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Authors: Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA, nº 93

La mirada de las furias (36 page)

BOOK: La mirada de las furias
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—Hemos utilizado toda nuestra potencia informática para descifrar el mensaje. Digamos que no existe mucho problema en leerlo como código… la cuestión estriba en entender lo que dice. No sé si me explico.

Clara asintió. El mismo problema se le había presentado a ella con el lineal A, que durante cerca de dos siglos se había resistido a los esfuerzos de los descifradores. Aquellos signos silábicos se podían leer: eran después de todo los precursores de los signos del lineal B, que, si en un principio había resultado igualmente enigmático que su antecesor, había resultado al final ser una forma de notación para representar un antiguo dialecto del griego. Sí, más o menos podía leerse lo que las viejas tablillas del lineal A decían, pero no entenderlo. El problema era comprender una lengua de la que apenas se sabía nada, de la que no existían inscripciones bilingües ni trazas claras de parentesco con otras conocidas. Había sido un desafío apasionante para el equipo de Grotte, y después de tres años lo habían resuelto con éxito.

—¿De cuánto tiempo disponemos?

Roxanne miró a Anne Harris. Sin necesidad de hacer grandes alardes, era evidente que aquella mujer tenía la mxima autoridad entre los tecnos. Con su voz gutural explicó:

—No demasiado. Me temo que no podemos permitirnos más de cuarenta y ocho horas.

Clara abrió desmesuradamente los ojos.

—¿Cuarenta y ocho horas? ¿Están bromeando? ¿Me han sacado de mi cama para traerme aquí y decirme que debo descifrar un lenguaje desconocido en dos días?

—Digamos que nuestros clientes son personas muy… impacientes.

—¿Por qué no se lo cuentas todo, Anne? —intervino el viejecillo desde detrás de la nube de humo que lo rodeaba—. No creo que trabajar en compartimientos estancos nos sirva para nada.

Anne Harris miró al biólogo durante un par de segundos y después asintió con una deferencia que no parecía debida tan sólo a su edad.

—Está bien. Roxanne, termina con tu exposición, si no te importa.

—Muy bien. Vers, Clara, desde el principio mantuvimos nuestras investigaciones sobre el Objeto en el secreto más absoluto. En general, todo lo que ocurre aquí es secreto, porque no tenemos ningún deseo de correr el mismo destino que el planeta Kali. Pero sospechábamos que esta vez podíamos molestar de una forma muy particular a los Tritones… y resultó que teníamos razón.

La joven pasó la mano por encima de la mesa y un teclado de colores se materializó bajo sus dedos, que marcaron ágiles una secuencia de números. El refectorio en que estaban reunidos se oscureció y sobre sus cabezas apareció flotando la esfera helada de Radamantis, surcada de resquebrajaduras. Una línea roja marcaba la posición de la grieta del Tártaro y luces azules representaban la situación de las principales ciudades. Un cursor en forma de mano señaló el lugar donde se encontraba el enclave de los tecnos, no demasiado lejos del propio Tártaro. La proyección se acercó a la ciudad que habían bautizado Opar y pasó veloz sobre sus audaces edificaciones, que sorprendieron a Clara por su belleza, para después ascender y viajar a velocidad de vértigo por encima de la superficie helada y muerta de Radamantis. Miles de kilómetros más allá, sobre la llanura blanca que ningún viento podía barrer puesto que no existía atmósfera, había una construcción en forma de hexágono, un gran hangar rectangular adosado a él y una pista de aterrizaje.

—Aquí es donde estudiamos el Objeto 1—informó la voz de Roxanne desde la oscuridad—. Y aquí es donde apareció el Objeto 2.

La cámara volvió a alejarse para mostrar una panorámica tan amplia que podía apreciarse la curvatura del planeta. Una cuadrícula de líneas verdes señalaba las distancias. La mano cursora trazó una parábola alejándose del hexágono donde habían alojado al Objeto 1, saltó sin esfuerzo por encima de un cañón y descendió de nuevo sobre otra área de hielos desnudos a quinientos kilómetros de distancia.

