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Authors: Marguerite Yourcenar

Tags: #Histórico, Relato

Opus Nigrum (2 page)

BOOK: Opus Nigrum
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También son estos los años en los que Marguerite Yourcenar siente la llamada del emperador Adriano, y cuando, según se agotaba la inspiración de
Remous,
iba surgiendo en su interior lo que después sería su autobiografía,
El laberinto del mundo,
de la que llegó a publicar en vida los dos primeros volúmenes,
Recordatorios
y
Archivos del Norte
—que son sobre todo un análisis y recreación de la historia de sus familias paterna y materna durante varios siglos, y al parecer ha dejado terminado en el momento de su desaparición el tercer tomo, que llevará el título de
Quoi, l’éternité?,
pero que todavía no se ha publicado en el momento en que redacto estas líneas. En 1922, la escritora es testigo de la marcha de los fascistas de Mussolini sobre Roma, que luego le servirá para otra de sus novelas, de inspiración claramente antifascista,
Denario del sueño,
que tras publicarse poco antes de la gran guerra no sería reeditada, bastante modificada, en su versión definitiva hasta 1959. Durante todos estos años publica sus primeros poemas también y alguna obra teatral o relatos de inspiración oriental. Aunque el influjo de André Gide —el gran maestro de las juventudes literarias de aquella época en Francia y en Europa— y sus viajes por Centroeuropa le llevarían a redactar dos célebres novelas,
Alexis, o el tratado del vano combate,
y
El tiro de gracia,
publicadas respectivamente en 1929 y 1939, donde se abre paso un tema de inspiración gidiana, el de la homosexualidad. La primera de esas dos breves novelas llamó poderosamente la atención de la crítica más rigurosa de aquel tiempo. Ese mismo año, en 1929, fallece su padre en un clínica suiza en Lausanne, pero la escritora prosigue sus peregrinaciones por Europa, tras haber intentado recobrar los restos de su herencia materna. En 1930 publicaba otra novela de la que después también renegaría,
La nueva Eurídice,
y una obra de teatro,
El diálogo en la marisma.
En 1934 publica los dos libros citados anteriormente,
Denario del sueño
y
La muerte conduce el atelaje,
y durante los cuatro años siguientes viaja por Grecia, donde escribe los textos de uno de sus libros más importantes,
Fuegos,
compuesto por textos líricos de un posible diario personal, intercalados entre varios relatos inspirados en la mitología clásica pero con lecciones morales permanentes, que se publicó en 1936. Y dos años después aparecería otra obra extraña y personal, Los sueños j las suertes, una especie de ensayo sobre los sueños, que incluye relatos de sus propias pesadillas. Traduce también a Virginia Woolf —Las olas— y a Henry James —Lo que Maisie sabía— así como al gran poeta griego de Alejandría Constantin Kavafys, al que dedicó asimismo un largo ensayo introductorio. Tras su encuentro con la profesora norteamericana Grace Frick, que sería su traductora al inglés y su compañera durante toda su vida, visita por vez primera Estados Unidos, donde conecta con los cantos espirituales negros, con los que escribiría después una gran antología y ensayo. Tras la publicación en 1939 de El tiro de gracia, Marguerite Yourcenar escapa de la segunda guerra mundial que ha estallado en Europa y se exilia en los Estados Unidos, donde se dedica en principio a tareas docentes, a pesar de carecer de títulos universitarios, en un trabajo en el que la calidad y profundidad de sus conocimientos y su vasta cultura, tras la ayuda inicial de Grace Frick, se le abrieron las puertas con sencillez. Con el tiempo, ambas amigas se instalarían en la isla de los Monts-Déserts, situada en la costa atlántica norteamericana, frente al Estado de Maine, alternando sus trabajos docentes con los de la traducción y la escritura de creación.

De 1948 a 1950 redacta las
Memorias de Adriano,
cuya publicación en 1951 le valió el premio de novela de la Academia Francesa y el comenzar a ser ya bastante conocida al menos en Francia. Durante los largos años de la postguerra, Marguerite Yourcenar vuelve a emprender numerosos viajes, va siendo reconocida en otras partes, recibe varios doctorados «honoris causa», publica su segunda gran novela
Opus Nigrum,
en 1968 —que le valió el premio Femina—, entra dos años después en la Academia Belga de literatura y recibe al siguiente la Legión de Honor. Inicia la publicación de su autobiografía ya citada, la edición de algunas obras anteriores revisadas como ya he dicho, sus traducciones poéticas, algunas piezas teatrales más, sus libros de ensayos, como
A beneficio del inventario
o, mucho después,
El tiempo, ese gran escultor,
y acompaña y asiste a su amiga Grace Frick en una dolorosa enfermedad que la llevará a la tumba en 1979. Y al año siguiente llegó su elección como miembro de la Academia Francesa, que rompía así con su misógina tradición de tres siglos y medio. Durante estos años también, Marguerite Yourcenar se sintió tentada por algunos temas misteriosos, como los del mundo de las drogas y los alucinógenos del brujo don Juan descritos por Carlos Castañeda, o el del suicidio del escritor japonés Yukio Mishima, al que dedicó un libro
—Mishima o la visión del vacío—
pero también combatió en temas más políticos, como en la defensa de los negros y los derechos civiles en Estados Unidos, en favor de la paz universal, contra la proliferación nuclear, contra la superpoblación y en favor de la ecología, del medio ambiente, de la naturaleza y de los animales. Sin embargo, y a pesar de que toda su vida y su obra es un gran ejemplo para la lucha por los derechos de la mujer, nunca se acercó a los movimientos feministas, pues le desagradaban sus radicalismos y sus exageraciones.

