Read La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha Online

Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (39 page)

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
3.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Tilo miró hacia abajo, humillada, deseando que un cráter aún más profundo que el que albergaba el cilindro se abriese bajo sus pies y se la tragase entera. Así no tendría que soportar el peso de la mirada de Travis, que la observaba confundido y perplejo, o la piedad que transmitían los ojos de Mel.

—Menudo tanto te has marcado, hippie —se burló Richie.

Fresno se lo estaba pasando en grande.

—Éramos Hijos de la Naturaleza, ¿verdad que sí, Tilo? Pero eso era entonces. ¿Con qué suertudo te juntas ahora?

—Cállate, Fresno. —¿Cómo podía haberle gustado? ¿Cómo podía haberle permitido tocarla, hacerle…? Su cuerpo era desgarbado y feo. Sus rasgos eran propios de un cazurro sin dos dedos de frente. Había oído que el amor era ciego, ¿pero es que además tenía que ser retrasado?

—Te conozco, Tilo. Tiene que haber alguien. No te gusta estar sola.

—Cállate. —menuda suerte: Fresno había encontrado su lugar entre Rev y su gentuza.

—Eh, chicos, los de las americanas: si alguno cree estar listo, que sepáis que ella…

—Cállate —gruñó Travis. Apretó los puños. Sus ojos azules brillaron con ira. Tilo lo vio y su corazón latió con fuerza—. O te obligaré.

—Ah, entonces eres tú —se burló Fresno.

—¿Por qué no me sorprende, chaval? —dijo Rev—. Pero tú, Fresno, haz lo que te ha dicho y cierra la boca o te la cierro yo. Ho hemos venido aquí a hablar de pavas. Hablemos de negocios, Antony Clive. Nuestros muertos. ¿Cómo nos vas a…? ¿Cuál es la palabra? —Compensar —le dijo la chica vestida de cuero.

—Eso. ¿Cómo nos vais a compensar por nuestra pérdida? Porque no queremos que haya rencores. No nos gustan los rencores, mucho menos con nuestros vecinos. —Los ojos de Rev brillaron—. No queremos pelear.

—Me parece una decisión acertada —observó Antony—, teniendo en cuenta que os superamos en número significativamente.

Rev se echó a reír.

—Escucha a este pimpollo. Os superamos en número significativamente —dijo burlesco, imitando un afeminado tono de clase alta—. Bueno, pues ten en cuenta lo que te dé la gana, niño rico, pero se nos une gente todos los días. Gente dispuesta a convenirse en custodios de la Reina Carretera. Somos más de los que estamos aquí.

—Nosotros también somos más de los aquí presentes —dijo Antony, cayendo en la cuenta de que Leo Milton había mantenido a los moteros fuera del edificio para que no descubriesen cuántos eran en realidad.

—No importa —declaró Rev—. Porque, como he dicho, no queremos pelear. No si podemos solucionar nuestro pequeño problemilla pacíficamente.

—Estoy dispuesto a negociar.

—Está dispuesto a negociar. Pero escuchada a este tío, de verdad. Vale, estas son las condiciones: has matado a cinco de los nuestros, pero no pasa nada. Hay muchos más… muchísimos más. Pongamos que ha sido un accidente. Quiero decir, no fuisteis vosotros los que nos provocaron. Pero hubo unos que sí lo hicieron. Nos provocaron cosa mala, me provocaron a mí y no me mostraron ningún respeto… ¡a mí, a un custodio de la Reina Carretera! Y necesitan que les enseñemos una lección. Así que es a ellos a quienes queremos. Y así es como nos van a compensar, niño rico. Nos los entregas, nos vamos, y todo el mundo contento. —Se volvió hacia Travis—. Te vienes con nosotros, chaval. Tú y tus amiguitos. Fresno, puede que vuelvas a tener suerte, aunque no por mucho tiempo.

