Authors: Ken Follett
Pero allí estaba Weber para echarlo todo a perder.
El agente llegó a la altura de Dieter y aflojó el paso, buscando sin duda la entrada a la cripta.
Weber vio al chico y se lo quedó mirando; al cabo de un instante, le dio la espalda y fingió estar absorto en las estrías de una columna.
La cosa aún podía funcionar, se dijo Dieter. Weber había cometido una estupidez presentándose allí, pero quizá se limitaría a observar. No sería tan imbécil como para intervenir. Podía arruinar una oportunidad única.
El agente vio la entrada de la cripta y desapareció escaleras abajo.
Weber miró a Dieter desde el otro extremo del transepto y le hizo un gesto con la cabeza. Siguiendo su mirada, Dieter vio a otros dos hombres de la Gestapo al acecho bajo la galería del órgano. Era mala señal. Weber no necesitaba a tres secuaces para limitarse a observar. Dieter se preguntó si le daría tiempo a hablar con él y convencerlo para que despidiera a sus hombres. Pero Weber se negaría, empezarían a discutir y...
Dieter aún seguía indeciso cuando vio a Stéphanie, que empezó a subir las escaleras de la cripta con el agente pegado a los talones.
La chica vio a Weber en cuanto llegó arriba. Una expresión de alarma alteró sus facciones. Parecía desconcertada por aquella presencia inesperada, como si al salir al escenario hubiera descubierto que se había equivocado de obra. Dio un traspiés, y el joven agente se apresuró a sostenerla por el codo. Recobró la compostura con su habitual rapidez y sonrió al muchacho con agradecimiento. «Bien hecho, preciosa», murmuró Dieter para sus adentros.
En ese momento, Weber avanzó hacia ellos. ─¡No! ─exclamó Dieter involuntariamente. Nadie lo había oído.
Weber cogió del brazo al agente y le dijo algo. Dieter comprendió que acababa de detenerlo y esbozó un gesto de desesperación. Stéphanie se apartó de los dos hombres con la perplejidad pintada en el rostro.
Dieter se levantó del banco y fue hacia el grupo con paso vivo. Al parecer, Weber había decidido cubrirse de gloria capturando a un agente. Era absurdo pero posible.
Antes de que Dieter llegara junto a ellos, el agente dio un brusco tirón, se soltó de Weber y echó a correr.
El joven de la chaqueta a cuadros que acompañaba a Weber reaccionó con rapidez. Dio dos largas zancadas, saltó hacia el agente con los brazos extendidos y consiguió tocarle las piernas. El inglés vaciló, pero recuperó el equilibrio, agitó los pies y siguió corriendo sin soltar la maleta.
Las repentinas carreras y los jadeos de ambos hombres resonaron en los muros de la catedral, y la gente se volvió a mirar. El inglés corría en dirección a Dieter, que comprendió lo que estaba a punto de ocurrir y soltó un gruñido. La segunda pareja de la Gestapo surgió en la esquina del crucero. El muchacho los vio y, al parecer, adivinó quiénes eran, porque torció a la izquierda. Pero era demasiado tarde. Uno de los policías estiró la pierna e interceptó su carrera. El agente cayó hacia delante y aterrizó en el duro suelo de piedra con un ruido seco. La maleta voló por los aires. Los dos policías saltaron sobre el chico. Weber llegó corriendo con expresión triunfal.
─Mierda ─masculló Dieter, olvidando dónde estaba. Aquellos imbéciles iban a fastidiarlo todo.
Sin embargo, aún había un modo de salvar la situación.
Se llevó la mano al interior de la chaqueta, sacó la Walther P38, le quitó el seguro y apuntó a los hombres de la Gestapo que mantenían inmovilizado al agente.
─¡Suéltenlo ahora mismo o disparo! ─gritó a voz en cuello en francés.
─Mayor, yo... ─empezó a decir Weber.
Dieter disparó al aire. La detonación resonó en las bóvedas de la catedral y ahogó las palabras de Weber.
─¡Silencio! ─aulló Dieter en alemán.
Weber lo miró asustado y cerró la boca.
Dieter se acercó a uno de los policías y le clavó el cañón de la pistola en la mejilla.
─¡Atrás! ¡Atrás! ─volvió a gritar en francés─. ¡Apártense de él! ─ Con el terror pintado en los rostros, los dos hombres de la Gestapo se levantaron y empezaron a retroceder. Dieter se volvió hacia Stéphanie─. Jeanne! ─exclamó usando el nombre de pila de mademoiselle Lemas─. ¡Vamos! ¡Fuera de aquí! ─ Stéphanie reaccionó de inmediato. Dando un amplio rodeo alrededor de los hombres de la Gestapo, corrió hacia la puerta oeste. Entre tanto, el agente había conseguido levantarse─. ¡Sígala, deprisa! ─le gritó Dieter señalando a la chica. El muchacho agarró la maleta, saltó por encima de los asientos del coro y huyó a toda prisa por el centro de la nave. Desconcertados, Weber y sus tres adláteres lo siguieron con la mirada─. ¡Al suelo! ¡Boca abajo! ─les ordenó Dieter.
