El otoño de las estrellas (25 page)

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Authors: Miquel Barceló y Pedro Jorge Romero

Tags: #Col. Nova nº 142

BOOK: El otoño de las estrellas
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No sé cómo, pero Anaá me
lo
mostró.

Con una sensación parecida a la voz que me hablaba en el interior de mi ser, Anaá hizo que llegara a ver el mundo a través de los ojos de un xíla.

La realidad, en sus niveles más fundamentales, es un conjunto de capas de tres dimensiones sobre un mundo de once. Las partículas elementales no son más que estructuras, cuerdas que poseen una cierta vibración. Lo que los humanos hemos llamado espacio-tiempo se funde en una nueva realidad multidimensional que no es ni espacio ni tiempo. Una nueva realidad en la que el espacio y el tiempo dejan de existir, aun habiendo sido, de alguna forma, sus causantes.

Los xila saben que sobre la vibración de una partícula concreta se puede añadir otra menor, pequeña, que no afecte a la partícula original pero que sirva para contener un pequeño fragmento de información. Y eso lo saben hacer también con gravitones y fotones, incluso con pares virtuales en fluctuaciones cuánticas.

Repartidos en un número inmenso de partículas elementales, los xila pueden estar en todas partes.

Literalmente fundidos con el universo.

En realidad, sin sospecharlo, la religión de los buscadores de gerios es la mejor forma de panteísmo. Un panteísmo cierto hasta el último detalle. Los xila, los que como Anaá se han quedado en el planeta, son realmente omnipresentes en Geria. Están en todas partes.

En realidad son los xila quienes han ido cambiando gradualmente la composición de los sabrosos frutos que obtenemos en la estación de los Frutos, precisamente para que se ajusten cada vez más a las necesidades dietéticas humanas. Han procurado por nosotros. Omnipresentes y bondadosos. También son los xila quienes gobiernan la sala de transformación, directamente o con femtomáquinas especializadas. Por eso aparece siempre el número exacto de cavidades que se necesitan. Ni una más, ni una menos.

Y cuando un gerio desaparece finalmente, no muere. Se une a los xila. Se convierte en uno, primero con Geria, más tarde, si lo desea, con todo el universo. Sistemas de estructuras de personalidad almacenados en remotos rincones de las partículas últimas que componen la materia. La inmortalidad hecha realidad. Bueno, al menos mientras haya materia, mientras exista el universo... No es poco.

Soy un humano. Nada más que un humano. Este tipo de reflexiones me provocan algo así como un vértigo cósmico, algo que incluso, de una forma nada física, resulta doloroso. Provoca un dolor casi atroz. No es la infinitud el campo en el que mejor me desenvuelvo. Sigo siendo tan sólo un ingeniero nanotecnológico.

Pero ése es solo el proyecto de los xila como Anaá, los que han quedado en Geria disfrutando de una vida que ni siquiera alcanzo a imaginar. Una vida que, inesperadamente, algunos humanos ya comparten, tras haber vivido un par de siglos como gerios. Sorprendente recompensa de una religión errónea pero inesperadamente fructífera.

Otros xila, los que prefieren surcar el espacio, han desarrollado la idea de colonizar la galaxia entera. Literalmente están creando a Dios.

En este punto me fallan las palabras. No entendí lo suficiente, y lo poco que comprendí no creo que pueda explicarlo bien. Como un simio al que alguien intenta iniciar en los misterios del alfabeto y la literatura más excelsa, sólo pude contemplar temeroso la visión que Anaá me ofrecía. La transmitiré lo mejor que pueda.

El proyecto de conciencia cósmica de los xila abarca ya unos cuantos planetas y estrellas. La comunicación entre ellos se realiza con agujeros de gusano de poca masa y corto recorrido: los axones que conectan las macroneuronas de un gran cerebro a escala galáctica.

A la escala de Planck, incluso por debajo de los niveles que alcanzan la femto y la attotecnología, el universo se convierte en una especie de espuma cuántica. Una espuma llena de fluctuaciones de microagujeros de gusano virtuales que comunican prácticamente cualquier lugar del espacio-tiempo tetradimensional que percibimos.

Afortunadamente, Anaá se apiadó de mí. De nuevo me sumergió en sus propias percepciones. Proyecciones. El presente e incluso algunos futuros por venir. Por breves instantes, pero lo bastante para que la magnitud de un hecho de verdad inconmensurable me alcanzara de lleno.

Vi cómo las conciencias se comunicaban entre sí por medio de agujeros de gusanos en un sistema primitivo. De la misma espuma cuántica, del burbujear de partículas y sistemas, extraían conexiones que crecían y se retorcían, conectando alejadas y disímiles regiones del espacio-tiempo.

Vi cómo ese proceso permitía la comunicación entre zonas cada vez más vastas del espacio tridimensional, y cómo esa comunicación permitía el flujo estable de símbolos, conceptos, ideas, inteligencia en suma.

Vi cómo despertaba la conciencia, vi cómo el cosmos se llenaba de vida e inteligencia. Una estrella se convertía en el habitat de millares de individuos, una galaxia en el hogar de millones.

