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Authors: Javier Negrete

Tags: #Colección NOVA, nº 93

La mirada de las furias (38 page)

BOOK: La mirada de las furias
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—Algo así se me había ocurrido a mí —confirmó Éremos—. Espero que haya sido muy en el pasado.

Hicieron un alto para comer y encendieron una bengala térmica. Miralles estaba exhausto, sudaba a pesar del frío y respiraba como un fuelle. Éremos le ofreció la botella de bourbon. El viejo la agarró con dedos avarientos y temblorosos y dio un trago eterno. Cuando terminó, escupió a un lado y le preguntó a Éremos si había traído también joraína.

—Sí, pero no se la daré por el momento. Aún tenemos que seguir andando.

—No me encuentro bien. Necesito…

—Eche otro trago si quiere. Con la joraína no cuente por el momento.

—Es usted muy cruel con el vejete, Crimson.

—No pienso cargar con él mientras se sienta a disfrutar de sus alucinaciones. Vayan terminando, que tenemos prisa.

Cuando volvieron a activar el resonador, la proyección reveló la cercanía de la cueva esférica. Miralles empezó a temblar de miedo y suplicó que le dejara allí o al menos le permitiera tomar una dosis de joraína, pero Éremos siguió inflexible. Su intención era comprobar los efectos que sufrían todos ellos al llegar allí y luego compararlos con lo que le sucedía a Miralles ya drogado. Avanzaron durante diez minutos más hasta llegar a la entrada de la caverna, pero donde esperaban encontrar la pantalla negra que cerraba el paso a la luz no había más que una oquedad redonda.

Éremos se acercó con cautela y apuntó con el haz de la linterna hacia el interior. Las paredes de la esfera descendían unos metros, lisas como el interior de una bombilla de Navidad, hasta llegar a la base. Allí había un cono de un metro de altura que reflejaba la luz de la linterna en su superficie pulimentada. En el zenit de la esfera había otro cono simétrico al primero, y nada más: el resto estaba vacío. Éremos buscó en su mochila y extrajo una punta de autoclavado y una cuerda de escalada. Tras asegurar la punta al suelo rocoso del túnel, se ató la soga a la cintura y entró en la esfera. El suelo era resbaladizo, una superficie sin apenas rozamiento. Éremos descendió hasta llegar al cono y lo tocó. Era terso y frío como metal, aunque dejaba en los dedos una extraña sensación de viscosidad, y la punta era tan aguzada que no se atrevió a posar la mano sobre ella. Miró hacia arriba, tratando de averiguar algo en la estructura que colgaba sobre su cabeza. No se le ocurría nada.

—¿Nota algo especial, Miralles? ¿Náuseas, paramnesia…? —Su voz reverberó distorsionada en las paredes de la esfera.

—¡No siento nada! —gritó el viejo—. ¿Esto era lo que quería? ¡Vámonos de aquí ya!

Éremos meneó la cabeza, desconcertado. El lugar era extraño y parecía imposible que lo hubiese formado ninguna acción de la naturaleza, pero no experimentaba en él ninguna sensación que sugiriera distorsiones del espacio-tiempo. Tampoco el contador indicaba presencia de radiaciones electromagnéticas ni de partículas de alta energía. La historia de Miralles era cierta, pero algo había cambiado: algo faltaba.

—Se lo han llevado —susurró—. Lo que hubiera aquí, se lo han llevado los tecnos… cuando dispararon contra Kaimén.

«
Este era el Objeto 1», añadió para sí. Si alguien se molesta en numerar cosas, es porque hay más de una, razonó: luego debía de haber un Objeto 2, y no podía ser otro que…

Salió de la esfera y comunicó a sus compañeros de exploración que lo que hubiese existido allí trece meses atrás ya no estaba. El vestigator asintió vigorosamente abanicándoles con sus orejas de proboscídeo.

—Eso tiene sentido. Yo no entré ninguna de las dos veces, pero está claro que el lugar era distinto entonces. ¿Qué demonios cree que había dentro?

—Creer, puedo creer muchas cosas, pero no tengo certeza de nada. Hay piezas perdidas y otras que no encajan. Me temo que tendré que localizar el refugio secreto de los tecnos para encontrar las respuestas.

—Pues lo va a tener difícil. Sin el Mugriento no sé ni cómo vamos a regresar a un lugar civilizado.

Repentinamente melancólico por el recuerdo de su vehículo destruido, el vestigator se acuclilló en el suelo y consoló sus penas empléandose con el cuarto de bourbon que quedaba. Éremos se lo quitó y volvió a guardarlo en la bolsa, aunque para ello tuvo que apartar las manos de Miralles, que habían aparecido alrededor de la botella como un enjambre de gusanos dotados de vida propia. Cuando le interrogaron acerca de sus intenciones, el geneto se limitó a tomar su carga y emprender el camino de regreso. Sus compañeros lo siguieron tras unos segundos de vacilación.

