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Authors: Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero

Tags: #Col. Nova nº 142

El otoño de las estrellas (9 page)

BOOK: El otoño de las estrellas
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Quizá, se había imaginado, el truco estaba en la ilusión de continuidad. Si uno se quedaba dormido y su cerebro era escaneado y una copia informática colocada en un ordenador, el cambio sería tan radical que pocos seres humanos lograrían aceptarlo. El cuerpo original seguiría existiendo, ajeno, y la copia informática tendría todo el derecho a considerarse un ser distinto, una copia que, a partir de ese momento, rompería toda continuidad con el original. Y lo mismo le sucedería al original, que tendría la impresión de haber engendrado un hijo pero no de haber garantizado su propia inmortalidad.

Para la copia en el ordenador, el proceso sería como haber muerto y encontrarse de pronto en un extraño cielo en el que no existiera la carne, pero en el que su mente ansiaba el viejo contacto con el mundo material. Para el original, podría ser desagradable descubrir que había alguien en el mundo que se creía con tanto derecho como él a considerarse la misma persona. ¿Quién era quién?

Pero si el proceso se realizaba con lentitud, la situación cambiaba de algún modo sutil.

Un tal Smith recibía durante varios días diversas inyecciones de nanobots. Los nanobots trabajaban despacio, alterando paulatinamente, un poco cada día, la estructura interna de Smith. Si el proceso era lo bastante largo, un año por ejemplo, la ilusión de que se trataba siempre de la misma persona, la misma conciencia que iba cambiando de forma corporal, se conservaría. En ningún momento se produciría una ruptura y nadie, y menos el mismo Smith, podría plantear la pregunta ¿quién es Smith? Simplemente, Smith habría sufrido un proceso similar al que realizaba de forma natural el cuerpo humano, que se regeneraba y transformaba a sí mismo continuamente. Sólo que en este caso, la transformación produciría un cuerpo mucho mejor y más versátil. No quedaría ningún resto delator de lo anterior y, por tanto, el Smith nanopersona tendría todo el derecho a considerarse la continuación natural del Smith biológico.

El mismo razonamiento podía aplicarse a muchas otras transformaciones posibles. Lo más sorprendente era que, al cambiar ligeramente la escala temporal, pudieran producirse repercusiones tan grandes en un problema filosófico de base. La existencia inmediata de un original y una copia permite plantear quién es realmente la persona original, con independencia del cuerpo. Pero si el cambio se produce gradualmente y el original se transforma poco a poco en la copia, la situación cambia radicalmente: deja de haber original y copia. La continuidad, y la unicidad, parecen garantizadas.

A Tawa, el hecho de que un problema esencialmente metafísico desapareciese como tal con el simple truco de ejecutar el procedimiento de cambio con suficiente lentitud, le exasperaba en cierta forma. Una molesta paradoja. Aunque, en realidad, no más molesta que la vieja paradoja, o tal vez sofisma, que todavía recordaba de sus años en la escuela de astronáutica. Mas de mil quinientos años atrás...

Un profesor dice a sus alumnos que les pondrá un examen final sorpresa antes de fin de mes. Los alumnos, buenos lógicos, concluyen inmediatamente que el examen no se hará nunca. El razonamiento, elemental, es el siguiente. Si se llega al último día del mes, es seguro que ese día no se puede poner el examen sorpresa porque, al ser el último día del mes, los alumnos saben que el examen inevitablemente debería hacerse ese día, y ya no se trataría de una sorpresa. Por tanto, como muy tarde, el examen sólo puede tener lugar el día anterior al último día del mes. Pero el mismo razonamiento vale también para ese día y, por tanto, el examen como muy tarde sólo podrá hacerse el día anterior al penúltimo. Y así sucesivamente. Razonando de esa forma, es fácil demostrar que, en realidad, el famoso «examen sorpresa antes de fin de mes» no puede tener lugar ningún día.

Sin embargo, Tawa recordaba el inevitable resultado final de las discusiones con sus compañeros de la escuela de astronáutica: el profesor no tiene ningún problema en llegar un día cualquiera del mes, el 25 por ejemplo, y poner un examen que resulta ser una absoluta sorpresa. ¿En qué falla el razonamiento? ¿En qué momento se convierte en sorpresa un examen prácticamente anunciado?

No, no era sólo una paradoja. Había algo más importante: ¿dónde dejaban todas esas reflexiones al propio Tawa? No era el original, sino su copia. ¿Dónde estaba el Tawa original? O, en su caso, ¿la copia era también el original? Al haber resucitado de su propio cuerpo muerto, ¿podía considerar que disponía de la misma y legítima sensación de continuidad de que hubiera disfrutado el Tawa original? ¿Era original y copia al mismo tiempo? No se sentía seguro de nada.

Luchó por abandonar la angustia existencial que había ensombrecido la última veintena de años en que se veía repetidas veces como un ser que era sin ser. Mejor no pensar ahora en ello. Daron hablaba.

