—No sé, pareces desalentado.
—Dijiste que tendremos más cadáveres. ¿Has cambiado de idea?
Quería decirle que sí, que me lo había pensado mejor, pero no me lo creía ni yo.
—Si hay una manada de vampiros descontrolados, veremos más cadáveres.
—¿Podría haber sido otra cosa?
Lo medité un momento y sacudí la cabeza.
—No se me ocurre nada.
—Vale. Luego hablamos.
Oí el zumbido de la línea muerta antes de poder despedirme. A Dolph no le iban esas formalidades.
Llevaba la pistola pequeña, una Firestar de 9 mm, en el bolsillo de la chaqueta; es imposible ponerse una sobaquera con ropa de gimnasia. La Firestar sólo tenía ocho balas, frente a las trece de la Browning, pero la Browning tenía cierta tendencia a sobresalir del bolsillo y atraer miradas. Además, si no conseguía acabar con los malos con ocho balas, era poco probable que cinco más sirvieran de gran cosa. Por si acaso, llevaba un cargador de repuesto en la bolsa; con tanto delincuente suelto por ahí, una chica debe tomar sus precauciones.
Ronnie y yo estábamos haciendo circuitos de trabajo en Vic Tanny. Había dos juegos completos de máquinas, y el jueves a las tres y cuarto de la tarde los teníamos casi para nosotras solas. Yo estaba trabajando en el aparato de abductores y aductores, que tenía una palanca lateral para elegir qué músculos se ejercitaban. En la posición de aductores presentaba un aspecto vagamente obsceno, parecido a una silla de tortura ginecológica. Era uno de los motivos por los que ni Ronnie ni yo íbamos nunca al gimnasio con pantalón corto.
Estaba concentrada en apretar los muslos sin hacer saltar las pesas: si hacen ruido es que se están dando tirones sin control o que se ha puesto demasiado peso. Yo estaba levantando veinticinco kilos; no era excesivo.
Ronnie estaba tumbada boca abajo trabajando con el curl de piernas, flexionando las rodillas hasta casi tocarse el culo con los tobillos. Se le marcaban mucho los músculos. Ninguna de las dos tiene una musculatura excesiva, pero las dos estamos cachas. Tal que Linda Hamilton en
Terminator 2
.
Ronnie terminó antes que yo y se puso a pasear entre las máquinas mientras esperaba. Bajé las pesas y casi ni se oyeron, aunque tampoco es grave que hagan ruido al terminar.
Dejamos los aparatos y nos pusimos a correr por la pista del gimnasio. A un lado, una pared acristalada la separaba de la piscina, donde un hombre con gafas de natación y un gorro de baño negro hacía largos. Al otro lado estaban la sala de pesas y la de aeróbic. Los extremos de la pista tenían espejos, de modo que nos veíamos de frente mientras corríamos en todo momento. Hay días en que habría preferido no verme, aunque cuando estaba de buenas lo encontraba divertido y todo, aparte de que servía para comprobar que las zancadas eran regulares y los brazos se movían correctamente.
Mientras corríamos le conté a Ronnie lo del hombre asesinado por los vampiros, lo que significa que no estábamos esforzándonos lo suficiente. Aumenté la velocidad, pero eso no me impidió seguir hablando; cuando se tiene la costumbre de correr seis kilómetros al aire libre bajo el sol de San Luis, la pista cubierta de Vic Tanny no es para tanto. Dimos dos vueltas y nos dirigimos al trote hacia las máquinas.
—¿Cómo dices que se llamaba la víctima? —Ronnie hablaba con normalidad, sin el menor indicio de fatiga. Convertí el trote en carrera y se acabó la charla.
Tocaba trabajar los brazos; yo me dediqué a las poleas, y Ronnie, al press de banca. Dimos otras dos vueltas a la pista e intercambiamos los aparatos.
