Read Panteón Online

Authors: Carlos Sisí

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción

Panteón (23 page)

BOOK: Panteón
9.63Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Estaba pensando en eso cuando se percató de que había algo en el suelo. Al principio pensó que se trataba de un arma olvidada, pero luego descubrió qué era en realidad. Era un brazo, un brazo arrancado de algún robot. Frunció el ceño. Los robots eran complicados de manejar. Sus sensores podían hacer imposible el ocultarse y podían detectar una presencia no deseada incluso a través de una pared. Su arma, para colmo de males, no tenía capacidades iónicas. Supuso que el robot había formado parte de la defensa de esa instalación hasta que los sarlab irrumpieron por el techo.

Acto seguido, se fijó en los canales. Formaban un intrincado diseño que parecía converger en unos túneles alineados por las paredes circulares. Despacio, sin hacer ruido, se acercó a uno de ellos. Descendía suavemente hacia abajo, pero había una débil iluminación cada pocos metros. Le pareció transitable, y se alegró de alejarse de aquella sala diáfana donde la ausencia de sombras y lugares donde esconderse era manifiesta.

Lentamente, se adentró por el túnel y desapareció.

Los sarlab se reagrupaban.

Habían traído tubos de soporte vital para los heridos; unos avanzados sistemas con forma de cilindros alargados que se abrían y mantenían a la persona estable, con oxígeno y medicada. Cuando estaban seguros en su interior, los tubos se autopropulsaban lentamente con rumbo a la Imperia. Allí atracaban directamente en la bahía médica, donde los hombres eran atendidos por el personal de a bordo. Todo el proceso duraba apenas unos minutos.

El resto de los sarlab estaba organizándose en escuadras para comenzar el asalto a la instalación. Era un problema, porque todos los líderes de campaña yacían en el suelo, con sus legendarios cascos negros reducidos a trozos, y los que eran elegidos para sustituirlos carecían de la experiencia necesaria.

También habían traído robots, transportados por vía urgente desde la Imperia. Un total de veinte unidades, generalmente destinadas a la reserva táctica, se encontraban en primera línea, completamente armados y operativos. Como de costumbre, ellos serían la primera línea de ataque.

Jebediah, por su parte, miraba al interior desde la misma puerta. Le preocupaba la contundente demostración de superioridad tecnológica que había visto, pero por otro lado, encendía en él una llama de codicia que creía tener apaciguada.

Sí, Jebediah albergaba un sueño secreto, un sueño que llevaba acariciando durante años: llevar a los sarlab a lo más alto. Desplegar su estandarte en sus naves y hacer que el nombre fuera conocido, respetado y temido en todos los rincones de la galaxia. El único problema era, naturalmente, La Colonia. Demasiado bien sabía que no les dejarían crecer en exceso. Eran los agricultores invisibles que mantenían los troncos libres de ramificaciones indeseadas: en cuanto echaran brotes nuevos, los cortarían tan limpia y rápidamente que nadie recordaría que habían estado ahí alguna vez.

Jebediah pensaba en eso a menudo. El tiempo y la experiencia le habían demostrado que incluso La Colonia tenía agujeros en su estructura por los que alguien con suficiente habilidad y paciencia podía infiltrarse. Desde allí era posible roer sus fundamentos internos, lenta pero implacablemente, como un cáncer. Sólo hacían falta dos cosas: recursos económicos para llevar a cabo acciones como la extorsión y el soborno, y un golpe de suerte. Y creía que tenía lo segundo delante de sus propias narices.

¡Tecnología! Era la clave de todo. La tecnología había permitido un triunfo fácil y rápido sobre la nave enemiga Semex, y su propio cuerpo era un testimonio inequívoco de la gran diferencia que representaba estar varios pasos por delante de los demás. Si tuviera acceso a la tecnología, podría enfrentar las batidas que La Colonia hacía de vez en cuando. Sería un proceso complicado donde cada paso tendría que ser estudiado y medido con exquisita delicadeza, pero era viable. Llegado el momento, lo haría.

Ahora, se le antojaba que aquel lugar parecía rezumar una especie de vibración invisible que él percibía de una manera que no podía describir. Era un olor, una esencia incorpórea e intangible. Algo tan desconocido y salvajemente avanzado que creía percibirlo a través de aquellos muros de piedra en apariencia tan ancestrales. Intuía que allí había tecnología. La parte robótica de su cuerpo se lo decía; percibía las transmisiones en el aire, indescifrables, extrañas, furtivas.

Sin decir nada, Jebediah sonrió. Ya no se trataba sólo de conseguir ese misterioso objeto que su cliente ansiaba de manera tan desesperada. Era todo el lugar. Quería exprimirlo al ciento por ciento.

Una voz a su lado lo sacó de su ensimismamiento.

—Gran Bardok, todo está dispuesto.

—¿Dónde se encuentra Verlo? —preguntó.

—Con el Grupo Dos, según sus órdenes.

—Perfecto —exclamó. Giró la cabeza para mirar al umbral, que se revelaba como un túnel oscuro donde las partículas de polvo aún se mecían en el aire, perezosas—. Respecto a esa fortaleza, no mandaré a nuestros hombres a otra trampa. Ordene que hagan llegar un incursor para explorar la entrada antes del asalto.

