La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (35 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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Justo a tiempo. La luna trasera reventó en pedazos. Los gritos en el interior del vehículo ya no eran de júbilo.

¡Joder, joder, joder! —Richie se preguntó si aquel sería un buen momento para cambiar de bando. Si se detenía en aquel instante y entregaba a Travis y al resto a Rev, ¿le perdonaría? Quizá. O quizá no. Pero, tal y como lo estaban las cosas, estaba dispuesto a quemar para que los motoristas no pudiesen cruzarlo y así dejarlos atrás.

Otros dos disparos de escopeta alcanzaron al Land Rover desde atrás hundiéndose en la carrocería.

—No dejes de mirar a la carretera Richie —le recordó Travis.

—¿Mientras esos cabrones nos disparan?

—¿Está todo el mundo bien? —parecía que sí—. Tenemos que ofrecerles un blanco menos estático, hacer que sea difícil alcanzarnos.

—Vale, vale. Estoy en ello. —Richie dio una serie de volantazos, haciendo que el Land Rover se desplazase de un lugar a otro de la carretera a lo loco, casi fuera de control. Los setos arañaban la pintura, pero aquel era el menor de sus problemas.

—Dentro de poco debería haber una curva. Asegúrate de no salirte de la carretera.

—¿Nos están disparando y tú me hablas de cómo tomar las curvas? ¿No te parece mejor si nos largamos de aquí y punto?

—Vamos a Harrington —insistió Travis—. No voy a dejar que Rev se interponga en nuestro camino.

—Los niños pijos nos van a adorar.

—¡Se están acercando, Trav! —dijo Mel, antes de que una nueva perdigonada alcanzase al Land Rover.

—Si no fuesen idiotas, nos dispararían las ruedas —dijo Simon.

—Si no fuesen idiotas no estarían con Rev —observó Travis—. Pero me has dado una idea estupenda, Simon. Tilo, Mel: echad un vistazo a la rueda de repuesto de atrás. —El vehículo estaba equipado con una rueda adicional que se encontraba a sus espaldas—. ¿Qué aspecto tiene?

Las chicas se atrevieron a mirar a través del irregular agujero que había donde antes estaba la luna trasera.

—Es más o menos redonda y parece hecha de goma —dijo Mel.

—Y está a punto de caerse, Travis —observó Tilo.

—Parece que le quede poco para desprenderse del vehículo?

—De un momento a otro.

—Estás de coña, ¿no, Travis? —Dijo Mel, entre el sarcasmo y la estupefacción.

—Para nada.

—Pero eso es…

—Ya voy yo —dijo después de quitarse el cinturón de seguridad.

—No ya voy yo —se ofreció Tilo, que ya estaba puesto de rodillas sobre el asiento.

Travis le lanzó una sonrisa.

—Ten cuidado, Tilo. Mel, Simon, sujetadla por las piernas. Con fuerza.

—¿Por qué nunca participo en las cosas chulas? —se quejó Richie.

—Tú sigue dando voltizos —le ordenó Travis—. Que no alcancen a Tilo.

—No le darán. —Richie siguió dando tumbos de un lado a otro. Las ruedas chillaron. Era como conducir un coche de choque de los de las barracas. Los pasajeros de los asientos traseros chillaron cuando las piernas de Tilo estuvieron a punto de seguir a su cuerpo a través del agujero de la luna.

—¡Sujetadla bien! —gritó Travis.

La chica ya tenía medio cuerpo fuera del Land Rover. Los moteros eran figuras borrosas para sus ojos, pero aquel no era su único problema: si no tenía cuidado, se clavaría los cristales rotos de la luna trasera, cuyos rebordes serrados recordaban a una cadena montañosa. Oyó un disparo, un violento recordatorio de que sus perseguidores tiraban a herir. A matar. Aquella amenaza le hizo actuar con más premura. Los tornillos que sujetaban la rueda de repuesto a su sitio estaban casi salidos del todo por los disparos. Agarró la rueda y tiró de ella con fuerza. No quería morir…. no iba a morir. Quería seguir viva en aquel mundo de muerte.

