Northumbria, el último reino (24 page)

Read Northumbria, el último reino Online

Authors: Bernard Cornwell

Tags: #Aventuras, #Histórico

BOOK: Northumbria, el último reino
10.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

Llevó dos días conseguir que los barcos de Guthrum cruzaran el puente. Las embarcaciones eran preciosas, más grandes que la mayoría de los barcos daneses, y todas ellas estaban decoradas con proas y popas en forma de serpiente negra. Sus hombres, y vaya si trajo consigo, iban todos vestidos de negro. Hasta sus escudos eran negros, y aunque me parece que Guthrum era uno de los hombres más amargados que haya visto, debo confesar que sus tropas eran impresionantes. Perdimos dos días, pero a cambio contábamos con los guerreros negros.

¿Y qué había que temer? El Gran Ejército se había reunido, estábamos ya en lo más crudo del invierno, cuando nadie peleaba, así que el enemigo no nos esperaría, y aquel enemigo estaba guiado por un rey y un príncipe más interesados en la oración que en la lucha. Teníamos Wessex al alcance de la mano y las gentes decían que aquél era uno de los países más ricos del mundo, rivalizaba con Francia por sus tesoros, y estaba habitado por monjes y monjas cuyas casas rebosaban plata, estaban atiborradas de oro y maduras para la matanza. Todos seríamos ricos.

Así que partimos hacia la guerra.

* * *

Barcos sobre el Temes en invierno. Barcos que cruzaban juncos quebradizos, sauces sin hojas y alisos desnudos. Las palas mojadas de los remos brillaban a la pálida luz del sol. Las proas de nuestros barcos mostraban sus bestias para sofocar a los espíritus de la tierra que invadíamos, y era una tierra buena y de ricos campos, aunque todos ellos aparecían desiertos. Casi llegaba a notarse un ambiente de celebración en aquel breve viaje, una celebración que no estropeaba la presencia de los barcos negros de Guthrum. Los hombres caminaban por encima de los remos, la misma hazaña que practicara Ragnar aquel lejano día en que sus tres barcos aparecieron en Bebbanburg. Yo también lo intenté y recibí grandes vítores cuando me caí. Parecía fácil correr por la fila de remos, saltando de asta en asta, pero sólo con que un remero girara un poco un remo, ya resbalabas, y el agua del río estaba fría como un témpano, así que Ragnar me obligó a quitarme la ropa y ponerme su capa de piel de oso hasta que entré en calor. Los hombres cantaban, los barcos bogaban contra la corriente, las lejanas colinas al norte y al sin fueron cerrándose poco a poco sobre las orillas del río y, al caer la noche, vimos los primeros jinetes en el horizonte sur. Observándonos.

Llegamos a Readingutn por la noche. Los tres barcos de Ragnar iban cargados con picas, la mayoría forjadas por Ealdwulf, y nuestra primera tarea consistió en erigir una fortificación. A medida que fueron llegando más barcos, se sumaron más hombres al trabajo, y al anochecer nuestro campamento estaba protegido por un largo y desordenado muro de tierra que difícilmente habría supuesto un obstáculo para una fuerza de ataque, pues se trataba de un montículo bajo y fácil de cruzar, pero nadie vino a atacarnos, y tampoco apareció ningún ejército de Wessex a la mañana siguiente, así que tuvimos tiempo de hacer el muro más alto e imponente.

Readingum estaba construida allí donde convergen los ríos Kenet y Temes, así que levantamos la muralla entre los dos ríos. Cercaba la pequeña ciudad que había sido abandonada por sus habitantes y proporcionaba refugio a la mayoría de las tripulaciones de los barcos. El ejército de tierra seguía sin dar señales, dado que habían marchado por la orilla norte del Temes, por territorio mercio, y estaban buscando un vado que encontraron corriente arriba, así que terminamos la muralla prácticamente en el momento de reunirse con nosotros. Al principio pensamos que se trataba del ejército de los sajones del oeste, pero no eran más que los hombres de Halfdan, desfilando por el desierto territorio enemigo.

