El universo, los dioses, los hombres (8 page)

BOOK: El universo, los dioses, los hombres
7.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

Lo que finalmente se ofrece a los dioses mediante la mascarada ideada por Prometeo es la vitalidad de la bestia, mientras que lo que reciben los hombres, la carne, sólo es el animal muerto. Los hombres tienen que alimentarse de cadáveres; el carácter mortal que simboliza ese reparto es decisivo. A partir de ahora los humanos serán los mortales, los efímeros, al contrario que los dioses, que serán los no mortales. Gracias a esta distribución del alimento, los humanos quedan marcados con el sello de la mortalidad, mientras que los dioses gozarán de la perennidad. Es algo que ha visto muy bien Zeus.

Si Prometeo se hubiera limitado a hacer dos partes, por un lado los huesos y por otro la carne, Zeus habría podido elegir los huesos y la vida del animal. Pero, como todo estaba falseado por las apariencias engañosas, como la carne estaba oculta en la
gastér,
en la panza, y los huesos estaban disimulados bajo el lardo reluciente, Zeus comprende que Prometeo ha querido engañarlo. Así que decide castigarlo. De hecho, esta sucesión de artimañas que se establece entre Zeus y el Titán, con la que ambos intentan engañar al otro, viene a ser una especie de partida de ajedrez, una serie de jugadas pensadas para derrotar al adversario, para darle jaque mate. Aunque las astucias del Titán lo pusieron nervioso en más de una ocasión, al final Zeus ganó la partida.

UN FUEGO MORTAL

En el transcurso del segundo acto Prometeo pagará por su fraude. Tras el engaño de que ha sido objeto, Zeus decide negar a los hombres tanto el fuego como el trigo. Al igual que en el juego del ajedrez, cada movimiento responde a otro: Prometeo había ocultado la carne en algo repugnante y los huesos, por el contrario, en algo que resultaba apetitoso. Zeus se dispone a vengarse. En el marco del chantaje entre los dioses y los hombres, Zeus quiere sustraer a los hombres lo que antes tenían a su alcance. Hasta entonces, éstos disponían libremente del fuego porque el fuego de Zeus, el fuego del rayo, se encontraba en la copa de algunos árboles, los fresnos, de donde los hombres no tenían más que cogerlo. El mismo fuego circulaba entre los dioses y los hombres a través de esos grandes árboles en los que Zeus lo depositaba. Así pues, los hombres disponían del fuego igual que disponían de los alimentos: los cereales, que crecían por sí solos, y la carne, que ya se presentaba cocida. Zeus oculta el fuego, situación de lo más desagradable para los hombres, ya que han de cocinar la carne del animal sacrificado para poderla comer. Los mortales no son caníbales ni animales salvajes que comen la carne cruda. Sólo pueden comerla si está cocinada, es decir hervida o asada.

Quedarse sin fuego es una catástrofe para los hombres. Zeus se siente regocijado. Prometeo idea entonces una añagaza. Fingiendo indiferencia, sube al cielo, por donde se pasea como un viajero curioso con una planta en la mano, un tallo de hinojo de intenso color verde. El hinojo tiene una característica especial: en cierto modo, su estructura es la opuesta de la de las demás plantas. En efecto, éstas se hallan secas por fuera, donde se encuentra la corteza, y húmedas por dentro, por donde circula la savia. Por el contrario, el hinojo es húmedo y verde por fuera, pero está seco por dentro. Prometeo se apodera de una semilla del fuego de Zeus,
spérma pyrós,
y la introduce en el hinojo, que comienza a arder por dentro a lo largo de su tallo. Prometeo baja de nuevo a la tierra, siempre como un viajero curioso que se pasea llevando en la mano un tallo de hinojo. Pero en el interior de la planta chisporrotea el fuego. Ese fuego, sacado de una semilla del fuego celestial, es entregado por Prometeo a los hombres. Entonces encienden sus hogares y cuecen la carne. Zeus, recostado en lo alto del cielo, contentísimo de su brillante idea de ocultar el fuego, ve brillar de repente su resplandor en todas las casas. Se enfurece. Vemos aquí que Prometeo utiliza el mismo procedimiento del que se había servido para el reparto del sacrificio. Juega de nuevo con la oposición entre lo interno y lo externo, con la diferencia entre la apariencia exterior y la realidad interior.