De pronto, la rueda se soltó

—¡Listo! —gritó. Sus compañeros la devolvieron al interior del vehículo mientras los moteros disparaban a un blanco que ya no estaba allí. Fueron sus últimos disparos.

Y es que tenían cosas más importantes de las que preocuparse.

La rueda rebotó sobre el asfalto y giró como un frisbee enorme y enloquecido. El primer motero intentó esquivarla, pero no fue lo bastante rápido. La rueda le alcanzó de pleno, proyectándolo hacia atrás y haciendo que su moto hiciese un caballito. Los dos ocupantes del vehículo cayeron sobre la carretera mientras su moto se arrastraba por el asfalto, provocando una lluvia de chispas y creando un nuevo obstáculo para los perseguidores. La segunda baja fue otra moto que colisión contra la primera y que lanzó a sus ocupantes hacia arriba como el potro de un rodeo.

—¡Richie! —le advirtió Travis—. ¡A la derecha!

El camino a Harrington se extendía en esa dirección. Richie, presa del pánico, tomó la curva sin apenas aminorar la velocidad, dando un desesperado volantazo para incorporar al vehículo a aquella carretera. Las ruedas gritaron mientras intentaban aferrarse al asfalto, con un agarre tan precario como el de un montañero colgando de un precipicio. Pero hicieron su trabajo. Aguantaron, aunque el giro resultante sacudió sin ningún miramiento a los ocupantes del lado izquierdo del coche. Uno de los moteros no consiguió ejecutar la maniobra con tanto éxito y se salió de la carretera.

Sin embargo, los restantes estaban decididos a perseguirlos. La partida de caza se había visto reducida a la mitad, pero aún no se había rendido.

—¿Es que esos idiotas no saben cuándo les han ganado? —protestó Richie.

—Es que todavía no lo hemos hecho. Aún no. Pero puede que tengamos refuerzos —dijo Travis—. ¡Mira!

Una carretera privada se separaba de la pública, atravesando una cuidada y tranquila arboleda y custodiada por un arco de piedra con una garita que, si bien estaba claramente desocupada, proyectaba una presencia tranquilizadora. El acceso a la carretera señalado por un par de pilares de cemento, uno de los cuales tenía remachada una placa de bronce.

—¡Es Harrington! —gritó Simon, pletórico—. ¡Tiene que serlo!— No tuvo tiempo de leer el contenido de la placa para corroborar la identidad de aquel lugar, ya que Richie atravesó el arco y la arboleda con el Land Rover a toda velocidad.

—Bueno, pues ya hemos llegado, pero los matones de Rev todavía nos siguen —dijo Mel mientras observaba, nerviosa, que los tres motoristas se acercaban cada vez más—. ¿Tenemos algo más que tirarles, Trav?

—Prueba a insultarles, Morticia, que se te da de miedo —dijo Richie.

—¡Travis! —dijo Tilo de pronto, boquiabierta, mirando y señalando más allá de Richie—. ¡El castillo!

Asomó tras los árboles como sacado de un cuento de hada, con sus torres y matacanes culminados en almejas parecidas a dientes gigantes. Una fortaleza preparada para repeler cualquier atacante.

Otro disparo de escopeta. Pero en aquella ocasión no sonó desde detrás, desde la posición de los moteros, sino desde delante. Un chico vestido con pantalones y chaqueta grises (y una corbata) apareció delante. Un chico vestido con pantalones y chaqueta grises (y una corbata) apareció entre el follaje. Apuntó. Disparó. El motero que iba en cabeza levantó los brazos como si quisiese rendirse, pero era demasiado tarde para él: la moto que conducía de estrelló contra un roble.

Sus dos compañeros tomaron la decisión más inteligente y frenaron, no sabiendo muy bien cómo reaccionar ante aquel repentino e inesperado cambio en la situación.