En los últimos años de su vida, Marguerite Yourcenar alternó su residencia en la propiedad de la isla de Mont-Déserts —una mansión campesina denominada «Petite plaisance»— con sus viajes y conferencias en el mundo entero, y la recepción de múltiples premios, honores y homenajes. Publicó su ensayo sobre Mishima, una asombrosa antología de la poesía griega clásica,
La corona y la lira,
revisó alguna obra anterior y en 1983 sufrió un grave accidente en Kenia que hizo temer por su vida, hasta que, finalmente, falleció en un hospital de Washington a finales de 1987, cuando contaba ochenta y cuatro años de edad.

Como diría André Malraux, la muerte de un hombre convierte su vida en destino. Marguerite Yourcenar hizo de su propia vida y de su obra un constante peregrinar por todos los rincones del mundo, tanto en su geografía como en su historia; se paseó, en su existencia o en su imaginación repleta de sabiduría y cultura, por los lugares y las épocas más dispares, pero siempre acercando al hombre y a la mujer de hoy a los grandes temas del pasado, o convirtiendo el pasado en los moldes más conflictivos del mundo contemporáneo. En su afán de discreción y de objetividad, nada de su vida personal ha pasado a su literatura, exceptuando sus obsesiones y temas preferidos. En su autobiografía, que todavía no lo es a la espera de su tercer volumen, ya que sólo habla de sus estirpes familiares más que de su propia vida, empieza citando un lema oriental «¿Cómo sería tu rostro antes de que tu padre y tu madre se encontraran?» Y cuando tiene que hablar de sí misma, al principio de esta misma obra, empieza separándose del tema para siempre: «El ser que llamo yo...». Dejando aparte su poesía, que traspasa toda su obra, su teatro —seis piezas— y sus ensayos, su obra propiamente narrativa, si se prescinde de algunos libros juveniles ya citados
—La nueva Eurídice
y
La muerte conduce el atelaje,
ya citados— consta tan sólo de cinco novelas largas, y veintidós cortas reunidas en tres volúmenes estas últimas:
Como el agua que fluye, Fuegos,
y
Novelas orientales.
Sus novelas largas son las ya citadas
Alexis, o el tratado del vano combate, El tiro de gracia, Denario del sueño, Memorias de Adriano
y
Opus Nigrum,
siendo estas dos últimas los dos grandes pilares sobre los que se asienta su obra entera. La primera de las dos se basa en el monólogo, imaginario, pero perfectamente verosímil —Yourcenar cuidaba al milímetro sus reconstrucciones históricas, a las que no cabe objetar el menor error, y cuando extrapola algo ella es la primera que lo advierte— del emperador Adriano, que intentaba consolidar el territorio de Roma justo antes de que se desmoronase, debatiendo sobre la naturaleza humana, sobre el tema del amor y la homosexualidad, sobre el arte, las religiones y los dioses, en el momento en que vacilaba la antigua civilización y los viejos valores iban a ser sustituidos por otros nuevos, pues el cristianismo se anunciaba como nueva fuerza emergente. Pero Adriano es un personaje histórico real y existente, mientras que en
Opus Nigrum
la escritora iba a basar su fábula, tan coherente, imaginaria y real como la anterior, sobre un personaje perfectamente inventado, el alquimista, médico y filósofo Zenón, cuya peregrinación por la Europa de su tiempo, justo cuando el cristianismo se divide en dos, a causa de la Reforma protestante, constituye una gran novela de aventuras, una lección filosófica y una fabulación moral universal.

La propia escritora, en la «nota de autor» incluida en este volumen relata, con su habitual exactitud y elegancia, cómo nació esta obra y cuáles fueron sus principales fuentes de inspiración. Es otra vez la historia de un mundo vacilante, de lucha de dos grandes fuerzas que se contraponen, un juego de contraluces que iluminan el corazón humano de una vez para siempre, y ya desde el principio, en la cita de Pico de la Mirándola que abre el volumen, se le cita con su nombre primero y universal, Adán. Zenón podría haber nacido en Brujas en 1510 aproximadamente, y su vida recorrería el mundo civilizado y conflictivo de su tiempo como un estandarte en favor de la luz y de la independencia, de la ciencia y de la tolerancia, cuando catolicismo y protestantismo se oponen cada vez más cruelmente, y empieza la decadencia del imperio español, lo que causará su muerte voluntaria que podría hasta imaginarse feliz. Los modelos para la figura de Zenón han sido muchos, desde Erasmo de Rotterdam o Leonardo da Vinci, o Vesalio, o Galileo y Giordano Bruno hasta Campanella y Miguel Servet, el gran científico español perseguido tanto por el catolicismo como por el calvinismo protestante. Esta novela es un relato de aventuras, una lección ética, un tratado de historia y un magistral poema.

