Read El universo, los dioses, los hombres Online
Authors: Jean-Pierre Vernant
La primera esposa de Zeus lleva el nombre de
Metis,
y personifica esa forma de inteligencia que, como se ha visto, le ha permitido conquistar el poder: la
métis
, la astucia, la capacidad de prever todo lo que tiene que ocurrir, de no sentirse sorprendido ni desorientado por nada, de no ofrecer jamás el flanco a un ataque inesperado. Así pues, Zeus se casa con Metis, que no tarda en quedar embarazada de Atenea. Zeus teme que un hijo pueda destronarlo a su vez. ¿Cómo evitarlo? Aquí vuelve a aparecer el tema de la deglución. Cronos se tragaba a sus hijos, pero no llegó a la raíz del mal, ya que mediante una
métis,
una estratagema, un vomitivo, se le hizo devolver a todos sus hijos. Zeus desea resolver el problema de un modo mucho más radical. Se dice que sólo hay una solución: no basta con que Metis esté cerca de él como esposa, necesita convertirse él mismo en Metis. No necesita una asociada ni una compañera, él tiene que ser la
métis
en persona. ¿Cómo? Metis tiene la capacidad de metamorfosearse, adopta todas las formas, al igual que Tetis y otras deidades marinas. Es capaz de convertirse en animal salvaje, hormiga o roca, lo que sea. Un duelo de artimañas se desarrolla entre la esposa, Metis, y el marido, Zeus. ¿Cuál de los dos vencerá?
Hay más de un motivo para suponer que Zeus utilizará un procedimiento que ya ha sido empleado en otras ocasiones. ¿En qué consiste? En la confrontación con una hechicera o un mago extraordinariamente dotados y poderosos, como es lógico, el enfrentamiento directo está condenado al fracaso. Si, por el contrario, se aborda de un modo artero, cabe una posibilidad de victoria. Zeus interroga a Metis: «¿Puedes adoptar realmente todas las formas? ¿Podrías ser un león que escupe fuego?» Al instante Metis se convierte en una leona que escupe fuego. Tremendo espectáculo. Zeus le pregunta a continuación: «¿Podrías ser también una gota de agua?» «Sí, claro.» «Demuestrámelo.» Así que ella se convierte en gota de agua, él se la bebe. Ya tenemos a Metis en el vientre de Zeus. La astucia sigue actuando. El soberano no se contenta con engullir a sus eventuales sucesores; encarna, a partir de ahora, en el curso del tiempo, en el flujo temporal, esa premonición astuta que permite burlar de antemano los planes de quienquiera que intente sorprenderle, aventajarle. Su esposa Metis, preñada de Atenea, se halla en su vientre. Así pues, Atenea no saldrá del seno de su madre, sino de la gran cabeza de su padre, que ha pasado a ser algo semejante al vientre de Metis. Zeus lanza gritos de dolor. Llama en su ayuda a Prometeo y Hefesto. Llegan con un hacha de doble hoja, asestan a Zeus un buen hachazo en el cráneo y, con un gran grito, Atenea sale de la cabeza del dios en forma de mujer joven y completamente armada, con su casco, su lanza, su escudo y su coraza de bronce. Atenea es la diosa de la inventiva, está llena de astucia. Al mismo tiempo, toda la astucia del mundo se concentra a partir de entonces en la persona de Zeus. Está protegido, ya nadie podrá sorprenderle. Ya está solucionado el gran problema de la soberanía. El mundo divino tiene un amo al que nada ni nadie puede cuestionar, gracias a que es la soberanía misma. A partir de ese momento nada puede amenazar el orden cósmico. Todo se resuelve cuando Zeus engulle a Metis y se convierte de ese modo en el
Metiétís,
el dios transformado por entero en
métis,
la Prudencia personificada.