Al mismo tiempo que el fuego, Zeus había ocultado a los hombres el
btos,
la vida. Es decir, el alimento vital, los cereales, el trigo, la cebada. Ya no da el fuego, y tampoco da los cereales. En la época de Cronos, y en el mundo de Mecone, el fuego estaba al alcance de los hombres en los fresnos, los cereales crecían por sí solos y no era necesario trabajar la tierra. No existían el trabajo ni la labranza. El hombre no tenía que participar activamente en la recolección de su sustento. No estaba sometido al esfuerzo, ni a la fatiga, ni al agotamiento, para conseguir los alimentos que necesitaba para vivir. Ahora, por elección de Zeus, lo que era espontáneo se convierte en laborioso y difícil. El trigo está oculto.

De la misma manera que Prometeo tuvo que disimular una semilla de fuego en una planta para transportarla a la morada de los hombres, ahora los pobres humanos tendrán que ocultar la semilla de trigo y los granos de cebada en el vientre de la tierra. Hay que labrar surcos en su piel a fin de ocultar la semilla para que germine la espiga. En suma, de repente se hace necesaria la agricultura. Habrá que ganarse el pan con el sudor de la frente, transpirando sobre los surcos y arrojando allí las semillas. Pero también será preciso procurar conservar la semilla de un año para otro y no comer todo lo que se ha producido. Harán falta vasijas para almacenar en la casa del agricultor esas cosechas que no se pueden consumir por completo. Será indispensable guardar una reserva para que en la primavera, en la difícil unión del invierno con la nueva cosecha, los hombres no pasen hambre.

De la misma manera que existe la
spérma
del fuego, existe la del trigo. A partir de ese momento, los hombres se ven obligados a trabajar para vivir. Recuperan el fuego, pero es un fuego que, al igual que el trigo, ya no es lo que era antes. El fuego que Zeus ha ocultado es el fuego celestial, el que Zeus tiene en la mano permanentemente, un fuego que no disminuye jamás y nunca desaparece: un fuego inmortal. El fuego del que disponen ahora los hombres, a partir de esa semilla de fuego, es un fuego que ha «nacido», ya que ha salido de una semilla, y, por consiguiente, es un fuego mortal. Será preciso mantenerlo y vigilarlo. Ese fuego tiene un apetito semejante al de los mortales. Si no es alimentado continuamente, se apaga. Los hombres lo necesitan, y no sólo para calentarse, sino también para comer. Al contrario que los animales, no devoran la carne cruda, por lo que tienen que cocinarla. Y hacerlo exige seguir un ritual y atenerse a unas reglas para que los alimentos queden guisados.

Para los griegos, el trigo es una planta cocida por el ardor del sol, pero también por el trabajo de los hombres. A continuación, hay que cocinarlo en la panadería, metiéndolo en el horno. Así pues, el fuego se convierte realmente en la marca de la cultura humana. El fuego prometeico, sustraído con astucia, es realmente un fuego «técnico», un procedimiento intelectual, que diferencia a los hombres de los animales y consagra su carácter de criaturas civilizadas. Sin embargo, en la medida en que el fuego humano, al contrario que el divino, necesita ser encendido para vivir, tiene también algo de bestia salvaje, pues su violencia, cuando se desencadena, ya no puede detenerse. Lo abrasa todo, no sólo el alimento que se le da, sino también las casas, las ciudades, los bosques; es una especie de bestia ardiente y hambrienta a la que nada satisface. A causa de su carácter extraordinariamente ambiguo, el fuego subraya la especificidad del hombre, sugiere incesantemente tanto su origen divino como su condición bestial, depende de los dos, al igual que el propio hombre.

PANDORA O LA INVENCIÓN DE LA MUJER

Llegados a este punto, cabría pensar que la historia ha concluido. Pero no es así. Comienza el tercer acto. Está claro que los hombres poseen la civilización, pues Prometeo les ha entregado todas las técnicas. Antes de su intervención, vivían en grutas como las hormigas, miraban sin ver, escuchaban sin oír, no poseían nada; pero después, gracias a él, se han convertido en seres civilizados, diferentes de los animales y de los dioses. Pero la lucha de astucias entre Zeus y Prometeo no ha terminado. Zeus ha ocultado el fuego, Prometeo se lo ha robado; Zeus ha ocultado el trigo, los hombres trabajan para ganarse su pan. Pero Zeus todavía no está satisfecho, considera que la derrota de su adversario no es total. Partiéndose de risa, como es su costumbre, idea una nueva contrariedad para fastidiarlo. Tercer acto.

