El universo, los dioses, los hombres (3 page)

BOOK: El universo, los dioses, los hombres
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Abandonemos por un instante la descendencia de la Tierra y recuperemos la del Caos. Este engendró a dos criaturas: el
Érebo
y
Nix,
la Noche. Como prolongación directa del Caos, el Érebo es la oscuridad sombría, la fuerza de la oscuridad en un estado puro, que no se mezcla con nada. El caso de Nix es diferente. También ella, al igual que Gea, engendra a unas criaturas sin unirse a nadie, como si las tallara en su propio tejido nocturno: se trata, por una parte, del
Éter,
la luz celestial pura y constante, y, por otra, de Hémera, el Día, la luz diurna.

El Érebo, hijo del Caos, personifica la oscuridad, tan del gusto de éste. Nix, evoca, por el contrario, el día. No hay noche sin día. ¿Qué hace la Noche cuando produce al Éter y a Hémera? De la misma manera que el Érebo es la oscuridad en estado puro, el Éter es la luz en estado puro. El Éter es lo contrario del Érebo. El brillante Éter es la parte del cielo en la que nunca hay oscuridad, la que pertenece a los Olímpicos. El Éter es una luz extraordinariamente viva que nunca está corrompida por ninguna sombra. Por el contrario, la Noche y el Día se apoyan mutuamente a través de su oposición. Desde que el espacio se ha abierto, la Noche y el Día se suceden de manera regular. En la entrada del Tártaro se encuentran las puertas de la Noche, que comunican con su morada. Allí es donde la Noche y el Día se presentan sucesivamente, se hacen señas, se cruzan sin encontrarse ni juntarse jamás. Cuando es de noche, no es de día, y cuando es de día, no es de noche. Pero no existe noche sin día.

Si el Érebo representa una oscuridad total y definitiva, el Éter personifica la luminosidad absoluta. Todos los seres que viven sobre la tierra son criaturas del día y la noche; salvo tras la muerte, desconocen esa oscuridad total que nunca ha sido perforada por un rayo de sol y que es la noche del Érebo. Los hombres, los animales y las plantas viven la noche y el día en esta conjunción de contrarios, pero los dioses, en la cumbre del cielo, no conocen la alternancia del día y la noche. Viven en una luz viva permanente. Arriba, los dioses celestiales en el Éter brillante; abajo, los dioses subterráneos o los que han sido derrotados y desterrados al Tártaro, y que viven en una noche constante, así como los mortales, pues este mundo es ya un mundo de mezcla, de mezcolanza.

Volvamos a Urano. ¿Qué ocurre cuando se establece en lo alto del mundo? Ya no se une con Gea, a excepción del momento de las grandes lluvias fecundadoras, durante las cuales el cielo se abre y la tierra pare. Esta lluvia bienhechora permite a la tierra hacer nacer nuevas criaturas, nuevas plantas y cereales. Pero, al margen de ese período, no existe relación entre el cielo y la tierra.

Mientras Urano se alejaba de Gea, lanzó una terrible maldición sobre sus hijos: «Os llamaréis Titanes», les dijo, haciendo un juego de palabras con el verbo
titaíno
[extender, alargar], «porque habéis
extendido
demasiado alto el brazo, y deberéis expiar el sacrilegio de haber alzado la mano contra vuestro padre.» Unas gotas de sangre de su miembro viril mutilado caídas en el suelo dieron vida, al cabo de un momento, a las Erinias. Se trata de potencias primordiales cuya función esencial consiste en mantener el recuerdo de la afrenta hecha por un pariente a otro pariente, y en hacérselo pagar, sea cual fuere el tiempo necesario para ello. Son divinidades de la venganza por delitos cometidos contra consanguíneos. Las Erinias representan el odio, el recuerdo, la memoria de la culpa, y la exigencia de que el que la hizo la pague.