Así termina, pues, la guerra de los dioses. Los Titanes han sido derrotados y los Olímpicos son los vencedores. En realidad, no hay nada decidido porque, después de la victoria de Zeus, en el preciso momento en que parece que el mundo está totalmente pacificado y reina un orden definitivo, estable y justo, Gea pare un nuevo ser, un joven llamado a veces Tifeo y, más comúnmente, Tifón. Lo ha concebido uniéndose enamorada, impulsada por la «Afrodita de oro», como dicen las tradiciones, a un personaje masculino que se llama Tártaro. Es ese abismo que en ella, en sus profundidades, representa como un sucedáneo, un eco, del Caos primordial. Subterráneo, brumoso y nocturno, Tártaro pertenece a un linaje completamente diferente de esas potestades celestiales llamadas los Olímpicos o incluso de los Titanes.
En cuanto éstos han sido expulsados del cielo, despedidos al fondo del Tártaro para permanecer allí eternamente encerrados, Gea, para engendrar un nuevo y último retoño, elige unirse precisamente a este Tártaro que se halla en las antípodas del cielo. Gea se sitúa, en tanto que suelo del mundo, a media distancia entre el cielo etéreo y el Tártaro en tinieblas. Si un yunque de bronce se deja caer desde lo alto del cielo, necesitará nueve días y nueve noches para alcanzar la tierra al décimo día. Y ese yunque, cayendo de la tierra hacia abajo, tardaría el mismo tiempo en llegar al Tártaro. Al crear a Urano y unirse a él, Gea ha engendrado todo el linaje de los dioses celestiales. Madre universal, lo concibe y prevé todo. Posee dones de oráculo y una forma de premonición que le permite revelar a su preferido en cada combate, las vías secretas, ocultas y maliciosas de la victoria. Pero Gea también es la Tierra negra, la madre brumosa. Subsiste en ella algo caótico y primitivo. No se identifica del todo con los dioses que campean en el éter brillante, nunca oscurecido por la más mínima penumbra. No se siente tan respetada como merece entre esos personajes que, desde la cima del Otris y la del Olimpo, se enfrentan incesantemente para dominar el mundo.
Recordemos que al principio existió el Caos. Después la Tierra. Gea, la madre universal, es, en realidad, lo opuesto al Caos, pero, al mismo tiempo, tiende a él; no sólo porque en sus profundidades, a causa del Tártaro y el Érebo, se descubre un elemento caótico, sino también porque surgió inmediatamente después de él. Fuera de Gea, no existe nada más en el cosmos que el Caos.
El ser que Gea engendrará, y que amenazará no sólo a Zeus, sino a todo el sistema divino olímpico, es un ser ctónico en el sentido terrestre:
Ctbón
es la tierra en su aspecto sombrío y nocturno, no la tierra en tanto que madre, asentamiento seguro para todos los seres que caminan por ella y se apoyan en ella. Este personaje monstruoso, gigantesco y primordial es, en la forma en que Gea lo engendra, una figura singular, una especie de animal monstruoso, en parte humano y en parte sobrehumano. Poseedor de una fuerza tremenda, tiene la potencia del Caos, de lo primordial y el desorden. Sus miembros son tan imponentes como los de los Hecatonquiros y están dotados de una fuerza, una agilidad y un vigor tremendos. Sus pies se apoyan sólidamente en el suelo, son infatigables y nunca cesan de moverse. Es la personificación del movimiento y la movilidad. No se trata, como ocurre, por ejemplo, en algunos mitos del Próximo Oriente, de una masa pesada e inerte que aumenta sólo en determinados momentos y únicamente actúa como fuerza de resistencia que amenaza con ocupar todo el espacio entre la tierra y el cielo. Tifón, por el contrario, está en constante movimiento, no para de dar golpes, agita sin cesar las piernas y los pies. Posee cien cabezas de serpiente, con otras tantas bocas, de las que proyectan negras lenguas, y otros tantos pares de ojos, que arrojan una llama ardiente, una claridad que ilumina esas cabezas serpentinas y que, al mismo tiempo, abrasa todo aquello hacia lo que dirigen sus miradas.
