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Authors: Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero

Tags: #Col. Nova nº 142

El otoño de las estrellas (23 page)

BOOK: El otoño de las estrellas
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Recorrían pasillos que unían salas elipsoidales. El suelo no emitía ningún sonido y las paredes parecían extremadamente uniformes.

—Eso concuerda —dijo Isara—. Las paredes emiten una luz ligeramente desplazada hacia el ultravioleta. Aquí un humano normal podría ver, pero no distinguiría las puertas. Es alienígena.

Todo era similar. No había sentido de dirección ni de orden, ningún elemento que orientase una conciencia humana. Todo era demasiado similar. Las formas redondeadas resultaban casi inhumanas, y la arquitectura elipsoidal aún más.

—¿Encuentras algún patrón? —preguntó Tawa.

Isara se concentró en los datos que le llegaban desde el ordenador.

—Hay una especie de distribución en espiral respecto de una cámara central.

—Bien —dijo Tawa—. Ya sabemos adonde ir.

El recorrido fue lento. Si bien en ciertos lugares alguna de las habitaciones elipsoidales permitía el paso a dos o más estancias, en general era preciso recorrerlas en secuencia. Quizá había otra forma de trasladarse, pero no fueron capaces de encontrarla.

Por fin llegaron. Se trataba de otra sala también elipsoidal, pero más reducida, no tan espaciosa como las anteriores. Era también la única que parecía tener elementos en las paredes. Curvas caprichosas revoloteaban por el escenario llenando febriles la estancia.

—Bien, debe de ser importante. Nadie se molesta en decorar así un lugar que carece de interés.

Isara observaba atentamente las mismas formas curvas.

—¿Cómo sabes que son adornos? —dijo al cabo de un rato—. Podrían ser controles.

Pero Tawa no la escuchaba. Había visto algo en el centro de la habitación. Era un cubo sostenido sobre un pequeño pedestal que casi no sobresalía.

—Es un holocubo humano —dijo Tawa—. Entonces este sitio...

Isara lo interrumpió.

—No tan deprisa. Eso sólo significa que un humano de la época pudo llegar hasta aquí. Podría haber muchas explicaciones. Será mejor examinarlo.

Tawa lo cogió entre las manos y se lo llevó hasta el pecho. Casi con ansiedad, una sección menor de su cuerpo se separó y absorbió el cubo. Sistemas automáticos establecieron una conexión con el ordenador del asteroide y procedieron a su análisis.

—Ya está. Lo ha descifrado. Es fácil ver el código. Está hecho para ser leído y no contiene ninguna encriptación. Un formato normal de la época.

—¿Qué es?

—Un relato. Parece una especie de diario. Se remonta a la ocupación humana del planeta—

—Leámoslo.

XXV
La máquina

Todo un problema.

Una máquina que parecía de lo más eficiente, pero cuyo resultado no era duradero.

Por supuesto, existía una solución bien fácil, aunque tan molesta que a nadie agradaba.

Sin embargo era una solución operativa. Todos habían utilizado en múltiples ocasiones ese procedimiento. Demasiadas veces. Y empezaban a estar hartos.

Por esa razón nos había llamado Judith, haciéndola venir primero a ella. No sé por qué, pero Judith creía que yo sería capaz de resolver aquel problema. Había convencido a los otros gerios de que yo era la única posibilidad. Un ingeniero que trabajaba con las cosas de la vida: soporte vital, nanomáquinas de uso médico,
y
todo lo demás. Ella debía de haberle hablado a Judith de mi trabajo y ésta se había imaginado lo que no era. Yo no podía ayudarles en nada. Aquella tecnología me sobrepasaba y, de hecho, sobrepasaba cualquier cosa que la humanidad pudiese hacer. Sobrepasaba a todo lo que la humanidad descubriría tal vez en unos cuantos millares de años. De eso no me cabía ninguna duda.

La solución, sin embargo, era sencilla. Cuando un cuerpo gerio empezaba a perder cualidades y a degenerar, la máquina lo sabía de alguna forma ignota.

Aparecían las cavidades, tantas como fuesen necesarias, y no se precisaba más que perder dos o tres horas dentro del capullo para que la máquina recrease un nuevo cuerpo gerio. Un cuerpo que, evidentemente, era idéntico al anterior, completamente igual a todos los otros gerios. Eso sí, la personalidad humana, la individualidad de la persona, continuaba manteniéndose.

Funcionaba bien. Se trataba tan solo de una pequeña incomodidad, cuestión de pasar unas horas, cada nueve o diez días, tendidos en la máquina para permitir que la misteriosa tecnología de los gerios originales repitiese el mismo milagro. Evidentemente, nada de eso se les decía a los humanos recién llegados. Primero se esperaba a que se transformasen. Aunque estoy razonablemente seguro de que esa revelación no hubiese cambiado nada: los buscadores soñaban con convertirse en gerios. Se hubieran transformado igualmente aunque hubieran sabido que el cuerpo gerio era provisional. Estaba seguro.

