El Club del Amanecer (23 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El Club del Amanecer
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Boone se inclina hacia delante y se frota la nuca. El dolor lo fastidia, pero agradece que la escopeta no le haya roto ninguna vértebra.

«¿Qué estaría haciendo Teddy allí dentro? —se pregunta Boone—. No creo que haya demasiados interesados en hacerse una cirugía estética en los campamentos de
mojados
ni nadie en condiciones de pagar sus honorarios. ¿Y por qué, aparentemente, Teddy ha podido pasar, mientras que a mí me dieron un culatazo en el cuello? Aunque también es posible que Teddy no pudiera entrar así como así y que lo hayan dejado hecho polvo o algo peor… Pero, de todos modos, ¿que coño estaba haciendo allí Teddy?»

Como lo único que puede hacer es esperar para preguntárselo, Boone coge de atrás un gorro de lana y se lo encasqueta; a continuación, se desliza en su asiento, apoya el cuello en el respaldo y cierra los ojos.

—¿Qué haces? —pregunta Petra.

—Echar una cabezadita —dice él— hasta que Teddy regrese de lo que haya ido a hacer.

—¿Y si te duermes?

—Es que me voy a dormir —dice Boone—. De eso se trata.

Además, es la regla número cuatro.

Estas son las cuatro reglas básicas de Boone para las operaciones de vigilancia:

  1. Si tienes oportunidad de comer, come.
  2. Si dispones de un lugar para ir al baño, ve.
  3. Si hay espacio para tumbarte, túmbate.
  4. Si puedes dormir, duerme.

Porque nunca sabes cuándo vas a tener otra oportunidad de hacer alguna de estas cuatro cosas o todas ellas.

—Pero ¿no te preocupa estar dormido cuando Teddy regrese? —pregunta Petra.

—No —dice Boone—, porque tú me despertarás.

—¿Y si me duermo yo?

Boone ríe.

—¿Y si…?

—No te preocupes por tantos «¿y si…?» —dice Boone—. Son muy malos para la salud.

Se desliza aún más en el asiento, se cubre los ojos con la gorra de lana y se queda dormido.

Capítulo 52

Sunny extiende la esterilla sobre el suelo impecable de su casita en Pacific Beach y se tumba.

El viejo bungaló queda a solo cuatro pasos de la playa. Era la casa de sus abuelos, que la compraron en la década de 1920, cuando la gente corriente podía permitirse algo así. Su abuelo murió hace mucho tiempo y su abuela, hace pocos años, tras una lucha prolongada y amarga contra el alzhéimer.

Eleanor Day fue una mujer extraordinaria. Sunny se aferra a los recuerdos de las largas caminatas por la playa con ella, de los castillos de arena que construían y de que fue su abuela la que le compró su primera tabla de surf y la llamaba «Gidget», como el programa de televisión. A Sunny le fascinaba estar con su abuela en la playa. Era el lugar que más le gustaba del mundo.

Sunny fue a verla muchas veces a la residencia. Algunos días, Eleanor sabía quién era Sunny; otros, la confundía con su hija o con su hermana o con alguna vieja amiga del instituto. Sunny se ponía triste, pero no dejaba de ir a visitarla.

Ella sabía quién era Eleanor.

Sunny vivía en un piso pequeño cuando le llegó la noticia de que su abuela había muerto. El Club del Amanecer asistió al funeral y nadie se sorprendió más que Sunny cuando el abogado le dijo que había heredado el bungaló de dos dormitorios cerca de la playa.

Su abuela quería que lo tuviera Sunny, porque sabía que lo apreciaría.

¡Claro que lo aprecia!

Contiene un montón de recuerdos y mucho amor.

Tras unas cuantas inspiraciones profundas, comienza los estrictos ejercicios de pilates que hace todos los días. Les dedica una hora intensa de estiramientos y torsiones, a continuación pasa a ejercicios aeróbicos más intensos y después se vuelve a estirar.

Entonces se traslada a la vieja tabla de surf que ha apoyado sobre dos bloques de hormigón. Se tumba en la tabla, de un salto se pone de rodillas y, en un instante, de pie y después se vuelve a tumbar. Lo repite cien veces, hasta que el movimiento es lo más fluido, potente y automático posible. El corazón le late con fuerza y el resplandor fino del sudor le cubre la piel; entonces pasa a los pesos libres y trabaja primero la parte superior del cuerpo y los brazos. Necesita tener fuerza en los brazos y en la espalda para poder remar y para el arranque súbito de velocidad y energía que hace falta para coger una ola grande. Después trabaja los trapecios y los músculos cervicales, para no partirse el cuello si, en el peor de los casos, cae de la ola de cabeza.

Entonces se sujeta pesos a los tobillos y hace ejercicios para fortalecer las piernas; después levanta una barra y hace ejercicios con los dedos de los pies y flexiones de piernas, para fortalecer los cuádriceps, las pantorrillas y los muslos, lo cual la ayudará a mantenerse sobre la tabla en las grandes olas. Aunque las piernas largas le van bien para nadar, son un inconveniente para mantenerse encima de la tabla, de modo que tiene que asegurarse de que sean como el acero.