¿Y qué cuenta este espantoso monstruo? Utiliza múltiples voces: unas veces habla el lenguaje de los dioses, y otras el de los hombres. Hay momentos en que lanza los gritos de todas las bestias salvajes imaginables: ruge como un león, brama como un toro. Su voz y su manera de hablar son tan multiformes, distintas y abigarradas como monstruoso es su aspecto global. Más que una esencia especial, emana de su ser una especie de mezcla confusa de todas las cosas, una conjunción en un solo individuo de los aspectos más encontrados y los rasgos más incompatibles. Si esta monstruosidad, caótica por su aspecto, su habla, su mirada, su movilidad y su fuerza, hubiera triunfado, el orden de Zeus habría sido aniquilado.
Después de la guerra de los dioses y el comienzo del reinado de Zeus, el nacimiento de Tifón constituye un peligro para el orden olímpico. Su victoria habría significado el retorno del mundo al estado primordial y caótico. ¿Qué habría ocurrido? La prolongada lucha de los dioses entre sí se habría borrado. El mundo habría vuelto a una especie de caos. No habría sido el caos primordial del origen, sin embargo, ya que de él había salido un mundo organizado, sino una especie de desbarajuste generalizado.
Tifón ataca a Zeus. La batalla es terrorífica. Al igual que en la época de la lucha de los Titanes y los Olímpicos, Zeus consigue la victoria mediante una especie de temblor de tierra acompañado por una alteración de los elementos. Las aguas se precipitan sobre la tierra y las montañas se desploman en el momento en que Zeus lanza su trueno para intentar romper y domeñar con su relámpago al monstruo. En el propio seno de Hades, el abismo de los muertos y la noche, todo se mezcla y todo se precipita. La lucha de Tifón contra Zeus es la lucha del monstruo de cien ojos llameantes contra el fulgor de la mirada divina. Por supuesto, la luz que proyecta el ojo relampagueante de Zeus derrotará a las llamas que lanzan las cien cabezas de serpiente del monstruo. Muchos ojos contra sólo dos. Zeus es quien gana.
Dice la leyenda que Zeus cometió el error de relajar la vigilancia y dormirse en su palacio, a pesar de que sus ojos hubieran debido permanecer incesantemente vigilantes. Tifón se acerca, descubre el lugar donde Zeus ha guardado su rayo y se dispone a cogerlo; pero, justo en el momento en que va a poner la mano encima del arma de la victoria, Zeus abre un ojo y fulmina inmediatamente a su enemigo. Dos potencias se enfrentan: ¿cuál de ellas, la caótica o la olímpica, aventajará a la otra en vigilancia y fulgor? Finalmente, también en este caso, Tifón es derrotado. Los tendones de sus brazos y sus piernas, lo que encarna su fuerza vital en lo que tiene de combativo, son derrotados por el rayo. Acaba paralizado, soterrado por las rocas arrojadas sobre él, y vuelve al Tártaro brumoso de donde salió.
Otros relatos harto curiosos expresan de manera diferente el carácter brumoso de Tifón. Estas historias son tardías, del siglo II de nuestra era. Entre el Tifón de Hesíodo, del siglo VII a.C., y aquel del que hablaremos ahora, las diferencias residen en buena parte en las influencias orientales. Gea, harta de los Olímpicos, engendró con el Tártaro a un monstruo, Tifón, que es descrito como un coloso inmenso, con los pies firmemente asentados en el suelo y dotado de un cuerpo interminable, de modo que su frente tropieza con el cielo. Cuando pone los brazos en cruz, una de sus manos toca el extremo este del mundo y la otra el oeste. Por su naturaleza, reúne y confunde lo superior y lo inferior, el cielo y la tierra, la derecha y la izquierda, oriente y occidente. Esta masa caótica se lanza al asalto del Olimpo. Cuando los Olímpicos lo descubren, presas de un terror incoercible, se transforman en pájaros y escapan. Zeus, que se queda solo, se enfrenta al inmenso bruto, tan alto como el mundo y tan ancho como el universo. Zeus suelta rayos y centellas que alcanzan a Tifón y le obligan a retroceder. Entonces Zeus agarra la
hárpe,
la hoz, e intenta derribar al monstruo, pero éste busca el cuerpo a cuerpo y sale vencedor, ya que gracias a su corpulencia consigue rodear con sus brazos a Zeus y paralizarlo. Tifón le corta a continuación los tendones de brazos y piernas. Después se carga el cuerpo de Zeus a hombros y lo deposita en una caverna de Cilicia. El monstruo oculta luego los tendones y el rayo de Zeus.