—Calvin Rupert —contesté cuando recuperé el aliento. Hice una serie de doce con cuarenta y cinco kilos. De todos los aparatos, ese es el que me resulta más fácil. Qué cosas, ¿no?
—¿Cal Rupert? —preguntó.
—Así lo llamaban. ¿Por qué?
—Lo conocía.
Me quedé mirándola mientras mi cuerpo hacía ejercicio sin mí. Estaba conteniendo el aire, y todo el mundo sabe que eso es malo.
—Más detalles —dije cuando me acordé de respirar.
—Lo conocí cuando estaba investigando la Liga Antivampiros, cuando aquella oleada de asesinatos de nomuertos. Cal Rupert estaba afiliado.
—Descríbemelo.
—Rubio, ojos claros, no sé si azules o grises, no muy alto, buen tipo… No estaba mal.
Quizá hubiera más de un Cal Rupert en San Luis, pero no me parecía probable que se parecieran tanto.
—Le pediré a Dolph que lo compruebe, pero si pertenecía a la Liga, suena más a ejecución que a asesinato.
—¿Qué quieres decir?
—En la Liga Antivampiros hay partidarios del exterminio. —Pensé en la Alianza Humana, la facción de Jeremy Ruebens. ¿Se habrían cargado a algún vampiro? ¿Lo de Rupert sería una represalia?—. Necesito que averigües si seguía en la Liga o se había apuntado a un grupo nuevo, más radical, llamado Alianza Humana.
—Un nombre pegadizo —dijo Ronnie.
—¿Puedes enterarte? Como me ponga yo a hacer preguntas, acabo en la hoguera.
—Será un verdadero placer ayudar a la vez a mi mejor amiga y a la policía. Un detective privado no sabe nunca cuándo le puede venir bien que la autoridad le deba una.
—Cierto. —En aquella ocasión me tocó esperar a Ronnie. Ella era más rápida en los aparatos de piernas, pero de cintura para arriba la ganaba de calle—. Llamaré a Dolph en cuanto salgamos. Probablemente lo mataron por eso; si no, sería demasiada casualidad.
—¿Ya has decidido qué te vas a poner para la fiesta de Halloween de Catherine? —me preguntó Ronnie cuando volvimos a la pista.
—¡Mierda! —Estuve a punto de trastabillar.
—Supongo que eso significa que te habías olvidado. Y eso que no hace ni dos días estabas echando pestes.
—He estado ocupada, ¿vale? —Pero no era excusa: Catherine Maison-Gillett era una de mis mejores amigas; tanto que me había dejado poner un vestido rosa con mangas de farol, la prenda más humillante del mundo, para ir a su boda. Todas soltamos la típica mentira de las damas de honor: que podríamos acortar el vestido y reciclarlo como ropa de calle. Ni en un millón de años. O que podríamos usarlo cuando nos invitaran a una fiesta, pero ¿quién se disfrazaría de merengue una vez pasada la fiesta de graduación? Esperaba que no me invitaran a ninguna fiesta en la que fuera adecuado aparecer con una cosa de vuelo y mangas de farol que parecía salida de una escena descartada de
Lo que el viento se llevó
.
Aquella era la primera fiesta que organizaba Catherine después de la boda. En mi honor empezaba bastante antes del anochecer, para que yo pudiera hacer acto de presencia. Cuando alguien se toma tantas molestias, por lo menos hay que pasar a saludar. Arg.
—El sábado he quedado con un tío —dije.
Ronnie dejó de correr y se quedó mirándome en el espejo. Yo seguí corriendo; si quería interrogarme, que me alcanzara.
—¿Con un tío? —repitió. Asentí para ahorrar aliento—. Cuéntamelo todo. —Su voz era ligeramente amenazadora.
Sonreí y le relaté una versión censurada de mi encuentro con Richard Zeeman. Aunque tampoco omití gran cosa.