—Nadie —intervino Antony— va a ir a ninguna parte contra su voluntad. ¿Travis?

—¿Tienes que preguntarlo?

—En lo referente a asuntos diplomáticos uno siempre debe ser claro —dijo Antony—. Supongo que Travis habla por todos vosotros, ¿no es así? —En aquella ocasión, incluyó a Richie en la pregunta—. En ese caso, me temo que las negociaciones han concluido, Rev. —Acompañó la última palabra haciendo unas comillas con los dedos.

—¿Qué?

—¿Necesitas que te lo escriba? ¿Eres capaz de leer, al menos? —Travis miró a Antony con alivio y agradecimiento. No es que hubiese dudado de él, claro. Y sí, parecía un césar de los que salían en las monedas—. El colegio Harrington acoge a todo aquel que busque refugio tras sus muros, y no nos doblegaremos ante escoria como tú. Deniego tu demanda de compensación.

—No te hagas el listillo conmigo, niño rico. Y no te precipites. Por tu propio bien. —Rev cada vez estaba de peor humor—. Deja que lo diga de otra forma: si no haces lo que te pedimos y nos entregas al chaval y a sus colegas, vendremos a buscarlos por las malas y aplastaremos a todo aquel que se interponga en nuestro camino. ¿Me has oído, niño rico? Reduciremos tu colegio a cenizas.

—Podéis intentarlo —dijo Antony.

—Vale. Vale —gruñó Rev—. Como veas. Pero voy a darte una última oportunidad. Porque hablas con educación. Ahora nos vamos, pero nos veremos las caras… ¿cuándo? Mañana por la mañana. Por la mañana. Y si entonces nos entregas al chaval, pues estupendo. Todos contentos. Pero si no lo haces, deja que te diga una cosa, niño rico… no será tan estupendo. —El motero golpeó a Antony en el pecho con el dedo índice—. Habrá una guerra…

11

Aquella tarde, Travis fue a ver a Antony al despacho del director. El muchacho rubio estaba solo, sentado en la silla que perteneció a su predecesor, observando con gesto distraído el terreno en el que se encontraban las tumbas, cerca de los árboles.

—¿Antony? —Travis tuvo que hablar para que el adolescente fuese Consciente de su presencia—. Creo que será mejor que hablemos.

—¿Hice lo correcto con respecto a Rev?

—Sí, hiciste lo correcto. Pero no estoy seguro de que nosotros también lo hiciésemos. —No te sigo.

Travis frunció el ceño, preocupado.

—Puede que mi grupo no deba quedarse aquí. Quizá deberíamos marcharnos mientras Rev reúne a sus fuerzas, o lo que esté haciendo ahora mismo. Si mañana va a haber una batalla será por nuestra culpa, y ganemos o perdamos…

—Ganaremos —dijo Antony.

—Ganemos o perdamos, habrá bajas. Chicos, chicos jóvenes que lo más seguro es que ni siquiera sepan muy bien qué están haciendo o por qué, arriesgarán sus vidas por nosotros, por gente cuya existencia desconocían por completo hasta hace dos días. ¿Y si mañana son asesinados? Será por nuestra culpa. No estoy seguro de querer cargar con eso sobre mi conciencia, así que quizá lo mejor sea que nos marchemos.

—No podéis iros. Os necesitamos —dijo Antony, poniéndose en pie—. Harrington, lo que intento crear aquí, no debe ser solo un lugar, un montón de ladrillos y cemento. También tiene que ser un espíritu, una creencia. Tiene que significar algo, ser un símbolo de nuestra fe en el futuro, en un futuro ordenado y civilizado en el que ya no existen conceptos como o el mal, pero en el que estos siguen importando. Por eso lucharemos mañana, Travis, no solo por vosotros, sino por una forma de vida, nuestra forma de vida; algo por lo que merece la pena cualquier sacrificio. No os marchéis ahora. Acabáis de encontrarnos. Ahora, encontrad la fuerza para quedaros.

