Curiosamente, se le había pasado el mareo. Ofrecía un aspecto pálido, y sin duda se sentía revuelto, pero mientras la tormenta nos golpeaba, dejó de vomitar, y hasta se acercó a mi puesto, donde recuperó el equilibrio agarrándose del timón.
—¿Quién es el dios danés del mar? —me preguntó a gritos.
—¡Njord! —le respondí al mismo volumen.
Sonrió.
—Vos rezadle a él que yo rezaré a Dios.
Me reí.
—¡Si Alfredo se entera de lo que acabáis de decir, jamás llegaréis a obispo!
—¡No llegaré a obispo a menos que sobreviva, así que rezad!
Y vaya si recé. Y poco a poco, a regañadientes, la tormenta amainó. Las nubes bajas discurrían sobre el agua furiosa a toda velocidad, pero el viento cesó y pudimos cortar el mástil y la verga y sacar los remos, hacer virar el
Heahengel
rumbo al oeste y remar entre los restos flotantes de una flota hecha pedazos. Teníamos delante una veintena de barcos daneses, y yo me acerqué a tantos como pude para gritarles:
—¿Habéis visto la
Víbora del viento?
—No —me respondían. No, era la respuesta, una y otra vez. Sabían que era un barco enemigo, pero no les importaba porque no había más enemigo en el agua que el agua misma, así que seguimos remando, sin mástil, y dejamos a los daneses atrás a medida que cayó la noche y un rayo de sol se abrió paso entre las nubes del oeste como sangre que colara por una grieta. Dirigí el
Heahengel
hacia la cuenca torcida del río Uisc, y en cuanto doblamos el cabo, el mar se calmó, y nosotros remamos, de repente a salvo, hasta cruzar la larga lengua de arena y meternos en el río. Miré las colinas oscuras donde se encontraba Oxton, y no vi luz.
Embarrancamos en la playa y bajamos a la orilla a trompicones. Algunos hombres se arrodillaron y besaron el suelo, otros se persignaron. Pude distinguir algunas casas en la pequeña bahía que dominaba la ancha cuenca del río. Las ocupamos, pedimos a sus habitantes que encendieran hogueras y trajeran comida, y entonces, en la oscuridad, regresamos fuera y vimos los destellos de luz remontando el río. Reparé en que eran antorchas encendidas en los barcos daneses que habían quedado, los cuales de algún modo consiguieron penetrar el Uisc para poner proa hacia el interior, en dirección al norte, hacia Exanceaster, y supe que aquél era el lugar al que se debía de haber dirigido Guthrum, y que los daneses estaban allí. La flota superviviente pasaría a engrosar las filas de su ejército, y Odda el Joven, si seguía vivo, bien habría podido dirigirse también hacia allí.
Con Mildrith y mi hijo. Me eché mano al martillo de Thor y recé porque siguieran vivos.
Y entonces, mientras los barcos oscuros remontaban el río, dormí.
* * *
Por la mañana subimos el
Heahengel
hasta la pequeña bahía, donde descansaría sobre el barro cuando la marea bajara. Éramos cuarenta y ocho hombres, cansados pero vivos. Nervaduras de nubes recorrían los cielos, altas y de color gris rosáceo, empujadas a toda velocidad por los últimos coletazos del viento de la tormenta.
Caminamos hasta Oxton a través de los bosques llenos de jacintos. ¿Esperaba encontrara Mildrith allí? Creo que sí, pero evidentemente no estaba. Sólo estaban Oswald el encargado y los siervos, y ninguno de ellos sabía qué estaba ocurriendo.