De la sangre de la herida de Urano nacen, junto con las Erinias, los Gigantes y las Melíades, las ninfas de esos grandes árboles que son los fresnos. Los Gigantes son esencialmente guerreros, encarnan la violencia bélica: al desconocer la infancia y la vejez, son toda su vida adultos en plenitud de su vigor, entregados a la actividad guerrera, atraídos por la batalla homicida. Las Melíades también son guerreras, también sienten vocación por la matanza, ya que la madera de las lanzas que utilizan los guerreros en el curso del combate es, precisamente, la de los árboles donde habitan. Así pues, de las gotas de la sangre de Urano nacen tres clases de personajes que encarnan la violencia, el castigo, el combate, la guerra y la matanza. Una palabra resume a ojos de los griegos esta violencia:
éris,
el conflicto, de todos los tipos y todas las formas, o la discordia en el seno de una misma familia, en el caso de las Erinias.

DISCORDIA Y AMOR

¿Qué ocurre con el miembro que Cronos ha arrojado al mar, al Ponto? No se lo traga el oleaje marino, permanece en la superficie, flota, y la espuma de su esperma se mezcla con la espuma del mar. De esta combinación espumosa alrededor del sexo, que se desplaza al capricho de las olas, nace una soberbia criatura: Afrodita, la diosa engendrada por el mar y la espuma de la esperma de Urano. Navega durante cierto tiempo y después desembarca en su isla, Chipre. Camina sobre la arena y, a medida que avanza, las flores más adorables y más hermosas nacen bajo sus pies. El séquito de Afrodita, que avanza detrás de ella, lo forman
Eros
e
Hímero,
el Amor y el Deseo. Este Eros no es el Eros primordial, sino un Eros que exige que exista a partir de entonces lo masculino y lo femenino. En ocasiones se dirá que es hijo de Afrodita. Así pues, este Eros ha cambiado de función. Ya no tiene el papel, como al principio del cosmos, de hacer aparecer lo que estaba contenido en la oscuridad de las fuerzas primordiales. Su papel, ahora, es el de unir dos seres perfectamente individualizados, de diferente sexo, en un juego erótico que supone una estrategia amorosa con todo lo que eso implica de seducción, de consentimiento y de celos. Eros une a dos seres diferentes para que a partir de ellos nazca otro, que no sea idéntico a ninguno de sus progenitores, pero que los prolongue a ambos. Así pues, existe ahora una creación que se diferencia de la de la era primordial. En otras palabras, al castrar a su padre, Crono ha instituido dos fuerzas que para los griegos son complementarias, una de las cuales se llama
Éride,
la Discordia, y otra,
Eros,
el Amor.

Éride es la pugna en el seno de una familia o de una comunidad, la confrontación, la discordia en el corazón de lo que estaba unido. Eros, por el contrario, es la concordancia y la unidad de algo tan diferente como lo femenino y lo masculino. Ambos, Éride y Eros, han sido engendrados por el mismo acto fundador que ha abierto el espacio, desbloqueado el tiempo y permitido a las sucesivas generaciones aparecer en la escena del mundo, finalmente abierta.

Ahora todos esos personajes divinos, con Éride a un lado y Eros al otro, comenzarán a enfrentarse y a combatirse. ¿Por qué se pelearán? No tanto por constituir el universo, cuyos fundamentos ya están colocados, como por designar a su dueño. ¿Quién será su soberano? En lugar de un relato cosmológico que plantea preguntas de este tenor: ¿Cómo empezó a existir el mundo? ¿Por qué lo primero fue el caos? ¿Cómo se ha formado todo lo que contiene el universo?, surgen otras preguntas, y otros relatos, mucho más dramáticos, intentan responder a ellas, ¿Cómo es que los dioses, que han sido creados y que a su vez engendran, van a pelearse y a destrozarse? ¿Cómo van a entenderse? ¿Cómo deberán expiar los Titanes la falta que cometieron contra Urano, su padre, cómo serán castigados? ¿Quién garantizará la estabilidad de un mundo construido a partir de una nada que lo era todo, de una noche de la que ha surgido la propia luz, de un vacío del que nacen la plenitud y la solidez? ¿Cómo llegará el mundo a ser estable y organizado con unos seres individualizados? El alejamiento de Urano abre el camino a una serie ininterrumpida de generaciones. Pero si los miembros de cada generación de dioses se pelean entre sí, el mundo carecerá de estabilidad. La guerra de los dioses debe tener un final, para que el orden del mundo quede definitivamente establecido. El telón se levanta sobre los combates por la soberanía divina.