Sunny es una atleta que está muy en forma: mide un metro ochenta, tiene huesos grandes, las espaldas anchas de los nadadores, casi nada de grasa y aquellas piernas largas.

—Eres una gacela —le dijo en una ocasión David el Adonis, al verla salir del agua.

—No es la gacela —lo corrigió Boone—, sino la leona.

Sunny siempre ha adorado a Boone por decir aquello. Bueno, y por muchas cosas más también, pero que lo dijera le bastó para adorarlo.

Además, mantiene su cuerpo en óptima forma: corre, nada, levanta pesos y hace estiramientos. A decir verdad, no es el cuerpo ideal para una surfista. La mayoría de las mejores surfistas son más menudas y más compactas: así les cuesta menos mantener el equilibrio y hacer con la velocidad del rayo los giros y los cambios que ganan competiciones.

Sin embargo, Sunny piensa aprovechar las ventajas que le proporciona su tamaño.

«Un cuerpo grande —piensa— para las olas grandes.»

Hasta entonces, cabalgar olas grandes ha sido prácticamente un coto reservado a los hombres. Algunas mujeres empiezan a atreverse con ellas, pero todavía falta mucho para que una surfista sobresalga en una zona de arranque masculina. Ella sabe que cuenta con el tamaño, el peso y la fuerza necesarios para enfrentarse a las trituradoras rugientes.

Hasta ahora, no ha podido salir de aquel círculo vicioso: hace falta dinero para viajar a donde están las olas grandes, en Hawai y Tahití, pero, sin un patrocinador, ella no dispone de medios y, mientras no cabalgue las olas grandes, no habrá nadie que la patrocine y, para cabalgar las olas grandes, tiene que viajar…

Ahora las olas grandes van hacia ella —irán a buscarla como quien dice a la puerta de su casa— y lo único que tiene que hacer es ir a la playa, meterse en el agua y subirse a una de aquellas olas gigantescas. Las playas y los acantilados estarán repletos de fotógrafos y de gente con cámaras de vídeo y lo único que necesita es surfear una ola, una ola enorme, con el cabello castaño claro ondeando como su estandarte personal y la ola negra al fondo, para que su fotografía salga —está segura— en la portada de las revistas.

Después conseguirá un patrocinador.

«Conque levanta pesos —se dice a sí misma—, olvídate del dolor: no es más que dolor. Y cada peso que rompa tus fibras musculares te ayudará a mantenerte en esa ola. Llevas meses, años, toda tu vida, entrenándote para esto. Así que, uno más, uno más, uno más…»

Cuando acaba con los pesos, vuelve a la esterilla a hacer más estiramientos, se tumba, respira y se imagina cabalgando la gran ola.

No se trata solo de fantasear, sino que lo desglosa con cuidado, momento por momento, desde que rema hasta dónde cae la ola que rompe hacia la derecha, dentro del tubo, fuera otra vez, rociada por el agua. Se lo imagina y se lo vuelve a imaginar, cada vez con más detalle, y en cada repetición lo hace con más fuerza y mejor. Jamás se imagina que pierde la ola ni que se cae ni que la ola rompe sobre ella…

Sunny siempre piensa de forma positiva.

El sonido de su momento que llega hasta ella.

Se levanta, se seca con una toalla, se sienta y escucha el mar.

Capítulo 53

Petra observa a Boone mientras duerme.

La experiencia le resulta bastante instructiva, porque en realidad nunca había visto a un hombre durmiendo.

Eso no significa que no hubiera habido hombres en su cama, pero ella siempre se ha quedado dormida antes o —preferentemente— ellos se han levantado y se han marchado después del acto sexual y de un período razonable de «abrazos», aunque, la verdad sea dicha, esto a ella no le hace falta. Sin embargo, parece que cabe esperarlo, aunque se imagina que el hombre también podría prescindir de ellos.

Si está en la cama de él, se levanta y, después del intercambio de cortesía, se marcha, porque prefiere dormir sola y, sobre todo, estar sola cuando se despierta. No está presentable —física, emocional ni psicológicamente— hasta después de tomar la primera taza de Lapsang souchong y, aparte, lo último que quiere hacer por la mañana es satisfacer las necesidades de un hombre y fingir alegría mientras le prepara el café, los huevos, las salchichas y toda la pesca.

Para eso están los restaurantes.

Ahora observa dormir a Boone Daniels y se queda fascinada.

En un momento dado, el tío estaba total y absolutamente despierto y un segundo después estaba igual de total y absolutamente dormido, como si no lo preocupara nada en el mundo, como si su situación financiera no fuese un desastre, como si no tuviera que localizar a una testigo crucial, como si un gángster de aspecto violento no anduviese tras él para hacerle daño, como si…

«… como si yo no estuviese», se reconoce a sí misma.

