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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (33 page)

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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Entonces se despertó de verdad, y fue cuando se dio cuenta de que alguien le estaba sujetando el brazo. Era Tilo Darroway, arrodillada al lado de la cama sobre el colchón que habían colocado en el suelo para ella.

—¿Estás bien? Estabas llorando mientras dormías.

—Estoy bien, estoy bien. —La respuesta de Mel era demasiado defensiva como para convencerla. Echó un vistazo a su lado: Jessica estaba completamente dormida, a salvo en el sueño de los inocentes. Mel anheló saber cómo sería esa sensación.

—Una mala pesadilla, ¿eh? —susurró Tilo.

—¿Es que existen las buenas?

—¿Quieres que hablemos de ello?

Quizá. Quizá debería confiar en alguien con quien compartir los problemas y todo eso. No podía confiar en Travis: temía decepcionarlo, o incluso que sospechase de ella si le contaba la verdad acerca de la muerte de su padre. Pero, ¿y Tilo?

—Gracias, pero mejor no. —No. Todavía no.

—Vale.

—Intentaré… no sé, tener dulces sueño, o algo. Pero gracias.

—Vale. Y, Mel, ¿puedo preguntarte algo? —Claro que podía—. ¿Travis y tú…? —Empezó con cautela.

—¿Sí?

—¿Hay algo entre Travis y tú? Quiero decir, estáis como… ¿juntos?

—¿Quieres decir si somos novios?

—Sí.

—No. —A Mel le pareció ver a Tilo sonreír, pese a la oscuridad—. Travis y yo nos conocemos desde hace años. Estamos muy unidos. Pero ¿sabes el cliché ese de «solo somos buenos amigos»? Pues así estamos. En serio. ¿Por qué? ¿Te interesa Trav? ¿Incluso después de que te pegase un puñetazo? Porque vaya forma de conocerse.

—¿Interesada? —reflexionó Tilo—. Puede ser. No está con Jessica, ¿no?

—Trav y Jess están igual que Trav y yo. No tienes competencia, Tilo, pero deja que te diga una cosa: Travis es un tío especial. Si le haces daño, te habrás ganado un enemigo, y no, no me refiero a él.

—Nunca le haría daño —prometió Tilo. Más tarde, lo recordaría.

Las chicas se echaron de nuevo. Así que la Hija de la Naturaleza le tiene el ojo echado a Travis, ¿eh?, pensó Mel. Pero qué suerte tiene el tío. Merecía tener a alguien a su lado, entonces más que nunca. Pero ¿no lo merecían todos? Estaba durmiendo solo con la ropa interior, pero tenía los pantalones vaqueros al alcance de la mano, sobre una silla al lado de la cama. En el bolsillo, una fotografía. No podía verla en la oscuridad, obviamente, pero no le hacía falta. Podía describir cada uno de sus detalles de memoria y con solo tocarla se sentía bien, esperanzada. Todo el mundo merecía estar con alguien. Dos chicas sonrientes, abrazadas, con toda la vida por delante. Como en el pasado. Como en el futuro.

—Despierta, Jessie —susurró Mel, consolándose con el tacto de la fotografía entre sus dedos—. Por favor, despierta.

* * *

—¿Sabes qué? Saben mejor sin leche —dicho Richie a la mañana siguiente, vertiendo los cereales en su boca directamente de la caja.

—Menos mal —dijo Mel—, porque toda la leche que encontremos estará a punto de convertirse en quedo. Y si no lo está, bastará con que la mires para agriarla, Richie.

—Travis —dijo Tilo—, ¿crees que volveremos a probar la leche?

—Claro —dijo Travis, optimista—. Tendremos que aprender a ordeñar vacas por nosotros mismo, eso es todo. No te preocupes. Si hace falta, conseguiremos leche hasta de las piedras, en cuanto les encontremos las ubres.

Tilo se echó a reír… quizá demasiado alto.

—No esperes que Richie Coker le ponga las manos encima a una vaca —advirtió el chico de la gorra de béisbol.

—¿Por qué no, chicarrón? —se burló Mel—. ¿Reservándote para el toro?

Richie puso mala cara y se alegró de que Satchwell no estuviese cerca para disfrutar aquella humillación. Simon ya se había dirigido al comedor, a intentar sintonizar con la radio alguna emisión un poco más constructiva que la de Todd Rothwell. Richie se levantó de la mesa y caminó pesadamente hacia la puerta.

