Opus Nigrum

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Authors: Marguerite Yourcenar

Tags: #Histórico, Relato

BOOK: Opus Nigrum
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Opus Nigrum, una vieja fórmula alquímica, significaba la fase de separación y disolución de la materia. Simbolizaba asimismo las pruebas supremas del espíritu en su proceso de liberación.

Al crear el personaje de Zenón, médico alquimista del siglo XVI (para el que se inspira en Paracelso, Miguel Servet, Campanella y un aspecto de la personalidad de Leonardo da Vinci), Marguerite Yourcenar no se limita a contarnos el trágico destino de un hombre excepcional.

Zenón y los personajes secundarios que lo acompañan en su atormentada existencia nos hacen revivir toda una época, perfectamente reconstruida, de un mundo en que se enfrentaban Edad media y Renacimiento.

«Esta obra es al tiempo un ensayo sobre el Renacimiento y un cuadro sobre esa turbulenta época vista por los ojos de un poeta... Una experiencia conmovedora, infrecuente y en ocasiones inquietante para el lector contemporáneo.» The New York Times Book Review.

Marguerite Yourcenar

Opus Nigrum

ePUB v1.0

gercachifo
22.08.12

Título original:
L' Oeuvre au noir

Marguerite Yourcenar, 1992.

Traducción: Emma Calatayud

Diseño/retoque portada: gercachifo

Editor original: gercachifo (v1.0)

ePub base v2.0

OPUS NIGRUM
INTRODUCCIÓN

MARGUERITE YOURCENAR O LA FORMA DE LA HISTORIA

Con la historia sucede algo muy curioso: no se hace cuando se produce, sino siempre después, no pasa sino que se fabrica, no sucede sino que es algo que se inventa una vez que haya sucedido. Esto es, que la historia es la forma que luego damos a lo que pasó, no exactamente aquello que pasó y que cuando pasaba pocas veces parecía ser historia. Esto es algo que se hace mucho más evidente en nuestros días, cuando la simultaneidad de los acontecimientos y de su transmisión, con la increíble expansión de los medios de comunicación y de las técnicas informáticas, ponen a cada instante en las manos del hombre todo lo que sucede en el universo entero. Pero esta multiplicación de la información, seguida de la instantaneidad y de la simultaneidad de toda ella, no provoca una sensación de historia estructurada, ni mucho menos, sino la de un desorden esencial, un caos: lo contrario precisamente de la sensación que produce la historia, intento desesperado de los historiadores por implantar un orden en el caótico devenir de la humanidad.

Pero para implantar un orden es preciso establecer un sentido, cosa a la que pocos historiadores llegan, pues suele ser patrimonio de los pensadores, de los creadores y de los artistas. Se suele decir que el arte de la literatura reside en la memoria, lo que es verdad en gran medida; y también que la literatura consiste en un ir y venir entre la memoria y la historia, expresando con palabras dispuestas para ser más intensamente recordadas y repetidas —esto es, sentidas— este constante viaje de ida y vuelta. La literatura nació con la rima, el ritmo y el verso, y luego se multiplicó en todas las direcciones para llegar a ser «la máxima lengua posible», según las teorías del académico Francisco Rico.

Y esta lengua con la que expresan de la máxima manera posible las idas y venidas entre la memoria y la historia la crean los artistas, los escritores. De ahí la vigencia del género histórico, que es algo tan real como ficticio. En efecto, desde la Biblia y la Ilíada, la literatura se ancla en la historia, real, mitificada o imaginada, independientemente de la verdad o mentira que superficialmente —esto es, en cuanto a su contenido aparente— predique su propio texto. Lo que sucedió fue que en un momento determinado de la historia de la literatura, concretamente en el romanticismo, y merced sobre todo al escocés Walter Scott, se puso de moda en el mundo el género de la «novela histórica» que, con altos y bajos, ha pervivido hasta nuestros días, y que precisamente en la última década hace furor en el mercado occidental. Y dentro de él, la gran triunfadora final ha sido precisamente esta extraordinaria y profunda escritora francobelga, que falleció el 18 de diciembre de 1987, Marguerite Yourcenar. Dos meses antes, había sido elegida como el mejor escritor europeo en un congreso en Estrasburgo, pero ya para entonces estaba cargada de premios y honores, era miembro de las Academias de Francia y Bélgica, había sido traducida a casi todos los idiomas, y sus obras ocupaban desde hacía años los primeros lugares en las listas de libros más vendidos del mundo entero.