—Esto es más o menos lo que pasó. Lo que ves es una simulación, no imagen real, pero bastante fiel.

De repente apareció de la nada una esfera negra, semihundida en la superficie, que según la información brindada por la mano cursora medía casi cien kilómetros de diámetro. La esfera se desintegró en medio de un resplandor azulado y dejó su forma vaciada en el hielo, como si un dios lo hubiese arrancado con un gigantesco cucharón. Pero a cambio de la materia robada había dejado un regalo, un punto gris en el centro de aquel perfecto cráter. La cámara se aproximó y Clara pudo apreciar la forma del llamado Objeto 2: una estructura tal vez metálica, ahusada, de unos cuatrocientos metros de longitud. Había quedado incrustada en el hielo del fondo con sus seis gigantescas patas que la hacían parecer un insecto colosal y, sin embargo, desvalido.

—Esto ocurrió hace unas tres semanas. ¿Tienes idea de lo que estás viendo?

—Ninguna. ¿Qué es?

—Una nave Tritónide. No sé exactamente qué hicimos con el Objeto 1, pero el resultado es que una nave de los Tritones debió equivocar su ruta y en vez de aparecer donde debía, en el espacio vacío y lejos de cualquier masa planetaria, se materializó en la superficie de Radamantis. O habría que decir dentro de la superficie. Mira. —La imagen volvió atrás, al momento en que la esfera negra aparecía—. Debe de tratarse de un campo de estasis, y es lo que salvó a la nave de convertirse en un sólo bloque con el hielo… y a nuestro planeta de una catástrofe inimaginable. Pero no hubo nada: el hielo simplemente desapareció y en su lugar quedó la nave.

—Dios mío… ¿Y os habéis atrevido a tocar la nave? Los Tritones van a aniquilarnos por esto.

—Aún no sabíamos que era una nave Tritónide. Al fin y al cabo, siempre han sabido protegerse bien y ni tan siquiera conocíamos el diseño de sus vehículos. Nosotros acudimos para comprobar qué había sucedido y nos encontramos eso. ¿Qué podíamos hacer?

La imagen avanzó a toda velocidad y recobró su ritmo normal en el momento en que tres deslizadores blancos se posaban en el fondo del cráter, junto al vehículo. Un grupo de hombres ataviados con trajes de vacío se acercó a las patas de la nave. La imagen hizo zum y la mano cursora señaló diversos puntos donde era evidente el deterioro de la estructura.

—La nave no estaba preparada para tomar tierra en un planeta. Cuando la esfera de estasis se retiró debería haberse encontrado flotando en el vacío, lejos de cualquier campo gravitatorio. Sin embargo apareció sobre la superficie de un planeta, de modo que debió caer sobre el hielo y quedó clavada, ignoramos desde cuánta altura; aunque yo supongo que la nave estaba situada en el mismo centro geométrico de la esfera. Eso supone una caída de más de cuarenta kilómetros. Si fue caída libre o si los tripulantes de la nave lograron amortiguar el impacto con algún tipo de dispositivo de frenado, tampoco lo sabemos. El vehículo sufrió serios daños, pero lo esperable habría sido la destrucción total.

La parte inferior del vehículo, la panza del insecto herido, estaba a unos treinta metros del suelo. Cuatro tecnos, valiéndose de propulsores de mochila, subieron hasta ella para buscar algún modo de entrar. La imagen volvió a acelerar y le ahorró aquel fatigoso proceso. Roxanne explicó cómo habían hallado una compuerta que daba a una bodega de carga y la habían abierto con un láser gamma. «
El casco era extremadamente resistente
», explicó la física. Los exploradores paseaban por una oscura y abovedada crujía, iluminando con los haces de sus linternas las vigas que, a modo de costillas, sustentaban las paredes. Clara se maravilló de su audacia: habían forzado la entrada a un vehículo Tritónide en lo que, desde el punto de vista humano, podía considerarse allanamiento de morada —¿cómo lo juzgarían los Tritones?— y ahora recorrían su interior con el desparpajo propio de los dueños del Universo.

