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Authors: Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero

Tags: #Col. Nova nº 142

El otoño de las estrellas (10 page)

BOOK: El otoño de las estrellas
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En ese momento tomé mi resolución.

Me propuse estudiar con atención todo lo que los relatos pudieran tener de cierto. Ya sabía que el trabajo de separar el grano de la paja sería largo y tedioso, pero esperaba que al menos hubiese efectivamente algo de trigo en toda aquella charlatanería absurda.

Sería una especie de homenaje, un intento de descubrir, al menos, por qué ella había querido irse, qué buscaba, qué podía haberla impulsado a salir durante un cambio de estación. Averiguar qué le había hecho pensar que lograría sobrevivir en el exterior durante un cambio de estación.

Al menos me daría algo que hacer, algo para calmar la tristeza que empezaba a sentir.

He de confesar que me sentí un poco mejor. Ya tenía un proyecto que me permitiría recordarla: aprenderlo todo de esa alocada religión. La estudiaría, sí, y lo haría sin prejuicios y con la mayor seriedad, si eso era posible. Y, tal vez, con el tiempo, llegaría a estar preparado para entrevistarme con Alex Santana.

La figura de Alex Santana tenía su importancia, ya que era quizá el núcleo central de todo el asunto. Ella había parecido considerarlo un hombre importante, un erudito inteligente y serio. A mí, me parecía más un charlatán de feria, un viejo dedicado a su obsesión. Por desgracia, las absurdas historias de los gerios, de sus buscadores perdidos, la cháchara incesante de individuos como Alex Santana, eran lo único que ahora me quedaba de ella.

De pronto, pensé que cabía la posibilidad de que el tal Alex Santana hubiese salido también durante el cambio de estación. Súbitamente aterrorizado por esa idea, extrañamente aterrorizado, decidí realizar algunas comprobaciones. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a casa de Alex Santana para ver si estaba allí.

Corrí hasta un comunicador público.

—¿Sí, dígame? —contestó una voz femenina. La pantalla mostraba a una mujer ya mayor, posiblemente su esposa.

—¿Podría hablar con el señor Alex Santana? —pregunté.

—Lo lamento, ha salido. ¿Desea dejarle un recado?

—Pero ¿está aquí? ¿Le ha visto esta mañana o esta tarde? Es importante.

—Ya le he dicho que no está. ¿Quién es usted?

—Un discípulo. Mi nombre no importa ahora. —Una tontería. La mujer ya tenía mi imagen y, si lo deseaba, podía grabarla.

Empezaba a sentirme como un paranoico.

No importaba. Santana no me conocía y mi cara no le diría nada. No sería más que la llamada de un desconocido que había hecho un par de preguntas extrañas.

—Sólo quería confirmar que el doctor está aquí, que no se ha ido.

—¿Irse? ¿Adonde? Estamos en medio de un cambio de estación. ¿Adonde quiere que vaya?

La voz sonaba ya un poco molesta. No podía reprochárselo. Sin perder el tono amable, la mujer tenía la intención de dar por acabada la conversación.

—Pero está aquí, ¿no? —insistí yo.

—Ya le he dicho que no. Esta misma mañana le han llamado para que aparezca en las noticias de esta noche. Siempre lo llaman cuando se produce un cambio de estación y en esta ocasión, que Dios me ayude si sé por qué, ha aceptado ir. ¿Podría usted llamar mañana?

—Sí, sí, gracias, por supuesto. Perdone la molestia, mañana llamare.

—¿No quiere dejar su nombre? —dijo la mujer, más calmada ahora que iba a dejarla en paz.

—No, gracias, llamaré mañana. —Corté la llamada.

Me sentía más aliviado. Todo apuntaba a que Santana no había salido, aunque no podía estar por completo seguro. Pero era un primer golpe de fortuna, lo primero que me salía bien desde esa noche.

Corrí al apartamento.

La impaciencia no me dejó relajarme hasta minutos antes del inicio del programa. Por suerte, no tuve que esperar más que un par de horas y, considerando la situación, no pasaron demasiado despacio.

Comprobé con alivio que, efectivamente, Santana no había salido. Fue mi única satisfacción. El resto fue decepción. Completa decepción. Allí estaba, pontificando como siempre, arrogante y prepotente. La barba blanca, muy bien cuidada, debía de ser el símbolo de su excentricidad, la marca de agua de su particular religión.

Fue una intervención pequeña y sin demasiado lustre.

LOCUTOR: Esta noche, a las 9.23 se ha detectado el cambio de estación. Nos dirigimos hacia la estación Muerta. Como es habitual, todo ha quedado sellado al iniciarse el cambio de estación y seguirá cerrado hasta que termine.

[Holograma de un desolado paraje de la estación Muerta a medida que el locutor continua en off.]

LOCUTOR: Siempre ha habido historias sobre los cambios de estación, los restos arqueológicos de los supuestos gerios y la vieja religión de Geria, llamada popularmente de «los buscadores».

