El universo, los dioses, los hombres (2 page)

BOOK: El universo, los dioses, los hombres
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En su labor de excavación para sacar a la luz los «tesoros» subyacentes y el patrimonio común de los griegos, en ocasiones el investigador puede experimentar una sensación de frustración, como si, en el curso de su tarea, hubiera perdido de vista ese «placer extremo» del que La Fontaine gozaba de antemano sólo de pensar «que le contaran "Piel de Asno"». A ese placer del relato, que he evocado en las primeras líneas de este prefacio, le habría dicho adiós definitivamente, sin excesivo pesar, si hace veinticinco años, en la hermosa isla donde compartía con Julien vacaciones y narraciones, unos amigos no me hubieran pedido un día que les contara ciertos mitos griegos, cosa que hice. Luego me obligaron a aceptar el compromiso, tal fue su insistencia, de poner por escrito lo que les había contado. No fue fácil. Es muy incómodo el paso de la narración oral al texto. No sólo porque éste carece de lo que da sustancia y vida a aquélla —la voz, el tono, el ritmo, el gesto—, sino también porque, tras esas formas de expresión, existen dos estilos diferentes de pensamiento. Cuando se reproduce directamente sobre papel una intervención oral, el texto no se sostiene. Cuando, por el contrario, se comienza por escribir el texto, su lectura en voz alta no engaña a nadie: no está hecho para ser escuchado, es ajeno a la oralidad. A esta primera dificultad, escribir como se habla, se añaden unas cuantas más. Es preciso, en primer lugar, elegir una versión, es decir, dejar en segundo término las variantes, borrarlas, silenciarlas. Además, el narrador interviene personalmente en la manera de contar la versión elegida y se convierte en intérprete en la medida en que no existe un modelo establecido de modo definitivo del guión mítico que expone. ¿Cómo, por otra parte, podría olvidar el investigador, cuando se convierte en narrador, que también es un científico a la búsqueda de la base intelectual de los mitos y que introducirá en su relato algunos de los significados cuya importancia le han hecho valorar sus estudios anteriores?

No desconozco ni los obstáculos ni los peligros. Sin embargo, he dado el paso. He intentado explicar cómo podría seguir perpetuándose la tradición de esos mitos. Quería que la voz que en otros tiempos, durante siglos, se dirigía directamente a los oyentes griegos, ahora callada, hablara de nuevo a los lectores actuales, y que, al menos en algunas páginas de este libro —¡ojalá lo haya conseguido!— fuera la misma, a modo de eco, la que resonara.

EL ORIGEN DEL UNIVERSO

¿Qué había antes de que existiera el mundo tal como lo conocemos? Los griegos contestaron a esta pregunta mediante unos relatos y unos mitos.

Al principio, sólo existía el Vacío; los griegos lo llamaron
Caos.
¿Qué es el Caos? Una inmensidad vacua, negra y oscura, en la que nada se veía. Una especie de caída, de vértigo, de confusión, sin fin, sin fondo. Era un vacío tan impresionante como una inmensa boca siempre abierta en la que todo quedara engullido en una misma noche indiferenciada. En el origen, pues, sólo existía el Caos, abismo ciego, oscuro, ilimitado.

Después apareció la Tierra. Los griegos la llamaron
Gea.
La Tierra surgió del propio seno del Caos. Hela aquí, pues, nacida con posterioridad al Caos y representando, según cómo se mire, su antítesis. La Tierra ya no es ese espacio vacío, esa especie de caída oscura, ilimitada e indefinida. La Tierra posee una forma distinta, separada y precisa. A la confusión, a la tenebrosa indiferenciación del caos, se enfrenta la claridad, la firmeza, la estabilidad de Gea. Sobre la Tierra todo aparece dibujado, visible, sólido. Podríamos definir a Gea como aquello sobre lo cual los dioses, los hombres y los animales pueden caminar con soltura. Es el suelo del mundo.