La muralla era alta, y dado que había densos bosques al sur, talamos unos cuantos árboles para construir una empalizada que siguiera toda su extensión, unos ochocientos pasos. Frente al muro excavamos un foso que inundamos al romper las orillas de los ríos, y por encima del foso levantamos cuatro puentes guardados por fortificaciones de madera. Aquélla era nuestra base. Desde allí podríamos adentrarnos en el corazón de Wessex, y debíamos hacerlo pronto, pues, con tantos hombres y caballos dentro de la muralla, corríamos el riesgo de pasar hambre a menos que encontrásemos grano, heno y ganado. Habíamos traído con nosotros barriles de cerveza y una gran cantidad de harina, carne salada y pescado seco en los barcos, pero era increíble lo rápido que menguaban nuestras más que abundantes provisiones.

Los poetas, cuando cantan la guerra, hablan del muro de escudos, de las lanzas y las flechas volando, de las espadas estrellándose contra los escudos, de los héroes que caen y el botín de los vencedores, pero iba a descubrir que la guerra era, sobre todo, una cuestión de comida. De alimentar hombres y caballos. De encontrar comida. El ejército que está bien alimentado gana. Y si tienes caballos en una fortaleza, también es importante deshacerse del estiércol. Sólo dos días después de que el ejército de tierra llegara a Readingum, ya andábamos cortos de comida, y los dos Sidroc, padre e hijo, se adentraron al frente de una numerosa fuerza hacia el oeste, en territorio enemigo, para localizar almacenes de comida para hombres y caballos. Lo que encontraron, en cambio, fue al
fyrd
de Berroescire.

Más tarde supimos que, al final, atacar en invierno no había supuesto una sorpresa tan grande para los sajones del oeste. Los daneses contaban con buenos espías, sus mercaderes exploraban los lugares a los que se dirigirían los guerreros, pero los sajones tenían sus propios hombres en Lundene y sabían cuántos hombres éramos y cuándo partiríamos, así que reunieron un ejército para recibirnos. También buscaron la ayuda de los hombres al sur de Mercia, donde la obediencia a los daneses era más laxa, y Berrocscire quedaba justo al norte de la frontera con Wessex, sus hombres habían cruzado el río para ayudar a sus vecinos, y su
fyrd
estaba comandado por un
ealdorman
llamado Æthelwulf.

¿Sería mi tío? Muchos hombres se llamaban Æthelwulf, ¿pero cuántos eran
ealdorman
en Mercia? Admito que me sentí extraño cuando oí el nombre, y pensé en la madre que jamás había conocido. En mi imaginación era una mujer que siempre se mostraba amable, gentil y amorosa, y pensaba que debía de protegerme desde algún lugar: el cielo, Asgard o dondequiera que se dirijan nuestras almas en la larga oscuridad, y supe que detestaría el hecho de que luchara contra su hermano, así que aquella noche estuve de mal humor.

Pero también lo estaba el Gran Ejército, pues mi tío, si es que Æthelwulf era mi tío, había castigado de modo implacable a los dos
jarls.
La expedición de aprovisionamiento había caído en una emboscada y los hombres de Berrocscire mataron veintiún daneses y hecho prisioneros ocho más. Los ingleses también perdieron unos cuantos hombres, y ninguno cayó prisionero, pero obtuvieron la victoria, y no importaba que los hubiesen superado en número. Los daneses esperaban ganar, y volvieron al fuerte perseguidos y sin la comida que necesitábamos. Se sentían avergonzados y un soterrado estremecimiento se extendió entre el ejército, porque no creían que simples ingleses pudieran derrotarlos.

Aún no nos moríamos de hambre, pero escaseaba desesperadamente el heno para los caballos. No era, ni mucho menos, la mejor comida, pero no teníamos avena y las expediciones de aprovisionamiento se limitaban a cortar cualquier hierba invernal que encontráramos más allá de nuestra muralla, cada día más grande; así que al día siguiente de la victoria de Æthelwulf, Rorik, Brida y yo formamos parte de uno de aquellos grupos, cortábamos hierba con cuchillos largos y llenábamos sacos con la miserable pitanza cuando llegó el ejército de Wessex.