Leofric insistió en esperar un día para secarnos, afilar las armas y llenarnos el estómago, pero yo no estaba de humor para descansar, así que me llevé a dos hombres, Cenwulf e Ida, y nos dirigimos hacia el norte camino de Exanceaster, que quedaba al otro extremo del Uisc. Las poblaciones junto al río aparecían vacías, pues la gente al oír que venían los daneses habían huido a las montañas, así que recorrimos los senderos más altos y les preguntamos qué había pasado, pero sólo sabían que los barcos dragones estaban en el río, hecho que también pudimos comprobar nosotros. Había una flota desarbolada por la tormenta que embarrancó en la orilla del río debajo de las murallas de piedra de Exanceaster. Había más barcos de lo que pensaba, lo cual indicaba que una buena parte de la flota de Guthrum había sobrevivido quedándose en el Poole cuando estalló la tormenta, y aún seguían llegando unos cuantos de aquellos barcos, cuyas tripulaciones remaban río arriba por el estrecho cauce. Contamos cascos y calculamos que había cerca de noventa, lo que significaba que había sobrevivido casi la mitad de la flota de Guthrum, e intenté identificar el casco de la
Víbora del viento
entre los otros, pero nos hallábamos demasiado lejos.
Guthrum el Desafortunado. Cuánto merecía ese apodo, aunque con el tiempo acabaría ganándose uno mejor, pero por el momento al menos había tenido mala suerte. Consiguió escapar de Werham, y sin duda confiaba en reabastecer a su ejército en Exanceaster y atacar el norte, pero el dios de los mares y el viento le había azotado, dejándole un ejército mutilado. Con todo, seguía siendo un ejército fuerte y, por el momento, seguro tras las murallas romanas de Exanceaster.
Yo quería cruzar el río, pero muchos daneses permanecían junto a sus barcos, así que proseguimos hasta el norte y vimos hombres armados en la carretera que conducía al oeste desde Exanceaster, una carretera que pasaba por el puente debajo de la ciudad y conducía por unos páramos a Cornwalum; me quedé observando largo rato a aquellos hombres, por miedo a que fueran daneses, pero miraban hacia el este, lo cual sugería que vigilaban a los daneses, así que los di por ingleses y bajamos de los bosques con los escudos a la espalda para indicar nuestras intenciones.
Había dieciocho hombres, dirigidos por un
thegn
de nombre Withgil el cual fue comandante de la guarnición de Exanceaster; perdió la mayoría de sus hombres en el ataque de Guthrum. Se mostraba reacio a contar la historia, pero estaba claro que no esperaba problemas, pues había apostado pocos guardias en la puerta este; cuando vieron acercarse a los jinetes pensaron que eran ingleses, así que los daneses capturaron la puerta y entraron en la ciudad. Withgil aseguraba haber presentado batalla en la fortaleza en el centro de la ciudad, pero era evidente por la vergüenza de sus hombres que opuso una resistencia miserable, si se podía calificar de resistencia, y lo más probable parece ser que Withgil se limitó a huir.
—¿Estaba Odda? —le pregunté.
—¿El
ealdorman
Odda? —preguntó Withgil a su vez—. Claro que no.
—¿Dónde estaba?
Withgil me miró con mala cara, como si acabara de caerme del guindo.
—En el norte, por supuesto.
—¿En el norte de Defnascir?
—Se marchó hace una semana. Comandaba el
fyrd.
—¿Contra Ubba?
—Ésas fueron las órdenes del rey —dijo Withgil.
—¿Y dónde está Ubba? —pregunté.
Al parecer Ubba había traído sus barcos por el extenso mar del Saefern, desembarcando más allá del oeste del Defnascir. Llegó antes de la tormenta, lo cual sugería que su ejército debía permanecer intacto, y a Odda le habían ordenado que bloqueara el avance de Ubba hacia el resto de Wessex, y si Odda había marchado hacía tan sólo una semana, seguro que Odda el Joven estaba al corriente y se habría unido a su padre. Lo que indicaba que Mildrith estaría allí, dondequiera que aquello fuese. Le pregunté a Withgil si había visto a Odda el Joven, pero dijo que ni lo había visto ni sabía nada de él desde Navidad.
—¿Cuántos hombres tiene Ubba? —le pregunté.
—Muchos —contestó Withgil, que no era de gran ayuda pero sí todo lo que sabía.