Aquél era un asunto muy grave, tanto que podía suponer la destrucción, cuando menos, del planeta Radamantis. Ahora comprendía algo más lo que representaba Éremos en aquel juego. Hubo un momento de sensaciones contradictorias que se engarfiaron en la boca de su estómago, pero pasaron cuando el escenario de las imágenes cambió.

—Este era el puente de mando de la nave.

El equipo explorador había llegado a una estancia en forma de cúpula. La joven negra explicó que el puente estaba lleno del fluido ocre en que vivían los Tritones; pero el impacto había causado una fuga y para cuando entraron los tecnos el líquido sólo les llegaba a la altura de las rodillas. Del suelo, del techo y las paredes brotaban estructuras de aspecto orgánico, desagradablemente viscoso. «
Aunque no lo parezcan, son instrumentos de navegación. No están vivos.
» Clara bufó y señaló con el dedo. «
Sí, ésos sí son seres vivos
.» Había varios cuerpos en el suelo, a medias cubiertos por el fluido, como marsopas varadas en una playa. Dos de ellos estaban desnudos y cuatro más llevaban arneses de herramientas.

De pronto, una roma cabeza surgió del líquido y miró a la cámara con su ojo ciclópeo en primer plano. Clara respingó en el asiento y sofocó una exclamación. El Tritón volvió a hundirse en el fondo, sin dar más señales de vida que un leve agitar de sus largas aletas laterales.

—Era el único que seguía vivo, aunque tenía heridas graves. Guardamos todo el líquido que pudimos, le preparamos un tanque y lo trajimos aquí.

—Seguro que para curarlo y enviarlo a su casita con una nota de disculpa —ironizó Clara.

—Eso hubiera sido una estupidez —terció Karl—. ¿Cómo íbamos a convencer a los Tritones de que todo había sido un accidente? Se decidió que la única posibilidad de salir airosos de la situación era averiguar todo lo posible sobre la nave.

—Perdona por mi torpeza, pero no acabo de captar la relación.

—Cualquiera se daría…

La imagen se desvaneció y las luces del refectorio se encendieron, cortando la objeción de Karl. Instintivamente, Clara se retrepó en el asiento y se recolocó las ropas, como solía hacer después de una proyección de cine. Anne Harris hizo un gesto con la mano para apaciguar a Karl y se dirigió a Clara.

—No es sólo la tentación de descubrir los secretos de una nave Tritónide, Clara. Estábamos convencidos de que ellos, una vez supieran que habíamos puesto las manos en su nave, no se conformarían con que se la devolviéramos, sino que probablemente aniquilarían el planeta entero para evitar que en él quedara la menor brizna de conocimiento sobre sus secretos.

—Estaban convencidos…

—Estábamos. Pero la situación ha empeorado. Alguien en el exterior se ha ido de la lengua y —añadió en voz baja, como si así pudiera evitar el espionaje electrónico— me temo que debe de haber sido uno de nuestros amigos tyrsenios. Ahora los Tritones saben que tenemos algo más, y tiene que ser de la mayor importancia para ellos, porque lo que nos reclaman en este momento es el Objeto 1, y sólo el Objeto 1. De lo demás parece que se han olvidado, pero en cuanto a él, quieren que se lo entreguemos antes de cuarenta y ocho horas.

—¿Y en caso contrario?

—Nos aniquilarán —explicó Jaume, con tono de chanza—. Sus amenazas suelen ser reiterativas.

—¿Y por qué no lo han hecho ya?

