El universo, los dioses, los hombres (11 page)

BOOK: El universo, los dioses, los hombres
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Todo el mundo queda boquiabierto y se pregunta quién es aquel joven pastor desconocido, tan hermoso, tan fuerte y tan diestro. Uno de los hijos de Príamo, Deífobo —que reaparecerá en el transcurso de esta historia—, se enfurece y decide matar al intruso que ha derrotado a todos. Persigue al joven Alejandro, que se refugia en el templo de Zeus, donde se encuentra también su hermana, Casandra, una joven muy hermosa de la que Apolo se enamoró, pero fue rechazado. Para vengarse, el dios le ha concedido el don de la adivinación, pero que no le sirve de nada. Por el contrario, ese don sólo conseguirá empeorar su desgracia, ya que, aunque sus predicciones son siempre ciertas, nadie las creerá nunca. Y entonces exclama: «¡Cuidado, este desconocido es nuestro pequeño Paris!» Y Paris-Alejandro muestra, en efecto, los pañales que llevaba cuando fue abandonado. Basta ese gesto para que sea reconocido. Su madre, Hécuba, está loca de alegría, y Príamo, que es un excelente y anciano rey, está encantado también de recuperar a su hijo. Ya tenemos, por tanto, a Paris reintegrado a la familia real.

En el momento en que las tres diosas conducidas por Hermes, a quien Zeus ha encargado resolver la cuestión en su nombre, acuden a visitarle, Paris ya ha recuperado su lugar en la corte, pero ha mantenido la costumbre, después de pasar toda su juventud como pastor, de ir a visitar a los rebaños. Es un hombre del monte Ida. Así pues, Paris ve llegar a Hermes con las tres diosas, y se siente algo sorprendido y preocupado. Preocupado porque, por lo general, cuando una diosa se muestra abiertamente a un humano en su desnudez, su autenticidad de inmortal, las cosas suelen acabar mal para los espectadores: nadie tiene derecho de ver a la divinidad. Es a la vez un privilegio extraordinario y un peligro del que no se sale ileso. Tiresias, por ejemplo, perdió la vista por haber visto casualmente desnuda a Atenea. En ese mismo monte Ida, Atenea, tras bajar del cielo, se había unido a Anquises, el padre del futuro Eneas. Después de dormir con ella, como si hubiera sido una simple mortal, por la mañana Anquises la vio en toda su belleza divina, e, invadido por el terror, le dijo, implorante: «Sé que estoy perdido, jamás podré volver a tener trato carnal con una mujer. El que se ha unido con una diosa no volverá a encontrarse en los brazos de una simple mortal. Su vida, sus ojos y, sobre todo, su virilidad quedan aniquilados.»

Así pues, Paris se siente asustado desde un principio, Hermes lo tranquiliza. Le explica que le corresponde efectuar la elección y conceder el premio —los dioses lo han decidido así—, y juzgar cuál es a sus ojos la más hermosa. Paris se siente muy molesto. Las tres diosas, cuya belleza es, sin duda, equivalente, intentan seducirle con tentadoras promesas. Cada una de ellas ofrece, en caso de ser elegida, otorgarle un poder único y singular que sólo ella tiene el privilegio de conferir.

¿Qué puede ofrecerle Atenea? Le dice: «Si me eliges, alcanzarás la victoria en la guerra y una sabiduría que todo el mundo te envidiará.» Hera le hace esta oferta: «Si me eliges, conseguirás el reino y serás el soberano de toda Asia, ya que, en tanto que esposa de Zeus, en mi lecho se encuentra inscrita la soberanía.» Afrodita, por su parte, le ofrece: «Si me prefieres, serás el máximo seductor, conseguirás las mujeres más hermosas del mundo y, en especial, a la bella Helena, aquella cuya fama se ha expandido por doquier. Cuando Helena te vea, no se te resistirá. Serás el amante y el marido de la bella Helena.» Victoria guerrera, soberanía, la bella Helena, la belleza, el placer, la felicidad con una mujer… Paris eligió a Helena. Ya tenemos engranado de repente, con el trasfondo de las relaciones entre los dioses y los hombres, un mecanismo cuya puesta en marcha constituye el segundo acto de esta tragedia.