Debieron de animarse tras la victoria de Æthelwulf. pues el ejército enemigo al completo se dispuso a atacar Readingum. La primera noticia que tuve del ataque fueron unos gritos lejanos que procedían del oeste, después vi jinetes al galope entre nuestras expediciones de aprovisionamiento, rebanando a los hombres con espadas o ensartándolos en lanzas, y los tres echamos a correr. Oí cascos detrás de nosotros, eché un vistazo, vi a un hombre al galope tendido con una lanza en ristre y supe que uno de nosotros moriría, así que cogí a Brida de la mano y la arrastré fuera de su camino, y justo entonces una flecha disparada desde las murallas de Readingum se le clavó en la cara: el hombre se contorsionó cuando de la mejilla salió disparado un chorro de sangre. Mientras, los daneses, aterrorizados, se amontonaron alrededor de los dos puentes centrales y los jinetes sajones, al darse cuenta, galoparon hacia ellos. Nosotros tres vadeamos como pudimos y cruzamos el foso a nado; dos hombres nos sacaron de allí, mojados, llenos de barro y temblorosos, y nos subieron por la muralla.

Fuera reinaba el caos. Los expedicionarios que se amontonaban en el extremo más alejado del foso estaban siendo masacrados, y entonces llegó la infantería de Wessex, una banda tras otra de hombres que surgían de los bosques lejanos para llenar los campos. Yo regrese corriendo a la casa en la que Ragnar se alojaba y encontré a
Hálito-de-serpiente
debajo de las capas donde la ocultaba, la desenvainé y salí en su búsqueda. Se había dirigido al norte, al puente junto al Temes, y Brida y yo nos unimos allí a sus hombres.

—No deberías venir —le dije a Brida—. Quédate con Rorik.

Rorik era más pequeño que nosotros y, tras empaparse en el foso empezó a temblar y a encontrarse mal, así que lo obligué a quedarse atrás.

Brida no me hizo el menor caso. Se había agenciado una lanza y estaba entusiasmada, aunque nada había ocurrido todavía. Ragnar miraba por encima de la muralla, y en la puerta se estaban reuniendo más hombres, pero Ragnar no la abrió para cruzar el puente. Aunque sí miró hacia atrás para ver de cuántos hombres disponía.

—¡Escudos! —gritó, pues con las prisas algunos hombres se habían presentado sólo con espadas o hachas, y esos hombres corrieron entonces a por los escudos. Yo no tenía escudo, pero tampoco se suponía que tenía que estar allí, y Ragnar no me vio.

Lo que sí vió fue el final de la matanza de los expedicionarios a manos de los jinetes sajones. Unos cuantos enemigos cayeron bajo nuestras flechas, pero ni los daneses ni los ingleses tenían muchos arqueros. A mí me gustan los arqueros. Matan desde largas distancias, y aunque no maten ponen nervioso al enemigo. Avanzar bajo las flechas es un asunto complicado, porque se hace a ciegas. Hay que mantener la cabeza debajo del escudo, pero dominar el arco requiere una habilidad extraordinaria. Parece fácil, y todos los niños tienen un arco y flechas, pero un arco de verdad, un arco capaz de matar un venado a cien pasos es un trasto enorme; confeccionado con tejo, necesita de una fuerza descomunal para ser tensado y las flechas salen disparadas hacia cualquier sitio a menos que se practique constantemente, así que nunca conseguimos más de un puñado de arqueros. Yo jamás he dominado el arco. Con una lanza, hacha o espada era letal, pero con un arco era como la mayoría de los hombres: inútil.

