—¿Y por qué, señor Blanky? —preguntó el comandante Fitzjames. Su voz confiada tenía un ligero ceceo—. Ya con la estación tan entrada, entiendo que deberíamos tener todavía canales abiertos hasta que el mar se congele de verdad, y se cierre hacia la tierra, digamos al sudoeste de la península de la Tierra del Rey Guillermo, y deberíamos tener aguas abiertas durante otro mes o más.
El patrón del hielo Blanky meneó la cabeza negativamente.
—No. Esto no son bandejas ni hielo blando, caballeros, lo que estamos viendo aquí es la banquisa propiamente dicha. Baja desde el noroeste. Piensen en ello como en una serie de glaciares gigantes... que van produciendo icebergs y helando el mar durante centenares de kilómetros, a medida que fluyen hacia el sur. Sencillamente, hemos estado protegidos de todo eso.
—¿Qué es lo que nos ha protegido? —preguntó el teniente Gore, un oficial extraordinariamente guapo y afable.
Fue el capitán Crozier quien respondió, haciendo una señal a Blanky de que retrocediera.
—Todas las islas que teníamos al oeste a medida que bajábamos hacia el sur, Graham —dijo el irlandés—. Igual que hace un año descubrimos que la tierra de Cornwallis era una isla, ahora sabemos que la Tierra del Príncipe de Gales en realidad es la isla del Príncipe de Gales. La gran masa de esa isla ha bloqueado la fuerza de esa corriente de hielo hasta que hemos salido del estrecho de Peel. Ahora vemos que todo es banquisa que se ve forzada hacia el sur entre cualquier isla que haya a nuestro noroeste, posiblemente hasta tierra firme. Cualquier agua abierta que haya a lo largo de la costa hacia el sur no durará mucho. Ni tampoco nosotros, si seguimos adelante e intentamos pasar el invierno aquí, en la banquisa abierta.
—Es su opinión —dijo sir John—. Y se la agradecemos mucho, Francis. Pero nosotros decidiremos cuál va a ser nuestro curso de acción. Sí... ¿James?
El comandante Fitzjames parecía, como siempre, relajado y dominando la situación. En realidad había ganado algo de peso durante la expedición, de modo que parecía que los botones de su uniforme iban a saltar. Tenía las mejillas sonrosadas y el largo cabello rubio colgaba formando rizos más largos que en Inglaterra. Sonrió a todos los que se encontraban en torno a la mesa.
—Sir John, estoy de acuerdo con el capitán Crozier en que verse atrapados en la banquisa, tal como parece que va a suceder, sería muy desafortunado, pero no creo que sea ése nuestro destino si seguimos adelante. Creo que es imperativo que nos dirijamos hacia el sur mientras podamos, o bien para alcanzar las aguas abiertas y conseguir nuestro objetivo de encontrar el paso del Noroeste, cosa que creo que debemos conseguir antes de que se afiance el invierno, o sencillamente para encontrar unas aguas más seguras junto a la costa, quizás un puerto donde podamos pasar el invierno en relativa comodidad, como hicimos en la isla de Beechey. A fin de cuentas, sabemos por las expediciones anteriores de sir John a estas tierras y por previas expediciones navales que el agua tiende a permanecer abierta mucho más tarde junto a la costa por las aguas más cálidas que proceden de los ríos.
—¿Y si no llegamos a las aguas abiertas de la costa dirigiéndonos hacia el sudoeste? —preguntó Crozier, sosegadamente.
Fitzjames hizo un gesto de desdén.
—Al menos, estaremos más cerca de nuestro objetivo cuando llegue el deshielo, la primavera próxima. ¿Qué otra alternativa tenemos, Francis? ¿No sugerirá en serio que volvamos a subir el estrecho hacia Beechey o intentemos retirarnos a la bahía de Baffin?
Crozier meneó la cabeza.
—Ahora podemos navegar con la misma facilidad hacia el este de la Tierra del Rey Guillermo o al oeste... más fácilmente, porque sabemos por nuestros vigías y exploradores que hay todavía aguas abiertas bien amplias hacia el este.
—¿Navegar hacia el este de la Tierra del Rey Guillermo? —dijo sir John, con voz incrédula—. Francis, eso sería un callejón sin salida. Estaríamos al abrigo de la península, sí, pero atrapados a centenares de kilómetros al este de aquí, en una bahía larga que quizá no se deshiele la primavera próxima.
—A menos... —dijo Crozier, paseando la mirada en torno a la mesa—, a menos que la Tierra del Rey Guillermo sea también una isla. En cuyo caso tendríamos la misma protección de la banquisa que fluye desde el noroeste que la isla del Príncipe de Gales nos ha estado otorgando durante el último mes de viaje. Es probable que las aguas abiertas al lado este de la Tierra del Rey Guillermo se extiendan casi hasta la costa, donde podemos navegar hacia el oeste a lo largo de aguas más cálidas durante más semanas, quizás encontrar incluso un refugio perfecto, en la boca de algún río por ejemplo, si tenemos que pasar un segundo invierno en el hielo.
Hubo un largo silencio en la sala.