Cabría creer que todo está perdido y que, esta vez, se impone el universo del desorden completo. En efecto, el bruto se queda la mar de contento y satisfecho ante el pobre Zeus, encerrado en la caverna, incapaz de moverse, carente de energía, con los tendones de brazos y piernas arrancados, desprovisto de su rayo. Pero, al igual que antaño, en el bando de los Olímpicos, de Zeus, por tanto, predominarán la estrategia, la astucia, el embuste, el engaño y la inteligencia. Dos personajes, Hermes y Pan, consiguen recuperar los tendones de Zeus sin que Tifón se dé cuenta. Zeus los pone en su sitio igual que si se pusiera unos tirantes, y vuelve a empuñar el rayo. Cuando Tifón, que estaba dormido, despierta y descubre que Zeus ya no está en la caverna, el combate se reanuda encarnizadamente, pero ahora concluye con la derrota definitiva del monstruo.
Otra versión muy similar cuenta que Zeus es momentáneamente vencido, hecho prisionero y dejado sin fuerzas ni rayo. La astucia de Cadmo desbarata las maniobras del monstruo. Tifón, que cree que ya todo está resuelto, anuncia que es el rey del universo y va a devolver el poder a los dioses primordiales. Quiere liberar a los Titanes y aniquilar el reino de Zeus. Rey bastardo, rey cojitranco, Tifón es el rey del desorden que destrona a Zeus, el rey de la justicia. Entonces es cuando Cadmo comienza tocar la flauta. A Tifón su música le parece admirable. La escucha y después se adormila suavemente hasta dormirse por completo. Se acuerda de las historias que cuentan cómo Zeus hizo raptar a mortales para que le deleitasen con la música y la poesía. Quiere hacer lo mismo, y propone a Cadmo que sea su cantor, no el del orden olímpico, sino el del caos de Tifón. Cadmo acepta a condición de disponer de un instrumento musical mejor que también le permita cantar. «¿Qué necesitas?», pregunta Tifón. «Quisiera unas cuerdas para mi lira.» «Tengo lo que quieres, unas cuerdas formidables», responde Tifón, y va a buscar inmediatamente los tendones de Zeus. Cadmo comienza a tocar de una manera absolutamente admirable. Tifón se duerme y, aprovechando la ocasión, Zeus recupera las cuerdas de la lira, o, mejor dicho, sus tendones, los coloca en su sitio, atrapa el rayo y se apresta de nuevo al combate. Cuando Tifón, el pseudo-rey, la parodia del monarca del universo, despierta, Zeus puede atacarlo de nuevo provisto de todas sus armas. Y derrotarlo.
En otra historia la astucia interviene de la misma manera, pero en ella Tifón ya no es visto como un animal multiforme o un coloso, sino como una bestia acuática, una formidable ballena, que ocupa todo el espacio marino. Tifón vive en una gruta marina donde es imposible combatirle, ya que el rayo de Zeus no puede alcanzar el fondo del mar. De nuevo una astucia invierte la situación. Como es un animal que tiene un enorme apetito, Hermes, protector de los pescadores —ha enseñado a pescar a su hijo Pan—, prepara un banquete a base de pescado para saciar al monstruo marino. Tifón sale, en efecto, de su antro y se llena la panza hasta tal punto que, deseoso de volver a su refugio, es incapaz de hacerlo por lo hinchado que está. Desplomado en la orilla, se convierte en un blanco ideal para Zeus, que lo domina sin la menor dificultad.