Los tres hombres obedecieron, y Dieter empezó a retroceder sin dejar de apuntarles con la pistola. Al cabo de un instante, dio media vuelta y se lanzó a la carrera en pos de Stéphanie y el agente británico.
Los vio desaparecer por la puerta y se detuvo para hablar con Hans, que había permanecido en los pies de la catedral y lo miraba impertérrito.
─Hable con esos gilipollas ─farfulló Dieter entre dos resoplidos. Explíqueles lo que intentamos hacer y asegúrese de que no nos sigan ─añadió enfundando la pistola y echando a correr de nuevo.
El motor del Simca-Cinq estaba en marcha. Dieter empujó al agente al estrecho asiento posterior y se sentó en el asiento del acompañante. Stéphanie hundió el pie en el acelerador, y el pequeño vehículo salió disparado como el corcho de una botella de champán.
Abandonaron la plaza y enfilaron una bocacalle a toda velocidad. Dieter se volvió y miró por la ventanilla posterior.
─No nos siguen ─murmuró en francés─ Ve más despacio. Sólo falta que nos pare un gendarme francés.
─Me llamo Helicóptero ─dijo el agente─. ¿Qué demonios ha pasado ahí adentro?
Dieter comprendió que «Helicóptero» era su nombre en clave, y recordó el de mademoiselle Lemas, que le había revelado Gaston.
─Ésta es Burguesa ─respondió indicando a Stéphanie─, y yo soy Charenton ─dijo al azar; por algún motivo, lo primero que le había venido a la cabeza era el nombre de la prisión donde había permanecido encerrado el marqués de Sade─. Burguesa sospechaba desde hace días que tenían vigilada la catedral, así que me pidió que la acompañara. No pertenezco al circuito Bollinger... Burguesa es una intermediaria.
─Sí, eso ya lo sé.
─Como le decía, nos temíamos que la Gestapo estaría al acecho. Ha sido una suerte que Burguesa me pidiera ayuda.
─¡Ha estado usted brillante! ─exclamó Helicóptero entusiasmado─. Dios, qué miedo he pasado... Creí que la había fastidiado el día de mi estreno.
«Y lo has hecho», murmuró Dieter para su coleto.
Era posible que hubiera conseguido salvar la situación. Ahora, Helicóptero creía a pies juntillas que Dieter pertenecía a la Resistencia. El chico hablaba un francés perfecto, pero al parecer no había notado su ligero acento alemán. ¿Había alguna otra cosa que pudiera despertar sus sospechas, tal vez más tarde, cuando pudiera pensar con calma? Dieter se había levantado del banco y había soltado un «¡No!» al comienzo del alboroto, pero un simple «no» podía interpretarse de mil maneras; además, era poco probable que el chico lo hubiera oído. Willi Weber lo había llamado «mayor» en alemán, y él había disparado el arma para evitar que lo descubriera. ¿Habría oído Helicóptero aquella palabra suelta y sabría lo que significaba? ¿La recordaría más tarde y le daría qué pensar? No, concluyó Dieter. Si el agente había comprendido aquella palabra, habría supuesto que Weber se dirigía a alguno de los otros hombres de la Gestapo: todos iban de paisano, de modo que podían tener cualquier graduación.
A partir de ese momento, Helicóptero, convencido de que Dieter lo había arrancado de las garras de la Gestapo, confiaría ciegamente en él.
Pero los otros no serían tan cándidos. La aparición de un nuevo miembro de la Resistencia, llamado Charenton y reclutado por mademoiselle Lemas, no dejaría indiferentes ni a Londres ni al jefe del circuito Bollinger, Michel Clairet. Uno y otros harían preguntas y comprobaciones. Dieter tendría que inventarse una explicación plausible para cuando llegara el momento. Por ahora era imposible predecir el curso de los acontecimientos.
Dieter se concedió un momento para saborear su triunfo. Había dado otro paso en su objetivo de desmantelar la Resistencia en el norte de Francia. Y lo había conseguido a despecho de la estupidez de la Gestapo. Además, se lo había pasado en grande.
Ahora, el reto era sacar el máximo partido de la credulidad de Helicóptero. El agente tenía que seguir operando, en el convencimiento de no haber sido descubierto. De ese modo, acabaría conduciendo a Dieter a otros agentes, con suerte, a decenas de ellos. No obstante, no sería tarea fácil.
Llegaron a la calle du Bois, y Stéphanie guardó el coche en el garaje de mademoiselle Lemas. Entraron en la casa por la puerta de atrás y se sentaron en la cocina. Stéphanie trajo una botella de whisky de la bodega y llenó tres vasos.
Dieter estaba impaciente por confirmar que la maleta de Helicóptero contenía un equipo de radio.
─Convendría que enviara un mensaje a Londres de inmediato ─ le sugirió al chico.
─Tengo órdenes de emitir a las ocho en punto y recibir a las once. Dieter tomó buena nota.
─Aun así, debería informar cuanto antes de que la cripta de la catedral ya no es un lugar seguro. De lo contrario, podrían enviar a otros agentes a una trampa sin saberlo. No me extrañaría que mandaran a alguien esta misma noche.
