nos burlamos, les lanzamos toda clase de maldiciones, les acusamos de ser mujeres, de pelear como nenas, de ser unos cobardes.

Y después descansamos, nos tomamos un respiro en un campo de sangre; nuestros propios cadáveres se encontraban entre los muertos enemigos, y entonces fue cuando Ragnar nos vio y estalló en carcajadas.

—¿Y vosotros dos qué hacéis aquí? —Como respuesta Brida levantó su lanza ensangrentada y Ragnar miró la punta de
Hálito-de-serpiente
y la vio roja—. Merluzos —dijo, pero en tono cariñoso, y entonces uno de nuestros hombres trajo un prisionero sajón y le hizo inspeccionar al señor que Ragnar había matado—. ¿Quién es? —exigió saber.

Yo se lo traduje.

El hombre se persignó.

—Es el señor Æthelwulf —respondió.

Y yo me quedé callado.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Ragnar.

—Que es mi tío —repuse.

—Ælfric? —Ragnar se mostraba confuso—. ¿Ælfric de Northumbria?

Sacudí la cabeza.

—Es el hermano de mi madre —le aclaré—, Æthelwulf de Mercia. —No sabía si era el hermano de mi madre, pudiera ser que hubiera otro Æthelwulf en Mercia, pero estaba seguro igualmente de que aquél era Æthelwulf, mi tío, y el hombre que había derrotado a los
jarls
Sidroc. Ragnar lanzó vítores, pues la derrota del día anterior había sido vengada, mientras yo observaba el rostro del muerto. No lo conocía de nada, así que, ¿por qué me sentía triste? Tenía el rostro alargado, barba rubia y bigote recortado. Era un hombre guapo, pensé, y familiar mío, y me pareció muy raro porque no conocía más familia que Ragnar, Ravn, Rorik y Brida.

Ragnar y sus hombres despojaron a Æthelwulf de su armadura y le quitaron su precioso casco, y después, dado que el
ealdorman
había luchado con tanta valentía, Ragnar dejó el cadáver vestido y le puso una espada entre las manos para que los dioses pudieran llevarse el alma mercia al gran salón en el que los guerreros valientes celebran con Odín.

Y puede que las valkirias se llevaran su alma, porque a la mañana siguiente, cuando salimos para enterrar a los muertos, el cuerpo del
ealdorman
Æthelwulf había desaparecido.

Más tarde, mucho más tarde, supe que era de hecho mi tío. También supe que algunos de sus hombres habían regresado al campo de batalla por la noche, lograron encontrar el cadáver de su señor y lo trasladaron a sus tierras para que recibiera cristiana sepultura.

Y puede que también aquello fuera cierto. O puede que Æthelwulf se encuentre en el salón de los muertos de Odín.

Pero conseguimos derrotar a los sajones del oeste. Y seguíamos hambrientos. Era hora de arrebatarle la comida al enemigo.

* * *

¿Por qué luchaba con los daneses? Todas las vidas se plantean preguntas, y ésa sigue persiguiéndome, aunque en verdad no había ningún misterio. Para mi joven mente la alternativa era quedarme sentado en algún monasterio aprendiendo a leer, y si le presentas esa alternativa a cualquier muchacho, preferirá luchar con el demonio antes que rascar sobre pizarra o incidir marcas en una tableta de arcilla. Y también estaba Ragnar, a quien adoraba, y que envió sus tres barcos por el Temes en busca del heno y la avena almacenados en los pueblos mercios, y encontró suficiente, de modo que cuando marchamos hacia el oeste nuestros caballos estaban en condiciones aceptables.

Partimos hacia Æbbanduna, otra ciudad fronteriza en el Temes entre Wessex y Mercia, y, según nuestro prisionero, el lugar en el que los sajones del oeste habían reunido sus provisiones. Si tomábamos Æbbanduna, en el ejército de Etelredo escasearía la comida, Wessex caería, Inglaterra desaparecería y Odín triunfaría.

Nos quedaba pendiente la pequeña cuestión de derrotar antes al ejército sajón, pero partimos cuatro días después de hacerles morder el polvo en Readingum, así que confiábamos como benditos en su definitiva y total condena. Rorik se quedó en Readingum, pues cayó otra vez enfermo, y muchos rehenes, como los gemelos mercios Ceolberht y Ceolnoth también, vigilados por una pequeña guarnición que habíamos dejado para cuidar nuestros preciosos barcos.

El resto marchamos a pie o a caballo. Yo me contaba entre los chicos más mayores de los que acompañaban al ejército.

Nuestro trabajo en la batalla consistía en acarrear los escudos de sobra, los cuales podían pasarse hacia delante entre las distintas filas. Los escudos quedaban reducidos a astillas tras la batalla. A menudo he visto guerreros peleando con hacha o espada en una mano y nada en la otra salvo tablones sueltos sujetos entre sí por el brocal de hierro del escudo. Brida también vino con nosotros, montada tras Ravn en su caballo, y durante un rato yo fui a pie con ellos, escuchando mientras Ravn ensayaba los primeros versos de un poema llamado «La caída de los sajones del oeste». Había llegado hasta la enumeración de nuestros héroes, y estaba describiendo cómo se preparaban para la batalla cuando uno de aquellos héroes, el amargado
jarl
Guthrum, acercó su caballo hasta nosotros.

—Te veo bien —saludó a Ravn, con un tono que sugería tratarse de una condición que difícilmente duraría.

—Yo no te veo en absoluto —replicó Ravn. Le gustaba la chanza.

