El otoño de las estrellas (20 page)

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Authors: Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero

Tags: #Col. Nova nº 142

BOOK: El otoño de las estrellas
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Todos los gerios eran iguales. Aquél también. Exteriormente era idéntico a Judith, pero ya no lo era. Era ella, aunque muy diferente. No eran suyos los ojos que me miraban, tampoco era suya la voz que me hablaba... pero era ella. Lo supe desde el primer momento.

Ya no tenía labios que yo pudiera besar. No tenía cabello que poder acariciar. No quedaba nada de todo aquello que, un año antes, me había gustado tanto de su cuerpo. Era un gerio más. Todos iguales. La misma altura, el mismo color gris perla brillante, los mismos ojos grandes e inexpresivos. Todos iguales.

Pero era ella. De eso no me cabe la menor duda.

Una misteriosa metamorfosis la había transformado exteriormente, pero, incluso sin hablar, supe que había algo que continuaba, algo indefinible que la hacía ser la misma, que la hacía ser, ¿por dentro?, la misma mujer que había conocido: obstinada, emprendedora, inteligente, adorable... Aquella mujer con la que había deseado vivir toda la vida. A la que había amado tanto.

No, a la que seguía amando.

Tal vez no fuese su cuerpo lo que en realidad había amado. Lo presentía de una forma clara. Siempre había creído que apreciaba algo más que su cuerpo, que era su personalidad lo que de verdad amaba. Y su personalidad seguía allí, de alguna misteriosa manera, en el interior de aquel gerio.

Al principio permanecí inmóvil. No sabía qué hacer. ¿Debía abrazarla o no? ¿Un beso? No sabía cómo afrontar la situación.

La última vez que nos habíamos visto todo había terminado de la peor forma posible. Me recordé dándole la espalda, enfurecido, dejándola para siempre sin saberlo.

El enfurecido era yo, pero en realidad la que se había marchado había sido ella. Fue ella quien decidió salir al exterior durante un cambio de estación. Fue ella quien decidió cambiar el curso de nuestras vidas.

Me sentía incómodo y molesto. Casi estaba dispuesto a continuar la discusión que habíamos dejado a medias poco más de un año antes.

No la abracé. No la besé.

No podía hacerlo con aquel cuerpo. No sé por qué, pero ni siquiera nos tocamos. Incluso hoy, en algunas ocasiones lamento haberme comportado así.

«Hola. Tienes buen aspecto.»

Como si no hubiese ocurrido nada. Como si mi vida, nuestra vida, no hubiese quedado alterada para siempre. Como si nunca hubiese roto un plato. Como si no hubiese cometido la tontería de abandonarme poco más de un año antes. Como si no me hubiese obligado a mí a cometer la misma tontería.

«¿Qué pasa? ¿No dices nada?»

—Sí, bueno... ya sabes, la sorpresa...

«Lo entiendo. Yo hace tiempo que
lo
he aceptado. Pero para ti es nuevo.»

—¡Y tan nuevo! ¡Una locura! —Estuve a punto de dispararme. Tuve que hacer un esfuerzo por calmarme—. Eres tú, ¿no?

«Soy yo. No sufras. Soy realmente yo.»

—Lo sé. Lo noto, aunque no me lo explico. Pero has cambiado un poco. Más bien un poco demasiado. Esta vez el peluquero se ha pasado... —Intentaba ser una broma para quitar hierro al asunto. Pero al decirlo, sólo al decirlo, me pareció una solemne estupidez. Me avergoncé.

Por suerte, ella no le dio ninguna importancia. Siempre ha sido muy inteligente. Gerio o no, seguía siéndolo y sabía cómo tratarme...

«¿Podrás perdonarme?»

—No hay nada que perdonar —mentí.

Judith me pidió que saliese a buscarla y lo hice. Me preparé y lo hice. Ahora pienso que quizá debí explicártelo mejor, con más detalles, pero... no me atreví. Siempre has sido tan racional, tan prudente... Temí que me lo impidieras, que no me dejaras salir.»