─Dios mío, es cierto ─murmuró el chico─. Usaré la frecuencia de emergencia.
─Puede instalar el aparato aquí mismo, en la cocina.
Helicóptero levantó la pesada maleta, la dejó sobre la mesa y la abrió.
Dieter ahogó un suspiro de profunda satisfacción. Allí estaba la radio.
El interior de la maleta estaba dividido en cuatro compartimientos: dos a los lados y dos en medio, uno en la parte de delante y otro en la de atrás. Dieter vio enseguida que el de detrás contenía el transmisor, con las teclas del Morse, y el de delante, el receptor, con la toma para conectar los auriculares. El compartimiento de la derecha alojaba la batería. La utilidad del compartimiento de la izquierda quedó clara cuando Helicóptero levantó la tapa y dejó al descubierto un conjunto de accesorios y piezas de repuesto: un cable eléctrico, un adaptador, una antena, cables de conexión, unos auriculares, tubos de reserva, fusibles y un destornillador.
Era un equipo en buen estado y ordenado con pulcritud, se dijo Dieter con admiración; justo lo que cabía esperar de un operador alemán, pero no, desde luego, del típico chapucero inglés.
Ya sabía las horas de transmisión y recepción de Helicóptero. Ahora tenía que enterarse de las frecuencias y ─sobre todo─ del código.
Helicóptero conectó un cable al aparato.
─Creía que funcionaba mediante batería ─dijo Dieter.
─Sí, pero también con la corriente. Creo que el truco favorito de la Gestapo, cuando intentan localizar la fuente de una transmisión del enemigo, es cortar el suministro eléctrico de la ciudad manzana por manzana hasta que se corta la transmisión. ─Dieter asintió─. Pues bien, con este equipo, si se va la luz, basta con accionar este pulsador, y el aparato empieza a alimentarse de la batería.
─Muy bien ─dijo Dieter, pensando en poner al corriente a la Gestapo, por si aún no lo estaban.
Helicóptero enchufó el cable a una toma de corriente, sacó la antena y le pidió a Stéphanie que la colocara en lo alto de un aparador. Dieter buscó en los cajones de la cocina y encontró un lápiz y una libreta, que mademoiselle Lemas debía de emplear para hacer la lista de la compra.
─Tenga ─dijo tendiéndoselos a Helicóptero─. Utilice esto para codificar su mensaje.
─Más vale que antes me piense lo que voy a decir ─respondió el chico.
Helicóptero se rascó la cabeza y empezó a escribir en inglés:
LLEGADA OK CANCELAR VISITAS CRIPTA STOP VIGILADA GESTAPO CONSEGUÍ ESCAPAR STOP
─Con esto bastará por ahora ─dijo.
─Deberíamos proporcionarles otro lugar de contacto para los agentes ─sugirió Dieter─. Digamos el Café de la Gare, junto a la estación de ferrocarril.
Helicóptero lo escribió.
A continuación, sacó de la maleta un pañuelo de seda que llevaba impresa una compleja tabla de pares de letras, y un cuadernillo de unas doce hojas en las que figuraban palabras de cinco letras sin sentido. Dieter reconoció los elementos de un sistema de encriptación mediante cuadernillo de un solo uso. Era indescifrable... a menos que se dispusiera del cuadernillo.
Helicóptero escribió las combinaciones de cinco letras de la primera hoja sobre las palabras de su mensaje; luego, utilizó las letras que acababa de escribir para elegir las transposiciones del pañuelo de seda. Sobre las cinco primeras letras de CONTACTO había escrito la primera palabra sin sentido del cuadernillo, que era BGKRU. La primera letra, B, le indicó qué columna de la tabla del pañuelo debía usar. En la tercera fila de la misma, figuraban las letras «Ce». Eso significaba que tenía que sustituir la C de CONTACTO por la letra e.
El código resultaba inatacable por los métodos habituales de descodificación, porque la siguiente A no estaría representada por una e, sino por otra letra. De hecho, una letra podía ser sustituida por cualquier otra, de modo que la única forma de descifrar el mensaje era usar el cuadernillo con las agrupaciones de cinco letras. Aun en el caso de que los especialistas dispusieran de un mensaje codificado y de su traducción al lenguaje corriente, no podrían interpretar ningún otro, porque habría sido codificado usando otra hoja del cuadernillo; de ahí que se le llamara «cuadernillo de un solo uso»: cada hoja se quemaba después de usarla una sola vez.
Una vez cifrado el mensaje, Helicóptero encendió la radio y pulsó un botón que contenía este rótulo: «Selector de cristal». Al mirar con atención el dial, Dieter distinguió tres trazos de lápiz de cera amarillo apenas visibles. Desconfiando de su memoria, Helicóptero había señalado sus posiciones de emisión. El cristal que iba a usar era el reservado para las emergencias. De los otros dos, uno le serviría para transmitir y el otro para recibir.
Cuando el chico hubo sintonizado, Dieter comprobó que el dial de frecuencias también estaba marcado con lápiz de cera.
Antes de enviar el mensaje, Helicóptero confirmó que tenía comunicación con la estación receptora: