El corazón de Tramórea (75 page)

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Authors: Javier Negrete

BOOK: El corazón de Tramórea
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Derguín asintió. Mientras tanto, no dejaba de pensar que si pronunciaba la fórmula de la quinta aceleración, se plantaría frente a su medio hermano en una fracción de segundo y podría partirlo en dos con
Zemal
y arrebatarle la lanza. No deseaba su siniestro poder, pero tampoco se sentía tranquilo mientras Togul Barok pudiera utilizarlo contra él.

Sin embargo, no lo hizo. La actitud del emperador parecía muy distinta que en sus demás encuentros. Se le veía extrañamente calmado y razonable. ¿Sería el peso de la púrpura?, se preguntó con cierta ironía.

—Yo también he llegado usando esa cúpula. Su verdadero nombre es portal Sefil —dijo Derguín. Al momento se dio cuenta de que había pronunciado el nombre con orgullo un tanto pueril.

Pero Togul Barok le sorprendió.

—Lo sé.

—¿Es que te lo dijo Linar?

—No. Fue otra... persona.

Guardaron silencio un momento, como si ambos fueran reacios a seguir brindándose información. Derguín decidió que era absurdo seguir así. El tiempo corría contra ellos, y Neerya podía estar agonizando en aquel patio.

—¿A qué has venido aquí? —preguntó.

—Eso es lo que quiero averiguar —respondió Togul Barok—. Ese viejo excéntrico debería haber estado aquí para explicármelo.

—No me refiero a eso. Lo que quiero es saber tus intenciones. ¿En qué bando estás, hermano?

Togul Barok sonrió. En las otras ocasiones en que Derguín le había visto hacerlo, se trataba de un gesto cruel o irónico. Ahora la sonrisa relajó sus rasgos. Tenía las facciones duras como si las hubiera tallado un cantero, pero poseían cierta belleza rocosa. Su mandíbula, ahora que se fijaba bien, se parecía mucho a la de su padre.
A la de nuestros padres
, precisó.

—Es curioso que me llames hermano sin sarcasmo —dijo Togul Barok—. Cada vez que pronunciabas esa palabra en la torre de Arak, te goteaba sangre por los labios.

—Lo mismo podría decir yo. Pero no has contestado a mi pregunta. ¿En qué bando estás?

—La pregunta que me hago yo es quiénes están en mi bando. ¿Lo estás tú?

—Si tu intención es seguir vivo y salvar tu reino, sí.

—Sé un poco más explícito.

—Cuando las tres lunas entren en conjunción, el Prates se abrirá de par en par y Tramórea será destruida. Pretendo impedirlo.

Al pronunciar esas palabras en voz alta, le sonaron al mismo tiempo ingenuas y pretenciosas. Pero había sido sincero.

—¿Pretendes impedir la conjunción de las tres lunas? —preguntó Togul Barok—. ¿Cómo lo harás, tendiendo una escalera al cielo?

—No creo que eso esté en mi mano. —
Ojalá esté en la de Kalitres
, pensó para sí—. Voy a intentar que el Prates siga cerrado.

—Para eso tendrías que saber dónde se encuentra.

—Y lo sé.

Derguín apuntó con la espada hacia el norte. Togul Barok se dio la vuelta y miró en esa dirección.

—¿Te refieres al Abismo Negro? Parece una puerta demasiado grande para cerrarla.

—No. Debajo de ese abismo hay un túnel que desciende a las entrañas de la tierra y conduce hasta Agarta.

—¿Agarta? Ella mencionó ese nombre. ¿Qué es?

—¿Quién es ella?

—No importa. Tú háblame de Agarta.

—Pides información, pero escatimas la tuya.

—Puedo imponer mis condiciones.

—¿Estás tan seguro de ello?

—Tengo más de cien hombres, y tú sólo un caballo blanco.

—Es un unicornio.

—No lo parece, pero que sea un unicornio si a ti te complace. No obstante, la balanza sigue inclinándose de mi lado.

—Yo tengo a
Zemal
.

—Y yo tengo esto —dijo Togul Barok levantando la media lanza—. Sospecho que sabes lo que es.

Derguín asintió.

—Te diré qué es Agarta, y tú me contarás quién es esa mujer cuyo nombre no quieres desvelar. ¿De acuerdo?

—Tú habla y ya veremos.

La discusión podría haberse prolongado tanto como una negociación entre embajadas de la Confederación Ritiona. Pero algo los interrumpió. Una luz brillante se encendió de pronto en el cielo del este. Todos levantaron la vista, y aunque los hombres del emperador eran disciplinados, Derguín percibió en ellos signos de temor.

—¡El fuego del cielo! —exclamó uno.