[De nuevo holograma del estudio con un primer plano del locutor.]

Locutor: Para hablar de todo esto tenemos en el estudio al señor Alex Santana...

[Holograma del estudio, pero ahora el foco principal se centra en Alex Santana, que aparece sentado a la misma mesa, a la izquierda del locutor, quien sigue hablando.]

LOCUTOR:... especialista en la vieja religión de Geria. Buenas noches, señor Santana.

Santana: Buenas noches.

[El foco de la imagen holográfica se abre para incluir, en el mismo destacado, al locutor y el profesor Santana mientras ambos siguen hablando.]

LOCUTOR: Señor Santana, usted afirma que se han producido novedades en el estudio de la vieja religión de Geria.

SANTANA: Así es. A pesar de que la idea común es que se trata de un conjunto de leyendas sin sentido, la creencia de la vieja religión de Geria de que es posible el encuentro con alienígenas durante el cambio de estación ha sido confirmada por nuevas interpretaciones de textos que se remontan a la era de los primeros exploradores. Yo mismo, asistido por algunos de mis mejores estudiantes, he descubierto un nuevo significado que ratifica lo que siempre hemos sostenido: Geria estuvo y sigue estando habitado por alienígenas que...

LOCUTOR: Sí, sí, conocemos sus teorías respecto a la existencia de unos supuestos gerios. Para ofrecer otro punto de vista, también hemos invitado al doctor Dennis Dupont...

[El foco de la imagen holográftca cambia al profesor Dupont, quien aparece sentado a la derecha del locutor. Éste prosigue su charla.]

LOCUTOR:... director del Museo Arqueológico Central de Geria. Buenas noches, profesor Dupont.

DUPONT: Buenas noches.

[El holograma incluye ahora, en el mismo destacado, al locutor y el profesor Dupont.]

Locutor: Profesor, ¿cuál es el punto de vista de la ciencia arqueológica sobre el hallazgo del señor Santana y sus discípulos?

Dupont: Bien, tal vez sería más exacto hablar de una reinterpretación reciente de algunos restos arqueológicos a los que, hasta ahora, nadie ha concedido importancia. Estrictamente, no puedo decir nada sobre este asunto porque, por lo que yo sé, el descubrimiento del señor Santana no ha sido publicado en ninguna revista de arqueología. ¿No es así, señor Santana?

[El foco de la imagen holográfica se abre para mostrar un plano general del estudio en el que se ve la mesa con los tres personajes.]

SANTANA: Hasta ahora, ninguna revista científica ha querido aceptar nuestras conclusiones... Pero ésa es la respuesta habitual a los trabajos que inician nuevas posibilidades y nuevos caminos para la investigación. Si tenemos en cuenta que...

LOCUTOR: Pero ¿no es cierto, señor Santana, que su descubrimiento ha sido generalmente criticado y rechazado por la comunidad científica?

SANTANA: Podría decirse así, si desea expresarlo de tal forma... pero las pruebas son extremadamente concluyentes. Y debería añadir...

LOCUTOR: Profesor Dupont, aun teniendo en cuenta las dificultades científicas de llegar a una conclusión en este caso, ¿cuál es su opinión?

DUPONT: Al margen de la mera opinión del señor Santana, como todas siempre respetable, no conozco a ningún arqueólogo que defienda sus posturas. Una supuesta nueva interpretación de esos supuestos nuevos textos que esgrime el señor Santana no es exactamente una prueba irrefutable. De hecho, en el museo los hemos tenido siempre catalogados simplemente como elementos ornamentales. Con la excepción del señor Santana, nadie defiende que se trate de una forma de escritura, y menos que contengan un mensaje comprensible.

LOCUTOR: Entonces, ¿podríamos decir que es falso que pueda uno encontrarse con gerios durante un cambio de estación?

DUPONT: Rotundamente falso. Salir al exterior durante un cambio de estación sólo significa la muerte. Eso es lo único de lo que hay certeza absoluta.

Santana: Pero los datos...

[El foco del holograma vuelve a centrarse en el locutor, que corta el incipiente discurso de Santana, ya fuera de imagen.]

LOCUTOR: Bien, muchas gracias a los dos. Nada más por ahora. La situación, según los científicos, sigue igual. Como afirma el doctor Dupont, el mayor experto en los definitivamente desaparecidos gerios, no hay gerios y la salida durante un cambio de estación significa tan sólo la muerte. Como siempre ha sido.

Así quedó y pasaron a otras noticias.

Confieso que el minidebate me desanimó bastante. Me confirmó, eso sí, que Santana era más imbécil de lo que había imaginado. Le habían puesto en ridículo. Y él había aceptado prestarse a ello.

La aparición del «doctor» Dupont había transformado a Santana en «señor», quitándole así todo posible respeto científico. Un truco rastrero, pero no por ello menos efectivo, para desacreditar la opinión de Alex Santana, que a la postre había quedado como una excentricidad más de los buscadores de alienígenas, de los que Santana era el líder más conocido.