HELENA: ¿CULPABLE O INOCENTE?

El tercer acto se desarrolla alrededor de Helena. ¿Quién es Helena? También es fruto de una intrusión de los dioses en el mundo humano. Su madre, Leda, una mortal, es hija de Testio, rey de Calidón. Muy joven conoce a un lacedemonio, Tindáreo, a quien los azares de la vida política han expulsado de su patria y ha dado asilo Testio. Al regresar a Esparta para recuperar el reino del que ha sido despojado, Tindáreo, enamorado de Leda, la pide en matrimonio. Se celebran las bodas con gran pompa. Pero la extrema belleza de la joven no ha seducido únicamente a su esposo. Desde las alturas del Olimpo, Zeus la ha descubierto. Sin tener en cuenta a Hera ni a ninguna de sus restantes esposas divinas, sólo tiene una idea en la cabeza: hacer el amor con esa joven. La noche de bodas, cuando Tindáreo y Leda comparten por primera vez el lecho nupcial, Zeus la visita en forma de cisne y se une a ella. Leda lleva en su seno al mismo tiempo a los hijos de Tindáreo y a los de Zeus. Son cuatro: dos chicas y dos chicos. Se dice a veces que, en realidad, es a una diosa, Némesis, a quien forzó Zeus. Para escapar de él, se metamorfoseó en oca, y Zeus se convirtió en cisne para cubrirla. La escena se desarrolló en las alturas del monte Taigeto, cerca de Esparta, y en su cima es donde Némesis-oca deposita el huevo (o los dos) que pone, y que un pastor se apresura a llevar a Leda. En el palacio de la reina los pequeños salen de su cáscara, y Leda los adopta como hijos.

Némesis es una divinidad temible, hija de la Noche, de la misma estirpe que sus hermanos y hermanas, procreados como ella por la fuerza del Érebo: la Muerte, las Parcas, Éride (la Discordia), junto con su cortejo: los Homicidios, las Matanzas, los Combates. Pero Némesis supone también el otro aspecto de lo tenebroso femenino, el personificado por las dulces Mentiras y Filotes en cuanto encarna la Ternura amorosa, el que junta placeres y engaños. Némesis es una vengadora que se encarga de la expiación de las culpas, y no conoce el descanso hasta que ha cazado al culpable para castigarlo, hasta que ha humillado al insolente que ha llegado demasiado lejos y con los excesos de su éxito ha provocado los celos de los dioses. Némesis-Leda: en cierto modo, es la diosa Némesis quien adopta el aspecto de Leda, una simple mujer, para hacer pagar a los mortales la desgracia de no ser dioses.

Cuatro hijos, por tanto. Dos chicos: los Dioscuros (los «hijos de Zeus», que son al mismo tiempo los Tindáreos, los «hijos de Tindáreo»), Cástor y Pólux; y dos chicas: Helena y Clitemnestra. En ellos se ha juntado, para lo mejor y lo peor, lo divino y lo humano: las semillas de Tindáreo, el esposo humano, y de Zeus, el amante divino, se han mezclado en el seno de Némesis-Leda para asociarse sin dejar de ser distintas y opuestas. De los dos gemelos varones, uno, Pólux, procede directamente de Zeus, y es inmortal; el otro, Castor, tiene más cosas de Tindáreo. En el combate que libran contra sus dos primos, Idas y Linceo, Cástor encuentra la muerte y desciende a los infiernos, mientras que Pólux, vencedor, pero herido, es elevado gloriosamente al Olimpo por Zeus. No obstante su ascendencia y su naturaleza contrastadas, los dos hermanos nunca dejan de ser unos gemelos tan unidos entre sí y tan inseparables como los dos extremos de la viga horizontal que los representa en Esparta. Pólux consigue de Zeus poder compartir la inmortalidad con su hermano, de modo que cada uno de ellos pasará la mitad de su tiempo gozando en el cielo de los dioses y la otra mitad en el exilio bajo tierra, en los Infiernos, en el reino de las sombras, entre los mortales. También Clitemnestra y Helena se corresponden como una doble calamidad. Pero la primera, de la que se dice que es la hija puramente mortal de Tindáreo, tiene un destino trágico: encarna la maldición que pesa sobre el linaje de los Atridas, es el espíritu vengador que aporta una muerte ignominiosa al vencedor de Troya, Agamenón.