Tampoco quisieron contarme a mí lo de la provísionalidad de los cuerpos gerios. No hasta haber pasado la transformación. No obstante, pronto comprendieron que yo no me transformaría así como así. Tal vez esperaban que, cuando tuviese hambre o sed o me faltase casi completamente el oxígeno, aceptaría la transformación para sobrevivir. Pero al ver que sobrevivía y, claro, cuando les hube hablado del equipamiento nanotecnológico de mi cuerpo, acabaron cediendo.

Creo que fue la misma Judith quien me lo explicó al tercer o cuarto día. No lo recuerdo con certeza, aunque tampoco importa demasiado. Quien fuese también me explicó cómo habían solucionado el problema de la caducidad de los cuerpos gerios hasta entonces. También me dijo que a muchos les molestaba someterse periódicamente a lo que llamaban, de forma muy grandilocuente, «la renovada purificación» de los cuerpos.

Pienso que aquel gerio (¿Judith?) hablaba por sí mismo y muy pocos más. La verdad es que, llevados por su locura religiosa, estaba seguro de que la mayoría lo consideraba un rito más (en realidad, prácticamente el único) de la religión geria y de su nueva condición de ex humanos.

De entrada, debo admitir que su esperanza era absurda. Una cosa es que yo fuera capaz de diseñar nanomáquinas o que fuera medianamente experto en soporte vital (humano), y otra muy distinta que pudiera llegar a comprender el funcionamiento de aquella máquina. Y mucho menos que estuviera a mi alcance descubrir por qué funcionaba mal y fabricaba cuerpos defectuosos.

Les dije que estaban locos. No había ninguna posibilidad de que pudiese resolver ese o cualquier otro problema relacionado con los gerios.

Me equivocaba.

No lo resolví solo, pero finalmente lo conseguí.

He de reconocer que no lo hice por los gerios.

Bien mirado, no tenía otra ocupación. Creo que empecé a interesarme por el problema por pura curiosidad intelectual. De hecho, todo Geria representaba un gran misterio con sus cambios de estación. La máquina en sí no era más espectacular que las transformaciones que sucedían en el planeta tres veces al año. Además, ambos misterios podrían muy bien ser fruto de la misma tecnología.

La sala de transformación era tan inescrutable como me había parecido. Nada de aquellos relieves me era significativo. Las cavidades, cuando no se preparaba ninguna transformación, simplemente no estaban. El suelo era regular, con excepción de unos pequeños y tal vez insignificantes relieves.

Pero los buscadores transformados en gerios parecían creer con total convicción que allí había algo especial, algo que podría explicarlo todo.

Me dijeron que algunos gerios, los más antiguos, así se lo habían dicho: que aquella máquina era la clave de todo. Pero cuando quise hablar precisamente con esos gerios con tantos años y que habían soportado tantas «purificaciones», me dijeron que ya no estaban. Me dijeron que un buen día, los gerios, de uno en uno y sin saber cuándo les tocaba, simplemente no estaban al abrirse el capullo de la purificación. Desaparecían.

¿La muerte?

Esas desapariciones se producían muy tarde, tal vez unos doscientos o trescientos años después de la primera transformación. La vida de los gerios era larga, mucho más que la vida de un ser humano.

Curiosamente, nadie suponía que las desapariciones de los gerios se debiesen al mal funcionamiento de la máquina. Lo consideraban como una culminación natural que, posiblemente, tenía alguna explicación religiosa.

En cualquier caso, he de dejar bien claro que no hice nada especial. No lo decidí yo.

Simplemente ocurrió. Como tantas cosas allí.

Después de permanecer un día en la sala de transformación, meditaba sobre el problema y sobre todo evitaba acercarme a la última cavidad que quedaba. La «mía». La cavidad que sólo podía estar destinada a mi transformación en gerio. No quería transformarme.

Y de pronto, se formó un capullo sobre «mi» cavidad.

Al mismo tiempo, la voz interior a la que me había acostumbrado tratando con los gerios me habló, aunque no había ningún gerio presente.

«No tengas miedo. No sucede nada especial. No hay ningún peligro. Espera, por favor.»

Lo primero que intenté fue buscar un gerio que estuviese conmigo cuando ocurriera lo que tuviera que ocurrir. No sabía qué, pero era evidente que iba a suceder algo completamente nuevo. Me dirigí a la pared para salir.

Fue en vano.

No había forma de salir de allí. La pared del elipsoide no me dejaba pasar de ninguna forma. Ahora, el campo de fuerza o lo que fuese ya no era permeable.

Yo estaba seguro de no haber hecho nada especial. No obstante, se había formado el capullo (sin cuerpo en su interior) y la máquina se convertía, como era habitual, en un recinto inviolable. No se podía entrar ni salir.

Por un momento pensé que todo había terminado. Sabía que los refuerzos nanotecnológicos de mi cuerpo tenían una duración limitada. Sabía que podía sobrevivir durante unos cuantos días, pero no estaba seguro de cuántos. Si no lograba salir de allí, moriría tarde o temprano.

