El otoño de las estrellas (24 page)

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Authors: Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero

Tags: #Col. Nova nº 142

BOOK: El otoño de las estrellas
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Pasamos mucho tiempo conversando, aunque he de confesar que casi todo el tiempo habló él, quizá interrumpido por alguna de mis preguntas. Muchas de ellas eran absurdas, ahora lo comprendo. Pero él tenía toda la paciencia del mundo. Como si le hablase a un niño pequeño. Y quizá así fuese...

Grandes partes de la conversación, cuando los conceptos se volvían difíciles y necesitaba ayuda para comprenderlos al menos en parte, se desarrollaban sin palabras. Era como estar inmerso en el mundo que describía, como si de pronto yo me fundiese con los conceptos, en una unidad imposible de describir. No duraba mucho, supongo que por temor a que mi mente no lo soportase, pero era efectivo. Tremendamente efectivo. Haré lo posible por dejar claro al menos lo que llegué a entender.

No puedo contar todo lo que me dijo. No tendría sentido que lo intentase, pero trataré de sintetizar el núcleo fundamental de nuestra charla.

¿Por qué me habló a mí primero? Los gerios hubiesen sido mejor audiencia, porque ellos estaban dispuestos a aceptar lo que se les ofrecía. ¿Por qué a un humano renuente que no pensaba transformarse? No lo supe entonces ni lo sé ahora. Quizá él, ese gerio que no era tal, sabía que yo haría lo que me iba a pedir, que podría guardar el secreto hasta la muerte.

También es posible que alguien imagine que miento, que me quedé dormido y lo soñé todo. En realidad no tengo ninguna prueba de que lo que voy a contar sea cierto. No es asunto mío si nadie me cree. Yo sé lo que ocurrió.

Él no era gerio. Tal y como había dicho, los gerios no existían. Geria era un planeta muerto. Un planeta yermo, tal vez como la luna de la Tierra. Nunca había habido vida en Geria. Ellos la habían creado.

Me dijo que era un xila. Su especie lleva existiendo desde hace millones de años, y su estado de evolución es prácticamente inimaginable para nosotros. No tenía nombre pues no es costumbre entre ellos, pero los dos acordamos que Anaá podía ser un nombre tan bueno como otro cualquiera.

Me mostró su mundo original, aunque no sé cómo. Pero sin duda era su mundo. Tal y como había sido durante el apogeo de su evolución tecnológica. Estaban razonablemente orgullosos de lo que habían conseguido. Sus ciudades se elevaban hacia el cielo, formadas por edificios que me parecían de kilómetros de altura, un desafío tecnológico a las montañas de su mundo.

Su planeta era un lugar pacífico. Su mundo se había unificado en paz y con rapidez, realizando rápidamente una revolución moral que a la humanidad ha de llevarle aún siglos. Los xila eran ambiciosos, estaban justamente orgullosos de su capacidad, y aplicaban su implacable determinación a todo proyecto que fraguaran sus mentes. Salieron al espacio con alegría, dispuestos a extenderse por el universo, dispuestos a conocer pueblos y especies.

Luego, tal vez de forma inevitable, se produjo la catástrofe. Un cometa, desviado desde la nube de Oort de su sistema planetario, penetró hasta la órbita de su mundo y chocó con él. Su estrella natal tenía una compañera oscura, una enana marrón prácticamente indetectable que, en una órbita de muchos años luz, penetraba periódicamente, cada cuarenta millones de años, en la nube de Oort alterando el monótono deambular de los cometas. En esa ocasión había enviado algunos de ellos hasta el sistema solar interior.

Su mundo ya había sufrido catástrofes similares, pero siempre habían sido menos intensas: pequeños asteroides, meteoritos, poca cosa. No obstante, esa vez fue la definitiva. La superficie de su mundo se fundió y toda la vida del planeta desapareció. De su orgullosa civilización, de esos edificios que rivalizaban con las montañas en la terca e inútil voluntad de arañar las nubes no quedó absolutamente nada. Fue como si nunca hubiesen existido. Era algo que podía ocurrir, de hecho habían previsto la posibilidad y creían que lograrían evitarlo si llegaba el caso. Fracasaron. Toda su tecnología fue inútil.

Algunos xila, no demasiados, lograron escapar a tiempo. Sobrevivieron dispersos en la luna de su mundo, en otros planetas y satélites, en colonias y naves que surcaban el espacio. Primero se sintieron abrumados por el horror y la desesperación. Miraron su mundo calcinado y pensaron en los millones de años que se habían perdido, en las incontables vidas que habían desaparecido, desde el más simple microorganismo hasta el más evolucionado de los xila. Muerte
y
desolación. A escala planetaria: un mundo yermo y estéril.

Y luego, como eran ellos, los orgullosos xila, se alzaron de nuevo y se juraron que tal cosa no volvería a suceder, que ninguna especie en el universo tendría que enfrentarse a semejante trance. Altaneros y arrogantes, juraron que dominarían y someterían al mismísimo cosmos si era preciso, con el objetivo de crear un hogar más seguro para la vida. Habían mirado al universo a los ojos y lo encontraron frío e inmisericorde. Sí, como habían constatado, no había Dios, decidieron que ellos estaban dispuestos a ocupar el puesto.