De entre los matorrales aparecieron más chicos, que se adentraron en la carretera armados con escopetas y fusiles de aire comprimido algunos…. ¿con arcos y flechas otros? Richie parecía dispuesto a atropellar a los recién aparecidos, de tan atónito y confundido que estaba.

—Será mejor que pares, Richie —dijo Travis mientras asía el volante.

—¡Trav! —gritó Mel, debatiéndose entre el miedo y la alegría —. ¿Estás viendo lo que yo?

Lo que estaba viendo era al pasajero de la moto derribada poniéndose en pie a duras penas y cogiendo su arma. Después la soltó y se encogió antes de caer de bruces sobre la carretera con una flecha clavada entre sus omoplatos. Vio una andanada de proyectiles trazando un arco en el aire hasta hundirse en los cuerpos de los seguidores de Rev, mermando su número hasta que sólo quedó uno. Por último, vio al único superviviente de la banda de moteros dando media vuelta y huyendo todavía más rápido que cuando les perseguía. Los chicos de gris celebraron su triunfo con vítores.

—Sí, lo veo —dijo Travis—. Apaga el motor, Richie.

El Land Rover estaba rodeado de adolescentes vestidos de uniforme. El grupo de Travis Suscitaba interés en la mayoría de ellos, aunque los ocupantes del vehículo también pudieron oír frases como «Buen tiro» y «Bien hecho, Piers» entre los tiradores y arqueros que habían abatido a los invasores.

—Ya está —dijo un chico pelirrojo y con pecas a los refugiados—. Ya podéis salir. Estáis completamente a salvo. Aquí estamos entre amigos. —Su voz tenía un toque altanero, más propio de alguien que les sacase veinte años que de un chico de un año más joven que ellos.

Sin embargo, la primera parte de su discurso de bienvenida era cierta.

—Vale. —Travis salió el primero. Excepto Jessica, todos se bajaron del Land Rover sin separarse—. Hum… hola, soy…

—Hola, buenas tardes —les saludó otro chico, un chaval de entre dieciséis y diecisiete años, mientras caminaba con aplomo desde el edificio que habían avistado. Tenía las manos juntas tras la espalda y, aunque llevaba el mismo uniforme gris que los demás, su corbata era enteramente azul en vez de a rayas azules y amarillas, como las del resto. Tilo y Mel hubiesen dicho, en caso de que alguien se lo preguntase, que tenía un atractivo aristocrático: atlético, proporcionado, con los ojos verdes y el pelo rubio rizado. Travis quizá se hubiese mostrado reacio a utilizar la palabra «atractivo», pero aquel chico tenía un cierto aire a los cesares cuyos rostros hacían grabar en las monedas romanas.

—Desde luego, sabéis hacer una buena entrada, qué duda cabe.

—¿Este tío es así de verdad? —murmuró Richie.

Parecía que sí. Sus compañeros se hacían a un lado para abrirle paso, respetuosamente.

—Por suerte —dijo con una sonrisa—, conocemos el percal y hemos dispuesto guardias en esta posición, Leo —llamó al chico de las pecas—, ¿quién es el responsable del turno de tarde?

—Hinkely-Jones —respondió Leo, marcial.

—Bien. Considero que una vigilancia tan digna merece un reconocimiento, ¿no es así? Que Hinkely-Jones pase a verme cuando haya terminado su turno. —Después, devolvió su atención al grupo de Travis—. Y antes de que continúe, supongo que debo presentarme. Soy Antony Clive, delegado de los alumnos. Bienvenidos a Harrington.

* * *

Por supuesto, no se trataba de un castillo en el sentido estricto de la palabra. Sencillamente, los fundadores del colegio Harrington habían utilizado motivos medievales durante su construcción, puede que en un intento por arraigar valores como el honor, el valor y la caballerosidad a los muros de aquella institución y a las mentes de sus estudiantes. La arquitectura constituía, en sí misma, toda una declaración de intenciones: inmaculados y orgullosos muros con ventanas de arcos góticos, como escudos de plomo y cristal; el techo almenado que tanto impresionó a Tilo, el gran arco abierto que conducía a un patio interior cubierto de hierba.