—Señor. —Cenwulf me tocó el brazo y señaló hacia el este, vi entonces aparecer jinetes en los campos bajos que se extendían desde el río hasta la colina sobre la que se levanta Exanceaster. Muchos jinetes, y detrás de ellos llegaba un portaestandarte, y aunque estaban los demasiado lejos para ver el escudo, el verde y el blanco proclamaban que se trataba de un estandarte de Wessex. ¿Así que Alfredo venía hasta aquí? Parecía probable, pero yo no tenía ninguna intención de cruzar el río y averiguarlo. Sólo me interesaba buscar a Mildrith.
La guerra se desarrolla envuelta en misterio. La verdad puede tardar días en llegar, y antes de la verdad vuelan los rumores, así que siempre es difícil saber qué está ocurriendo en realidad, y es todo un arte extraer el hueso limpio de la carne podrida del miedo y las mentiras.
Así que, ¿qué sabía? Que Guthrum había roto la tregua y tomado Exanceaster, y que Ubba se encontraba al norte de Defnascir. Lo que indicaba que los daneses intentaban hacer lo que no habían conseguido el año anterior: dividir las fuerzas sajonas. Y mientras Alfredo se enfrentaba a un ejército, el otro asolaría la tierra o, a lo mejor, atacaría su retaguardia, y para evitar eso había ordenado al
jyrd
de Defnascir bloquear el avance de Ubba. ¿Se habría librado ya aquella batalla? ¿Estaba Odda vivo? ¿Y su hijo? ¿Y Mildrith y el mío? En una confrontación entre Ubba y Odda yo habría apostado por Ubba. Era un gran guerrero, un hombre de leyenda entre los daneses, mientras que Odda era un hombre mayor, quisquilloso, excesivamente preocupado y de pelo cano.
—Nos vamos al norte —le dije a Leofric cuando regresamos a Oxton. No tenía ningunas ganas de ver a Alfredo. Estaría sitiando a Guthrum, y si me acercaba a su campamento, sin duda me ordenaría unirme a las tropas que asediaban la ciudad y no podría hacer otra cosa que esperar sentado y preocuparme. Mejor dirigirme al norte en busca de Ubba.
Así que a la mañana siguiente, bajo el sol de primavera, la tripulación del
Heahengel
marchó hacia el norte.
* * *
La guerra era entre los daneses y Wessex. Mi guerra era con Odda el Joven, y sabía que me guiaba el orgullo. Los predicadores nos dicen que el orgullo es un gran pecado, pero los predicadores no saben de qué hablan. El orgullo hace al hombre, lo guía, es el muro de escudos que protege su reputación, y los daneses lo entendían. Los hombres mueren, decían, pero el nombre no.
¿Qué buscamos en un señor? Fuerza, generosidad, dureza, éxito, ¿y por qué un hombre no habría de sentirse orgulloso de esas cosas? Mostradme un guerrero humilde y sólo veré un cadáver. Alfredo predicaba la humildad, incluso se fingía humilde, le encantaba aparecer en la iglesia descalzo y postrarse ante el altar, pero nunca poseyó auténtica humildad. Era orgulloso, y los hombres le temían por ello, y los hombres deben temer a su señor. Deben temer contrariarlo y deben temer que cese su generosidad. La reputación construye el temor, y el orgullo protege la reputación, y yo marché hacia el norte porque mi orgullo estaba en peligro. Me habían arrebatado a mi mujer y a mi hijo, y los recuperaría. Si habían sufrido daño, me vengaría y el hedor de la sangre de aquel hombre provocaría que otros hombres me temieran. Por lo que a mí hace Wessex podía caer, mi reputación era más importante, así que nos fuimos, rodeamos Exanceaster por una vía pecuaria hasta las colinas, hasta llegar a Twyfyrde, una pequeña población llena de refugiados de Exanceaster, y ninguno había visto ni sabía nada de Odda el Joven, ni habían oído hablar de una batalla al norte, pero un cura aseguraba que la noche anterior habían caído tres rayos y juraba que aquello era una señal de que Dios había vencido a los paganos.