Zeus convoca a Hefesto, Atenea, Afrodita y algunas deidades menores, como las Horas. Ordena a Hefesto que moje arcilla con agua y modele una especie de maniquí con rostro de
parthénos,
de mujer, o, más exactamente, de doncella, de mujer núbil, todavía soltera. Así pues, Hefesto modela una especie de maniquí, de estatua, con las facciones agraciadas de una hermosa joven. A continuación le corresponde a Hermes darle vida y conferirle la fuerza y la voz de un ser humano, así como otros detalles que se mencionarán a medida que avance el relato. Zeus pide entonces a Atenea y Afrodita que la vistan y resalten su belleza con el resplandor de los atavíos asociados al cuerpo femenino, los ornamentos, las joyas, los ceñidores y las diademas. Atenea le da una apariencia tan soberbia, brillante y luminosa como la del blanco lardo que rodeaba los huesos en el primer acto de este relato. La belleza de la joven reluce en todo su esplendor. Hefesto coloca sobre su cabeza una diadema que sujeta un velo de novia. La diadema está adornada con una decoración animal en la que se representan todas las bestias que pueblan el mundo, los pájaros, los peces, los tigres y los leones. La frente de la muchacha deslumbra con la vitalidad de todos los animales. Es un espectáculo espléndido,
tkaüma idesthaí
, una maravilla que deja transido de estupor y completamente enamorado.

Allí está la primera mujer, delante de los dioses y los hombres, todavía reunidos. Es un maniquí fabricado, pero no a imagen y semejanza de una mujer, ya que todavía no existe ninguna. Es la primera mujer, el arquetipo de la mujer. Lo femenino ya existía, porque existían las diosas. Este ser femenino ha sido modelado como una
parthénos,
a imagen y semejanza de las diosas inmortales. Los dioses han creado un ser de tierra y agua, al que han dotado del vigor,
sthénos
, y la voz,
phoné,
de un ser humano. Pero Hermes pone también en su boca unas palabras falaces, la dota de una mente de perra y de un temperamento de ladrón. Este maniquí, que es la primera mujer, del que ha salido toda la «raza de las mujeres», se presenta, como las partes del sacrificio o el hinojo, con un exterior engañoso. No es posible contemplarlo sin sentirse extasiado y hechizado. Posee la belleza de las diosas inmortales y su apariencia es divina. Hesíodo lo dice claramente: quedas deslumbrado. Su belleza, realzada por las joyas, la diadema, el traje y el velo, es hechicera. De ella se desprende la
cháris,
una gracia infinita, un resplandor que sumerge y domina al que la ve. Su
cháris
es infinita y múltiple,
pollé cháris.
Hombres y dioses caen rendidos a su encanto. Pero su interior esconde otra cosa, Su voz le permitirá convertirse en la compañera del hombre, ser su doble humano. Conversarán. Pero no se ha dado la palabra a la mujer para decir la verdad y expresar sus sentimientos, sino para mentir y ocultar sus emociones.

Está claro que de la descendencia de la Noche nacieron todos los males, la muerte, las matanzas y las Erinias, pero también ciertos entes que cabría traducir como «palabras falaces o seductoras», «unión o ternura amorosa». Ahora bien, desde su nacimiento, Afrodita también va acompañada de palabras falaces y atracción amorosa. Lo más tenebroso y lo más luminoso, lo que resplandece de felicidad y la más sombría lucha se juntan y toman la forma de esos embustes, de esa seducción amorosa. Fijémonos, por ejemplo, en Pandora, luminosa a la manera de Afrodita y semejante a una criatura de la Noche, hecha de mentiras y de coqueterías. Zeus no crea esa
parthénos
para los dioses, sino exclusivamente para los mortales. De la misma manera que se había librado de la discordia y la violencia enviándoselas a los mortales, Zeus les destina esa figura femenina.