EN EL SUBSUELO DE LA TIERRA: EL CAOS

Nacido del inmenso Caos, el mundo tiene ahora un suelo. Por una parte, este suelo se alza hacia la altura en forma de montañas; por otra, se hunde hacia la profundidad en forma de abismo. Este subsuelo se prolonga indefinidamente, de manera que, en cierto modo, lo que se encuentra en la base de Gea, bajo el suelo firme y sólido, siempre es el abismo, el Caos. La Tierra, surgida en el seno del Caos, está cada vez más próxima a él en las profundidades del abismo. El Caos evoca para los griegos una especie de neblina opaca en la que todas las fronteras se confunden. En lo más hondo de la Tierra vuelve a encontrarse este aspecto caótico inicial.

Aunque la Tierra sea perfectamente visible, tenga una forma específica y todo lo que nazca de ella posea también, a su imagen, límites y fronteras diferenciados, sigue siendo de todos modos, en sus profundidades, similar al Caos. Es la Tierra tenebrosa. Los adjetivos que la definen en los relatos pueden ser similares a los que explican el Caos. La Tierra tenebrosa se extiende entre la profundidad y la altura; entre la oscuridad y el enraizamiento en el Caos que representan sus profundidades, por un lado, y, por otro, las montañas coronadas de nieve que proyecta hacia el cielo, las luminosas montañas cuyas cumbres más altas alcanzan la zona del cielo continuamente inundada de luz.

La Tierra constituye la base de esa morada, llamada el
cosmos,
pero no es la única función que desempeña. Engendra y alimenta todas las cosas, salvo algunas entidades de las que hablaremos más adelante y que han salido del Caos. Gea es la madre universal. Los bosques, las montañas, las profundas grutas, las olas del mar, el vasto cielo, nacen siempre de Gea, la Tierra madre. Así pues, al principio existió el Vacío, el Caos, inmensa boca informe semejante a una oscura sima, sin límites, pero que en un momento posterior se abre sobre un sólido suelo: la Tierra. Esta se lanza hacia las alturas y se hunde en las profundidades.

Después del Caos y la Tierra aparece, en tercer lugar, lo que los griegos llamaron
Eros y
denominaron más adelante «el viejo Amor», representado con canas en las imágenes: es el Amor primordial. ¿Por qué este Eros primordial? Porque, en esas épocas lejanas, todavía no existen lo masculino y lo femenino tal como nosotros lo conocemos, no hay seres sexuados. Este Eros primordial no es el que surgirá más adelante de la existencia de hombres y mujeres, de machos y hembras. A partir de ese momento, el problema consistirá en acoplar a sexos opuestos, lo que conlleva necesariamente el deseo por parte de cada ser implicado, cierta forma de consentimiento, en suma.

Así pues, el Caos es asexuado, no es masculino. Sin embargo, Gea, la Tierra madre, es, necesariamente, femenina, Pero ¿a quién puede amar, como no sea a sí misma, ya que está sola, sin más compañía que el Caos? El Eros, que aparece en tercer lugar, después del Caos y la Tierra, no es, al principio, responsable de hacer nacer los amores sexuados. El primer Eros es una manifestación de la energía cósmica. De la misma manera que la Tierra ha surgido del Caos, brotará de ella lo que contiene en sus profundidades. Lo que estaba mezclado en sus entrañas es llevado al exterior: ha parido sin necesidad de unirse con otro ser. Lo que la Tierra entrega y manifiesta es lo mismo que permanecerá, envuelto en el misterio, en su seno.

La Tierra pare en primer lugar a un personaje muy importante:
Urano,
el Cielo, en el que se incluyen todos los astros que lo pueblan. A continuación trajo al mundo a
Ponto,
es decir, el agua, todas las aguas, y, más exactamente, el mar, ya que la palabra griega es masculina. En resumen, la Tierra los concibió sin unirse a nadie. Mediante la fuerza íntima que llevaba consigo, la Tierra desarrolló lo que ya estaba en su seno y que, a partir del momento en que salió de ella, se convirtió en su doble y su contrario. ¿Por qué? Porque la Tierra produjo un Cielo estrellado idéntico a sí misma, una copia tan sólida y firme como ella y de su misma dimensión. Acto seguido, Urano copuló con ella. Tierra y Cielo constituyen dos planos superpuestos del universo, un suelo y un techo, un piso inferior y otro superior que se acoplan por completo.