«¿Es esto lo que te fastidia? —se pregunta—. ¿Que este hombre sea capaz de pasar de ti hasta el extremo de caer en la inconsciencia?»

«Eso es ridículo —dice para sus adentros—. ¿A ti qué te importa si a este… primitivo no le resultas fascinante, como, reconozcámoslo, te ocurre con la mayoría de los hombres? Después de todo, no tienes ningún interés en él ni has hecho el menor esfuerzo por atraerlo.»

«En realidad, jamás has hecho el menor esfuerzo —piensa—. Sé sincera, mujer: eres muy holgazana en esta cuestión y lo eres porque te lo puedes permitir, porque una evaluación franca delante del espejo te lo dice y porque los hombres también te lo dicen.»

«Se comportan como idiotas y es ridículo lo fácil que te resulta llevártelos a la cama, si te lo propones.»

«Bueno, tampoco han sido tantos.»

Un puñado de parejas sexuales adecuadas, educados, bien elegidos y con el riñón bien cubierto, a uno o dos de los cuales tuvo en cuenta como posibles maridos y ellos —supone— la evaluaron como posible esposa.

Pero todos dan demasiada importancia a su carrera y, reconozcámoslo, resultan demasiado egoístas para el matrimonio. Al menos en aquel momento de su vida, en todo caso. Tal vez cuando llegue a ser soda quiera buscar una relación más seria y puede que encuentre un marido adecuado. Mientras tanto, se conforma con encontrar de vez en cuando a un joven abogado o a un ejecutivo de la banca que le convenga para llevar a las comidas de empresa y, más de vez en cuando aún, a la cama.

«¿De verdad estoy tan conforme?», se pregunta.

«Te sientes sola», reconoce para sí. No es algo que descubra de golpe, una especie de manifestación divina, sino, más bien, un percatarse poco a poco de que se ha estado perdiendo algo, algo que jamás pensó que querría: un vínculo emocional estrecho con otra persona.

Darse cuenta la espanta. Siempre ha sido —en la medida de lo que puede recordar— totalmente autosuficiente.

Y así es como le gusta ser.

Ahora empieza a sentir que necesita a alguien y no le gusta sentirse así.

En absoluto.

Vuelve a mirar a Boone.

¿Cómo puede dormir en un momento como este?

Por un momento piensa en despertarlo, pero enseguida descarta la idea.

«Tal vez solo sea que estoy celosa —piensa—, que envidio su capacidad para dormirse con tanta facilidad.»

A ella le cuesta dormirse y no siempre duerme bien. Muchas veces se queda tumbada despierta, pensando en los casos, en las cosas que tiene que hacer, cuestionándose decisiones que ha tomado, preocupándose por ellas, preocupándose por lo que pensarán de ella en el bufete, si trabajará lo suficiente, si trabajará demasiado y se estará granjeando envidias. Le preocupa su vestuario, su pelo. Le preocupa preocuparse. La mitad del tiempo no puede dormir porque está preocupada porque no duerme lo suficiente.

Si no fuera por el Zolpidem, tal vez no dormiría nada.

«En cambio, este Cromañón pasado por agua, con una licencia de detective privado —piensa—, duerme como un bebé. Debe de ser verdad, entonces, que los ignorantes son más felices.»

Vuelve a pensar en la chavala del restaurante al que fueron por la mañana: aquella criatura alta y atlética de cabello castaño claro. Es evidente que se acuesta con ella y ¿cómo reprochárselo? ¡Si es preciosa…! Pero ¿qué diantres verá ella en él? Pudiendo tener al hombre que se le antoje, ¿por qué elige aquello? ¿Será tan bueno en la cama? ¿Valdrá la pena hacer la prueba? Seguro que no.

Es un misterio.

Ella está elucubrando sobre el tema, cuando ve a Teddy que se acerca por la carretera.

Capítulo 54

—¡Ay!

Boone se despierta incluso antes de sentir el codo que Petra le hunde en las costillas.

Con el tiempo, uno acaba por desarrollar un sexto sentido en las operaciones de vigilancia. Aunque estés dormido, hay un despertador interno que te avisa cuando ocurre algo.

Boone se saca la gorra y ve a Petra señalando la carretera y a Teddy.

Lo acompaña una niña pequeña.

La niña que estaba en el cañaveral.

Capítulo 55

—Quédate en la camioneta.

—Pero…

—He dicho que te quedes en la camioneta, joder —le dice Boone bruscamente con una voz que ni Petra cuestiona.

Se baja de la camioneta y se dirige hacia la cabaña.

Hay una puerta de entrada en el centro, con una ventana pequeña a cada lado. Un salón al frente comunica con un dormitorio posterior y un cuarto de baño. La cortina de una de las ventanas está abierta y Boone ve a Teddy sentado en la cama junto a la niña, sacando unos comprimidos de un frasco que tiene en la mano.

Boone tiene ganas de abrir la puerta de una patada y después de romperle la cara a Teddy hasta que el buen doctor necesite un cirujano plástico para sí mismo.

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