Vi cómo la inteligencia adquiría el control del universo, manipulándolo, sometiéndolo, cambiándolo. Con un fin, con un propósito.

Vi que no existían más que unas pocas especies inteligentes, que el universo era en realidad un yermo, estaba desierto de vida compleja. No la nutría, no la deseaba, y hacía lo posible por eliminarla. Ni los xila ni los poquísimos humanos que se habían unido a ellos podían cambiar ese hecho que me parecía atroz. Ésa es la naturaleza del universo. Hay límites que ni siquiera los prodigiosos xila podían cruzar.

Pero tenían una esperanza.

Anaá me la mostró. De nuevo proyecciones que, procedentes del saber y del deseo de los xila, nacían en mi cerebro.

Vi la expansión acelerada del cosmos. Vi cómo esa expansión creaba cada vez más espacio y más tiempo. Más lugares por colonizar, un número creciente de posibilidades de computación, una mayor potencia de cálculo. Vi cómo las conciencias individuales, en un remoto futuro, se combinaban para formar una entidad mayor, un ser que fuese omnipotente y omnisciente, un ser que fuese uno pero también muchos.

Vi ese ser. Vi a Dios. Vi el rostro del Creador.

Ese Dios, hoy todavía inexistente, en el futuro aún lejano se miraría a sí mismo y se encontraría solo. Y consideraría esa situación intolerable, atroz, ominosa. Y ese Dios todopoderoso rectificaría la situación. Invocaría su todopoderosa voluntad para crear un nuevo universo, uno más apacible para la vida, más permisivo.

La mente universal del remoto futuro, el Dios por venir, no podría alterar lo que ya había sido. No podría reconstruir el planeta de los xila, no podría recrear las especies inteligentes que nunca existieron, no podría garantizar su supervivencia. Pero daría una oportunidad a otros. Crearía tantos universos como pudiese, Universos más hospitalarios para la inteligencia, universos que rebosarían de vida autoconsciente y lúcida.

Vi el racimo, el conjunto local de universos, del cual el nuestro era sólo uno más. Y vi como los universos se reproducían, creando versiones de sí mismos ligeramente diferentes.

Y entonces me pregunté, osada temeridad del intelecto humano, si nuestro universo había tenido el mismo origen. Si una mente universal en otro cosmos, quince mil millones de años atrás, había sentido también frustración y furia, se había percibido sola y a la vez poderosa, y había optado por crear, también ella, un universo diferente, un retoño propio, un cosmos nuevo creado con la esperanza de que la inteligencia floreciese en él. Y me pregunté por la posible mente universal que había creado el universo de esa mente universal. Y así
ad infinitum.

Y vi que la cadena de dioses, de mentes cósmicas podía no terminar nunca. Que detrás de cada mente todopoderosa podía haber otra. Que el pasado se remontaba al infinito y que el futuro era ilimitado. Lo vi todo. Lo veía Anaá y yo con él.

Y vomité. Y de nuevo sentí vértigo. Y mi cuerpo todavía humano volvió a vomitar. Y sentí que caía. Percibí que mi mente no podría soportar por más tiempo esa visión excesiva y colosal y me sentí cercano a la muerte. Me asaltó una especie de alivio por conocer la verdad. Una verdad todavía perdida en el futuro pero hallada tal vez en el pasado. Y admiré el coraje y el valor necesarios para hacer algo así.

Y supe por qué era preciso guardar el secreto hasta que pudiera ser comprendido.

Y la visión terminó.

Anaá se apiadó de mí y me liberó.

Y abrí los ojos.

Y lloré.

Lloré desconsoladamente porque, durante un instante, yo había sido y tenido lo que todos los hombres ansían y ninguno consigue: el inconcebible universo.

Tawa miró de un lado a otro. Paseó los ojos por el cielo azul, la arena dorada de la playa y el tendido horizonte del mar. La piel oscura perfecta y los ojos oscuros intensos. Probablemente nunca había sido tan «humano», con todas las implicaciones que eso suponía. Finalmente se volvió hacia él y sonrió.

—Entonces, era posible —dijo Jabru.

Tawa recordó su propio proceso de resurrección y se asombró por la rapidez con la que Jabru había evaluado y aceptado la situación.

—Sí, lo era, hombre de poca fe. —Sonrió. Se acercó a él lentamente y le abrazó. Jabru aceptó el arcaico gesto sin inmutarse y finalmente se lo devolvió—. Me alegra mucho verte de nuevo. —Se soltaron.

—A mí también. Gracias.

—De nada. Tú lo hiciste primero por mí. —Una sonrisa rápida—. Te he devuelto el favor.

—¿Cómo lo hiciste? —La sonrisa cedía ante la interrogación.

Tawa movió una mano como para restar importancia al proceso.

—No lo hice yo solo. Fue un trabajo de equipo. Esperamos a la evaporación del agujero negro en el que habías caído, y recuperamos la información de tu cápsula. Sólo era cuestión de tiempo. En realidad, ni siquiera hemos tenido que reconstruirte.