El teniente del
Erebus,
H. T. D. Le Vesconte, se aclaró la garganta.
—Usted cree en las teorías del excéntrico doctor King —dijo sin alterarse.
Crozier frunció el ceño. Sabía que las teorías del doctor Richard King, que ni siquiera era un hombre de la Marina sino un simple civil, no gustaban y se rechazaban de plano, sobre todo porque King creía (y lo había expresado así con mucha vehemencia) que las expediciones navales grandes, como la de sir John, eran estúpidas, peligrosas y absurdamente caras. King creía, basándose en sus mapas y en su experiencia con la expedición por tierra de Back años atrás, que la Tierra del Rey Guillermo era una isla, mientras que Boothia, la ostensible isla, más al este aún, en realidad era una larga península. King aseguraba que la forma más fácil y segura de encontrar el paso del Noroeste era enviar pequeñas partidas por tierra hacia el norte de Canadá y seguir las aguas costeras, más cálidas, y que los centenares de miles de kilómetros cuadrados de aguas del mar del Norte eran un peligroso laberinto de islas y corrientes de hielo que se podía tragar a mil buques como el
Erebus
y el
Terror.
Crozier sabía que había un ejemplar del controvertido libro de King en la biblioteca del
Erebus,
lo había comprobado y leído, y todavía estaba en el camarote de Crozier, en el
Terror.
Pero también sabía que era el único hombre de la expedición que había leído ese libro o que lo leería en el futuro.
—No —dijo entonces Crozier—, no estoy suscribiendo las teorías de King, sino que simplemente sugiero una posibilidad bastante buena. Miren, pensábamos que la tierra de Cornwallis era grande, que quizá formaba parte del continente ártico, pero la hemos circunnavegado en pocos días. Muchos de nosotros pensábamos que la isla de Devon continuaba hacia el norte y el oeste directamente hacia el océano Polar Abierto, pero nuestros dos buques han encontrado su extremo occidental, y hemos visto los canales abiertos al norte.
»Nuestras órdenes nos indican que debemos navegar directamente al sudoeste desde el cabo Walker, pero hemos averiguado que la Tierra del Príncipe de Gales se interpone directamente en el camino..., y lo que es más importante, que casi sin duda alguna se trata de una isla. Y la franja baja de hielo que hemos atisbado al este, mientas nos dirigíamos al sur, quizá fuese un estrecho helado, que podría separar la «isla» de Somerset de la Boothia Félix, demostrando así que King estaba equivocado, y que Boothia no es una península que continúa todo el camino hacia el norte, hasta el estrecho de Lancaster.
—No existe prueba alguna de que la zona más baja de hielo que hemos visto fuese un estrecho —dijo el teniente Gore—. Es mucho más sensato pensar que es un istmo bajo cubierto de hielo, como vimos en la isla de Beechey.
Crozier se encogió de hombros.
—Quizá, pero nuestra experiencia en esta expedición ha sido que las masas de tierra que se pensaba que eran muy grandes o estaban conectadas se ha demostrado que en realidad eran islas. Sugiero que invirtamos la marcha, que evitemos la banquisa en el sudoeste y que naveguemos hacia el este y luego hacia el sur por la costa oriental de lo que podría ser la «isla» del Rey Guillermo. Al final quedaremos al abrigo de ese... glaciar marino del que nos habla el señor Blanky... y si descubrimos lo peor, que se trata de una bahía larga y estrecha, entonces hay grandes probabilidades de que podamos navegar de nuevo hacia el norte en torno al cabo de la Tierra del Rey Guillermo el próximo verano, y volveremos aquí sin haber perdido gran cosa.
—Excepto el carbón consumido, y un tiempo precioso perdido —dijo el comandante Fitzjames.
Crozier asintió.
Sir John se frotó las mejillas redondas y bien afeitadas.
En el silencio que siguió, habló James Thompson, el ingeniero del
Terror.
—Sir John, caballeros, ya que ha surgido el tema de las reservas de carbón de los buques, me gustaría mencionar que estamos muy, muy cerca de alcanzar, y lo digo literalmente, un punto sin retorno en términos de combustible. En las pasadas semanas, usando nuestros motores de vapor para forzar un camino a través de los flecos de esta banquisa, hemos consumido más de un cuarto de las reservas de carbón que nos quedan. Ahora estamos justo por encima del cincuenta por ciento de nuestra reserva de carbón..., menos de dos semanas de vapor normal, pero sólo unos cuantos días intentando forzar el hielo como hemos hecho. Si debemos quedarnos varados otro invierno, quemaremos gran parte de esa reserva sólo para volver a calentar los buques.
—Siempre podemos enviar a una partida a la costa a que corten árboles para leña —dijo el teniente Edward Little, sentado a la izquierda de Crozier.
Durante un minuto todos los hombres que estaban en la habitación excepto sir John se rieron de buena gana. Fue una forma de romper la tensión que se agradeció mucho. Quizá sir John estuviese recordando sus primeras expediciones por tierra al norte, a las regiones costeras que ahora se encontraban al sur. La tundra de la tierra firme se extendía durante novecientos áridos kilómetros al sur desde la costa, antes de ver el primer árbol o arbusto.