GUERRA DE LOS DIOSES, SOBERANÍA DE ZEUS

Ya tenemos colocado el decorado en el teatro del mundo. El espacio se ha abierto, ha pasado el tiempo, las generaciones se sucederán. En lo más hondo existe el mundo subterráneo, sobre él se extienden la vasta tierra, el mar, el río Océano que lo circunda todo, y, por encima, hay un cielo inmutable. De la misma manera que la tierra es una sede estable para los humanos, y también para los animales, en lo alto el cielo etéreo es una estancia segura para las divinidades. Los Titanes, los hijos del Cielo, que son los primeros dioses propiamente dichos, tienen, pues, el mundo a su disposición. Se instalarán en lo más alto, sobre las montañas de la tierra, donde se establecerán también de modo permanente las divinidades menores, las Náyades, las Ninfas de los bosques, las Ninfas de las montañas. Todos los dioses se instalan allí donde pueden ejercer su poder.

En la parte superior del cielo están los dioses Titanes, llamados los Uránidas, las criaturas de Urano, varones y hembras. A su cabeza se encuentra el más joven de ellos, el hijo menor del Cielo, un dios astuto, pérfido y cruel. Es Cronos, el que no vaciló en castrar a su padre. Al realizar ese acto, desbloquea el universo, crea el espacio, da vida a un mundo diferenciado y organizado. Ese acto positivo supone también un aspecto sombrío, y es, al mismo tiempo, un sacrilegio por el que habrá que pagar. Y en el momento en que el Cielo se retiró a su morada definitiva, lanzó contra sus hijos, los primeros dioses individualizados, una maldición que se cumplirá, algo de lo que se encargarán las Erinias, nacidas de esa mutilación. Algún día, Cronos tendrá que pagar su deuda a las Erinias vengadoras de su padre.

Será pues, Cronos, el más joven de sus hijos, pero también el más audaz, el que prestará su mano a la treta de Gea para apartar al Cielo de ella, el que se convertirá en el rey de los dioses y el mundo. Junto a él, a su alrededor, están los dioses Titanes, inferiores, pero cómplices. Cronos los ha liberado, son sus protegidos. Nacidos de los coitos de Urano y Gea, existían también dos tríos de personajes, al principio bloqueados, como sus hermanos Titanes, en el seno de la Tierra: son los Cíclopes y los Hecatonquiros. ¿Qué les ocurre? Todo hace suponer que Cronos, el dios celoso y malvado, siempre al acecho y en guardia, temeroso de que tramen contra él alguna fechoría, los encadena. Encadena a los Cíclopes y los Hecatonquiros, y los relega al mundo infernal. Por el contrario, los Titanes y las Titánides, hermanos y hermanas, se unirán y, en especial, Cronos con una de ellas, Rea, que da la impresión de ser una especie de doble de Gea. Rea y Gea son dos fuerzas primordiales parecidas. Sin embargo, algo las diferencia: Gea posee un nombre transparente para cualquier griego, pues su nombre significa Tierra, y
es
la tierra; Rea, por su parte, ha recibido un nombre personal e individualizado, que no encarna a ningún elemento natural. Rea representa un aspecto más antropomorfo, más humanizado, y más especializado, que Gea. Pero, en el fondo, son como cualquier madre y cualquier hija, están la una al lado de otra, son semejantes.