Cuando la Tierra parió a Ponto, la personificación masculina del mar, éste la completó, se introdujo en su interior y la limitó en la forma de vastas extensiones líquidas. Ponto, el mar, al igual que Urano, es el polo opuesto de la Tierra. Mientras que ésta es sólida y compacta, y en ella las cosas no pueden mezclarse, Ponto es todo lo contrario: es líquido, fluido, informe, inaprehensible; sus aguas se mezclan, indiferenciadas y confundidas. En la superficie, Ponto es luminoso, pero en sus profundidades no puede ser más oscuro, lo que lo une, tal como le ocurre a la Tierra, con el Caos.

De ese modo se construye el mundo a partir de tres entidades primordiales:
Caos, Gea y Eros
y, a continuación, de dos entidades paridas por la Tierra:
Urano y Ponto.
Son, simultáneamente, fuerzas naturales y divinidades.
Gea
es la tierra que pisamos y, al mismo tiempo, una diosa.
Ponto
representa los flujos marinos y constituye, por tanto, un poder divino, al que se puede tributar culto. A partir de ahí se originan relatos muy distintos, historias violentas y dramáticas.

LA CASTRACIÓN DE URANO

Comencemos por el Cielo, por Urano, parido por Gea y semejante en todo a ella. Es clavado a la que lo ha engendrado, igualito que ella. El Cielo coincide completamente con la Tierra. Cada porción de tierra va acompañada de un pedazo de cielo que se pega, por así decirlo, a su piel. A partir del momento en que Gea, una divinidad poderosa, la Tierra madre, engendra a Urano, que es su réplica exacta, su duplicado, su doble simétrico, nos encontramos en presencia de una pareja de contrarios, un macho y una hembra. Urano es
el
Cielo de la misma manera que Gea es
la
Tierra. Una vez entra en juego Urano, Eros tiene otro papel. Ya no es únicamente Gea lo que produce de sí misma lo que lleva en ella, ni Urano la que lleva en él, sino que de la conjunción de esas dos fuerzas nacen unos seres que se diferencian de ambos progenitores.

Urano no cesa de desarrollarse en el seno de Gea. El Urano primordial no tiene más actividad que la sexual: cubrir a Gea incesantemente, todo lo que puede; no piensa en otra cosa, es lo único que hace. La pobre Tierra se encuentra entonces preñada de una serie de criaturas que no pueden salir de su seno, que siguen alojadas en el mismo lugar en que las ha concebido tras ser fecundada. Como Cielo no se separa jamás de Tierra, entre los dos no existe un espacio que permita a sus criaturas, los Titanes, salir a la luz y tener una existencia autónoma. No pueden adoptar la forma que les corresponde, no pueden llegar a ser unos seres individualizados porque están continuamente comprimidos en el sexo de Gea, de la misma manera que Urano estaba incluido en su seno antes de nacer.

¿Quiénes son los hijos de Gea y Urano? Son, inicialmente, los seis Titanes y sus seis hermanas, las Titánides.

El primero de los Titanes se llama
Océano.
Es el cinturón líquido que rodea el universo y corre en círculo, de manera que su principio y su final se confunden: el río cósmico gira en circuito cerrado sobre sí mismo. El más joven de los Titanes lleva el nombre de
Cronos,
y lo apodan «Cronos el de las ideas astutas». Además de los Titanes y las Titánides nacen dos tríos de seres monstruosos. El primero es el de los Cíclopes —Brontes, Estéropes y Arges—, personajes muy poderosos que sólo tienen un ojo y cuyos nombres dicen con suficiente claridad a qué tipo de metalurgia se dedican: el estruendo del trueno, el fulgor del relámpago y el rayo. Son, en efecto, quienes fabricarán el rayo para regalárselo a Zeus. El segundo trío está formado por los llamados Hecatonquiros: Coto, Briareo y Giges. Son seres de talla gigantesca, que tienen cincuenta cabezas y cien brazos, cada uno de éstos dotado de una fuerza terrible.