—Antony, no estoy seguro de…

—Si no plantamos cara aquí, Rev y los suyos habrán ganado.

Travis sintió que sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas. Aquellas viejas palabras, parafraseadas bajo nuevas circunstancias: las palabras que le dijo su padre. Pensó en él. En su padre, con un filo clavado en el pecho, exhalando su último suspiro en una calle atestada de gente, lo recordó una vez más.

Quiero ser como tú, papá. Haré lo correcto. Defenderé lo que es justo. Lo prometo.

—Vuestro director Stuart sabía lo que hacía cuando te nombró delegado, Antony. Hay que reconocérselo.

—¿Qué quieres decir…? —preguntó esperanzado.

—Que nos quedamos —dijo Travis.

Tilo estaba esperando a Travis en el pasillo.

—Hola —le dijo.

—Hola.

Ella parecía nerviosa, dubitativa, como si esperase que Travis la volviese a golpear. Se hacía a la idea de los motivos que podrían impulsarle a ello.

—Eh… ¿Travis? Quería darte las gracias. Por defenderme de Freno.

—De nada. —No se detuvo a charlar. En vez de eso, siguió recorriendo los pasillos de Harrington a paso ligero, en dirección a los dormitorios. No supo decir por qué. No tenía que ir allí. Tilo prácticamente tenía que correr para no perderlo—. No me gusta que nadie haga comentarios así sobre… una amiga. Sobre todo cuando es tan evidente que quien los está haciendo es un asqueroso.

—Lo es. Fresno es un asqueroso.

Travis se detuvo en seco, tanto, que Tilo estuvo a punto de chocar con él

—¿Porque…? —Sus ojos dejaban ver que estaba dolido, perplejo—. Nada de lo que dijo era mentira, ¿verdad?

—Ojalá lo fuese. Ojalá nunca hubiese conocido a Fresno.

—Pero bueno, supongo que al vivir con los Hijos de la Naturaleza no tenías muchos novios entre los que elegir.

—Podría decirse que sí —reconoció Tilo, aunque hubiese deseado que Travis no emplease un tono tan sarcástico al hablarle.

—Y claro, tú tenías que buscarte un novio.

—No es eso… era la enfermedad. Todo a mí alrededor se estaba desmoronando. Todo el mundo estaba muriendo. Necesitaba a alguien que estuviese conmigo y ese alguien era Fresno. Sí, se aprovechó de mí. Ahora puedo verlo claramente, pero no siempre se tiene esa claridad, ¿a que no? —Travis no parecía dispuesto a dar su brazo a torcer—. Bueno, pues yo no la tenía. Necesitaba apoyo, necesitaba saberme viva, sentirme viva. Si eso me convierte en débil, pues mira qué bien. No todos podemos ser fuertes, Travis.

Una parte de él quiso abrazarla, acariciarle el pelo, besarle las mejillas, los labios, el cuello. Pero otra parte visualizaba a Fresno sonriendo y haciéndole eso mismo, recorriéndole el cuerpo con los dedos, y Tilo disfrutándolo. Una tercera parte solo quería decirle que no pasaba nada, que todo iba a ir bien, que no importaba que hubiese mantenido en secreto la existencia del globo flotante, que no importaba lo que hubiese hecho en el pasado, que nada de aquello importaba porque cuando estaba cerca de ella se sentía… Y una cuarta parte, la última, no sentía nada, no podía sentir: era la parte que había desarrollado desde que su padre murió, para protegerse de los sentimientos y mantenerse a salvo.

—¿Por qué me cuentas todo esto, Tilo?

—Quería explicarte por qué pasó lo que pasó entre Fresno y yo. Para I que no pensases que yo…

—Lo que hicieses antes de que nos conociésemos no es asunto nuestro.

—¿Nuestro?

—Del grupo. Ahora eres parte de un grupo.