EN LA PANZA PATERNA

Cronos copula con Rea, y también tendrá hijos, que procrearán otras criaturas. Esos hijos formarán una nueva generación de divinidades, la segunda generación de dioses individuales, con sus nombres, sus relaciones y sus ámbitos de influencia. Pero Cronos, desconfiado, celoso y preocupado por su poder, no confía en sus hijos. La razón de esa desconfianza es que Gea le ha puesto en guardia. Madre de todas las divinidades primordiales, conoce los secretos del tiempo, sabe lo que, disimulado en la oscuridad de sus repliegues, aparece poco a poco. Puede ver el futuro. Gea ha prevenido a Cronos de que corría el peligro de convertirse, a su vez, en víctima de uno de sus hijos. Uno de ellos, más fuerte que él, lo destronará. Por consiguiente, la soberanía de Cronos es una soberanía temporal. También él, lleno de inquietud, toma sus precauciones. Así que tiene un hijo, lo devora y lo introduce en su vientre. De modo que los hijos de Cronos y Rea acaban en la panza paterna.

Naturalmente, Rea está tan poco satisfecha de esta actitud como Gea del comportamiento de Urano al impedir que nacieran sus hijos. Urano y Cronos arrojan, en cierto modo, su descendencia a la noche del prenacimiento. No quieren que crezca en la luz, como un árbol que, horadando el suelo, vive su vida entre el cielo y la tierra. Siguiendo el consejo de la Tierra, Rea decide frenar la conducta escandalosa de Cronos. Así que urde una estratagema, un engaño, un fraude, una mentira. De ese modo, opone a Cronos lo mismo que lo define, ya que es un dios astuto, un dios falaz y artero. Cuando el menor de sus retoños, Zeus —recuérdese que Cronos era el hijo menor de Urano—, está a punto de nacer, Rea se dirige a Creta, donde pare clandestinamente. Entrega el bebé a la custodia de seres divinos, las Náyades, que se encargarán de criarlo en el interior de una gruta para que Cronos no se entere de su existencia y no oiga el llanto del recién nacido. Después, ante los gritos del niño que crece rápidamente, Rea pide a unas deidades masculinas, los Curetes, que monten guardia delante de la gruta y bailen danzas guerreras para que el entrechocar de las armas y otros ruidos y cantos cubran el sonido de la voz del joven Zeus. Así pues, Cronos no tiene la menor sospecha. Pero, como sabe perfectamente que Rea estaba embarazada, espera ver al pequeño que ha parido y que tiene que presentarle. ¿Qué le ofrece en su lugar? Una piedra. Una piedra que ha disimulado envolviéndola en pañales. Le advierte: «Ten cuidado, es frágil y pequeño», pero, ¡zas!, Cronos engulle la piedra con pañales y todo. Así pues, la generación entera de los hijos de Cronos y Rea se encuentra en el vientre de aquél, y encima de sus vástagos está la piedra.

Durante ese tiempo, Zeus crece y se fortalece en Creta. Cuando alcanza la plena madurez, se le ocurre la idea de hacer expiar a Cronos la culpa contraída con sus hijos, así como con Urano, al que mutiló sin piedad. ¿Cómo conseguirlo? Zeus está solo. Quiere que Cronos vomite a las criaturas que lleva en el vientre. Lo conseguirá apelando, una vez más, a la astucia, una astucia que los griegos denominan
métis,
es decir, aquella forma de inteligencia que sabe combinar de antemano toda clase de procedimientos para confundir a la persona a la que se quiere engañar. La astucia de Zeus consiste en hacer ingerir a Cronos un fármaco, un medicamento presentado como un sortilegio, pero que es, en realidad, un vomitivo. Rea es quien se lo ofrece. Así que Cronos lo ha engullido, comienza por devolver la piedra, luego vomita a Hestia, la primera de sus hijos en salir, y después al resto de dioses y diosas en sentido inverso a su edad. El mayor está en el fondo y el más joven justo después de la piedra. Cronos repite, en cierto sentido, al regurgitarlos, el nacimiento de todos los hijos que Rea ha traído al mundo.

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