El oficial asintió torpemente y se retiró a dar órdenes.

Los sarlab, mientras tanto, continuaban con los preparativos. Las dos hileras de robots se habían dispuesto ya en cuatro formaciones de cinco unidades. Casi sin hacer ruido, desplegaron las armas alojadas debajo de los brazos. A su espalda, los hombres ponían en marcha sus lancetas de arcos voltaicos. Aunque la determinación encendía sus corazones, algunos no podían evitar mirar alrededor con una sombra de inquietud en los ojos.

El incursor tardó aún varios minutos en llegar. Era una especie de sonda no tripulada que se gobernaba directamente desde el Control de Misión, a bordo de la Imperia. Tenía el aspecto de un repugnante gusano, gris y tumefacto, cuya enorme cabeza era un foco de luz. Debajo, un par de pilotos de color rojo indicaban que estaba operativo y emitiendo. Pero el incursor no se arrastraba, flotaba torpemente en el aire con ayuda de dos pequeñas toberas a ambos lados.

El gusano no tardó en desaparecer por el umbral, emitiendo pequeños sonidos mecánicos. Jebediah se puso entonces en contacto con el Control de Misión.

—Transmítanme las imágenes enviadas por el incursor —dijo.

—De inmediato, Gran Bardok.

Las imágenes tardaron unos instantes en aparecer, emitidas por su pulsera personal. Era apenas una débil y translúcida imagen plana, como un holograma, pero suficiente para saber lo que ocurría.

Resultó mostrar alguna suerte de recibidor, que se extendía en línea recta como un corredor. Era el lugar perfecto para una trampa, desde luego, pero los hombres estaban contentos con que el incursor explorara el túnel en primer lugar: sus sensores rebelarían enemigos emboscados y maquinaria ofensiva. Jebediah no compartía ese entusiasmo. Los sensores estaban bien, naturalmente, y funcionaban la mayor parte de las veces. Pero eran incapaces de detectar cosas inesperadas. Bastaba con un rudimentario sistema de poleas y palancas para eludir los sofisticados algoritmos de predicción. Jebediah esperaba, de hecho, que la trampa saltara en cualquier momento. Era solamente cuestión de tiempo.

Pero en ese momento, el incursor giraba sobre sí mismo para mostrar imágenes de paredes y techos. Sin iluminación de ningún tipo más que la del propio foco del aparato, todo adquiría un tono tenebroso; pero los detalles que decoraban las paredes, aun difusos, se revelaban hermosos y cuidados. Le pareció ver formas allí, entre los diseños curvilíneos, grabados en la roca con trazos precisos y firmes. Además, los datos se agolpaban en la consola a medida que el incursor los iba recopilando: temperatura, humedad, sistemas de red captados, infrarrojos… pero también otros datos como la longitud del túnel. ¡Ciento setenta y cinco metros!

Jebediah torció los labios. «Majestuoso» era la palabra que le venía a la cabeza, aunque también resultaba poco práctico en su opinión; aquel largo corredor, ubicado inmediatamente después de la entrada, era un inexplicable despilfarro de espacio. El sentido común le decía que podían haber emplazado la puerta mucho después. Si no se trataba de una manera de hacer que un invasor se encontrara trabado en un pasaje estrecho para activar la esperada trampa, no le veía el sentido. No en un planeta completamente deshabitado.

Pero ahora otra cosa atraía su atención. El final del túnel. Allí brillaba un resplandor blanco, luminoso e intenso como un pequeño sol, que le impedía ver lo que había detrás.

—Luz… —exclamó el sarlab a su lado.

—Ya nos quedó claro antes que la instalación está activa —soltó Jebediah.

Pero mientras lo decía, su cabeza daba vueltas a ese dato. Si había luz al final, ¿por qué no habían instalado alguna en el mismo túnel? Debía de atender a una razón; claramente, aquél no era un corredor de servicio; la belleza de los contrafuertes, cuidadosamente tallados y apostados en ambas paredes y la delicada decoración de las paredes así lo indicaban. Y si tampoco había instalada trampa alguna, la pregunta era evidente: ¿por qué?

Otra vez giraba el incursor mientras avanzaba, desvelando los detalles de las paredes. Había figuras de hombres y mujeres, también niños, tallados con simples trazos, todos en hilera. Encima y debajo había símbolos similares a los que habían encontrado en la placa de la puerta.

Levantó la mano para activar su comunicador.

—Control de Misión —dijo una voz. El sonido sonaba metálico y apagado, como si la señal no llegara con la debida intensidad.

—Detengan el incursor —ordenó.

—Incursor detenido —dijo el operador casi en el acto.

—Necesito un modelador allí —exclamó Jebediah—. Hay datos que recabar. Quiero que registren los símbolos de las paredes y los comparen con los que ya tenemos. Traten de descifrarlos.

—Sí, Gran Bardok.

La comunicación crepitó brevemente y se cortó.