Derguín sintió un estremecimiento. Había llegado al confín del mundo conocido, matado a Ulma Tor y recuperado a Ariel y a
Zemal
. ¿Iba a perecer ahora aplastado por una roca celeste?

Es lo que pasa cuando uno cree que puede oponerse al poder de los dioses
, pensó.

Pero aquella luz no se movía en línea recta como las estrellas fugaces y los bólidos, sino en una trayectoria curva que la llevó por encima del abismo y la burbuja espejada. Allí viró en un ángulo recto imposible y se dirigió hacia ellos.

Conforme se acercaba, Derguín sintió que esa situación ya la había vivido antes. La luz no era una sola luz, sino varios puntos brillantes en la superficie de una especie de ave metálica de alas inmóviles que aminoró su velocidad hasta quedar suspendida en el aire a veinte metros sobre sus cabezas. El único ruido que emitía era un tenue zumbido casi inaudible.

La panza dorada metálica de la criatura se abrió. Por ella salió una mujer negra ataviada con una extraña armadura escarlata que cayó como una piedra casi encima de Togul Barok. El suelo retembló bajo sus pies, pero ella tan sólo se agachó ligeramente para amortiguar el impacto y después se enderezó.

—¡Es la diosa! —exclamaron los soldados del emperador, con gestos que mezclaban odio y temor.

Así que ésa es la “ella” a la que se refería Togul Barok
, comprendió Derguín. No era extraño que la situación le resultase familiar. Había presenciado una escena parecida el día anterior —en realidad mil años antes—, y prácticamente en el mismo sitio donde se encontraban. Era la misma nave que había recogido a Zenort junto a la Torre de la Sangre, y también la misma divinidad: Taniar, patrona de la guerra.

Pero la reacción de la diosa fue muy distinta en esta ocasión. Con gestos fluidos, levantó la mano por encima del hombro y tiró de una vara que llevaba enganchada a un arnés de la espalda. Cuando la aferró con ambas manos, de los extremos brotaron sendas cuchillas metálicas largas como espadas.

Derguín volvió a visualizar la matriz que había deducido Ahri.

De nuevo sintió la inyección de energía que brotaba de su espalda. Si en las demás Tahitéis la notaba como un latigazo, en ésta era una cuchillada dolorosa y brutal que, al mismo tiempo, producía una euforia tan intensa que le dieron ganas de lanzar un grito de guerra.

Todo se había vuelto muy lento, como si el aire se hubiera transformado en miel solidificada. Menos para él.

Y tampoco para ella. La diosa levantó los pies del suelo y se abalanzó sobre Derguín volando como una flecha. Él aguantó un instante que para la percepción temporal de quienes lo miraban ni siquiera debió existir, y se apartó en el último momento para no recibir el impacto. Al mismo tiempo lanzó un tajo con
Zemal
. No notó nada en la muñeca, pero vio cómo saltaban chispas y supo que había partido por la mitad el mango de la espada doble.

Taniar pasó de largo en su vuelo con un grito de frustración. Después se dio la vuelta en el aire y sus ojos se iluminaron. Derguín interpuso la mano. Notó calor a través del guantelete, y el entramado de líneas y estrías que recorrían su armadura se encendió con una luz roja. Derguín comprendió que el blindaje estaba repartiendo y disipando el calor de los rayos mortales que despedían los ojos de Taniar.


Skatós!

Aunque fuese en Arcano, ‘mierda’ era lo último que esperaba oír Derguín en boca de una diosa. Taniar se había posado en el suelo, tenía las piernas abiertas y flexionadas y una hoja de acero en cada mano y se disponía a atacar.

—¡Baasssstaaaa!

Al mismo tiempo que sonaba aquella voz grave como el retumbar de un trueno, una bola de fuego cayó entre los dos combatientes. Derguín sintió cómo el aire se volvía sólido y lo empujaba hacia atrás a una velocidad relativamente lenta, pero con una fuerza irresistible. Cayó sentado en el suelo y resbaló un metro sobre una losa de piedra hasta chocar con los restos de un muro.

Al otro lado de la antigua calle, la diosa también había caído en una postura no mucho más digna que la suya. Togul Barok se interpuso entre ambos. Se movía más despacio que Taniar y Derguín, pero más rápido que sus soldados, lo que indicaba que debía de haber entrado en Urtahitéi. La punta de la lanza brillaba con un fulgor rojo y de ella salía una voluta de humo.

Sin soltar en ningún momento la espada, Derguín se levantó. La diosa hizo lo mismo al otro lado de la calle.

—¡Baajaad laass aarrmmaass! —ordenó Togul Barok.

Derguín y Taniar se miraron un instante. De pronto, el gesto de ella cambió.

—¡Eres tú! —exclamó.