—No te habría dejado salir. De eso puedes estar segura.

No había dónde sentarse. Ella no parecía sentir ningún cansancio, cosa que supuse se debía a la peculiar resistencia del cuerpo gerio, algo que Judith ya me había comentado. Pero yo tenía un cuerpo frágil y humano, y estaba empezando a cansarme.

«¿Lo ves?»

No pude resistirlo más y me senté en el suelo. Era confortable. A pesar de tratarse de una superficie dura, era cálida y agradable al tacto. Ella me miró como si nunca hubiese visto semejante comportamiento. Supongo que ellos, los gerios, no lo hacían muy a menudo.

—Bien —dije levantando ahora la vista para mirarla—. No vamos a discutir ahora. Para mí llevamos más de un año discutiendo. Es demasiado tiempo. —Bajé la vista, me agarré las rodillas y seguí hablando—: ¿Podríamos dejarlo correr? —Volví a mirarla—. Para variar, al menos. Te fuiste. Ya está hecho. No se puede cambiar. Listos. Dejémoslo correr.

«Muy bien.»

—¿Me puedes explicar qué cono es toda esta mierda?

«Somos los gerios. Ya lo ves.»

Afortunadamente, ella conservaba la calma. En caso contrario es posible que
no
hubiese reaccionado y la interrumpida discusión se hubiese reanudado inevitablemente. O tal vez el cambio de actitud se debía al cuerpo gerio. Con esa inmovilidad tan inhumana, quieto como una estatua. Aunque también podía ser simplemente que, en aquella ocasión, las apuestas fuesen mayores de lo habitual. Al menos, así me lo parecía. Era mejor ir con cuidado. Pero pensarlo era algo muy distinto de hacerlo.

—No jodas. ¿No erais humanos?—dije para picarla.

«Sí, somos humanos, pero también somos los gerios.»

—¿Y eso cómo se come?

«No es fácil. Deberás tener paciencia.»

—Tengo toda la paciencia del mundo. —Yo seguía mirándola desde el suelo—. Pero intenta darte prisa.

«Siempre que la gente sale a "buscar gerios", nosotros los buscamos y los traemos aquí, para recuperarlos.»

—¿Vosotros? ¿De dónde habéis salido vosotros? ¿Qué ha pasado? Yo conservo mi cuerpo humano, como otros buscadores que he visto.

«Sí, hasta que paséis por la transformación.»

—¿La transformación?

«Sí. Todos nos hemos transformado.»

—¿Cómo? ¿Qué transformación?

«Con la máquina. El paso del cuerpo humano al cuerpo gerio.»

Me puse en pie de un salto.

—Pues sí que... Si no te explicas mejor...

Me temo que, a pesar de mis deseos de mantenerme sereno, seguía más bien enfadado, muy enfadado. O quizá es que soy más rencoroso de lo que estoy dispuesto a aceptar. En cualquier caso, estaba enfadado por todo lo sucedido y lo que me parecía su desastroso resultado final. Un resultado que no me gustaba en absoluto. Por otra parte, debo admitir que estaba satisfecho de haberla encontrado. En eso había tenido éxito. ¿Lo había tenido?

Era como si no hubiese pasado un año. Estábamos allí (sin saber exactamente dónde), hablando los dos. Ella y yo, aunque ella estuviese, incomprensiblemente, en el interior de aquel cuerpo tan ridículo.

Sí, la palabra justa era ridículo. Me gustaba más la mujer de antes. Su cuerpo no era lo único que amaba de ella, pero era evidente que también me atraía. Quizá por eso me encontraba tan molesto. Aquello no era justo.

Y ahora me hablaba de una máquina...

—¿Qué máquina?

«La máquina de la transformación. Queremos que la estudies.»