Cuesta arriba, el camino de vuelta se hacía aún más penoso, pero los continuos y nunca repetidos plañidos de Miralles lo amenizaban. Horas después, ya a mitad de la ascensión, Éremos cayó en la cuenta de que el viejo llevaba unos minutos callado. Se acercó a él y comprobó que estaba al borde del desfallecimiento, por lo que decidió que era mejor detenerse a reposar. Al fin y al cabo, el tiempo no se iba a detener porque él no durmiera y las horas seguirían acercándolo inexorablemente al uno de diciembre. Después de cenar, terminar con las existencias de bourbon y vaciar una botella de malta, hincharon los sacos y se dispusieron a dormir. Antes, Kaimén desplegó un trípode de plástico coronado por un aparato cilíndrico provisto de una lente, diversos sensores y un pequeño zumbador. Cuando Éremos le preguntó de qué se trataba, le explicó que era una alarma contra los bodakes.

—Nunca duermo sin esto, ni siquiera en mi casa. Reconozco que llega a ser una obsesión.

—Espero que este aparato sí funcione.

—Para una vez que maté un perro, me llaman mataperros. Confíe en mí, hombre. Si hay algo con lo que jamás correría riesgos es con los bodakes. Tengo pesadillas con ellos desde que era niño.

—No me diga que nació en este planeta. No parece usted tan joven…

—Bueno, he exagerado un poco. Ahora, si no le importa, me voy a dormir.

Éremos tardó unos minutos en conciliar el sueño, mientras Miralles roncaba con su sonoridad habitual y los diversos ruidos corporales de Kaimén ponían esporádicas y escatológicas notas de polifonía. Pero una voz se hacía escuchar a pesar de ellos. «
Creo que me estoy enamorando de ti, Jonás Crimson… Creo que me estoy enamorando de ti, Jonás Crimson
.» El cálido aliento de Clara acariciaba sus oídos y una tibieza desconocida se derramaba en sus ijares. «
Yo me he atrevido a entrar al servicio de hombres detrás de ti. ¿Es que tú no piensas atreverte a hacer nada?»
Se dio la vuelta en el saco, apretó el rostro contra el suelo y se tapó los oídos, mas la voz susurraba debajo de sus manos. Para acallarla recitó versos, salmodió fórmulas, subvocalizó rutinas de realimentación, pero volvía a escucharla en cada fracción de segundo vacía, y sonaba cada vez con armónicos más deseables. «
Creo que me estoy enamorando de ti, Jonás Crimson
.» No era la primera vez que unos labios de mujer volcaban palabras de amor en sus oídos, y en verdad habían sido labios más deseables que los de Clara. Pero aquellas palabras habían quedado guardadas en viejos archivos de su memoria y sólo eran unos bytes más de información, mientras que las de Clara se atrevían a acudir espontáneas a su recuerdo, sin que él las convocase.

En un momento indeterminado, después de dar infinitas vueltas en el saco, cayó dormido. Esta vez no soñó con las Erinias de serpentinos cabellos ni volvió a presenciar los crímenes de su pasado: durante incontables iteraciones contempló cómo el cuerpo desmadejado de Clara caía desde un rascacielos y se reventaba contra el suelo. Mientras, Amara reía asomada a la ventana rota y Urania, vestida con un pijama, le insistía en que dejara de mirar y tirara los dados.

29 y 30 de Noviembre

Le despertó un zumbido ondulante y machacón. Éremos se incorporó al momento, encendió la linterna, echó mano al rifle y lo armó. Kaimén había pegado un brinco y comprobaba la alarma mientras Miralles seguía roncando ajeno a todo.

—Viene un bodak —informó el vestigator, con la voz aún desafinada por el sueño. Polifemo, encaramado a su hombro, se frotaba los ojos soñolientos—. Está a unos quinientos metros.

—Considerando su velocidad, eso no nos da mucho tiempo.

—Tranquilo, Crimson. Siempre vengo preparado para estas contingencias. Ya le he dicho que los bodakes me dan pánico.

Éremos sacudió a Miralles sin conmiseración, mientras Kaimén registraba su mochila y sacaba un par de botes de aerosol. Le tendió uno y él mismo se roció generosamente con el otro. Éremos, que tenía la costumbre de leer todo lo que caía en sus manos, hasta los envoltorios de los caramelos, no pudo resistir la tentación de hacer lo mismo con el etiquetado del repelente. Por cinco veces y en cinco idiomas comprobó que decía exactamente lo mismo:

No usar bajo ningún concepto después de la fecha de caducidad. La empresa no se hace responsable de muertes o mutilaciones entre los consumidores pasada dicha fecha. Caduca el… quince de junio del 2116
.

Kaimén se le quedó mirando a medio rociar, con unos ojos tan grandes como los de su mascota Polifemo, mientras Miralles abortaba un bostezo y lo convertía en gemido.

—Enhorabuena, señor Kaimén —le felicitó Éremos—. Es usted el afortunado propietario de una partida de repelente para bodakes que caducó hace cinco meses.

—Dios… Dios mío, ¿qué hacemos ahora?

—Apunte con la linterna hacia delante, por el túnel. Así veremos lo que se nos viene encima y tal vez deslumbremos al bodak. ¿Qué dice su alarma… si es que funciona?

—Lo tenemos a menos de doscientos metros.