Jabru volvió a mirar al cielo. Sin apartar la vista de las nubes preguntó:

—¿Dónde estamos?

—Ha pasado mucho tiempo desde tu accidente. Es largo de contar. El dónde se confunde con el cómo.

Y le contó todo lo que sabía.

La potencia computacional seguía creciendo. Era un hecho. Hacia el final del universo. Asintóticamente. Un viaje sin fin.

—¿Ahora qué harás? —preguntó Tawa.

—No lo sé —dijo Jabru apartando la vista del horizonte y mirándole como si le viera por primera vez—. ¿Cómo está la situación?

Tawa hizo un gesto hacia una choza, indicando que allí estarían más cómodos, y los dos se dirigieron hacia ella.

—Como siempre, supongo. Ahora tenemos una cantidad de conocimientos tan vasta que es casi inconcebible. Pero todavía hay mucho que ignoramos y por tanto, siguen produciéndose disputas, riñas y confrontaciones.

—Eso es bueno —añadió Jabru.

—Por supuesto, en caso contrario, la búsqueda de conocimientos se detendría y eso significaría el desastre para todos nosotros. Lo que quiero decir, es que no hay ninguna línea central de actuación. La mente universal permite dar cobijo a todos nosotros y ofrece cada vez mayor potencia de computación. Cada uno hace más o menos lo que desea.

»Sin perder la individualidad. Recuerdo que eso era lo más importante para ti. La mente universal es una, pero también es muchos.

—¿Tú...?

—Gran parte de mí se encuentra ahora en otro nivel, descubriendo respuestas a muchas preguntas que no sabía ni siquiera que pudiese plantear. Aquí sólo soy un subprograma casi animal.

—¿Hay comunidades?

—Trillones. Para todos los gustos. Hay grupos que incluso se oponen a
h
existencia misma de la mente universal y de todos nosotros. Deberíamos desaparecer, afirman.

—¡Vaya! —exclamó Jabru con cómico asombro.

—No suelen durar mucho. No es una buena estrategia evolutiva oponerte a tu propia existencia. También hay un grupo empeñado en resucitar a todos los individuos inteligentes que hayan existido. Es una tarea ardua y todavía prematura. No hay suficiente potencia computacional para algo así y, en general, no se considera demasiado prioritario. Pero algunos creen de alguna forma arcaica que es su deber moral. —Hizo una pausa—. Pensé que a ti sí te gustaría ver esto. Preferí no esperar.

»En cualquier caso, toda la evolución de la Tierra hasta la muerte del Sol no fue sino un parpadeo comparado con los periodos de tiempo que hemos atravesado. Aquí hay criaturas cuyas mentes difieren tanto de la mía que apenas puedo considerarlas inteligentes si parto de la base que yo lo soy. Tendría más posibilidades de comprender a una ameba.

—Gracias de nuevo. Pero nada de cielo e infierno para mí, Quiero integrarme en esta sociedad.

—Eres libre. Puedes hacer lo que quieras. Casi toda la humanidad se integró en su momento. Isara y yo fuimos de los primeros, y luego pudimos ponernos en contacto con los demás.

«Algunas comunidades lo rechazaron, pero estaban en su derecho; aunque ahora todas han desaparecido: las condiciones actuales del universo no permiten la vida orgánica compleja. Pero pensé que te gustaría ver el resultado.

—¿El resultado de qué?

Tawa volvió a sonreír.

—El resultado de la reproducción, ¿qué si no? —Alargó una mano—. Ven, Isara nos espera.

—¿Lo habéis logrado? —dijo sorprendido. —Claro. Lo hemos hecho varias veces. Un nuevo universo. Ven, te lo mostraremos.

Ahora la mente universal era un dios. No, ése era un título incorrecto, demasiado grande y demasiado mezquino a la vez. Era un creador, un demiurgo que, más o menos, sabía lo que hacía, aun sin tener completo control sobre sus actos. Un aprendiz de brujo, un aprendiz voluntario y complaciente, pero no menos aprendiz por ello. Había creado una nueva estructura en el racimo, una nueva región que se expandía, un nuevo universo dentro del Multiverso real formado por todo el racimo. Algún día, quizá habitantes inteligentes de su universo retoño se preguntarían, en su mundo de cinco dimensiones aparentes, si había habido un creador.

Lo intentó de nuevo. Seleccionó otra región de posible espacio-tiempo, en la espuma burbujeante de vacío cuántico que lo era todo, y la obligó a expandirse. La súbita presión de los campos escalares antigravitatorios estiró rápidamente el espacio, separando por siempre esa región más allá del horizonte de luz de cualquier otra región del multiverso, creando, efectivamente, un nuevo universo en el racimo.

Lo más difícil era ajustar las constantes fundamentales. Había que lograr la inflación, estimular la expansión en ciertas dimensiones y plegar otras. Así nacía un subuniverso similar al suyo propio pero con algunas sutiles variaciones.

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