—Esa es una pregunta muy interesante —terció Roxanne, la física—. Suponemos que no se atreven a hacerlo mientras tengamos el Objeto 1, precisamente por la importancia que tiene para ellos.

—¿Y por qué es tan importante?

—Eso es lo que nos gustaría saber —volvió a intervenir Anne—. La información es poder, y suponemos que la que podamos obtener del Objeto más aún. Si tenemos información, si tenemos poder, podemos jugar una partida de damas con los Tritones. Al menos, ésa es la interpretación de la mayor parte de nuestros expertos… excepto del que se supone que debería ser el mayor experto —añadió entre dientes.

—Me imagino que intentaron obtener la información de ese Tritón que quedaba vivo, ¿no es así? Con ellos sí sabemos comunicarnos.

—Lógicamente —respondió Anne—. Pero, como ya te hemos dicho, ese espécimen estaba malherido, así que no vivió el tiempo suficiente para decirnos nada útil.

La mujer hizo una pausa y volvió a mirar a Roxanne. Hubo un embarazoso silencio, y después la joven prosiguió.

—Ya nos hemos hecho cierta idea de cómo funciona la nave Tritónide, y hasta la hemos reparado lo suficiente como para poner en marcha sus motores y accionar sus sistemas de navegación. Pero lo que más nos interesa no está en ella.

—¿A qué te refieres?

—Al secreto que nos trae locos desde hace tanto tiempo. ¿Cómo superan la velocidad de la luz? ¿Cómo hacen que nuestras naves se materialicen instantáneamente a años luz de distancia? —La joven plantó los codos sobre la mesa y gesticuló con las manos para subrayar la importancia de sus palabras—. Estoy convencida de que el secreto está en el Objeto 1, de que fue éste quien atrajo a la nave Tritónide, y de que si lográramos comprender sus mensajes podríamos manejar el mismo poder que hasta ahora nos ha hecho temer a los Tritones. Por esa misma razón tienen ellos tanto interés en recobrarlo.

Anne intervino con tono grave.

—Esto no lo sabe la población de Radam, ni siquiera los más poderosos de los burgraves: desde hace veinticuatro horas hay quince naves Tritónides en órbita alrededor del planeta, dispuestas a cumplir la amenaza.

—¿Y a qué están esperando para obedecer y entregarles ese Objeto?

—Cuando un criminal devuelve a un rehén, ¿qué le impide a la policía disparar contra él? No, no nos vamos a entregar atados de pies y manos. No se trata ya sólo de una cuestión de poder, sino de supervivencia.

—En unos diez minutos aterrizaremos —le informó Kaimén, sin dejar de hurgarse la oreja izquierda. Éremos se preguntó si sería el exceso de estimulación digital lo que las había asoplillado. Mirarle los dedos al vestigator le recordó la pérdida de su propio meñique, y miró el perlado muñón en el que empezaban a reconstruirse carne y hueso con un cosquilleo un tanto molesto—. Oiga, ¿qué le ha pasado en ese dedo? —preguntó Kaimén—. Juraría que ayer lo tenía.

—Yo también.

Era obvio que Éremos no iba a añadir ningún comentario. Kaimén se encogió de hombros y sugirió:

—Péguele al borracho ese una patada en la tripa, a ver si se despierta de una vez.

—Hay procedimientos más sutiles.

Éremos suministró a Miralles una inyección de viglaína que había sacado previamente de entre un surtido que llevaba para mantener al viejo en pie, tranquilo o de buen humor, según fuera necesario: había cinco tipos de drogas y tres botellas de alcohol, entre ellas una de bourbon de la que el propio Éremos aprovechó para dar un trago. Mientras Miralles empezaba a espabilarse, Éremos volvió a su puesto y estudió los controles. Ya no estaban sobrevolando el Piriflegetón, sino una serie de terrazas frondosas y picachos quebrados. Pese a la cercanía, el holorradar no mostraba ninguna proyección. A Éremos le extrañó y así se lo manifestó a Kaimén.

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