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Authors: Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero

Tags: #Col. Nova nº 142

El otoño de las estrellas (11 page)

BOOK: El otoño de las estrellas
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Para Tawa, la ilusión era perfecta, en todo caso, demasiado perfecta. No era de extrañar. La sensación de realidad se estaba creando directamente en sus módulos encargados de procesar la información de los sentidos y, por tanto, a todos los efectos prácticos, pasar la mano por la arena le ofrecía la misma sensación que pasar una mano real sobre una arena real. Quizá, incluso más. Después de todo, su cuerpo funcionaba ahora mucho mejor y podía concentrarse y apreciar detalles que antes, por limitaciones orgánicas o simplemente por cansancio, le pasaban desapercibidos. Ya se había percatado de esa sensación, pero había supuesto que se debía al hecho de encontrarse casi siempre en entornos poco familiares, como la nube de cometas o una luna sin aire. Sin embargo, al volver a la Tierra por primera vez, tras su nanoresurrección, había comprendido que la veía en realidad con ojos que habían superado en mucho a los biológicos.

¿Cómo verían los saurios su mundo? ¿Qué pensarían de los humanos?

—Entonces, ¿qué ha pasado? —preguntó al fin.

—Un millar de cosas —contestó Isara. Ésta se manifestaba más relajada y tranquila y miraba con calma al cíelo. En realidad, contemplaba las estrellas más allá de la luna—. Puede que, simplemente, se estén tomando su tiempo. No tienen por qué reaccionar como nosotros.

—No, creo que algo ha salido mal —dijo Tawa.

—Era una posibilidad —admitió Isara—, ya lo sabíamos antes de enviar el mensaje. Creemos comprender cómo van a actuar, pero no deja de ser una suposición.

—¿Qué sucederá ahora?

Isara se recostó sobre un brazo y miró directamente a Tawa.

—Dejaremos pasar algo más de tiempo. Luego, repetiremos el mensaje. Después, ya veremos.

—¿Y si la respuesta es la misma, es decir, si no hay respuesta?

—Ya veremos —repitió Isara.

Volvieron a enviar el mensaje. Básicamente era el mismo y se repetía el esquema del anterior. La única diferencia estribaba en que recalcaba, de forma aún más clara, las intenciones pacíficas de la humanidad. El contacto tiene como único propósito enriquecer ambas culturas, se aseguraba.

Una vez más, el mensaje fue trasmitido a todo el planeta. De nuevo, los saurios lo retransmitieron de un lado a otro. Esta vez se emitió también por los canales públicos de comunicación. Pero no había ni el más mínimo comentario ni interpretación añadidos.

Por todo lo que los humanos podían comprender, los saurios tomaban el mensaje como un hecho más entre los muchos del mundo y no le daban mayor valor.

Y no respondieron.

—Es irracional. Parece como si no lo entendiesen, como si lo que les dice el mensaje fuese para ellos un hecho incomprensible e imposible —comentó Tawa.

—Hay que aceptar que su respuesta sea precisamente la no respuesta.

—Algo debemos hacer.

—¿El qué? —preguntó ella—. No es como si pudiésemos obligarles a aceptar una situación que no han pedido. Nos ignoran. Quizá deberíamos usar este caso como punto de partida para meditar y evaluar nuestros puntos de vista y las decisiones que hemos tomado y que vayamos a tomar.

—Pero no podemos dejar las cosas así —objetó Tawa. Se encontraban de nuevo en el cráter que se usaba a menudo como lugar de reuniones. La falta de respuesta de los saurios había hecho necesaria otra asamblea. Era preciso discutir qué debían hacer a continuación.

—Somos bastante arrogantes —dijo Isara—. Enviamos un mensaje y damos por supuesto que el receptor va a saltar de alegría al recibirlo, y que contestará con celeridad y prontitud. Pero quizá para los saurios somos unos indeseables que se han atrevido a molestarles en la tranquilidad de su propio hogar.

Daron se puso en pie en medio del anfiteatro. El ritual iba a ejecutarse con precisión, aunque nadie hablase realmente y fuesen receptores de onda los que recogiesen lo que allí se dijese. Se comportaban como seres humanos de carne y hueso, incluso sobre la superficie de una luna sin aire. La liturgia y los rituales seguían siendo importantes incluso para los posthumanos.

—Estimados compañeros. Ya todos sabéis que el mensaje de presentación que hemos enviado a los saurios no ha tenido respuesta. Su civilización parece incapaz de entender la naturaleza del mensaje o, por alguna razón que desconocemos, han decidido ignorarlo.

Fue interrumpido por Yang.

—O, simplemente, no hemos sabido explicarnos bien. Quizá no entendemos lo suficientemente bien su psicología o mal-interpretamos sus lenguas.

—Será mejor —replicó Daron— que respetemos el turno de palabra. En todo caso, voy a ser breve. La falta de respuesta complica nuestros siguientes pasos. Contábamos con la reacción, cualquier reacción, de los saurios para decidir nuestro proceder. Pero la falta de reacción nos deja sin ninguna pista. ¿Qué hacemos ahora?