—Creo que deberíamos ir al pueblo y saquear las tiendas esta mañana. De nada nos sirve quedarnos aquí soltándonos pullas, Morticia: tenemos que ponernos en marcha o se nos adelantará algún perdedor.

—¿Es que no sabe encajar una broma? —suspiró Mel, con sorna.

—Pues por desgracia —admitió Travis—, tiene razón. En marcha.

Los cuatro se adentraron en Willowstock, dejando a Simon y a Jessica en la casita. El Volvo todavía tenía gasolina de sobra en el depósito.

—De todas formas, si necesitásemos más podríamos sacarla de otros coches —dijo Richie.

Aparcaron enfrente de una tienda, sobre una doble línea continua amarilla. Mel pensó que aquella debía de ser la primera vez en su vida en la que se alegraba de ver una señal de tráfico. Milagrosamente, el escaparate de la tienda estaba intacto. Por otra parte, dada la media de edad de los habitantes del pueblo y la consiguiente falta de jóvenes que hubiesen sobrevivido a la enfermedad, tampoco era tan sorprendente.

—No tientes a la suerte, Naughton —dijo Richie cuando Travis se lo comentó—. Así lo tenemos más fácil. Bueno, entonces ¿quieres comportarte como un criminal y echar la puerta abajo de una patada? —Travis declinó aquel honor—. Lo que yo pensaba. Tú sigue ordeñando vacas, Naughton, y deja el trabajo de verdad para hombres de verdad. —Guiñó un ojo a Tilo y abrió la puerta de una patada—. ¿Hola? ¿Hay alguien? ¿Es que aquí no se atiende? Parece que no. Tendremos que servirnos por nuestra cuenta.

Tilo se quedó atrás mientras el resto se adentraba en la tienda.

—Travis, mientras cargáis las cosas en el coche, yo voy a pasar por la consulta del médico.

—¿Por qué? ¿No te encuentras bien? ¿Necesitas que te echen un vistazo? —se ofreció Richie.

Tilo le ignoró.

—Cuando un… un amigo y yo vinimos aquí el otro día, en la consulta había una recepcionista, una mujer que aún no había contraído la enfermedad. Había perdido la cabeza y no creo que siga allí pero… solo tardaré un minuto en comprobarlo.

—Vale. —Travis asintió, dando su aprobación—. Pero sería mejor si Richie o yo te…

—Yo me ocupo, jefe —se ofreció Richie.

—…acompañásemos. Por si acaso.

—Ya voy yo. Tú dirás a dónde, nena. —A Richie se le había quedado grabada la expresión lasciva en la cara, como un tatuaje.

—Vale, creo que me llevará menos de un minuto —dijo Tilo, revisando su estimación.

Después de entrar en la consulta del doctor Parker, quién la acompañase le resultó indiferente. La señora Wilson ya no estaba. Tampoco los registros médicos que revolvía sobre el escritorio. Pero Tilo sabía lo que les había ocurrido… cosa que no podía decir de la mujer: los historiales médicos de todos los pacientes del doctor Parker (entre los cuales probablemente estuvieses los de los abuelos de Travis) descansaban, convertidos en ceniza, en el fondo de una papelera ennegrecida. El último acto de la señora Wilson como recepcionista, ¿y por qué no? Aunque el doctor Parker siguiese vivo, ya no necesitaría sus registros: solo certificados de defunción.

—Antes has dicho que estuviste aquí el otro día con un amigo —dijo Richie—. ¿No será un novio?

—No es asunto tuyo, Richie —dijo Tilo desdeñosamente—. Pero me recuerdas a él.

—¿Sí? —dijo Richie, sacando pecho.

—Sí, él también era un baboso.

—Venga, nena, no seas así. —Avanzó hacia Tilo. Hacía falta más de un insulto (muchos, de hecho) para disuadir a Richie Coker—. Ya sé que no lo decías con mala intención. Sé que te gusto. —Empezó a acorralarla contra el mostrador—. Sé que me quieres. —Apoyó sus carnosas manos sobre sus hombros.