Rafael Conté

Marzo de 1988

PRIMERA PARTE

LA VIDA ERRANTE

Nee certam sedem, nee propriam faciem, nee munus ullun peculiare tibi dedimus, o Adam, ut quam sedem, quam faciem, quae muñera tute optaveris, ea, pro voto, pro tua sententia, habeas et possideas. Definiita ceteris natura intra praescriptas a nobis leges coercetur. Tu, nullis angustiis coercitus, pro tuo arbitrio, in cuius manu te posui, tibi illam praefinies. Medium te mundi posui, ut circumspiceres inde commodius quicquid est in mundo. Nec te caelestem ñeque terrenum, ñeque mortalem ñeque immortalem fecimus, ut tui ipsius quasi arbitrarius honorariusque plastes et fictor, in quam malueris tute formam effingas...

PICO DE LA MIRANDOLA

Oratio de hominis dignitate

No te he dado ni rostro, ni lugar alguno que sea propiamente tuyo, ni tampoco ningún don que te sea particular, ¡oh Adán!, con el fin de que tu rostro, tu lugar y tus dones seas tú quien los desee, los conquiste y de ese modo los poseas por ti mismo. La Naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas. Pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos y o te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal, ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma...

EL CAMINO REAL

Henri-Maximilien Ligre proseguía, a pequeñas etapas, su camino hacia París.

De las contiendas que oponían al Rey y al Emperador, lo ignoraba todo. Únicamente sabía que la paz, que databa tan sólo de unos meses, empezaba ya a deshilacharse como un traje usado durante mucho tiempo. Para nadie era un secreto que François de Valois seguía echándole el ojo al Milanesado, como un amante desafortunado a su hermosa; se sabía de buena tinta que trabajaba calladamente para equipar y reunir, en las fronteras del duque de Saboya, un ejército flamante, encargado de ir a Pavía para recoger sus espuelas perdidas. Mezclando retazos de Virgilio con las escuetas narraciones de viajes de su padre el banquero, Henri-Maximilien imaginaba, más allá de los montes acorazados de hielo, filas de caballeros que bajaban hacia unas extensas y fértiles tierras, tan hermosas como un sueño: llanuras rojizas, fuentes borbotantes en donde beben blancos rebaños, ciudades cinceladas como arquetas, rebosantes de oro, de especias y de cuero repujado, ricas como almacenes, solemnes como iglesias; jardines llenos de estatuas, salas repletas de valiosos manuscritos; mujeres vestidas de seda, amables con el gran capitán; toda clase de refinamientos en la pitanza y la orgía, y encima de mesas de plata maciza, dentro de frasquitos de cristal de Venecia, el aterciopelado brillo de la malvasía.

Unos días antes, había abandonado sin gran disgusto su casa natal de Brujas y su porvenir de hijo de mercader. Un sargento cojo, que se alababa de haber servido en Italia en tiempos de Carlos VIII, le había remedado una noche sus gloriosas hazañas y descrito a las mozas y sacos de oro a los que echaba mano al saquear las ciudades. Henri-Maximilien le había pagado sus fanfarronadas con un vaso de vino en la taberna. De regreso a casa, se había dicho que ya era hora de comprobar por sí mismo lo redondo que es el mundo. El futuro condestable dudó si se enrolaría en las tropas del Emperador o en las del Rey de Francia; acabó por jugarse la decisión a cara o cruz; el Emperador perdió. Una sirvienta propaló sus preparativos de marcha. Henri-Juste asestó primero unos cuantos puñetazos al hijo pródigo y luego, calmándose al contemplar a su hijo menor, que se paseaba por la alfombra de la sala con su faldón largo, deseó socarronamente a su hijo mayor que le soplara un buen viento de popa en la compañía de los locos franceses. Un poco de amor paternal y un mucho de vanagloria, por afán de probarse a sí mismo cuan grande era su influencia, le hicieron prometerse que escribiría a su debido tiempo a su agente en Lyon, Maese Muzot, para que recomendase a aquel hijo indomable al almirante Chabot de Brion, quien tenía deudas con la Banca Ligre. Por mucho que Henri-Maximilien pretendiera sacudirse el polvo del mostrador familiar, no en balde se es hijo de un hombre que puede subir o bajar el precio de los productos, y que concede préstamos a los príncipes. La madre del héroe en ciernes le llenó la bolsa de vituallas y le dio a escondidas dinero para el viaje.

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