Jebediah se quedó mirando aquellos caracteres extraños. Había centenares de ellos, miles probablemente. Si sus técnicos no podían extraer su significado con toda la tecnología de que disponían…, él se encargaría de azuzarlos. Personalmente.

—No, en serio —dijo Ferdinard—. ¿Qué pensaban antes, en la época de la Tierra?

Malhereux, todavía sentado en el suelo, seguía mirando los tubos con los seres humanos invertidos, como distraído. Eran más que inquietantes; encerraban una oscuridad casi tangible que empezaba a provocarle un imperceptible escalofrío.

Sacudió la cabeza.

—En serio, Fer, creo que estás obsesionándote demasiado con esa patraña.

Ferdinard contestó como si no le hubiera escuchado.

—Antes se soñaba mucho con otras civilizaciones. Pensaban que no estábamos solos en el universo, que tarde o temprano encontraríamos a alguna otra raza, en alguna otra parte.

—Ah, sí… —murmuró Malhereux, sacudiendo la cabeza.

—Y creían otra cosa. Había gente que aseguraba haber sido raptada por seres alienígenas. Les hacían exámenes y los devolvían a su casa después.

Malhereux soltó un bufido, a caballo entre la risa y el desdén.

—Sí… Eso me suena…

—¿Cómo se llamaba a eso?

—¿Las abducciones?

—¡Eso es! —exclamó Ferdinard, triunfante—. ¡Lo tenía en la punta de la lengua! ¡Abducciones alienígenas!

Se desplazó rápidamente hacia el primer panel y, sin pensar en lo que hacía, puso una palma sobre el panel. Inmediatamente, recordó la escena en la sala de la Llama y lo retiró como si fuese a recibir una descarga. Pero no ocurrió nada.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Malhereux.

—Mira esto. Ese planeta… ¿no crees que puede ser la Tierra?

Malhereux miró la forma básica del planeta. Era apenas una esfera con algunos trazos dentro, a modo de continentes. Había visto imágenes de la Tierra mil veces en otras tantas partes diferentes, pero era incapaz de recordar la forma de las zonas de tierra que emergían del mar. Aquello podía ser la Tierra o cualquier otro sitio, incluyendo Pax Dulcis, su planeta natal.

Se levantó y dio un par de vueltas sobre sí mismo, como un animal enjaulado.

—Fer, colega… En serio, tenemos que irnos. No me gusta estar aquí abajo. ¡Pueden sorprendernos en cualquier momento!

—Esto es importante —dijo Ferdinard, súbitamente serio.

Malhereux le sostuvo la mirada unos instantes, pero acabó desistiendo.

—Está bien —dijo, conciliador—. Vale. Es la Tierra, ¿y qué?

—Querría decir que el cilindro es una nave alienígena saliendo de la Tierra. Son abducidos. Mira el segundo panel… se ve como los liberan en otro planeta.

—De acuerdo —exclamó Malhereux—. ¿Para qué?

—No lo sé. La historia no lo cuenta. Se los llevaron sin más. Igual querían ayudar a que nos propagásemos por la galaxia.

—Eso es… ¡Está bien, está bien! ¿Y para qué harían algo así?

—No lo sé —respondió Ferdinard—. Sólo atendamos la historia por ahora, ¿vale? Mira estos paneles. Está claro que los humanos prosperaron en su nuevo hábitat. Mira, cada vez más gente. Tienen descendencia, aparecen las primeras casas, herramientas, agricultura… Y entonces…

—El gas —dijo Malhereux.

—El gas o lo que sea eso. Está aquí —señaló otro de los paneles con el dedo—. El panel nos dice que encontraron algo en el subsuelo. Si miras el resto de los paneles, el gas, el árbol… la llama… mata a todos los seres humanos. ¿Vale? Mira esos dibujos de la gente en el suelo. Fíjate en su posición.

—Vale, están muertos. ¿Y después?

—Después, el gas salta al espacio.

—Lo que es imposible.

—Es imposible porque no entendemos su naturaleza, pero sólo aceptémoslo. Es un algo que puede flotar por el espacio y avanzar. Y aquí lo vemos desplazándose entre otros planetas. Mira esas puntas… casi parecen garras a punto de devorar esos mundos, ¿no te parece?

—También parece más grande —exclamó Malhereux, ahora más interesado en la historia—. O ésos son planetas más pequeños, o esa cosa es más grande en cada dibujo.

—Yo también me he fijado. Bien, ahora mira este panel. De repente vuelve la nave, el cilindro alargado… Vuelve y encierra la Llama en un cubo.

Malhereux asintió despacio. Ahora que su compañero le daba una posible explicación a los grabados, la historia parecía cobrar sentido.

—Y aquí… bueno, es un círculo con el cubo dentro. Mi teoría es que encierran el cubo con la Llama dentro de un planeta.

—¿Cómo?

BOOK: Panteón
9.63Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Dear Darling by Elle McKenzie
Sea Queen by Michael James Ploof
Strangers at the Feast by Jennifer Vanderbes
Crimson by Jessica Coulter Smith
Siren Rock by Keck, Laurie
To Mervas by Elisabeth Rynell