—No sabes nada, Richie —le dijo Tilo con indignación—. Pero no tardarás en aprender. —Y dicho esto, le propinó una patada con todas sus fuerzas en la canilla, aprovechando para escabullirse de él cuando se dobló de dolor—. Tómatelo como la primera lección —dijo desde la puerta. Corrió hacia la calle con una sonrisa en los labios, casi a punto de echarse a reír y deseando que hubiesen sido las manos de Travis las que se hubieran apoyado sobre ella…

A unos cien metros de distancia, en esa carretera, se encontraba Enebrina, observándola grave y silenciosa.

Cualquier atisbo de alegría que Tilo hubiese podido albergar en su corazón se disipó inmediatamente. El sentimiento de culpa era uno de los que más fácilmente regresaban.

—¿Brina? ¡Brina! ¡Gracias a Dios! —Echó a correr, pero no hacia la tienda en la que se encontraban Travis y Mel, sino hacia la niña—. Iba a ir a buscaros. Estoy aquí. He encontrado unos amigos. ¡Brina, espera!

Pero la niña no parecía dispuesta a escucharla. Quizá ya no creía en ella (los motivos eran obvios). Pero las cosas habían cambiado: Tilo ya no estaba sola. Tenía a Tra… tenía a los demás.

Pero Enebrina desapareció tras doblar la esquina de la última casa de la calle. Desde ahí había muy poca distancia hasta el bosque, apenas un tramo de campo, y si la niña llegaba a la arboleda antes de que Tilo la alcanzase, se escaparía. Así que echó a correr sobre el asfalto hasta doblar la esquina de la última casa de la calle.

Y entonces se detuvo de golpe, como si se acabase de topar con un abismo inesperado, y gritó. Pero no era hacia abajo donde tuvo que mirar, sino hacia arriba: concretamente, a más de dos metros del suelo.

Un ojo flotaba en el aire.

Los niños, Enebrina y el resto, no la habían mentido. Era el ojo que habían visto aquella noche. Al parecer, también se dejaba ver de día.

Era exactamente igual a como lo describieron: del tamaño de una pelota de fútbol, puede que incluso un poco más grande. Del tamaño de una pelota de playa. Pero de todas formas, a nadie se le hubiese ocurrido patearlo. Brillaba porque la piel que lo cubría era de acero, excepto por un panel circular frontal parecido a la lente de una cámara, al iris de un ojo. Observó a Tilo. La inspeccionó.

Ella contuvo la respiración. ¿Qué diablos era aquello? Y en cualquier caso, ¿querría saberlo? Empezó a retroceder, temerosa, en silencio, como si pensase que cualquier sonido podía incitar al ojo a hacer algo no deseado.

Solo gritó cuando Richie chocó contra su espalda.

—Pero bueno, ¿qué haces ahí parada? —protestó el chico. Su inercia estuvo a punto de hacerlos caer a los dos, convertidos en una maraña de extremidades.

—Richie, ¡mira!

—¿Qué? —Observó en la dirección que le indicaba, pero no vio nada digno de mención.

El ojo había desaparecido.

—¿No lo has visto? —le preguntó Tilo tímidamente.

—Si he visto, ¿qué? Lo único que he visto es a ti, corriendo por la calle como si te estuvieses haciendo los cien metros lisos o algo así. Vale que pueda haber sido un poco brusco, teniendo en cuenta que nos acabamos de conocer y todo eso, pero echar a correr de esa forma me parece un poco…

Había desaparecido. Como si nunca hubiese existido. ¿Y si ese era el caso? ¿Y si el ojo volador no era más que producto de la truncada imaginación de Tilo?

—Entonces ¿qué se supone que tengo que ver?

—A Enebrina. Una miembro de los Hijos de la Naturaleza. Una niña. —Puede que lo más prudente fuese guardarse lo del extraño ojo de metal para sí, por el momento. No quería parecer tonta delante de Richie Coker.

Este la miró confundido.

—No, pero antes has dicho si «lo» he visto. «Lo».

—Perdón, quería decir «la». ¿La has visto? A Enebrina. Llevar esa ridícula gorra de béisbol todo el día está afectándote el oído. Enebrina estaba aquí, así que corrí tras ella. Pero está visto que no lo bastante deprisa.

—¿Por qué te refieres a una niño como «lo»?