¿La mujer que yo amaba se había mezclado con ese tipo de gente? Se me hacía difícil entenderlo. Sin embargo, era evidente que les había creído. Tanto como para salir al exterior durante un cambio de estación.

Había ido en busca de los gerios, y lo más probable es que hubiera encontrado una muerte segura.

El mensaje fue corto pero claro.

Manifestaba, ante todo, las buenas intenciones de la humanidad. Revelaba su presencia en el sistema y comentaba brevemente sus orígenes y desarrollo. Señalaba las diferencias entre mamíferos y saurios, pero las minimizaba en favor de las obvias similitudes entre todos los seres inteligentes aunque, en ese punto, hubiese en realidad muy poca experiencia. Todo el texto se repetía en varias de las que habían parecido ser las lenguas más importantes de los saurios.

Se emitió en pulso de diez minutos, en frecuencias de radio que los saurios podrían recibir, pero que no interferirían en exceso con las comunicaciones órficas. La idea era dejar pasar un periodo de reflexión, mientras los saurios analizaban el contenido del mensaje y decidían cómo actuar. Luego, también previsiblemente, se produciría una reacción, ya fuera positiva o negativa.

Tras diversos debates, se creía que ésas eran las dos únicas posibilidades realmente operativas.

Los saurios podían reaccionar aceptando la presencia humana y, en el mejor de los casos, podían llegar a establecer relaciones formales con la humanidad o, incluso, plantear el deseo de unirse a la esfera humana. Ésta última opción no se consideraba muy probable, aunque todos estaban seguros de que era posible llegar a una situación de concordia y cooperación. En realidad lo deseaban, pero como la humanidad era ahora un cuerpo tan disperso y multiforme, sería prácticamente imposible dirigirse a ella como un todo. El grupo de estudios había decidido convertirse en representante directo de la humanidad, al menos al efecto de todo lo relacionado con los saurios. No les faltaba razón.

Por otra parte, los saurios podían considerar que la presencia humana en su sistema era un acto hostil y exigir la retirada inmediata del grupo de estudio. Y, si las cosas salían realmente mal, podría incluso llegarse a una situación de enfrentamiento bélico declarado. Aunque el arsenal de los saurios no parecía contener armas de excesiva potencia, podría muy bien producirse un ataque preventivo con armamento pesado... Por lo que se sabía de ellos, la integración regional de los saurios era bastante mayor que la humana en periodos equivalentes de desarrollo tecnológico y, por si ello fuera poco, el armamento pesado hacía tiempo que— había perdido su razón de ser entre los humanos.

Aun así, considerando esa belicosa posibilidad, el mensaje había sido deliberadamente vago con respecto a la exacta localización de la base humana en el sistema de los saurios. Tampoco había sido claro con respecto a la posición del sistema solar en la galaxia, ni hacía referencia a cualquier otro asentamiento humano de importancia. Era muy improbable que los saurios, que hasta ese momento no habían manifestado disponer de viajes espaciales, construyesen de pronto una flota capaz de atravesar distancias interestelares y que les permitiera atacar asentamientos humanos, ni tampoco parecían disponer de la tecnología suficiente para abrir y controlar un agujero de gusano, pero tampoco estaba de más tomar precauciones.

Lo que no se esperaba, realmente, era que los saurios no hiciesen nada. La callada por respuesta.

Eso fue exactamente lo que sucedió.

—No lo entiendo —preguntó Tawa—. ¿No han recibido el mensaje?

—Todo parece indicar que lo han recibido y leído. Es más, ha sido retransmitido en varias ocasiones a lo largo del planeta. Y en diversas lenguas. Lo han recibido y entendido su contenido. Sobre esto no hay dudas.

Tawa se sentía incómodo. El resultado no era el esperado y no estaba claro lo que sería necesario hacer a continuación. ¿Cómo había que interpretar lo sucedido? Había pasado ya un tiempo apreciable y los saurios no demostraban haber reaccionado ante la recepción del mensaje. ¿No les interesaba? ¿No lo creían?

Isara y él ocupaban en ese momento un ambiente virtual. Los dos cuerpos se encontraban sobre la superficie de la luna, extendidos sobre una gran zona orientada al sol. Pero sus mentes se relacionaban en lo que era una reconstrucción de una casa en la playa. Había mucha luz, una brisa ligera, y las olas golpeaban la arena con placidez. Los dos estaban tendidos en la arena, pero Tawa se mostraba inquieto y se apoyaba en los codos.

A lo lejos, el sol destacaba algunas nubes sobre el suelo. Unas aves marinas revoloteaban en lo alto y graznaban ocasionalmente. Probablemente, un banco de peces pasaba en ese momento por la zona y eso las había alterado. A poca distancia, por la playa, unos restos de madera varados, quizá un antiguo naufragio o simplemente la imaginación humana dotando de magia arquetípica a la escena.

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