Helena, descendiente de Zeus, siempre está rodeada, incluso cuando provoca desgracias, de un aura divina. El resplandor de su belleza, que la convierte, por su poder de seducción, en un ser aterrador, no deja por ello de realzar su persona ni de rodearla de una luminosidad en la que se percibe el reflejo de lo divino. Cuando abandona a su esposo, su palacio, y sus hijos para seguir los pasos del joven extranjero que le propone un amor adúltero, ¿es culpable o inocente? A veces se dice que cedió con gran facilidad a la llamada del deseo, al placer de los sentidos, que estaba fascinada por el lujo, la riqueza, la opulencia y el fasto oriental de que hacía gala el príncipe extranjero. Y otras se afirma, por el contrario, que fue raptada.

En cualquier caso, hay un hecho indudable: la fuga de Helena con Paris desencadenó la guerra de Troya. Sin embargo, ésta no habría sido lo que fue si sólo se hubiera tratado de los celos de un marido decidido a recuperar a su mujer. El asunto es mucho más grave. Por un lado, intervienen la concordia, la hospitalidad, los vínculos de vecindad y los compromisos, y, por el otro, la violencia, el odio y las discordias. Cuando Helena alcanza la edad de casarse, su padre Tindáreo, ante una beldad semejante, ante una joya tan preciosa, se dice que no es asunto fácil. Así pues, convoca a todos los jóvenes, príncipes y reyes todavía solteros de Grecia para que acudan a su casa y su hija pueda elegir entre ellos con conocimiento de causa. Todos pasan cierto tiempo en la corte del rey. Helena no se decide. Tindáreo está perplejo. Tiene un sobrino muy astuto, Ulises, al que hay que recordar porque también desempeña un papel importante en esta historia. Éste le dice, más o menos, lo siguiente: «Sólo tienes una manera de resolver el problema. Antes de comunicar la elección de Helena, lo que es probable que provoque conflictos, obliga a todos los pretendientes a hacer unánimemente un juramento según el cual, sea cual sea su decisión, aceptarán la elección y, además, se sentirán comprometidos por ese matrimonio. Si al que haya sido elegido le ocurre algo desagradable en sus relaciones matrimoniales, todos obrarán de modo solidario con el marido.» Todos prestan el juramento y piden a Helena que manifieste su preferencia. Y, al fin, elige a Menelao.

Éste ya conocía a Paris. Con motivo de un viaje a Tróade, había sido huésped de Príamo. Cuando, acompañado de Eneas, Paris viaja a su vez a Grecia, es recibido inicialmente con gran pompa por los hermanos de Helena, los Dioscuros, antes de ser acogido por Menelao en Esparta, donde conoce a su esposa. Durante cierto tiempo, Menelao colma a Paris, su huésped, de regalos y atenciones. Después tiene que dirigirse al entierro de un pariente. Confía entonces a Helena la tarea de sustituirlo como anfitriona. Con motivo de ese entierro y de la marcha de Menelao, el huésped entra en una relación más personal con Helena. Se supone que mientras Menelao estaba allí las mujeres del palacio real de Esparta no hacían los honores a un extranjero, era cosa del rey. Ahora le corresponde a Helena.