María pidió la palabra.

—Es preciso considerar de antemano un hecho incontestable: no hemos establecido contacto. Debemos partir de ese punto.

—No es del todo exacto —añadió Wahal, una de las pocas nanopersonas que habían nacido originalmente como entidad informática. La vida puramente virtual le había resultado algo monótona y, según él mismo decía, como nanopersona podía disfrutar de lo mejor de ambos mundos—. Hemos intentado establecer contacto y, por tanto, hemos revelado nuestra presencia en el sistema. El contacto ha existido. Pero los saurios han optado por ignorarlo. Lo que debemos decidir es, precisamente, cómo juzgar su aparente desinterés en una respuesta.

Aquel comentario fue la señal de inicio de la carrera. Cada uno estuvo pronto ofreciendo su versión sobre el significado de los acontecimientos. Algunos defendían que los saurios se mostraban simplemente cautelosos y que, con el tiempo, cuando hubiesen confirmado que su mundo no corría peligro, responderían. Otros replicaban que la sociedad de los saurios parecía seguir como siempre, sin que la recepción del mensaje hubiese provocado aparentemente ninguna alteración. Unos pocos sostenían la tesis de que la falta de respuesta implicaba una posición belicosa y que los saurios intentaban ganar tiempo con la esperanza de que los humanos revelasen su posición exacta. Un individuo concreto, Shing, matemático de vocación, argumentaba que, muy posiblemente, la psicología de los saurios difería en mucho de la humana y que no era seguro que pudieran concebir siquiera el concepto de la existencia de otros seres inteligentes que no fueran saurios.

—Esto es absurdo —le dijo Tawa a Isara en un aparte—. Deberíamos estar estableciendo un plan de acción, en lugar de intentar resolver problemas semánticos.

—Sin embargo, es mejor tener cuidado —contestó la pos-mujer—. Si nos equivocamos, ¿cuáles podrían ser las consecuencias? La falta de reacción al mensaje es un elemento muy relevante.

—Yo también lo creo —respondió Tawa—. Simplemente opino que eso, precisamente eso, demuestra que el estímulo que les hemos ofrecido no ha bastado para llamar su atención.

—¿Crees que, por el hecho de ser reptiles, es preciso ofrecerles un premio mayor para despertar su curiosidad?—Isara parecía sorprendida.

—Exacto. Creímos que un mensaje sería suficiente porque eso hubiese sido suficiente para nosotros.

—¿Y qué propones tú?

—Un descenso —dijo él.

Isara no contestó.

Tawa prefirió interpretar que su silencio se debía a que meditaba sobre su propuesta. Para él, esa opción tenía cada vez mayor sentido. Si los saurios no habían respondido, se decía, era porque el grupo de estudio había partido de un supuesto falso.

La solución consistía en descubrir cuál era ese supuesto. Todos discutían, pero no se avanzaba y más bien parecía que se dedicaban a dar vueltas en círculo.

¿Cómo hubiese respondido un humano del siglo XXIII ante un mensaje semejante?

Lo más seguro es que se hubiera convertido en noticia inmediata, y nadie hubiese vacilado en ofrecer su opinión. Habría un comentario tras otro, y luego pasarían a discutir incluso esos mismos comentarios. Seguramente se tardaría un tiempo en decidir si contestar o no, pero resultaría evidente que el planeta se habría mostrado consciente de estar siendo observado sin posibilidad de ocultarse. Es más, entraba incluso dentro de lo probable que algún aventurero solitario decidiera contestar por su cuenta.

Tan sólo una semana después, los extraterrestres que se hubiesen atrevido a revelar su presencia habrían recibido miles de ofertas de todo tipo.

Pero eso no había sucedido con los saurios.

Porque los saurios no parecían tener el mismo nivel de curiosidad que los seres humanos.

Para ellos, según se creía, el mundo era un lugar que se aceptaba tal y como estaba. No se preocupaban por alterarlo hasta que no fuese necesario. Los datos históricos sobre los saurios no eran completos, pero todo parecía indicar que alcanzar su actual nivel de civilización les había llevado, en la escala temporal, varios órdenes de magnitud más que a la humanidad.

Tawa pidió la palabra y expuso su razonamiento. Propuso el descenso.

Fue un discurso inspirador y convincente, lleno de argumentaciones y teorías. Todo parecía encajar y todo parecía tener lógica.

Al principio hubo algunas objeciones, pero fueron perdiendo fuerza.

—Debemos, por tanto, ofrecerles un estímulo mayor. Evidentemente, un mensaje no es suficiente. Debemos enfrentarles con un hecho físico concreto, algo que no puedan ignorar con la misma facilidad y que les obligue a actuar.

—Pero eso podría ser peligroso. Podría ser excesivo —dijo Shing.