—Bienvenidos a esta reunión del grupo de investigación y contacto órfico —dijo—. Voy a ser claro y directo, porque no hay necesidad de andarse por las ramas: nuestro proyecto se ha estancado. No quiero decir con ello que no quede mucho por hacer, que lo hay, sino que ya hemos cumplido todos nuestros objetivos iniciales. Hemos confirmado, sin lugar a dudas, que estamos ante una especie inteligente que demuestra flexibilidad, creatividad y capacidad de comprensión. Es decir, a pesar de lo que algunos propusieron, no se trata de un caso de instinto imitativo. Es inteligencia real.

Hizo una pausa retórica y dejó que todos meditasen sobre sus palabras. Luego, siguió hablando.

—Hemos obtenido también —dijo con una floritura— un conocimiento cabal y razonablemente completo de la cultura de los saurios, su comportamiento y organización social. Desde la distancia y con la no intervención, poco más podemos hacer. Son animales de sangre fría, sí, y ese simple hecho parece suscitar grandes diferencias de comportamiento entre ellos y nosotros. Y los saurios son, por lo que sabemos hasta ahora, la única cultura no humana que existe actualmente en la galaxia.

Volvió a detenerse. Explicaba lo que ya todos sabían, pero Tawa comprendía que pretendía fundamentar con firmeza lo que iba a decir a continuación.

—Por tanto, ahora debemos decidir si el proyecto continúa como una labor simple de recogida de datos indefinida, o si pasamos al siguiente nivel: el contacto.

El contacto era el fin último y también el objetivo nunca discutido del proyecto. ¿De qué servía conocer a otra civilización no humana si no se podía hablar con ella? O visto desde otro punto de vista, ¿era justo para con los saurios negarles el conocimiento de la existencia de otra civilización en la galaxia?

Aunque la pregunta podía plantearse de otra forma: ¿qué ganaban los saurios sabiendo que existía otra civilización en la galaxia?

Pidió la palabra Herschell:

—¿Debemos entender que se nos está pidiendo una opinión sobre una decisión ya tomada? ¿O acaso se nos está pidiendo que tomemos, aquí y ahora, una decisión sobre si debemos o no realizar el contacto? —preguntó.

Era una distinción importante. Si la humanidad, al menos la que estaba al corriente del proyecto, había decidido realizar el contacto, las consecuencias serían responsabilidad de otros. pero si eran ellos los que decidían... Bien, nadie les pediría cuentas, pero las posibles consecuencias y responsabilidades personales no podían evitarse.

—Aquí, aunque no necesariamente ahora. Debemos tomar una decisión —dijo Daron—: contacto sí o no. Las entidades informáticas ya han presentado su informe y su voto. Está disponible para todos.

Tawa lo consultó. Era muy escueto, pero venía a decir que era muy poco probable que nuevos datos alterasen sustancialmente la imagen que ya se tenía de los saurios. En ese supuesto, el momento presente era tan bueno como cualquier momento futuro para intentarlo. La recomendación y el voto de las entidades informáticas era por tanto un sí, pero en cierta forma condicionado: era la primera vez que se producía esa situación en la historia de la humanidad y las incertidumbres eran muchas.

La conocida experiencia del encuentro, destrucción y asimilación de culturas en la misma Tierra aconsejaba prudencia. Una norma no escrita pero siempre seguida exigía el secreto inicial, pero también precaución en los pasos posteriores. Sólo que esta vez era la primera en que el contacto con una civilización extraterrestre parecía posible. ¿Debía hacerse? ¿Cómo?

—Básicamente coincido con ellos —le dijo Tawa a Isara—. Bien podríamos seguir sus recomendaciones.

—O no —dijo Isara—. Si admitimos que podrían darse elementos imprevisibles, bien podría decidirse, pese a todo, no realizar el contacto hasta haber examinado con mayor atención la información disponible. Tal vez sea factible crear modelos para prever las diversas contingencias que puedan surgir.

—Pero, por lo que sabemos, es ya muy poco probable que nuevos datos alteren la imagen que ya tenemos —protestó Tawa.

—Lo cual, te recuerdo, no es lo mismo que decir que el contacto sea seguro. ¿Qué sentido tiene la probabilidad cuando estamos tratando con un caso único? Quizá deberíamos ser más precavidos.

Daron les recordó que, dadas las características del caso, la decisión debía tomarse por unanimidad. Cualquier voto en contra haría que se desestimara la idea del contacto.

—Tampoco es preciso tomar la decisión ahora mismo —añadió—. Es un paso muy importante y podemos, y debemos, tomarnos todo el tiempo preciso para meditar. ¿Alguien desea hablar?

La asamblea prosiguió con la exposición de razones de todo tipo. Cada uno expresaba una opinión que difería, muy a menudo, tan solo ligeramente de las otras. Muchos estaban a favor del sí, pero se enfrentaban en detalles relativos al plazo y los métodos. Incluso los que se oponían no se ponían de acuerdo en si el rechazo al contacto debía ser definitivo o convenía mantener la posibilidad de un nuevo examen en el futuro, tras dejar un adecuado margen de seguridad.