Paris y Eneas vuelven a embarcarse y, sin esperar más, zarpan hacia Troya con la bella Helena, que viaja en su nave de grado o por fuerza. De vuelta a Esparta, Menelao corre a casa de su hermano Agamenón para anunciarle la traición de Helena, y sobre todo la felonía de Paris. Agamenón encarga a cierto número de personajes, entre los cuales estaba Ulises, que visiten a todos los antiguos pretendientes y hagan una llamada a la solidaridad. La ofensa ha sido tal que, incluso más allá de Menelao y Agamenón, es toda la Hélade la que tiene que juntarse para hacer pagar a Paris el rapto de una mujer que no sólo es la más hermosa, sino griega, esposa y reina. En los asuntos de honor la negociación puede preceder, sin embargo, y, a veces, incluso sustituir, el recurso a las armas. En un primer momento, Menelao y Ulises parten, por tanto, delegados a Troya, para intentar resolver las cosas de manera amistosa, para que la armonía, la concordia y la hospitalidad reinen de nuevo, mediante el pago de una indemnización o la reparación del agravio realizado. Son recibidos en Troya. Algunos de los principales troyanos son partidarios de esta solución pacífica, en especial Deífobo. La asamblea de los ancianos de Troya es la que debe tomar la decisión: el problema escapa del poder real. Así pues, los dos griegos son recibidos en la asamblea, donde algunos descendientes de Príamo no sólo intrigan para que se rechace cualquier compromiso, sino que llegan a sugerir que no se debe dejar regresar vivos a Ulises y Menelao. Pero Deífobo, que les ha recibido como anfitrión, los protege. Regresan indignados de su misión y anuncian a Grecia el fracaso del intento de conciliación. A partir de este momento, todo está a punto para que estalle el conflicto.

MORIR JOVEN, PERO GOZAR DE UNA GLORIA IMPERECEDERA

De momento, la expedición contra Troya no parece haber provocado un entusiasmo unánime entre los griegos. El propio Ulises habría intentado escamotearse. Penélope acababa de darle un hijo, Telémaco. Le parecía un momento poco adecuado para abandonar a la madre y al niño. Cuando le anunciaron que había que embarcarse y recuperar, por la fuerza de las armas, a Helena, raptada por el príncipe troyano, simuló la locura para escapar a esa obligación. El más sabio y el más astuto fingirá ser un débil mental. El anciano Néstor viaja a Ítaca para comunicarle la orden de concentración. Ve a Ulises tirando de un arado uncido a un asno y un buey, y el héroe camina hacia atrás sembrando guijarros en lugar de trigo. Todo el mundo está consternado, a excepción de Néstor, que es lo suficientemente astuto para adivinar que Ulises ha recurrido a una de sus tretas habituales. Mientras camina a reculones y el arado avanza, Néstor coge al pequeño Telémaco y lo deja delante de la reja. En ese momento, Ulises recupera la cordura y coge al niño en brazos para que no le ocurra nada. Una vez desenmascarado, acepta partir.

En cuanto al viejo Peleo, esposo de Tetis, que ha visto morir a todos sus hijos menos Aquiles, no soporta la idea de que también éste tenga que partir un día a la guerra. Toma entonces la precaución de mandar al muchacho a Esqueria, donde se oculta entre las hijas del rey de la isla. Aquiles vive allí como una muchacha, en el gineceo. Después de haber sido educado en su infancia por Quirón y los Centauros, acaba de alcanzar aquella edad en que los sexos todavía no están marcados ni claramente diferenciados. Sigue sin asomarle la barba, no tiene vello, tiene el aire de una jovencita encantadora, con esa belleza indecisa de los adolescentes que pueden ser tanto chicos como chicas, o viceversa. Vive despreocupado entre sus compañeras. Ulises va a buscarlo. Le contestan que no hay muchachos en ese lugar. Ulises, que se ha presentado como un vendedor ambulante de artículos de mercería, pide que le dejen entrar. Ve a unas cincuenta muchachas y Aquiles no se distingue entre ellas. Ulises saca de su cuévano, para exhibirlos, telas, bordados, prendedores, joyas, y cuarenta y nueve de las muchachas se abalanzan a admirar las fruslerías, pero hay una que permanece aparte e indiferente. Ulises saca entonces un puñal, y esta joven encantadora se precipita sobre él. Al otro lado de las paredes suena una trompeta guerrera; el pánico se apodera del gineceo y las cuarenta y nueve muchachas huyen con sus trapos mientras que la otra, con el puñal en la mano, se dirige hacia donde suena la música para disponerse a la lucha. Ulises desenmascara a Aquiles usando una treta, igual que ha hecho Néstor con él. También Aquiles está dispuesto a ir a la guerra.

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