A veces me pregunto por qué no nos quedamos detrás de la muralla. Estaba prácticamente terminada, y para llegar el enemigo tenía que cruzar el foso o desfilar por los cuatro puentes, cosa que les habría obligado a hacerlo bajo una intensa lluvia de flechas, lanzas y hachas. Sin duda habrían fracasado, pero entonces hubieran podido sitiarnos tras la muralla, así que Ragnar decidió atacar. No sólo Ragnar. Mientras éste reunía hombres en la puerta norte, Halfdan había estado haciendo lo mismo en la sur, y cuando creyeron contar con suficientes efectivos y la infantería enemiga aún se encontraba a unos doscientos pasos, Ragnar ordenó que la puerta se abriera y guió a sus hombres fuera.

El ejército de los sajones del oeste, bajo el signo del gran estandarte del dragón, avanzaba hacia los puentes centrales, claramente convencido de que la primera escabechina no había sido más que un aperitivo de lo que estaba por llegar. No tenían escalas, así que no me explico cómo pensaban cruzar la muralla, pero a veces en la batalla una especie de locura se apodera de los hombres y hacen cosas inimaginables. Los hombres de Wessex no tenían razón alguna para concentrarse en el centro de nuestra muralla, sobre todo porque no tenían ningún modo de atravesarla, pero lo hicieron, y entonces nuestros guerreros salieron en manada por las dos puertas de los flancos para atacarlos desde norte y sur.

—¡Muro de escudos! —bramó Ragnar—. ¡Muro de escudos!

Cuando se forma un muro de escudos, éste se oye. Los mejores escudos están hechos de tilo, o de sauce, y las maderas chocan entre sí cuando los hombres solapan los escudos. El lado izquierdo del escudo enfrente del lado derecho del de tu vecino; así el enemigo, que en su mayoría es diestro, debe intentar penetrar dos capas de madera.

—¡Apretaos bien! —gritó Ragnar. Estaba en el centro del muro de escudos, frente a su andrajoso estandarte del ala de águila, y era uno de los pocos hombres con casco distinguido, hecho que lo señalaba para el enemigo como cabecilla, es decir, como un hombre al que abatir. Ragnar seguía usando el casco de mi padre, aquel tan bonito que había fabricado Ealdwulf con protector facial y una incrustación de plata. También vestía cota de malla, uno de los pocos hombres en poseer tal tesoro. La mayoría iban protegidos con cuero.

El enemigo daba la vuelta y se desplegaba para hacernos frente, montaba su propio muro de escudos, y llegué a distinguir un grupo de jinetes al galope en dirección al centro del muro tras el estandarte del dragón. Me pareció ver el pelo rojo de Beocca entre los hombres y eso me dio la certeza de que Alfredo estaba allí, probablemente entre una pandilla de curas vestidos de negro que sin duda rezaban para que muriéramos.

El muro de escudos sajón era más largo que el nuestro. No sólo más largo, también más denso, porque el nuestro contaba con tres filas de hombres de refuerzo y el suyo con seis. El buen juicio habría indicado que o bien nos quedábamos donde estábamos y dejábamos que nos atacaran, o bien nos batíamos en retirada por el puente, pero llegaban más daneses para reforzar las filas de Ragnar y éste, la verdad, no estaba para demasiada sensatez.

—¡Matadlos! —gritaba—. ¡Matadlos a todos y punto! —Y condujo el avance de la fila y, sin vacilar, los daneses lanzaron un poderoso grito de guerra y avanzaron con él. Normalmente los muros de escudos pasan horas mirándose, insultándose, amenazándose y haciendo acopio de valor para aquellos horribles momentos en que la madera choca con madera y el metal con metal, pero Ragnar estaba inflamado, y todo eso le daba igual. Cargó sin más.

Other books

Accidents of Providence by Stacia M. Brown
Consequences by Carla Jablonski
Beauty and the Beach by Diane Darcy
Secrets & Surprises by Ann Beattie
In Hazard by Richard Hughes
Demon Possession by Kiersten Fay
La canción de Kali by Dan Simmons
Skye Object 3270a by Linda Nagata
Consider the Crows by Charlene Weir
Suddenly Love by Carly Phillips