—Simplemente, no debemos interferir con una civilización de la que lo desconocemos casi todo —dijo Drake, un caucasiano rubio que, incongruentemente, permanecía de pie en una luna desprovista de aire.

—Tonterías —contraatacó Sandoval—. Estarán tan deseosos como nosotros de saber que no están solos.

—No hay pruebas de tal cosa —replicó Shong—. Recuerdo a la asamblea que los saurios no parecen prestar demasiado interés a la exploración espacial. ¿Quién sabe cómo podrían reaccionar?

—Esto es absurdo —le comentó Tawa a Isara—. Deberíamos dejar un plazo de tiempo para pensar y analizar.

—Pues dilo —fue la respuesta de ella.

Con algo de aprensión, solicitó la palabra. Cuando le fue concedida, se puso en pie. No era necesario: no iba a hablar en voz alta, no había aire que retransmitiese el sonido. Simplemente, su mensaje se emitiría a todos los presentes.

—Creo —dijo—, y hablo como persona que ha tenido en ocasiones que tomar decisiones difíciles en una época en que esas decisiones podían llevar a la muerte, que deberíamos aprovechar la propuesta de la presidencia. Después de todo, hemos esperado mucho tiempo y bien podemos esperar algo más. Propongo un plazo de, digamos, 1.000 días para reflexionar. Llegado el día 1.001, podemos reunimos de nuevo y tomar una decisión firme.

Y se sentó.

Para unos y otros, un plazo de tiempo permitía mantener la esperanza de que apareciesen pruebas que apoyasen sus posiciones. Y en cualquier caso, siempre les daba la oportunidad de convencer a los que mantenían una actitud contraria. Sí, un plazo de tiempo era razonable.

Y así lo decidieron.

Y mil y un días después, ganó el sí.

IX
Alex Santana

Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. A mí no me quedaba demasiada, pero intentaba conservarla.

No había dejado ningún mensaje. Yo sólo sabía, o mejor dicho, sospechaba, que había salido a las 2.46 de la primera noche de un cambio de estación por la compuerta B3-K125. Y, además, se trataba de un cambio de estación hacia la estación Muerta. La peor de todas.

No tenía sentido buscar pistas en los bajos fondos. No tenía contactos allí y estaba seguro de que no podría obtener más información. No sabía, ni sé, tratar con ese tipo de gente, ni tampoco creo que ya pueda aprender. Vía cerrada.

El único camino que parecía quedarme era el de esos locos que hablaban de los gerios como si estuvieran vivos, como si realmente quedase una civilización no humana en Geria, floreciendo tan solo durante los cambios de estación. No creía que se tratara de personas de fiar; su insistencia en ese punto, en contra de los datos objetivos, no decía demasiado a favor de su cordura, pero ella había creído en ellos, a su modo, y en ella, al menos, sí podía confiar.

De todo aquello de los gerios yo sólo conocía generalidades, lo que era de dominio público en la colonia. Leyendas, cuentos e historias. Peor aún, esas historias y leyendas variaban de una generación a otra. Parecían tan sólo una forma más de pasar el tiempo: relatos de fantasmas alienígenas para asustar a los miedosos. Nada que resultara justificado por los restos arqueológicos de Geria y su posible significado. En resumen, muy poca cosa.

Me encontraba en una amplia avenida, en la confluencia de dos grandes túneles. En lo alto de la caverna, la iluminación artificial imitaba tan bien la luz del sol de Geria que, de no levantar la vista, uno bien hubiese jurado que se encontraba en el exterior, contemplando un paisaje construido con pequeñas edificaciones de dos o tres pisos de alto que abruptamente terminaba frente a una pared escarpada.

Había mucha vegetación, un detalle que se cuidaba mucho en la colonia. Por todas partes, la vista podía relajarse apoyándose durante unos momentos sobre una masa verde. Se intentaba evitar al máximo la posible claustrofobia del espacio cerrado. Un esfuerzo que se agradecía.

A mi alrededor, los colonos se apresuraban de un lado a otro. La mayoría iba a pie, el método preferido para recorrer cortas distancias. Si querías desplazarte algo más lejos, y no planeabas utilizar los transportes públicos, usabas una pequeña bicicleta, ligera y plegable, como las que pasaban a mi alrededor. Menos eran las personas que usaban pequeños transportes eléctricos. Normalmente sólo servían para transportar mercancías de un lado a otro, mercancías que por alguna razón no podían confiarse a los sistemas de transporte generales.

Crucé la calle y me detuve en la esquina. De pronto sentí pena y amargura. Me asaltó una insondable sensación de vacío, una desesperanza difícil de justificar, pero más difícil aún de sobrellevar. Sentí ganas de llorar.

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