—Pero no quiero ser parte de un grupo y ya está, Travis. Quiero ser…

—¿Qué?

—Da igual.

Pero no daba igual. Y ambos lo sabían.

Fuera, las primeras gotas de lluvia repiquetearon contra las ventanas, como cientos de corazones latiendo.

Richie escuchó la lluvia desde el rellano, envuelto por la oscuridad de la noche. Aquel susurro constante le recordaba a la respuesta por parte de la audiencia al hacer aparición el villano en aquella pantomima que su madre le llevó a ver por Navidad, un millón de años atrás. En el espectáculo, el villano vestía de negro para que no quedase ningún atisbo de duda acerca de su condición. Sin embargo, en aquellos días los villanos vestían sudaderas y gorras de béisbol… eh, ¿y qué llevaba Richie en aquel momento?

Pero el murmullo del agua no era una respuesta a su entrada. Todo lo contrario, parecía ser un preludio de su salida.

Si iba a escapar, aquel momento era perfecto.

Se había vestido y había abandonado el dormitorio mientras todos los demás dormían. Se encontraba al final de la escalera: nada le impedía bajar los peldaños, llegar hasta el patio interior, puentear uno de los coches y largarse echando leches de allí. Vale, había vigilancia, pero sí Richie Coker no conseguía escabullirse sin que media docena de mocosos mimados se diesen cuenta, es que no merecía salvar el pellejo. Y abandonar a Naughton, a Morticia, a Simoncete, dejar Harrington atrás era el único modo de conseguirlo. Reflexionó.

Vale, Antony Clive tenía un plan de defensa para la mañana, todos sabían el papel que debían desempeñar y la verdad es que quizá funcionase. Sin embargo, la palabra clave era «quizá». Un «quizá» siempre acarreaba consigo la posibilidad de un «quizá no», y un «quizá no» leí dejaría (le dejaría) a merced de Rev y su banda de idiotas. Y aquello sí que sería seguro y definitivo. Mal asunto.

Además, ¿por qué iba Richie Coker a jugársela por un niño rico como Clive y un santurrón como Naughton? No se había comprometido a combatir ni contra Rev ni contra nadie. ¿Por qué debería poner su vida en peligro defendiendo aquellas chorradas sobre el bien de las que no paraban de hablar, como si estuviesen en la iglesia o algo así? En la vida, lo más importante es uno mismo. Hay que buscar lo que a uno más le beneficie.

Pero, partiendo de esa base, quizá lo mejor después de todo fue quedarse. ¿Y si los buenos (que era como a ellos les gustaba verse, en cualquier caso) ganaban y les daban una lección a Rev y sus moteros? Richie tenía que admitir que aquel lugar tenía su aquel. Se lo tenían bien montado. Podría llevar una vida sencilla. Si huía, estaría solo. Y no le gustaba un pelo cómo sonaba aquello.

Otro sonido. La puerta del dormitorio de las chicas se abrió.

No quería que le viesen. No quería que le hiciesen preguntas.

Era el momento de tomar una decisión. Incluso aunque tuviese lugar la batalla, lo único que tenía que  hacer era no llamar la atención y mantenerse lejos del peligro, cosa que sabía hacer muy bien. Que fuesen otros los que se enfrentasen al enemigo y se expusiesen a los disparos. Podía huir con toda discreción en caso de una derrota inminente o emerger victorioso de su escondrijo con falsas heroicidades en sus labios en caso de que se alzasen con la victoria. En cualquier caso, se aseguraría de que las cosas le fuesen bien a Richie Coker.

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
3.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Expectant Father by Melinda Curtis
Stone Cold by Cheryl Douglas
Bundori: A Novel of Japan by Laura Joh Rowland
Salt to the Sea by Ruta Sepetys
SODIUM:1 Harbinger by Stephen Arseneault
Cold Warriors by Rebecca Levene
Expecting to Fly by Cathy Hopkins
Republic of Dirt by Susan Juby