¿Quién soy yo?
, se preguntó Derguín. Pero levantó la espada en el aire y, exagerando la lentitud de sus movimientos, la envainó.

—Ssaaliidd dee laaaazzeeleeraazzióoonnn.

Dispuesto a entrar en Ahritahitéi al menor indicio de peligro, Derguín volvió a visualizar los números. Abandonar la quinta aceleración era una experiencia casi tan brusca como entrar en ella. Todo alrededor se apresuraba de golpe, los sonidos se volvían tan agudos que herían los tímpanos y una sacudida recorría el cuerpo de la cabeza a los pies.

Taniar dejó caer las hojas de acero, que tintinearon unos segundos sobre las losas.
Sé que tienes más armas
, pensó Derguín. A través del yelmo, notó un olor a cenizas quemadas flotando en el aire. La bola de fuego lanzada por Togul Barok había dejado en el suelo un boquete rodeado de manchas negras esparcidas en forma radial.

El emperador seguía entre ambos, asiendo la media lanza con las dos manos de tal manera que la punta señalaba a Derguín y el otro extremo a Taniar.
Creo que me ha tocado la peor parte
, pensó el joven Ritión.

—Acercaos —dijo Togul Barok.

Los dos obedecieron con movimientos cautelosos, y cada uno se detuvo a pocos pasos del emperador. Ahora que estaban cerca, Derguín se fijó en el rostro de la diosa. No había envejecido ni un año, ni siquiera parecía tener edad. Pero se apreciaban cambios ligeros que le daban un aire distinto a su semblante. Tal vez los pómulos eran más redondos y los ojos más grandes, lo que hacía sus facciones menos agresivas. Sin embargo, su conducta había demostrado que no había dejado de ser tan beligerante y rápida para entrar en acción como en el golpe que derrocó a Tubilok.

A juzgar por los movimientos de sus dobles pupilas, ella también lo estaba estudiando a él. Aquellos ojos esmeralda eran inquietantes. Derguín se preguntó si el visor resistiría el rayo de fuego que despedían.
Láser
, lo llamaba el diario de Zenort. En cualquier caso, no pensaba alzarse el ventalle mientras ella anduviera cerca.

—Casi no has cambiado —dijo ella en Arcano—. ¿Cómo es posible?

—¿Acaso le conoces? —preguntó Togul Barok.

—Cree que me conoce, pero no es así —respondió Derguín.

Un segundo demasiado tarde, pensó que tal vez le habría favorecido hacerse pasar por Zenort. En realidad no lo sabía, y como decía un refrán Ritión, «a las palabras que escapan de la cárcel de la boca es imposible devolverlas al redil».

—Tú eres Zenort —dijo la diosa—. Tú viniste conmigo al Bardaliut, y después al Prates, donde liberamos a Tarimán.

Derguín reparó en que Taniar se había cuidado mucho de no mencionar el ataque a Tubilok, lo cual le hizo pensar que la política en el Bardaliut había cambiado desde la época de Zenort.

—No lo soy —respondió—. Mi nombre es Derguín Gorión.

—Yo puedo dar fe de ello —dijo Togul Barok—. ¿O escondes alguna otra sorpresa, hermano?

—¿Hermano? —preguntó Taniar, sorprendida.

—Nuestros padres eran gemelos —respondió Derguín.

—Eso os convierte en primos, no en hermanos.

—Los hijos de gemelos son medio hermanos —se empeñó Derguín. Había una leyenda popular en Ritión, la de los amantes Delmo y Nihma, que después de casarse descubrieron que eran hijos de hermanos gemelos. La ley les obligaba a disolver el matrimonio por incesto, pero ellos estaban tan enamorados que prefirieron cortarse las venas juntos antes que separarse.

—La verdad es que tiene sentido —dijo Taniar—. Vuestros padres tienen los mismos genes, así que desde el punto de vista reproductivo es como si fueran la misma persona.

—Nuestro parentesco no es la cuestión que más nos apremia en estos momentos —dijo Togul Barok.

—Cierto. Yo he venido a por esa espada —dijo Taniar señalando la empuñadura de
Zemal
.

«La tendrás sobre mi cadáver» habría sido una buena respuesta, pero tratándose de una diosa que escondía en su cuerpo armas mortales no le pareció demasiado prudente. Derguín se limitó a decir:

—¿Para qué la quieres?

—Necesito llevarle algo a Tubilok cuando regrese al Bardaliut. De lo contrario pensará que me estoy dedicando a conspirar contra él aquí abajo.

Aquí abajo
, pensó Derguín. Una manera curiosa de referirse a lo que para él siempre había sido todo su mundo.

—¿Y no estás conspirando? —preguntó Togul Barok con una sonrisa irónica.

—En cualquier caso, me llevaré la espada o la lanza. Algo tengo que presentarle.

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