Y aquí cabe hacer una doble matización. En primer lugar, que el género de la novela histórica no es el que define por completo la obra de la escritora —que ha escrito muchos libros de otra temática y sentido— sino el que le llevó a la fama. Pero, como todo gran creador, Marguerite Yourcenar desborda a su propia fama, y es una narradora histórica pero también una pensadora, una asombrosa artista del estilo, ha escrito además ensayos, novelas largas y cortas, teatro y poesía; su obra, tan dispersa en los géneros que cultivó, circula por todos los momentos de la historia, desde la antigüedad clásica griega y latina hasta la época de la ascensión de los fascismos, pasando por las culturas orientales y la época de las convulsiones de la Reforma en la Europa del siglo XVI, y además por todos los espacios también, pues va desde escenarios japoneses y americanos hasta los europeos, españoles, y así sucesivamente: y una obra que al final no es demasiado extensa, pues consta de quince libros en prosa, dos de poemas, seis piezas teatrales y seis volúmenes de traducciones, pero cuyo rigor y profundidad alcanzan cotas inéditas en las letras universales de nuestros días. La novela histórica, por lo tanto, es el género que proporcionó celebridad a la escritora, el que la hizo triunfar universalmente, pero no el que la define en su totalidad.

El segundo matiz que hay que subrayar es que este triunfo ha sido lento, y sobre todo tardío. Para ceñirnos al ámbito simplemente hispánico habrá que advertir que desde la primera aparición de un libro de la Yourcenar en castellano hasta que su obra se impuso definitivamente, colocando esa misma obra durante dos años en las listas de libros más vendidos, y ocupando además los primeros lugares, transcurrieron casi treinta años. Pues se trataba además del mismo libro, una de las obras maestras de la escritora, las
Memorias de Adriano,
en la no menos valiosa traducción del gran narrador argentino Julio Cortázar, que apareció primero en Buenos Aires, en 1955, sin que apenas se advirtiera, y que en los años ochenta irrumpió como un meteoro en el mercado español, siendo reeditado desde entonces sin parar.

Aún hay más: en 1960, se publicaba en Buenos Aires también otra novela de Yourcenar,
El tiro de gracia,
en 1970 aparecía en Barcelona una primera versión de esta
Opus Nigrum
—bajo el título de
El alquimista
—libro que, al pasar inadvertido, fue posteriormente saldado en algunos grandes almacenes— y que en 1977 aparecía en Madrid, en traducción de Emma Calatayud, que luego se convertiría en la gran traductora de casi toda la obra de la escritora, su primera novela, no muy larga desde luego pero que es una de las mejores pese a su precocidad,
Alexis o el tratado del vano combate.

Bueno, pues todo esto había sido ya publicado en España sin que ni el gran público ni gran parte de la crítica pareciera haberse enterado. Pero cuando en 1980 los medios de comunicación conectaron sus focos sobre Marguerite Yourcenar con motivo de su elección como miembro de la Academia Francesa —y era la primera mujer en la historia que alcanzaba esta dignidad, en una institución tan prestigiosa como tenazmente misógina, hasta el punto de que la misma Real Academia Española había roto ese tabú un año antes— la sorpresa fue general. ¿Quién era esta escritora casi secreta, que, aunque relativamente conocida en Francia y otros países occidentales donde ya había sido traducida, presentaba una obra de tal magnitud y bastante desconocida del gran público?