Desde Twyfyrde seguimos los caminos que bordeaban el extenso páramo, caminando por terreno muy boscoso, tan montañoso como encantador. Habríamos ido más rápido de poseer caballos, pero no teníamos, y los pocos que encontramos estaban viejos, enfermos y nunca eran suficientes para todos los hombres, así que caminamos. Aquella noche dormimos en una profunda cañada llena de flores y espolvoreada de jacintos, un ruiseñor nos arrulló y nos despertó el coro del alba. Proseguimos nuestro camino entre las blancas flores de mayo, hasta llegar por la tarde a las colinas sobre la orilla norte, allí nos encontramos con gente que había huido de las tierras costeras trayendo consigo a sus familias y ganado, y su presencia nos indicó que pronto veríamos daneses.
No lo sabía, por supuesto, pero las tres hilanderas tejían mi destino. Aumentaban el grosor de las hebras, las enroscaban para hacerlas más fuertes, me convertían en el hombre que soy, pero al observar desde lo alto de la colina sólo sentí un estremecimiento, pues allí estaba la flota de Ubba, remando hacia el este, manteniendo el paso de los jinetes y la infantería que marchaban por la orilla.
Los fugitivos nos informaron de que los daneses habían llegado desde tierras galesas cruzando el ancho mar del Saefern, y que habían desembarcado en un lugar llamado Beardastopol, situado en el extremo oeste de Defnascir, y que allí habían reunido caballos y víveres, pero entonces el ataque al corazón de Wessex se vio retrasado por la gran tormenta que hizo naufragar la flota de Guthrum. Los barcos de Ubba aguardaron en la ensenada de Beardastopol hasta que amainó la tormenta y entonces, inexplicablemente, siguieron esperando incluso cuando mejoró el tiempo, y yo supuse que Ubba, que no hacía nada sin el consentimiento de los dioses, había lanzado las runas, que resultaron poco favorables, y así esperó hasta que los augurios fueran propicios. Pero ahora las runas serían benéficas, pues el ejército de Ubba se puso en marcha. Conté treinta y seis barcos, es decir, un ejército de al menos mil doscientos o trescientos hombres.
—¿Adónde van? —me preguntó uno de mis hombres.
—Hacia el este —gruñí, ¿qué más podía decir? Hacia el este para penetrar en Wessex. Hacia el este, para penetrar en el rico corazón del último reino de Inglaterra. Hacia el este, a Wintanceaster o cualquiera de las otras ricas ciudades en las que iglesias, monasterios y conventos rebosaban de tesoros, hacia el este donde esperaba el botín, donde había comida y más caballos, para invitar a más daneses a que cruzaran la frontera de Mercia, obligando de ese modo a Alfredo a darse la vuelta y enfrentarse a ellos, y entonces el ejército de Guthrum saldría de Exanceaster y el de Wessex quedaría atrapado entre dos huestes de daneses, salvo que el
fyrd
de Defnascir estaba en algún lugar de aquella costa y su deber era detener a los hombres de Ubba.
Proseguimos hacia el este, dejamos Defnascir para hollar territorio de Sumorsaete, y seguimos de cerca a los daneses por el terreno elevado. Aquella noche observé a las naves de Ubba desembarcar en la orilla y encender hogueras en el campamento danés. Nosotros encendimos las nuestras en lo más profundo de un bosque, y antes del alba emprendimos la marcha, de modo que al adelantarnos a nuestros enemigos avistamos a mediodía las primeras fuerzas sajonas. Eran jinetes, probablemente exploradores, y ahora se estaban retirando ante la amenaza danesa. Llegamos al lugar en que las colinas descendían hasta un río que desembocaba en el mar del Saefern, y fue allí donde descubrimos que el
ealdorman
Odda había decidido plantar su estandarte, en una fortaleza construida por los antiguos en una colina cerca del río.