A ese propósito dedicaron su existencia.

Pero no encontraron a nadie más. El universo rebosaba de vida, pero no había vida inteligente. En todos los lugares se encontraron solos.

Geria había sido un experimento, una de sus pruebas, creada miles y miles de años atrás.

Intentaban probar su más reciente tecnología, la que parecía ofrecerles una posibilidad de lograr sus objetivos. Era la tecnología que permitía el funcionamiento de la máquina de la transformación
y
que, en definitiva, cada año causa las complejas e inclementes estaciones de Geria.

No sé explicarlo bien, porque tampoco estoy seguro de haberlo entendido en su totalidad a pesar de los evidentes esfuerzos de Anaá. Pero, después de tanto tiempo de pensar en ello, creo que he creado una imagen mental que, al menos a mí, me sirve.

La tecnología de los xila era similar a la nanotecnología, que ellos ya conocían cuando fue destruido su mundo. Aunque operaba a una escala completamente diferente. La descubrieron por casualidad, como consecuencia de teorías avanzadas de la física y con la ayuda del necesario y tal vez imprescindible golpe de suerte que nosotros llamamos
serendipity.
Aunque los fundamentos, la simple idea de que eso pudiera ser posible, les eran evidentes desde hacía tiempo, poner en práctica esa tecnología no era tan fácil.

Cuando se habla de nanotecnología se hace referencia al nanómetro. Un nanómetro es una millonésima de milímetro. Eso que los matemáticos (¡y los ingenieros!) expresan como 10
9
metros: ocho ceros y un uno tras la coma decimal. Con la nanotecnología es posible crear nanomáquinas con tamaños del orden de pocos nanómetros. Se pueden manipular células, que se encuentran en el orden de los diez mil nanómetros, o incluso moléculas orgánicas, en el orden de los cien nanómetros. Mi trabajo en la estación de control del soporte vital de la colonia en Geria se basa precisamente en ello.

Los xila habían logrado eso mismo a una escala aún más reducida. Podría calificarse de «femtotecnología». Un femtómetro es una millonésima de nanómetro. Se expresa como 10
15
, es decir, catorce ceros y un uno tras la coma decimal. ¡Hay un millón de fentómetros en cada nanómetro!

La femtotecnología permite la manipulación de átomos (con tamaños del orden de unos cien mil fentómetros), y no sólo de moléculas. Eso supone un cambio radical. Altera las posibilidades de manipulación, la velocidad de los procesos, todo. Un cambio cuantitativo que resulta, a la postre, cualitativo.

Por decirlo groseramente, una femtomáquina es la mejor piedra filosofal posible: capaz de transformar cualquier cosa en cualquier otra.
Capaz
, por supuesto, de convertir el plomo en oro. Objetivo ridículo entre los ridículos.

Me pareció entender que determinadas femtomáquinas muy avanzadas (¿attomáquinas?) podían trabajar incluso a nivel atómico,
y
no sólo a partir de tamaños moleculares. E incluso en el interior del núcleo atómico, que suele tener un tamaño típico del orden de los diez femtómetros. Tal vez incluso a nivel de las partículas que forman el núcleo atómico.

Ahí mis dudas alcanzan ya proporciones gigantescas. Por lo que yo sé, por lo que sabemos los humanos, la mecánica cuántica marca un límite claro y preciso a la posibilidad de manipulación a escalas tan reducidas. Un límite establecido por el principio de indeterminación de Heisenberg, la ecuación subcaótica de Martín y toda la parafernalia habitual de la mecánica cuántica. Ante mis preguntas y recelos, Anaá intentó explicarme que eso de la mecánica cuántica está bien
y
es correcto y añadió que, por el momento, es un punto de vista adecuado para nosotros, los humanos. Por sus palabras me pareció que sugería la existencia de otras posibilidades, que hay una retorcida manera de engañar a la naturaleza incluso a esos niveles y escalas. No lo entendí. Lo siento. Yo, el escéptico, el no creyente, tuve que creerle en este punto.

En cualquier caso, esa femtotecnología explicaba las maravillas de Geria, sus estaciones y, también, la máquina de transformación.

Fueron los xila quienes diseñaron y crearon las estaciones de Geria. Las estaciones formaban parte del experimento y, una vez puestas en marcha, no las detuvieron. Durante las que a nosotros nos parecen violentas y feroces tormentas, las femtomáquinas ejecutan su programación y la superficie de Geria cambia completamente.

La máquina de la transformación era algo muy distinto.

Algunos xila, como Anaá, seguían en Geria o en otros planetas. Otros preferían surcar el espacio, visitar sistemas estelares lejanos, explorar incluso otras galaxias. Esos viajeros estelares hacían que la femtotecnología les fabricase un cuerpo adaptado al espacio: un cuerpo que no necesitara aire ni alimentos. Un cuerpo que, como el de los gerios, pudiera sobrevivir en cualquier lugar y bajo cualquier condición.