—¿La primera vez que lo viste estaba desnudo en una cama? —dijo entre divertida y escandalizada. Volví a asentir—. La verdad es que te buscas sitios muy raros para ligar.
—¿Cuándo fue la última vez? —pregunté mientras corría.
—¿Qué me dices de John Burke?
—Los capullos no cuentan.
Ronnie se lo pensó un rato y al final sacudió la cabeza.
—La verdad es que hacía mucho.
—¿Ves?
Trabajamos en el último aparato, dimos las dos últimas vueltas a la pista y nos pusimos a hacer estiramientos. Después nos pegaríamos una ducha y adiós al gimnasio. A ninguna de las dos nos gustaba hacer ejercicio, pero las dos necesitábamos estar en forma por si teníamos que huir de los malos o perseguirlos. Aunque yo llevaba bastante sin perseguir a nadie; tenía la impresión de que últimamente me dedicaba sobre todo a la parte de huir.
Fuimos a una zona despejada que había cerca de las pistas de squash y las salas de bronceado; era el único lugar con espacio suficiente para hacer estiramientos. Siempre los hacía antes y después del ejercicio; había sufrido demasiadas lesiones para no tener cuidado.
Empecé con unos giros lentos del cuello, y Ronnie me imitó.
—Supongo que tendré que cancelarlo —comenté.
—Ni se te ocurra —dijo Ronnie—. Invítalo a la fiesta.
—¿Estás de coña? ¿Cómo voy a meterlo en un sitio lleno de desconocidos la primera vez que quedamos?
—¿A quién conoces tú, aparte de Catherine? —En eso tenía razón.
—A su marido.
—Claro. Fuiste a la boda.
—Y tanto.
—No seas idiota. —Me miraba muy seria—. Invítalo a la fiesta y ya haréis espeleología la semana que viene.
—¿Esperas que salga dos veces con el mismo hombre? —Negué con la cabeza—. ¿Y si no congeniamos?
—Basta de excusas. Esto es lo más parecido a una relación que has tenido en varios meses, así que no lo estropees.
—No salgo con hombres porque no tengo tiempo.
—Tampoco tienes tiempo para dormir, pero te las apañas.
—Está bien, lo invitaré a la fiesta, pero puede que no le apetezca ir. Ni a mí me apetece…
—¿Y eso?
Le lancé una mirada asesina y ella puso cara de inocente.
—Soy reanimadora, la reina de los zombis. Que me presente en una fiesta de Halloween me parece exagerado.
—No tienes por qué decir a qué te dedicas.
—No me avergüenza.
—Tampoco he dicho eso.
—Olvídalo. —Sacudí la cabeza—. Le haré la contraoferta a Richard; a partir de ahí, ya veremos.
—Tendrás que ponerte algo sexy para la fiesta.
—Más quisieras.
—Más quisieras tú. —Se echó a reír.
—De acuerdo, de acuerdo, me compraré un vestido sexy si encuentro algo de mi talla tres días antes de Halloween.
—Yo te ayudo. Algo encontraremos.
Ronnie me ayudaría a encontrar algo. Dicho así, sonaba pelín ominoso. ¿Nerviosa yo? ¿Porque había quedado con un tío? Anda ya…
Un rato después, a las cinco y cuarto, llamé a Richard Zeeman.
—¿Richard? Hola, soy Anita Blake.
—Hombre, ¡qué alegría! —A pesar de que no lo veía, me di cuenta de que estaba sonriendo.
—Se me había olvidado que el sábado por la tarde tengo una fiesta de Halloween. Empieza temprano para que yo pueda ir, así que ni hablar de escaquearme.
—Lo entiendo —dijo con un tono estudiado: afable e indiferente.
—¿Quieres acompañarme a la fiesta? La noche de Halloween me toca trabajar, claro, pero tenemos todo el día.
—¿Y la espeleología?
—La dejamos para otro momento.
—¿Vamos a salir dos veces? Parece que esto va en serio.