—¿Yo?

«Sí, por eso Judith me llamó. Pensó que si yo salía a "buscar gerios" tú me seguirías. Acertó.»

—¿Qué dices, mujer? —Me salió espontáneamente. Una vez pronunciada la palabra dudé de que fuese cierta. ¿Era mujer o gerio? Para mí estaba claro, no se había tratado de un error . Sentía que era una mujer.

«Judith y yo habíamos hablado mucho de ti. Y ella conoce a la gente. No se equivoca. Te leyó como un libro abierto. Has venido.»

Ahora, encima, me sentía manipulado, y de qué forma. Una manipulación ejecutada con todo el descaro del mundo. Y no manipulado por ella, sino por una amiga suya, de la cual había oído hablar, sí, pero de la que no sabía prácticamente nada. Bien, nada, excepto que era un gerio más (a Judith no la había visto en ningún momento como mujer...). Aunque era un gerio, por otra parte, en todo idéntico a la persona que tenía delante.

Me sentí incómodo, inquieto e inseguro. Experimentaba emociones contradictorias. La amaba, pero al mismo tiempo veía el ser ridículo en que se había convertido. Un ser al que no podía amar. Se había ido y yo la había buscado. Había puesto en peligro mi vida, y ella había sido la razón última de mi loco comportamiento. Y, al final, la había encontrado, pero sin haberla encontrado realmente. Era y no era. La amaba\no. Una sensación aberrante.

Dejando aparte mis emociones, aquel asunto era un lío Aquel lugar, aquella luz, aquellas paredes que no eran paredes, aquellos gerios ridículos... y ahora me hablaban de una transformación que se realizaba con una máquina que querían que yo estudiase. ¿Por qué yo? ¿Qué pintaba yo en todo aquello? ¿Qué podía hacer yo que los otros recién llegados no pudiesen hacer igual? ¿Qué era aquella máquina? ¿Es que yo era el único ingeniero que había salido a «buscar gerios»? ¿Tan pocos locos hay entre los ingenieros? No me constaba.

No comprendía nada. Nada de todo aquello parecía razonable.

Aquella conversación, la primera, fue muy larga. He de reconocer que ella se explicaba bien pero, sobre todo al principio, con mi inquietud, mis interrupciones y mi impaciencia,
yo
no ayudaba en nada. No la dejaba hablar.

Pero, poco a poco, la molestia desapareció. Creo que al final incluso le cogí la mano. Pero no la abracé. ¡Puedo jurarlo: no nos abrazamos! Pero aquí entraríamos en terrenos íntimos y no voy a descender a ello.

También hay cosas que averigüé después y que ella no me dijo esa primera vez, aunque más tarde no tuvo más remedio que contármelas. ¡Estaba obligada a ello, si querían mi ayuda!

Era rebuscado y complejo, pero prácticamente todo tenía una explicación. Loca, pero la tenía.

Aunque hoy en día sigo sin saber si la decisión que tomé fue la más acertada...

La Ciudad de las Almas Perdidas estaba destinada a convertirse en el mayor generador energético creado por la humanidad. Eso ocurriría al cabo de unos mil años, cuando estuviera terminada. Por el momento, y mientras proseguía la construcción, era una residencia para los que no podían o no querían seguir el ritmo de los asuntos humanos. Los que se retiraban pero, a pesar de todo, no deseaban abandonar la fiesta sin saber cómo acababa.

Había sido producto de la casualidad y de la suerte. Nadie creía que pudiese existir un agujero negro tan grande en una zona tan desprovista de materia. ¿Cómo se había formado cuando no había materia? Si no se había formado en esa zona, ¿cómo había llegado hasta allí? Eran, por el momento, preguntas sin respuesta, pero a los más decididos no les importó demasiado. Después de todo, la oportunidad que se les ofrecía era demasiado buena para desecharla por dudas filosóficas y resquemores metafísicos.

