Authors: Miguel de Unamuno
R.—¡Vaya una calma!
M.—Aquí Caridad duerme confiada y hace bien.
R.—¿Hace bien...? ¿Hace bien...? No lo comprendo.
M.—Pues yo sí. Pero tú parece que te complaces en eso, que es un juego muy peligroso y muy feo...
C.—¡Por Dios, Manuela!
R.—Déjale, déjale a la tía...
M.—Con el acento que ahora le pones, la tía aquí eres ahora tú...
R.—¿Yo? ¿Yo la tía?
M.—Sí, tú, tú, Rosa. ¿A qué viene querer provocar celos en tu hermana?
C.—Pero si Rosa no quiere hacerme celosa, Manuela.
M.—Yo sé lo que me digo, Caridad.
R.—Sí, aquí ella sabe lo que se dice...
M.—Aquí sabemos todos lo que queremos decir y yo sé, además, lo que me digo, ¿me entiendes, Rosa?
R.—El estribillo de la Tía...
M.—Sea. Y te digo que serías capaz de aceptar el peor novio que se te presente y casarte con él no más que para provocarle a que te diese celos, no a dárselos tú...
R.—¿Casarme yo? ¿Yo casarme? ¿Yo novio? ¡Las ganas... !
M.—Sí, ya sé que dices, aunque no sé si lo piensas, que no te has de casar, que tú no quieres novio... Ya sé que andas en si te vas o no a meter monja.
C.—¿Y cómo lo has sabido, Manuela?
M.—Ah, ¿pero vosotras creéis que no me percato de vuestros secretos? Precisamente por ser secretos...
R.—Bueno, y si pensara yo en meterme monja, ¿qué? ¿Qué mal hay en ello? ¿Qué mal hay en servir a Dios?
M.—En servir a Dios, no, no hay mal ninguno... Pero es que si tú entrases monja no sería por servir a Dios...
R.—¿No? ¿Pues por qué?
M.—Por no servir a los hombres... ni a las mujeres...
C.—Pero por Dios, Manuela, qué cosas tienes...
R.—Sí, ella tiene sus cosas y yo las mías... ¿Y quién te ha dicho, hermana, que desde el convento no se puede servir a los hombres...?
M.—Sin duda, rezando por ellos...
R.—¡Pues claro está! Pidiendo a Dios que les libre de tentaciones...
M.—Pero me parece que tú más que a rezar « no nos dejes caer en la tentación» vas a «no me dejes caer en la tentación...»
R.—Sí, que voy a que no me tienten...
M.—¿Pues no has venido acá a tentar a Caridad, tu hermana? ¿O es que crees que no era tentación eso? ¿No venías a hacerle caer en la tentación?
C.—No, Manuela, no venía a eso. Y además sabe que no soy celosa, que no lo seré, que no puedo serlo...
R.—Déjale, déjale, Caridad, déjale a la abejita, que pique..., que pique...
M.—Duele, ¿eh? Pues hija, rascarse...
R.—Hija ahora, ¿eh?
M.—Y siempre, hermana.
R.—Y dime tú, hermanita, la abejita, ¿tú no has pensado nunca en meterte en un panal así, en una colmena...?
M.—Se puede hacer miel y cera en el mundo...
R.—Y picar...
M.—¡Y picar, exacto!
R.—Vamos, sí, que tú, como tía Tula, vas para tía...
M.—Yo no sé para lo que voy, pero si siguiera el ejemplo de la Tía no habría de ir por mal camino. ¿O es que crees que marró ella el suyo? ¿Es que has olvidado sus enseñanzas? ¿Es que trató ella nunca a encismar a los de casa? ¿Es que habría ella nunca denunciado un acto de uno de sus hermanos?
C.—Por Dios, Manuela, por la memoria de tía Tula, cállate ya... Y tú, Rosa, no llores así..., vamos, levanta esa frente..., no te tapes así la cara con las manos..., no .llores así, hija, no llores así...
Manuela le puso a su hermanastra la mano sobre el hombro y con una voz que parecía venir del otro mundo, del mundo eterno de la familia inmortal, le dijo:
—¡Perdóname, hermana, me he excedido..., pero tu conducta me ha herido en lo vivo de la familia y he hecho lo que creo que habría hecho la Tía en este caso..., perdónamelo!
Y Rosa, cayendo en sus brazos y ocultando su cabeza entre los pechos de su hermana, le dijo entre sollozos:
—¡Quien tiene que perdonarme eres tú, hermana, tú!... Pero hermana... no, sino madre..., ni madre... ¡Tía! ¡Tía!
—¡Es la Tía, la tía Tula, la que tiene que perdonarnos y unirnos y guiamos a todos! ——concluyó Manuela.
enseñanzas? ¿Es que trató ella nunca a encismar a los de casa? ¿Es que habría ella nunca denunciado un acto de uno de sus hermanos?
C.—Por Dios, Manuela, por la memoria de tía Tula, cállate ya... Y tú, Rosa, no llores así..., vamos, levanta esa frente..., no te tapes así la cara con las manos..., no .llores así, hija, no llores así...
Manuela le puso a su hermanastra la mano sobre el hombro y con una voz que parecía venir del otro mundo, del mundo eterno de la familia inmortal, le dijo:
—¡Perdóname, hermana, me he excedido..., pero tu conducta me ha herido en lo vivo de la familia y he hecho lo que creo que habría hecho la Tía en este caso..., perdónamelo!
Y Rosa, cayendo en sus brazos y ocultando su cabeza entre los pechos de su hermana, le dijo entre sollozos:
—¡Quien tiene que perdonarme eres tú, hermana, tú!... Pero hermana... no, sino madre..., ni madre... ¡Tía! ¡Tía!
—¡Es la Tía, la tía Tula, la que tiene que perdonarnos y unirnos y guiamos a todos! ——concluyó Manuela.