—«La», Richie. —Tilo tiró de él cogiéndole la manga hasta llevarlo de vuelta a la calle—. En cualquier caso, se ha marchado, así que olvídalo. Vamos a ayudar a Travis y a Mel.

—Eres muy rara, Tilo —dijo Richie—. Pero que eso no te preocupe, porque, ¿sabes qué? Me gustan las chicas raras.

Tilo echó la vista atrás: no había más que una casa de aspecto inocente y un cielo despejado. Y el cumplido de Richie no hizo que se sintiese más tranquila, en absoluto.

* * *

Cuando el Volvo estuvo lleno con todas las provisiones que podía transportar, regresaron a la casita. Simon estaba en la puerta.

—Ha pasado algo malo —aventuró Mel automáticamente—. ¿Y si le ha ocurrido algo a Jess?

—No, no —le corrigió Travis—. De hecho, parece que pasado algo bueno.

—Puede que Simoncete haya aprendido a tejer mientras estábamos fuera —bromeó Richie.

Tilo se preguntó si el chico de las gafas habría visto aquel globo de acero parecido a un ojo flotando por la zona.

Simon tenía noticias con respecto a la radio. Buenas noticias.

—He captado una señal —anunció—. Están retransmitiendo desde un colegio, no de un colegio de tres al cuarto como Wayvale, no: desde uno privado, el colegio Harrington. Todavía tienen electricidad y agua caliente y se están organizando. Quieren que se les una gente. Podríamos unirnos nosotros.

—¿Y juntarnos con un montón de pijos? —gruñó Richie—. Preferiría ir con alguien como Bufón.

—Eh, si quieres irte, ya sabes dónde tienes la puerta, Coker —le dijo Mel. Richie no se movió.

—Pero quienes hablaban eran jóvenes, ¿no, Simon? —preguntó Travis—. No había adultos, ¿verdad?

—Era la voz de un chico, sí, pero sonaba… no sé, de fiar. Creíble. Como si se pudiese confiar en él. —Como en ti, Travis, pensó Simon, hasta que reclutaste a Richie Coker—. Dijo que están retransmitiendo desde su propio estudio en el colegio Harrington y que van a enviar el mensaje cada hora. Tenemos unos diez minutos hasta el próximo.

—¿Dijo dónde se encuentra ese colegio Harrington?

—Sí, que está a las afueras de un pueblo llamado Otterham.

—Eso solo está a unos treinta o cuarenta kilómetros de aquí —dijo Tilo.

—Sí, lo he comprobado en un mapa de la zona que tenía tu abuelo, Travis: concretamente, está a cincuenta kilómetros de aquí.

Travis asintió, satisfecho.

—Genial, Simon. Lo has hecho muy bien.

Simon se sonrojó, orgulloso.

—Así que todavía necesitaréis un conductor, ¿no? —apuntó Richie.

—No nos precipitemos —dijo Travis—. Primero, vamos a escuchar qué dice la retransmisión.

El mensaje llegó una vez más, puntual, a la hora prevista.

—Este es un mensaje del colegio Harrington. Este es un mensaje del colegio Harrington para todo aquel que pueda recibirlo. Por favor, permanezcan a la escucha, aunque nunca hayan oído hablar de nosotros; puede que ese sea el caso, pero les rogamos encarecidamente que atiendan a este mensaje. Por su interés y el nuestro. —Simon tenía razón: la voz era de un chico, puede que incluso más joven que los adolescentes que conformaban su grupo. Pero también había dado en el clavo con respecto al tono de aquella voz: tenía algo que inspiraba confianza—. Antes de la enfermedad, Harrington era un colegio privado masculino, pero esos días han quedado atrás. Ahora queremos proporcionar un hogar a todo el mundo, a todos: chicos, chicas, independientemente de vuestra edad. Queremos forjar un nuevo comienzo, una nueva comunidad, equipada para garantizar nuestra supervivencia en los difíciles tiempos que hemos de afrontar, y queremos que todo el mundo forme parte de ella. Os necesitamos. Si podéis oírnos, uníos a nosotros. Harrington va a ser un refugio seguro, un santuario para aquellos que han sufrido a causa de la enfermedad, un lugar en el que ya no sufriréis más. El apodo del colegio era «El Castillo»… ya veréis por qué cuando lleguéis.

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