Llegado el momento de la acción, Éremos descubrió que volvía a tener el control de sus propias riendas. Plantó una rodilla en el suelo, apoyó el codo izquierdo en la otra, curvó el dedo índice de la mano derecha sobre el gatillo y ajustó la mira infrarroja del rifle.

—¡Menos de cien metros! —avisó Kaimén.

El túnel hacía un recodo delante de ellos, marcando el límite de visión para Éremos a veintidós metros, según informaba el telémetro. Dada la velocidad de aquellas criaturas, tendría muy poco tiempo para apuntar. Si fallaba el primer disparo, el bodak se cuidaría de que no tuviera una segunda oportunidad; pero si actuaba con precipitación el resultado sería igualmente desastroso.

Oyeron al bodak antes de verlo. Éremos ya se esperaba su penetrante chirrido, de modo que no permitió que le hiciese perder la concentración. En la mirilla del rifle apareció una forma espectral que se plantaba de un salto en el recodo, giraba en un ángulo imposible y se lanzaba hacia ellos con la aceleración de un misil. Éremos centró el punto rojo del láser en mitad de lo que parecía ser el abdomen de la bestia y disparó.

Sonó un estallido seco. Algo duro cayó sobre Éremos y lo derribó de espaldas. Rodó sobre sí mismo como un gato y se incorporó, sin soltar el arma. En décimas de segundo comprendió lo sucedido: había destrozado al bodak casi a bocajarro y era la cabeza mutilada de la bestia lo que le había hecho caer al suelo.

Kaimén lo felicitó con un abrazo que jamás se hubiese esperado y al que, evidentemente, no correspondió. Miralles estaba de rodillas en el suelo, estrujándose el pecho como si fuese a sufrir un infarto. Pasado el peligro, Éremos examinó el túnel y los restos del bodak. En aquel lugar tan angosto hubiera sido casi más difícil fallar el disparo que dar en el blanco, pero no se le hubiese ocurrido dejar su destino en manos del vestigator.

—¿Qué dice su alarma? ¿Vienen más?

—Por el momento no.

—Saque el resonador. Quiero ver cómo son estos túneles.

Cuando llegaron a la siguiente bifurcación, Éremos eligió un camino distinto del que les había llevado hasta allí. Para su sorpresa, Kaimén se dio cuenta y le agarró por el hombro.

—No hemos venido por este túnel. ¿Qué pretende, que nos perdamos?

—Lo que no quiero es salir por donde entramos. Deben estar esperándonos a la salida, eso si no hay más bodakes ya tras nuestros pasos.

—Nos vamos a perder.

—Tiene que haber más salidas. Un sistema tan complejo no puede tener sólo una.

—¿Y quién dice que no vayamos a vagar dando vueltas por los túneles hasta hacernos viejos?

—Yo. De todas maneras, si quiere, vuelva por donde vinimos. No pienso obligarle a venir conmigo.

El vestigator dio un resoplido de furia, imitado por su mascota, pero se resignó a seguir a Éremos. Les quedaban largas horas de marcha.

Veinticuatro horas, aunque fueran de vigilia regada con vasos de café, no eran suficiente tiempo para descifrar un lenguaje desconocido, pero bastaban en cambio para comprender que jamás lo conseguiría. Clara había empezado cansándose de las or-gafas, después había renunciado a la pantalla virtual, y ya ni siquiera era capaz de fijar la vista en las hojas de papel que habían invadido su mesa como un ejército de ocupación. Había asignado colores a cada frecuencia y signos a cada modulación, aprovechando el trabajo previo de Karl y el resto de los técnicos, y había confirmado algunas pautas y hallado otras nuevas, pero no eran más que granos de arena en una playa inmensa. La impresión de que le faltaba algo muy importante la rondaba, imposible de espantar.

—¿Otro café?

Se frotó los ojos y se volvió con una agradecida negativa a Roxanne. De los diversos personajes que se pasaban por la sala cada poco tiempo a comprobar sus progresos, aquella joven negra le era la más simpática. No podía quejarse del trato de los demás, pues incluso el adusto Karl se había suavizado después de los primeros roces, pero adivinaba en todos ellos muchas reservas y era Roxanne quien se comportaba con más naturalidad.

—No voy a conseguirlo —confesó Clara.

—Te estamos apretando mucho, ¿verdad?

—Da igual. No creo que lo consiguiera nunca. Esto no es un mensaje humano. ¿Qué sé yo si hay una gramática aquí, si quien envía estas señales tiene conceptos como sujeto, o verbo, o complemento, o tan siquiera futuro y pasado?

—La verdad es que yo no confiaba mucho en que sacaras algo en claro. No es porque te subestime, no me malinterpretes. Pero creo que hemos mordido un bocado demasiado grande para nuestra boca, y ojalá no nos tengamos que arrepentir.

Clara estiró la espalda, se masajeó los riñones doloridos y trató de arreglarse el flequillo.

—Aquí falta algo, estoy segura. ¿No me ocultáis nada?

—Te aseguro que no. Ha habido mucho secreto sobre todo este asunto, pero a ti te hemos dicho toda la verdad. Considerando el poco tiempo que nos queda sería ridículo andar ahora con reservas.

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