—Deja de cachondearte.
—¿Yo?
—Joder, ¿quieres venir, o no?
—Si me prometes que la semana que viene iremos a la cueva.
—Solemnemente —dije.
—Trato hecho. No tengo que disfrazarme, ¿verdad?
—Lo siento, pero sí. —Oí un suspiro al otro lado de la línea—. ¿Vas a echarte atrás?
—No, pero tendrás que quedar conmigo dos veces como mínimo para que haga el ridículo delante de desconocidos.
—Vale. —Me alegré de que no pudiera ver mi sonrisa radiante; me había hecho demasiada ilusión.
—¿De qué vas disfrazada tú?
—Aún no lo sé. Como íbamos diciendo, se me había olvidado lo de la fiesta.
—Vaya. Creo que la elección del disfraz dice mucho de quien lo lleva, ¿no te parece?
—A estas alturas, nos podemos dar con un canto en los dientes si encontramos algo de nuestra talla.
—Puede que tenga un as en la manga —dijo riendo.
—¿Qué?
—No seas tan desconfiada. —Seguía riéndose—. Un amigo mío es muy aficionado a la guerra de Secesión, y su mujer y él participan en recreaciones históricas.
—¿Quieres decir que se ponen ropa de época?
—Exactamente.
—¿Y tendrán cosas de nuestra talla?
—¿Cuál usas tú? —Era una pregunta demasiado personal para alguien que ni siquiera me había besado.
—La cuarenta.
—¿Nada menos?
—Tengo demasiado pecho para la treinta y ocho, y la treinta y nueve no existe.
—Nunca es demasiado.
—No sigas por ahí…
—Lo siento. No he podido evitarlo.
—¡Mierda! —exclamé al oír el busca.
—¿Qué es ese pitido?
—Alguien que intenta localizarme. —Pulsé el botón y vi el número de la policía—. Tengo que hacer una llamada. ¿Te vuelvo a llamar dentro de un rato?
—Esperaré con el corazón en un puño.
—Estoy frunciendo el ceño, ¿sabes?
—Gracias por la confidencia. No me apartaré del teléfono. Snif.
—Corta el rollo.
—¿Qué he hecho ahora?
—Hasta luego.
—No tardes.
Colgué antes de que pudiera soltar otra coña, aunque lo triste era que me hacían gracia. ¿Me remataría alguien para que dejara de sufrir?
Marqué el número de Dolph, que contestó en el acto.
—¿Anita?
—Sí.
—Tenemos otra víctima de vampiros. Muy parecida a la primera, aunque esta vez es una mujer.
—Joder.
—Sí. Estamos en De Soto.
—Eso queda más lejos que Arnold.
—¿Y?
—Nada. Dime cómo llegar.
Me dio instrucciones.
—Tardaré una hora por lo menos —dije.
—El fiambre no va a moverse de aquí, y nosotros tampoco. —Parecía desalentado.
—Anímate: creo que tengo una pista.
—Dime.
—Verónica Sims conoce a un Cal Rupert que encaja con la descripción.
—¿Por qué le explicas nada a una detective? —preguntó desconfiado.
—Es amiga mía, y dado que acaba de proporcionarnos la primera pista, deberías alegrarte.
—Sí, qué alegría, bien por el sector privado. Desembucha.
—Lo conoció hace dos meses, y era miembro de la Liga Antivampiros.
—¿Una venganza?
—Podría ser.
—Y yo casi preferiría que fuera la pauta; al menos sabríamos por dónde empezar. —Soltó algo que estaba a medio camino entre una risa y un gruñido—. Le diré a Zerbrowski que tenemos un rastro fresco. Le gustará.
—Cómo mola la jerga policial.
—¿Esto es jerga? —Casi noté como sonreía—. Si averiguas algo más, avisa.
—Sus órdenes, mi sargento.
—Guárdate el cachondeo.