Marguerite Yourcenar, nacida en Bruselas en 1903, en el seno de una familia francobelga, hija de un aristócrata francés venido a menos y de una heredera de la gran burguesía belga —que falleció a los diez días del nacimiento de su hija—no se llamaba en realidad así, sino que formó este nombre literario al principio de su carrera mediante un anagrama imperfecto de parte de su apellido paterno. Su nombre completo, si se cuenta también el apellido materno, fue el de Marguerite, Antoinette, Jeanne, Marie, Ghislaine, Cleenewerck de Crayencour y Cartier de Marchienne; su padre era de la región de Lille, en Francia, y su madre de la de Namur, en Bélgica, y el nacimiento de la escritora se produjo durante una estancia temporal de sus padres en Bruselas, en una casa ya derruida de la avenida Louise. Tras la muerte de la madre, el padre se trasladó a vivir con su hija recién nacida a Francia, a una propiedad familiar de su región natal denominada el castillo de Mont-Noir, mansión que también resultó posteriormente destruida durante la guerra. Así, los escenarios familiares y vitales de Marguerite Yourcenar han ido desapareciendo uno tras otro de manera implacable. Durante su infancia, la niña fue educada con rigor y flexibilidad, merced a preceptores privados, y alternaba su existencia en Mont-Noir con otras en casa de su familia paterna en Lille y otras más en Bruselas con sus parientes por parte de madre. También su padre la arrastró con cierta frecuencia al sur de Francia durante los veranos y las vacaciones. De todas formas, a partir de 1912, Michel Cleenewerck de Crayencour se instala con su hija en París, en un barrio elegante, en una casa que también desaparecería después. La guerra de 1914 les sorprende en la costa belga, de donde padre e hija se trasladan a Gran Bretaña huyendo del conflicto. La niña sigue sus estudios de manera intermitente, profunda y flexible como siempre, guiada por sus preceptores y su propio padre, primero en los suburbios de Londres y posteriormente en París, de donde se trasladan finalmente al sur de Francia a finales de la guerra. Aprende el latín, el griego y el italiano, empezando a leer poesía en estos idiomas, y adquiere sus primeros conocimientos del inglés.

A los dieciséis años, compone un poema dialogado basado en la leyenda de ícaro,
El jardín de las quimeras,
que se publica, pagado por su padre, en 1921. Y al año siguiente otro libro de poemas,
Los dioses no han muerto,
muestra que ya no se trata de ejercicios de diletante —aunque sean de alguna manera bastante escolares— sino de una vocación en debida forma. Durante todo el período de entreguerras, Marguerite Yourcenar —que ya ha adoptado este nombre de pluma, que se convertirá en el suyo legal en Estados Unidos en 1947— viaja con su padre por toda Europa, por el Mediterráneo, Italia, Grecia, Centroeuropa y España, comienza a escribir ensayos y textos de creación que va publicando lentamente en algunas revistas francesas de la época y proyecta una vasta construcción novelesca que nunca llegará a realizar, pero que es el germen de otras obras posteriores. En efecto, esta artista adolescente planeaba la creación de una vasta novela,
Remous
(Remolinos), que contase a través de múltiples personajes la historia de varias familias europeas que se mezclaban entre sí a través de cuatro siglos. Llegó a escribir más de quinientas páginas de este proyecto que, sin embargo, quedó inconcluso y jamás se publicó. Sin embargo, tres fragmentos aparecerían en un volumen en 1934 bajo el título
La muerte conduce el atelaje,
título del que también renegaría posteriormente y que jamás reeditó. En realidad, este volumen contenía tres novelas cortas, que luego sufrieron distintos destinos. La primera,
D’après Greco,
se convirtió en
Anna Sóror,
historia de un incesto sucedido en Nápoles bajo la dominación española en el siglo XVI, que pasaría casi sin variantes a una de sus obras finales,
Como el agua que fluye,
que se publicó en 1981. En esta última obra se incluyen también otras dos narraciones,
Un hombre oscuro
y
Una hermosa mañana,
que son la reelaboración profunda de temas incluidos en otro de los relatos del libro de 1934,
D’après Durero,
el tercer relato,
D’après Rembrandt
daría origen, después de muchas reelaboraciones, a toda una obra larga e independiente que además es una de sus obras maestras,
Opus Nigrum,
como tan excelentemente se ha traducido la expresión francesa
«L’oeuvre en noir»,
la «obra en negro», según las operaciones de los alquimistas del renacimiento.

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