—Ya conocen nuestra presencia, ya están sobre aviso. Simplemente, no se sienten con la obligación de actuar sólo por eso. No hay nada en la información que les hemos enviado que les lleve a intervenir activamente elaborando una respuesta y, simplemente, no lo hacen. Si se encontrasen con nosotros físicamente, no tendrían más remedio que hacerlo.

—¿Propones entonces descender sobre su mundo como ángeles? —fue la irónica pregunta de Martín, el experto en el mantenimiento del enlace por agujero de gusano.

—No. Evidentemente, eso sería demasiado. Debemos adaptarnos a su nivel tecnológico. Debemos construir una nave y descender con un vehículo más primitivo.

Se desató un pandemónium. Con bastante dificultad, Daron consiguió recuperar el control de la reunión y le devolvió la palabra a Tawa.

—En mi época hubiese dado mi vida por una oportunidad como ésta. Todos soñábamos con el primer contacto. Estamos ante una situación única, no la desaprovechemos.

A duras penas se pudo decidir aplazar la reunión.

Si bien muchos compartían el espíritu de la propuesta de Tawa, buena parte de ellos no estaban tan seguros con respecto al método. ¿Era de verdad un descenso la mejor forma de establecer el contacto? Pero, por otro lado, ¿y si resultaba ser la mejor opción?

La discusión se alargó durante días, cada uno ofreciendo su punto de vista parcial. Las entidades informáticas fueron las primeras en manifestarse, como era habitual, y votaron condicionalmente por el plan. Pero para ellas era muy fácil: lo que sucedía en el mundo físico les era un poco ajeno. Los demás miembros del equipo de contacto (como se llamaba ahora) exigieron más argumentos y mayor trabajo de zapa y trincheras.

Y Tawa lo disfrutó inmensamente y se entregó a la tarea con total entusiasmo.

Pronto descubrió por qué.

Era el sueño de una vida, era la labor para la que se había entrenado y por la que había trabajado como astronauta. Cualquiera de sus compañeros en el cuerpo hubiese actuado como él ante la misma situación. ¿Quién podría desear más el contacto físico con una civilización inteligente que aquel que había soñado toda su vida con encontrarlo? Era un resto de su pasado, una forma de recuperar un fragmento del mundo que le había pertenecido y, también, una forma de integrarse en el nuevo mundo en el que ahora vivía.

Era en suma, una razón para vivir y actuar. Algo por lo que luchar. Una Labor personal que podía proporcionarle una gran satisfacción. Volver a ser útil y, precisamente, cumpliendo el viejo sueño de su adolescencia.

Y, por fin, se aprobó el descenso.

XI
Los buscadores de gerios

Los días iban pasando y, con ellos, la rutina del trabajo que me resultaba cómoda para distraerme. Una buena terapia.

Eso sí, después del trabajo, durante las horas que antes le hubiese dedicado a ella, me concentraba en mi reciente afición por estudiar todo lo habido y por haber sobre los gerios. Consumía todo mi tiempo libre en ello.

Era mi peculiar manera de guardar luto, mantener vivo su recuerdo y, en la medida de lo posible, comprender lo que había sucedido.

Sin embargo, a cada día que pasaba, la constatación de que ella no regresaba me convencía de que su muerte era algo seguro y que nunca volvería a hablar con ella. Todavía no sabía que estaba equivocado. Verla, eso sí, ya no lograría volver a verla, pero hablar con ella, tal vez eso era algo distinto...

Pero dejemos eso por el momento. Ahora debería hablar de mis estudios sobre los gerios, de los supuestos alienígenas y sus fantasmas, de esa absurda religión de los buscadores de gerios que, en esos días, lideraba el incompetente Alex Santana. Siempre habrá tiempo para todo el resto.

En cualquier caso, a pesar de lo que había imaginado, no había mucho que estudiar sobre los supuestos gerios y la religión de los buscadores.

Al llegar a Geria, los primeros exploradores experimentaron las tempestades del planeta y sus traumáticos cambios de estación. A punto estuvieron de abandonar, considerándolo demasiado peligroso para establecer en él una colonia.

Pero los humanos somos insistentes. Los pioneros se quedaron y desarrollaron la idea de las colonias subterráneas. Era lo más lógico.

Al realizar las excavaciones, aunque no a la primera, se encontraron las ruinas. Fue algo totalmente inesperado. Eran restos extraños. Los más arriesgados decían que eran ruinas de antiguos edificios. En todo caso, estaban construidos con los materiales aportados cada año por la estación Muerta. Quizá por eso habían durado tanto tiempo, aunque afirmar que habían sido edificios era toda una especulación.

Fue toda una noticia. Aunque fuesen los restos de una civilización ya extinguida, demostraban que la humanidad al menos no había estado sola en el universo.

No se sabía mucho más. No había referencia posible para establecer una datación. El truco del carbono catorce y similares sólo sirven si hay materiales orgánicos y si se han tomado referencias. En Geria, la absurda e incomprensible meteorología reconstruía el planeta a cada estación. No había diferencias entre restos vivos y muertos. Todo moría cada año, todo renacía Cada año.

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