Ya tenemos, junto a los Titanes y las Titánides, a los primeros dioses individualizados —no son simplemente, a diferencia de Gea, Urano o Ponto, el nombre dado a unas fuerzas naturales—. Los Cíclopes son capaces de fulminar con la vista. Poseen un único ojo en el centro de la frente, un ojo capaz de fulminar, como el arma que ofrecerán a Zeus. Personifican el poder mágico del ojo. Por su parte, los Hecatonquiros personifican la fuerza bruta, la capacidad de vencer, de triunfar por la fuerza física del brazo. Capacidad de fulminar para unos; para otros, fuerza bruta: manos capaces de juntar, estrechar, romper, vencer, dominar a cualquier criatura del mundo. Pero volvamos a cuando Titanes, Hecatonquiros y Cíclopes están aún en el vientre de Gea, pues Urano yace continuamente encima de ella.

Todavía no existe realmente la luz, porque Urano mantiene una noche permanente al cubrir a Gea. La Tierra da, por fin, libre curso a su cólera. Está furiosa por tener que aguantar a sus hijos en su seno, ya que, al no poder salir, la hinchan, la comprimen y la sofocan. Se dirige a ellos, especialmente a los Titanes, y les dice: «Escuchadme, vuestro padre nos injuria, nos somete a unas violencias espantosas, tenemos que acabar con esto. Debéis rebelaros contra vuestro padre, el Cielo.» Al escuchar estas tremendas palabras, los Titanes, en el vientre de Gea, se aterrorizan. Urano, siempre metido en su madre, tan grande como ella, no les parece un enemigo fácil. Sólo el benjamín, Cronos, accede a ayudar a Gea y enfrentarse a su padre.

La Tierra concibe un plan especialmente retorcido. Para ejecutar su proyecto, fabrica en su propio interior un instrumento, una hoz, una
hárpe,
de hierro blanco. Coloca después esta hoz en la mano del joven Cronos, que está en el vientre de su madre, donde Urano se aparea con ella, y permanece atento y al acecho. Y cuando Urano se derrama en Gea, agarra con la mano izquierda las partes verendas de su padre, las sujeta firmemente y, con la hoz que empuña en la mano derecha, las corta. Después, sin girarse, para evitar la maldición que su acto podría reportarle, arroja por encima del hombro el miembro viril de Urano. De ese miembro viril, cortado y lanzado hacia atrás, van cayendo sobre la tierra gotas de sangre mientras sigue volando por los aires hasta caer al mar. Urano, al ser castrado, lanza un alarido de dolor y se aleja rápidamente de Gea. Se establece entonces en la cima del mundo, de donde no se moverá jamás. Como Urano tiene el mismo tamaño que Gea, no hay un solo pedazo de tierra que no tenga sobre él, cuando se levantan los ojos, un pedazo equivalente de cielo.

LA TIERRA, EL ESPACIO, EL CIELO

Al castrar a Urano, por consejo de su astuta madre, Cronos da un paso fundamental para el nacimiento del cosmos. Separa el cielo de la tierra. Crea entre ambos un espacio libre: todo lo que la tierra producirá, todo lo que los seres vivos haremos nacer, tendrá un lugar para respirar y vivir. Por una parte, el espacio es liberado, pero, por otra, el tiempo se ha transformado. Mientras Urano yacía sobre Gea, no existían generaciones sucesivas, sólo había una, que permanecía aprisionada en el interior del ser que la había engendrado. A partir del momento en que Urano se retira, los Titanes y las Titánides pueden salir del seno materno y procrear entre sí. Se abre entonces una sucesión de generaciones. El espacio se ha liberado y el «cielo estrellado» desempeña ahora el papel de techo, es una especie de gran dosel sombrío extendido por encima de la tierra. De vez en cuando, este cielo negro se iluminará, ya que a partir de ahora se alternan el día y la noche. Unas veces sólo aparece un cielo negro punteado por la luz de las estrellas; otras, por el contrario, surge un cielo luminoso, sólo con la sombra de las nubes.

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