La construcción del generador llevaría siglos, pero tampoco importaba. La humanidad se había acostumbrado a lanzar al lejano futuro sus expectativas, como si fuesen botellas con mensajes que ella misma pudiera leer más adelante sin problema. Ningún grupo humano estaba ya atado a un planeta a menos que así lo desease, ningún humano tenía que morir a menos que así lo desease, ningún grupo humano estaba ya, en suma, sujeto a las limitaciones de la biología a menos que así lo desease.

Sin embargo, el espíritu no había desaparecido. Los individuos seguían actuando y apresurándose como si la muerte fuese un asunto de días, y no de milenios. Pero al menos, habían aprendido a engañar al tedio. Alguien trabajaba durante veinte o treinta años en un proyecto como aquél, y luego partía en busca de un nuevo desafío. Pasado un tiempo, quizá mucho tiempo después, regresaba de nuevo y realizaba tal vez Otra aportación, eso sí, tras haberse puesto al día, porque el progreso no se detenía a esperar.

A nadie importaba tampoco que el generador no tuviese por el momento ninguna utilidad práctica, y que nadie necesitase, por ahora, las ingentes cantidades de energía que podría llegar a producir. Era, simplemente, un proyecto a escala de la ilimitada ambición humana. Un proyecto estimulante y que satisfacía.

El fundamento surgía de un experimento mental de muchos siglos atrás. Lo llamaban la técnica de Penrose.

La caída de un objeto en un agujero negro provoca un cambio en la masa, la carga y el momento angular del agujero. Hasta ahí no ocurre nada especial. Pero si el objeto llega a acercarse al horizonte de sucesos y se divide en dos de tal forma que una parte cae al interior del agujero y la otra escapa lejos de su alcance, el fragmento que escapa puede hacerlo con una energía cinética que supera la energía total del objeto original, es decir, a efectos prácticos se ha extraído energía del agujero negro.

El agujero negro se habrá convertido en un generador energético.

El proceso era en realidad más complejo. Requería tener en cuenta la ergoesfera del agujero negro, una zona comprendida entre el horizonte de sucesos y el límite estático a partir del cual sólo es posible orbitar el agujero en la misma dirección de su rotación.

Si el objeto inyectado en el agujero negro no tiene carga, la clave del proceso está en cambiar la órbita del objeto cuando éste se encuentre en la ergoesfera. Si el objeto inyectado tiene carga eléctrica, la presencia de las fuerzas electromagnéticas altera la región donde existen órbitas con energía negativa. En el caso particular de un objeto con carga eléctrica de signo contrario a la del agujero negro, el proceso podía realizarse sin necesidad de pasar del límite estático.

Qué método usarían al final dependía todavía de muchos factores. Navegar cerca de un agujero negro requería complejos cálculos, porque las órbitas se manifestaban caprichosas y adoptaban extrañas complejidades. El peligro mayor era inyectar una masa demasiado grande, lo que produciría una fuerte radiación gravitatoria que malograría todo el proceso.

Por otra parte, ¿de dónde sacarían la materia para inyectarla en el agujero negro?

Nadie lo sabía muy bien, y a nadie importaba demasiado. Asumían que, al cabo de tal vez dos mil años, existiría una floreciente colonia humana, quizá de un billón de individuos, en las vecindades del agujero negro. Ya buscarían entonces la materia, quizá arrastrando hasta allí una estrella del tipo enana marrón que pudiera fraccionarse con facilidad, o algún otro objeto similar.

Por ahora, todas esas cábalas quedaban para el futuro y realmente nadie podía asegurar que el generador llegara a funcionar como tal. O que, cuando estuviese listo, la humanidad no tuviera ya formas mejores de producir energía. Por el momento, la Ciudad de las Almas Perdidas era una pirámide más, un proyecto interesante en el que ocupar el tiempo mientras se aguardaba a que el Nilo regresase a su cauce.

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