«No sufras. No corres ningún peligro. Te pido que tengas un poco de paciencia. Sólo serán unas cinco horas. Paciencia. Mientras tanto, mira.»

Uno de los relieves más grandes se hundió. Se formó una cavidad pequeña y un capullo, Casi inmediatamente, el capullo desapareció. En la doble cavidad que quedó, había agua clara y transparente y algunos de los mejores frutos de Geria. Los mismos que surgían en la estación de los Frutos, los mismos que había recogido en tantas y tantas ocasiones.

Casi al mismo tiempo advertí que podía detener la actividad de mis nanobombas de oxígeno. El aire se había vuelto respirable. La sala de transformación, la máquina, contenía oxígeno. O, más precisamente, aire. Ignoraba de dónde había salido. Como la luz blanco-azulada que ya me resultaba tan familiar, simplemente estaba allí.

Pensé que alguien quería tranquilizarme. Que empleaba la prodigiosa tecnología de los gerios para proporcionarme agua, alimentos y oxígeno. Alguien quería dejar muy claro que no debía preocuparme por no poder salir de aquel recinto. Que sobreviviría.

Me convenció. Me armé de paciencia y esperé, sin dejar de observar el capullo. Cinco horas. Por si acaso, bebí algo de agua y comí un poco. Todo sabía bien. Muy bien.

Tawa e Isara se habían fundido para leer y asimilar el diario. Cuando terminaron, volvieron a separarse.

—Es asombroso —dijo Tawa—. Es un proyecto digno de unos seres sumamente inteligentes
.

Los dos miraron a su alrededor. Vieron las extrañas espirales que recorrían las paredes. Por las indicaciones del texto, ahora comprendían su posible función
y
uso. Las mismas formas caprichosas recorrían también el suelo.

—Estamos en la sala de transformación, ¿no?—dijo Isara.

—Sí —respondió Tawa.

—Incluso hay dos cavidades en el suelo —añadió Isara.

Así era, ya las habían notado al entrar, pero no conocían su propósito. Eso significaba que, en el subsuelo de Geria, todo seguía igual.

—Para nosotros —dijo Tawa innecesariamente.

Miró a Isara. ¿Era aquello lo que buscaban?

—¿Qué hacemos? Podría ser una aventura maravillosa. Además, conservaremos la inteligencia y la personalidad —le dijo a la mujer—. ¿Entramos?

—Entremos —contestó ella con decisión.

XXVII
Los xila

Tal y como se me había dicho, habían pasado unas cinco horas cuando se fundió el capullo. Opacidad, translucidez, una ligera sombra, y adiós capullo. Como siempre.

En la cavidad había un gerio, que se levantó con gran agilidad.

Pero éste no era igual a los demás. Éste era, evidentemente, el original. Ahora me resultaba claro que los otros gerios que había visto eran meras copias. Malas copias, por cierto.

Forma humanoide, tan alto como yo, tres dedos en las manos y ninguno en los pies. Aunque tenía un aspecto similar al resto de los gerios, aquel ejemplar estaba bien hecho, muy bien hecho. No como los otros. A los gerios que había visto hasta ese momento les faltaban detalles, detalles evidentes una vez que se conocía el modelo original. Los gerios eran «planos». Su piel era demasiado lisa, sin ningún tipo de expresión.

En aquel gerio la piel no era lisa, tenia relieves, tenía vida. El color ya no era gris perla, sino más bien de un azul turquesa. Y el brillo, aunque en cierta forma seguía allí, era más delicado, menos agresivo.

En esta ocasión la cara era de verdad. Ya no se trataba de una superficie plana con dos agujeros y dos ranuras laterales. Era una cara muy expresiva, o al menos eso me pareció. Se apreciaban claramente los ojos que eran quizá demasiado pequeños pero eran ojos. Y a los lados había orejas. Incluso tenía una especie de boca. No vi nariz alguna, pero la sensación de conjunto no era desagradable.

La voz en mi cerebro volvió a manifestarse. No podía ser otro que el gerio.

«Lo que piensas es lógico. Pero no soy de Geria. No soy
lo
que llamas un gerio.»

—¿Qué? —Ya no sabía qué decir.

«Sí. Procedo de otro lugar, no soy originario de Geria. Nadie lo es. Como tú, como los que llamas gerios. Ninguno de ellos es originario de Geria. Nunca ha habido vida autóctona en Geria.»

—¿No? —Era incapaz de ocultar mi sorpresa. ¿Y los gerios?

«No. La explicación es difícil y por eso he venido. Hace mucho tiempo que no adopto esta forma. Creo que debo explicar muchas cosas. Ya se han producido demasiados malentendidos.»

—¿Malentendidos?

«Sí. Hay muchas cosas que no sabes. Es preciso que alguien lo conozca, aunque sólo sea uno de vosotros. Lleváis demasiado tiempo aquí.»

Empezó a explicar muchas cosas que no estoy seguro de haber comprendido del todo. Sólo ahora, después de haber repasado una y otra vez mi experiencia, me atrevo a intentar plasmarla por escrito. No resulta fácil.

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