—Antes, aquí había dos enormes puertas de roble macizo —les explicó Antony Clive mientras el grupo de Travis (excepto Jessica, que seguía en el Land Rover) caminaba bajo el arco —. Pero uno de los antiguos directores, el señor Amory, las mandó reinar, alegando que en Harrington no debía haber barreras ni puertas cerradas, que la educación debía estar abierta a todos.

—Estoy emocionado —gruñó Richie.

—Abierta a todos, ya —dijo Mel, escéptica—. A todos los que puedan pagar diez de los grandes al año, ¿no?

Antony Clive miró a aquella muchacha delgada, morena y vestida de negro con divertido interés.

—Disculpa…Melanie, ¿no es así?

—Mel.

—De hecho, Mel, la tarifa de Harrington es de unas dieciocho mil libras anuales. No obstante, mi interpretación de las palabras del director Amory es que se refería a tener una mente abierta, no a que el acceso al colegio no tuviera restricciones. No obstante, estoy seguro de que por ti hubiese hecho una excepción.

—Le molas al delegadito, Morticia —le susurró Richie al oído.

—Pero ahora podríais volver a colocarlas, ¿no?—dijo Simon, mirando de refilón al chico de la gorra de béisbol—. Para mantener lejos a los indeseables.

—Podemos defendernos por nosotros mismos —dijo Antony Clive para tranquilizarlo—. Considero que habéis sido testigos de primera mano de ello.

Travis echó un vistazo al patio interior. Independientemente de su papel antes de la llegada de la enfermedad, ahora lo utilizaban como aparcamiento. Había varias filas de vehículos estacionados sobre la hierba.

—Carburetti se ocupa de la lógica —dijo Antony Clive, siguiendo la mirada de Travis—. Su padre es…era un diseñador de coches italiano. Puede que podamos incorporar vuestro Land Rover a nuestra flota.

—Todavía no hemos dicho nada de instalaron aquí —dijo Tilo—. ¿Verdad que no, Travis?

—Tilo tiene razón —reconoció Travis—. Oímos vuestro mensaje por la radio. Estábamos en…estábamos cerca de aquí. Y pensamos que merecía la pena venir a echar un vistazo. Lamento haber traído problemas con nosotros y valoro mucho el que nos salvaseis la vida, obviamente, pero eso no significa que hayamos decidido quedarnos. Todavía no.

—Lo entiendo. —Antony Clive no parecía en absoluto molesto—. Necesitáis tiempo para pensar, para hablar entre vosotros. Es perfectamente comprensible. Tomáoslo con calma. Como habéis oído, necesitamos gente, pero solo voluntarios. Os ofrezco acompañados a vuestros dormitorios, dejados solos para que os deis una ducha, recordad, tenemos agua caliente, y descanséis, y pasar a buscados más tarde para enseñados el edificio. Entonces podréis decir cuál es vuestra respuesta. ¿Os parece?

—Desde luego —dijo Travis.

—Pensaba que vosotros solo os duchabais con agua fría —se burló Richie.

Antony Clive le respondió con toda naturalidad.

—En ocasiones —admitió—. Pero hasta una ducha fría es mucho más higiénica que no ducharse en absoluto. Creo que casi todos estaremos de acuerdo en eso —dijo mientras olfateaba un olor desagradable que empezaba a impregnar el aire.

Simon rio.

Antony le dio la espalda a Richie, displicente, haciendo que el matón se convirtiese en el blanco de las poco disimuladas miradas de Travis y Mel. Sin embargo, la hippie no le lanzó ninguna mirada de reproche, y eso le animó. En cuanto a Satchwell y su risita, ya le daría lo suyo. Pero antes…

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