Ahora ya no lo hacen, saben lograrlo de otra manera, pero la vieja máquina para fabricar esos cuerpos nunca fue desmantelada en Geria. La femtotecnología era la clave, de forma similar a como la nanotecnología había reforzado mi propio cuerpo. Pero en lugar de reforzar su cuerpo, los xila lo cambiaban.

Por esa razón, los gerios eran tan solo malas copias de los xila. Una versión provisional y desechable, que servía sólo para para viajar. Por esa razón esos cuerpos degeneraban si no se recreaban de nuevo. Eran poco más que la versión xila de una sofisticada escafandra para salir al espacio.

Paradójicamente, los buscadores no habían acabado convertidos en alienígenas, sino en unos meros artefactos: una forma creada tan sólo para viajar por el espacio. Ridículo, ¿no? Un buen jarro de agua fría para las esperanzas de los buscadores.

Había detalles que me tenían intrigado. Tal vez no eran los aspectos más extraños de todo ello, pero tenía que saberlo. Evidentemente, lo pregunté. El huevo y la gallina. Era una pregunta inútil, pero que no conseguí evitar.

Como era lógico, el propio Anaá había salvado al primer buscador. Ocurrió antes de que las colonias humanas en Geria se hiciesen subterráneas. Anaá sabía que el humano moriría si no actuaba. Anaá no podía alterar la programación de la femtomáquina— Estando prácticamente solo, no lograría hacerlo. Nunca tan deprisa como hacía falta para salvar al humano. No es magia ni se trata de poderes sobrenaturales, sino simple tecnología. Por eso usó una vieja instalación que no funcionaba desde hacía mucho, muchísimo tiempo. Así, convirtió un cuerpo humano moribundo en un traje espacial xila. El primer gerio.

La religión de los buscadores era una construcción meramente humana. Anaá ni siquiera estaba al corriente de ella. Nunca hubo otros gerios que los buscadores transformados. Nunca hubo revelaciones de ningún tipo. Para inventar la palabra revelada nos bastamos los humanos.

Aunque no se me ocultaba la ironía de la religión de los buscadores. Se trata de una religión con respuestas a sus porqués. Una creencia religiosa que responde a algo real. Aunque sea a través de la femtotecnología, la nueva denominación que justifica los milagros.

Pregunté también sobre otros aspectos que, al menos en ese momento, me parecían relevantes. No lo eran. Ahora sé que muchos de ellos no lo eran en absoluto. Pero pregunté.

Había preguntas sencillas, por ejemplo ¿cómo lograba la sala de transformación preparar siempre el número exacto de cavidades, tantas como buscadores encontrados? Otras preguntas planteaban mayor dificultad: ¿qué sucedía con los gerios desaparecidos después de un tiempo? ¿Morían por fin?

Las respuestas eran siempre sorprendentes. Imagino que, en algún caso, el conocimiento de lo que Anaá me contó podría acarrear terribles consecuencias si llegara a ser conocido en Geria. Pero nadie lo sabrá. Ése fue mi compromiso. Aunque sí deseo intentar transcribir aquí lo que alcancé a comprender del gran designio de los xila. Tal vez la humanidad del futuro pueda entenderlo, aceptarlo e incluso utilizarlo.

Yo había imaginado que la continuidad de la personalidad individual humana durante el cambio a gerio era algo sencillo, como la continuidad personal que experimentamos todos con el paso del tiempo. Nuestros átomos cambian, pero conservamos nuestra identidad, nos sentimos siempre el mismo. La personalidad debía ser, pensaba, algo estructural. Circuitos neuronales conexos. No sé. Me equivocaba.

La forma de recoger la personalidad individual (si eso seguía teniendo sentido en el caso de los xila) era muy distinta. No se limitaba a un asunto de estructuras, era un efecto más de los que se conseguían con la femtotecnología. O tal vez debería llamarla attotecnología.

Los xila dominaban la manipulación, tanto a nivel atómico como subatómico. La persona, el individuo, es, según creí comprender, una especie de sistema. Un sistema que interacciona con el mundo, evolucionando lentamente al tiempo que conserva la integridad y la identidad, precisamente aquello que conocemos como conciencia.

Los xila habían logrado reescribirse a sí mismos como sistema sobre las partículas más elementales. Anaá me contó que incluso los quark tenían estructura, y que precisamente eso les había permitido, en sus manipulaciones femto y attotecnológicas, alterar partículas elementales. Conseguían hacerlo sin alterar las propiedades externas del átomo. Una codificación de las estructuras básicas de la conciencia, del yo, en forma de una adecuada combinación de las subpartículas que forman protones y neutrones.

Aunque pueda contarlo aquí, lo cierto es que no lo entendí. Tal vez comprendí las palabras, pero seguro que el sentido final quedaba oculto.

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