Prometeo se siente vencido de nuevo. Comprende inmediatamente la desgracia que le espera al pobre género humano al que intenta favorecer. Como su nombre indica, Prometeo es el que comprende de antemano, el que prevé, mientras que su hermano, que se llama Epimeteo, es el que comprende todo cuando ya ha ocurrido,
epí,
demasiado tarde, aquel al que siempre se la dan con queso y está permanentemente decepcionado, que no ha previsto nunca nada. Nosotros, pobres y desdichados mortales, somos siempre y simultáneamente prometeicos y epimeteicos, podemos prever, hacer planes, y, las más de las veces, el curso de las cosas es contrario a nuestras expectativas, nos sorprende y nos pilla indefensos. Pues bien, Prometeo comprende lo que va a ocurrir y avisa a su hermano diciéndole: «Escúchame, Epimeteo, si alguna vez los dioses te mandan un regalo, es muy importante que no lo aceptes y lo devuelvas al lugar de donde ha venido.» Evidentemente, Epimeteo jura que no lo aceptará. Pero he aquí que los dioses le mandan el ser más encantador imaginable. Tiene ante sí a Pandora, el regalo de los dioses a los humanos. Llama a su puerta y Epimeteo, maravillado y deslumbrado, se la abre de par en par y la deja meterse en su morada. A la mañana siguiente, está casado y Pandora se ha instalado como esposa entre los humanos. Así comienzan todas las desdichas de éstos.

Ahora la humanidad es doble, ya no está constituida únicamente por seres de sexo masculino. La componen dos sexos diferentes, ambos necesarios para la reproducción humana. A partir del momento en que la mujer ha sido creada por los dioses, los hombres ya no surgen por generación espontánea, sino que nacen de las mujeres. Para reproducirse, los mortales tienen que aparearse, y eso desencadena un movimiento en el tiempo que es diferente.

¿Por qué, según los relatos griegos, Pandora, la primera mujer, tiene un corazón de perra y un temperamento de ladrón? Es algo que guarda relación con los dos primeros actos de este relato. Los hombres ya no disponen del trigo y el fuego como antes, con absoluta naturalidad, sin ningún esfuerzo y en todo momento. A partir de ahora el trabajo forma parte de la existencia; los hombres llevan una vida difícil, parca y precaria. Tienen que limitarse constantemente. El campesino dobla el espinazo sobre su campo a cambio de una escasa cosecha. Los hombres jamás disponen de suficientes bienes; necesitan, por tanto, ser austeros y prudentes para no gastar más de lo necesario. Ahora bien, Pandora, al igual que todo el
genos
, toda la «raza» de seres femeninos que han salido de ella posee, precisamente, la característica de mostrarse siempre insatisfecha, reivindicativa e incontinente. No se conforma con lo que hay, pues siempre es poco para ella. Quiere sentirse ahíta y colmada. Es lo que expresa el relato al precisar que Hermes le ha dado un «espíritu de perra». Su condición de perra es de dos tipos. En primer lugar, de tipo alimenticio. Pandora posee un apetito voraz, jamás se harta de comer, tiene que estar siempre sentada a la mesa. Es posible que conserve el vago recuerdo o el sueño de aquella época bendita de la edad de oro en Mecone, cuando, en efecto, los humanos estaban siempre a la mesa sin tener que hacer nada. En cualquier hogar donde haya una mujer reina un hambre insaciable, un hambre voraz. En este sentido, la situación es semejante a lo que ocurre en las colmenas. Por una parte, están las abejas obreras, que, desde primera hora de la mañana, vuelan por los campos, se posan en las flores y liban el néctar, que transportan a su colmena. Por otra parte, están los zánganos, que jamás abandonan la colmena y nunca están ahítos. Consumen toda la miel que las obreras han ido depositando pacientemente. Lo mismo ocurre en las casas de los humanos; por una parte están los hombres, que sudan en los campos, doblan el espinazo para abrir los surcos, vigilar y después recoger el grano, y, por otra parte, en el interior del hogar, están las mujeres, que, al igual que los zánganos, engullen la cosecha.

Other books

And the Band Played On by Christopher Ward
Nanny X by Madelyn Rosenberg
Desire (#3) by Cox, Carrie
The Mag Hags by Lollie Barr
Rattlesnake by Kim Fielding
The Salati Case by Tobias Jones
Secrets in the Shadows by V. C. Andrews