—No hay forma de maximizar las distancias de vapor —dijo Crozier apaciblemente en el silencio más relajado que siguió a las risas.
Las cabezas de todos los presentes se volvieron hacia el capitán del
HMS Terror.
—Transferiremos toda la tripulación y el carbón del
Erebus
al
Terror
y así escaparemos —continuó Crozier—. O bien por encima del hielo hacia el sudoeste, o bien para reconocer la costa este de la Tierra o isla del Rey Guillermo hacia el sur.
—El todo por el todo —dijo el patrón del hielo Blanky, en el silencio asombrado que siguió—. Sí, me parece lo más sensato.
Sir John se limitó a parpadear. Cuando por fin recuperó la voz, todavía sonaba incrédula, como si Crozier hubiese hecho una nueva broma que no comprendía.
—¿Abandonar el buque insignia? —dijo al fin—. ¿Abandonar el
Erebus?
—Miró a su alrededor como si obligando a los demás oficiales a mirar su camarote dirimiera aquel asunto de una vez para siempre: los mamparos forrados de estantes y libros, el cristal y la porcelana en la mesa, las tres claraboyas patentadas Preston, colocadas en todo lo ancho de la parte superior, que permitían que la bella luz de finales del verano inundase el camarote—. ¿Abandonar el
Erebus,
Francis? —repitió, en voz más alta, pero con el tono de alguien que quiere que le expliquen una oscura broma.
Crozier asintió.
—El eje principal está torcido, señor. Nuestro propio ingeniero, el señor Gregory, nos ha dicho que no se puede reparar, ni replegar más, si no es en el dique seco. Ciertamente, no mientras estemos en la banquisa. Lo único que hará es empeorar. Con dos buques sólo tenemos unos pocos días o unas semanas de carbón para la batalla necesaria para combatir la banquisa. Nos quedaremos embarrancados, ambos buques, si no lo conseguimos. Si embarrancamos en mar abierto, al oeste de la tierra del Rey Guillermo, no tenemos ni idea del lugar hacia donde la corriente moverá el hielo del que formaremos parte. Existe un enorme riesgo de que nos veamos arrojados a los bajíos a lo largo de la costa de sotavento. Eso significa la destrucción de cualquier barco, hasta uno tan maravilloso como éste. —Crozier miró a su alrededor, asintiendo, y a las claraboyas que tenía encima—. Pero si trasladamos todo el combustible al buque menos dañado —continuó Crozier—, y especialmente si tenemos algo de suerte al encontrar aguas abiertas bajando por el lado este de la Tierra del Rey Guillermo, tendremos mucho más de un mes de combustible para recorrer a vapor toda la costa occidental, lo más rápido que podamos. El
Erebus
habrá sido sacrificado, pero podríamos..., podremos llegar al cabo Turnagain y a enclaves familiares de la costa al cabo de una sola semana. Completar el paso del Noroeste hacia el Pacífico este año, en lugar del siguiente.
—¿Abandonar el
Erebusl
—repitió sir John.
No parecía enfadado, sólo perplejo por la incongruencia de la idea que se estaba discutiendo.
—Pero estaríamos muy apretados a bordo del
Terror
—dijo el comandante Fitzjames. Parecía estar considerando la idea en serio.
El capitán sir John se volvió hacia la derecha y miró a su oficial favorito. El rostro de sir John estaba asumiendo poco a poco la fría sonrisa de un hombre al que no sólo han dejado fuera de una broma a propósito, sino que podría ser su objeto.
—Apretados sí, pero no sería intolerable por un mes o dos —dijo Crozier—. El señor Honey y su carpintero, el señor Weekes, supervisarían la demolición de los mamparos interiores... Habría que desmantelar todos los camarotes de los oficiales, excepto la sala Grande, que podría convertirse en camarote de sir John a bordo del
Terror,
y quizá comedor de oficiales también. Eso nos daría bastante espacio aunque tuviésemos que pasar otro año o más en los hielos. Estos antiguos barcos bombarderos tienen una gran cantidad de espacio bajo cubierta, al menos.
—Costaría bastante tiempo transferir el carbón y los víveres de a bordo —dijo el teniente Le Vesconte.
Crozier volvió a asentir.
—He hecho que mi amanuense, el señor Helpman, preparase algunas cifras preliminares. Quizá recuerden que el señor Goldner, el proveedor de comida enlatada para la expedición, no entregó la mayor parte de sus mercancías hasta menos de cuarenta y ocho horas antes de que zarpásemos, de modo que tuvimos que reordenar los artículos de ambos buques en gran medida. Lo hicimos a tiempo para estar listos en la fecha de nuestra partida. El señor Helpman estima que con ambas tripulaciones trabajando mientras haya luz diurna, durmiendo en turnos de media guardia, todo lo que guardamos en uno de los barcos podría transferirse al
Terror
en sólo tres días. Durante algunas semanas estaremos muy apiñados, pero será como si empezásemos la expedición de nuevo: las reservas de carbón al máximo, comida para otro año entero, y un buque en pleno funcionamiento.