Guthrum, envuelto en una capa negra, miró al río. Avanzábamos por una pequeña cordillera e, incluso a la luz del sol invernal, el valle del río mostraba un aspecto exuberante.

—¿Quién será rey en Wessex? —preguntó.

—¿Halfdan? —sugirió Ravn cargado de malicia.

—Es un reino grande —repuso Guthrum un tanto sombrío—. Le iría bien un hombre mayor. —Me miró con amargura—. ¿Quién es ése?

—Te olvidas de que soy ciego —replicó Ravn—. ¿Así que quién es quién? ¿O es que me estás preguntando qué hombre mayor creo yo que tendría que ser nombrado rey? ¿Yo, a lo mejor?

—¡No, no! El chico que guía tu caballo. ¿Quién es?

—Ése es el
jarl
Uhtred —contestó Ravn con solemnidad—, que sabe que los poetas son tan importantes que sus caballos deben ir guiados por simples
jarls.

—¿Uhtred? ¿Un sajón?

—¿Eres sajón, Uhtred?

—Soy danés —repuse.

—Y un danés —prosiguió Ravn— que ha bañado su espada en Readingum. Empapada, Guthrum, con sangre sajona. —Aquél era un comentario afilado, pues los hombres de negro de Guthrum no habían peleado fuera de las murallas.

—¿Y la chica que llevas detrás?

—Brida —repuso Ravn—, que un día será escaldo y hechicera.

Guthrum no supo qué responder a aquello. Se concentró con furia en sus riendas durante unos cuantos pasos y luego volvió a su tema original.

—¿Quiere Ragnar ser rey?

—Ragnar quiere matar enemigos —repuso Ravn—. Las ambiciones de mi hijo son pocas: oír chistes, resolver acertijos, emborracharse, entregar brazaletes, yacer vientre contra vientre con mujeres, comer bien y unirse a Odín.

—Wessex necesita un hombre fuerte. —Ése fue el oscuro comentario de Guthrum—. Un hombre que sepa cómo mandar.

—Eso suena a marido —espetó Ravn.

—Tomamos sus plazas fuertes —prosiguió Guthrum—, ¡pero dejamos intacta la mitad de sus tierras! Incluso en Northumbria hemos ocupado sólo la mitad de las guarniciones. Mercia ha enviado hombres a Wessex, y se supone que están de nuestro lado. Vencemos, Ravn, pero no terminamos el trabajo.

—¿Y cómo hemos de hacerlo? —preguntó Ravn.

—Más hombres, más barcos, más muertes.

—¿Muertes?

—¡Hay que matarlos a todos! —exclamó Guthrum con inesperada vehemencia—. ¡A todos y cada uno! Que no quede un sajón vivo.

—¿Incluso a las mujeres? —preguntó Ravn.

—Podemos quedarnos con algunas de las más jóvenes —concedió Guthrum a regañadientes, después me puso mala cara—. ¿Y tú qué miras, chico?

—Vuestro hueso, señor —contesté, y señalé el hueso rematado en oro que le colgaba del pelo.

Él se tocó el hueso.

—Era una de las costillas de mi madre —contestó—. Era una buena mujer, una mujer maravillosa, y viene conmigo adonde yo quiera que vaya. Seguro que has hecho cosas peores que componer una oda para mi madre, Ravn. La conociste, ¿no?

—Vaya que sí —repuso Ravn de manera insustancial—. La conocí lo suficiente, Guthrum, como para temer que mis habilidades poéticas sean insuficientes para honrar a mujer tan ilustre.

La burla pasó sin rozar a Guthrum el Desafortunado.

—Podrías intentarlo —añadió—. Podrías intentarlo, y yo pagaría mucho oro por una buena oda sobre ella.

Estaba loco, pensé, loco como una lechuza a mediodía, pero después me olvidé de él porque teníamos al ejército de Wessex delante, nos impedía el paso y presentaba batalla.

* * *

El estandarte del dragón de Wessex ondeaba en la cumbre de una colina larga y no demasiado elevada que se extendía de lado a lado por nuestra carretera. Para llegar a Æbbanduna, que evidentemente quedaba más allá de la colina y estaba oculta por ésta, tendríamos que atacar cuesta arriba y cruzar aquella formación montañosa cubierta de hierba, en terreno despejado; no obstante, al norte, donde las colinas desaparecían en el río Temes, aparecía una pista junto al río que sugería la posibilidad de recortar la posición enemiga. Para detenernos tendrían que bajar de la colina y presentar batalla al nivel del suelo.

Halfdan convocó a los jefes daneses y discutieron durante un buen rato, claramente en desacuerdo sobre lo que había que hacer. Algunos hombres querían atacar colina arriba y desperdigar al enemigo allí donde estaba, pero otros aconsejaban pelear con los sajones en los prados llanos junto al río, y al final el
jarl
Guthrum el Desafortunado los convenció de que hicieran las dos cosas. Eso, claro está, suponía partir en dos nuestro ejército, pero aun así me pareció una idea inteligente. Ragnar, Guthrum y los dos
jarls
Sidroc irían por el terreno bajo, amenazando así con salvar la colina que guardaba el enemigo por debajo, mientras que Halfdan, con Harald y Bagseg, avanzaría a lo largo del terreno elevado contra el estandarte del dragón de su cumbre. De ese modo, el enemigo tal vez vacilara en atacar a Ragnar por miedo a que las tropas de Halfdan se les abalanzaran encima por la retaguardia. Lo más probable, dijo Ragnar, era que el enemigo decidiera no presentar batalla, sino retirarse a Æbbanduna donde podríamos sitiarlos.

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