Read La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha Online
Authors: Andrew Butcher
Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga
Trazó un arco con el extintor y al impacto del acero con la carne le siguió un chorro rojo. La nariz de Fresno nunca había sido su mejor rasgo… mucho menos a partir de entonces.
* * *
El círculo siguió estrechándose. Los vehículos que se encontraban dando vueltas en torno al edificio fueron cayendo gracias a los disparos de las reservas de Leo Milton, los mejores tiradores del colegio.
Con su conductor abatido, un Vauxhall pasó a toda velocidad ante una de las torres de Harrington antes de estrellarse contra un árbol. Un Ford, recién sacado de un concesionario con la etiqueta del precio todavía pagada a la luna trasera, frenó súbitamente con un chirrido y sus tres ocupantes abandonaron el vehículo a toda prisa; abrumado por los disparos de los chicos de Leo, uno de ellos había dejado caer un cóctel molotov sobre el asiento trasero. Un cóctel molotov encendido. Se abalanzaron sobre el suelo en el momento exacto en el que el Ford explotaba en una bola de fuego alimentada por el combustible del depósito. La pegatina fue pasto de las llamas, lo cual no dejaba de ser apropiado: ya nadie podría vender aquel coche. El vehículo que iba tras él no consiguió esquivar a su compañero incendiado: movidos por el instinto de conservación, más seguidores de Rev optaron por tomar medidas de emergencia y saltaron. Sus ganas de batalla se consumieron como los vehículos bajo las llamas y levantaron los brazos en señal de rendición.
¿Y qué podía hacer Simon? Debería pelear. No era un cobarde e iba a demostrarlo. Podía dejar atrás sus días de víctima de una vez por todas.
Corrió hacia las escaleras que conducían hacia el patio interior. Pero se detuvo en seco. Alguien estaba subiendo las escaleras que conducían a la dirección opuesta al patio. Alguien con una gorra de béisbol. Simon corrió de vuelta a la puerta para no ser visto.
Vaya sorpresa más agradable: Richie Coker, el tío duro, el mismo Richie Coker que podía apañárselas cuando las cosas se pusiesen feas. Simon cerró sus huesudos puños con fuerza. Parecía que cuando las cosas se ponían feas de verdad, aquella (supuesta) valentía se ponía en marcha… esto es, marcha atrás.
Todo lo rápido que sus piernas podían llevarle. Ritchie estaba huyendo en dirección a los dormitorios. A Travis aquello no iba a gustarle nada, tampoco a Antony Clive. Por fin, pensó Simon exultante, tenía algo de ventaja sobre Rickie Coker.
Animado, pletórico, corrió escaleras abajo hacia el patio.
Cuando llegó, sintió el corazón aún más henchido de alegría. Iban a ganar. Rev iba a perder. Era evidente hasta con el telón de fondo de los coches en llamas. Los combatientes de ambos bandos sufrían bajas, pero los moteros que aún seguían en pie estaban siendo derrotados por los miembros de Harrington. El cerco se estrechaba cada vez más, como la soga de una horca.
Simon vio a Giles no muy lejos de él. Cojeaba y oprimía su mano contra los pantalones, taponando una herida en el muslo.
Una moto se dirigió hacia él. Sobre ella iban Rev y la chica vestida de cuero.
—¡Giles! —Simon reaccionó por instinto (no era un cobarde). Se abalanzó sobre el muchacho y sintió su respiración cortarse al chocar, pero el peso y la inercia los apartaron de la trayectoria del vehículo.
Rodaron sobre la hierba, a salvo. Por suerte, las gafas de Simon siguieron en su sitio.
Travis fue testigo de la valiente acción de Simon. El orgullo por su amigo y la rabia hacia Rev se mezclaron violentamente en su corazón. El líder de los moteros se estaba retirando, yendo a toda velocidad hacia el arco de piedra y los terrenos que rodeaban el colegio… hacia la Reina Carretera, sin duda.
Pues ni de coña.
Travis apretó el gatillo de su escopeta. Sin siquiera apuntar. No llegó a alcanzar ni al vehículo ni a sus pasajero, pero bastó para que Rev virase de golpe. La rueda delantera se encontró con un pedazo roto de la barricada. La rueda trasera se levantó del suelo. Rev y la chica vestida de cuero salieron catapultados contra el cemento mientras gritaban, aterrados. Por suerte Leo Milton estaba allí mismo, listo para requisarles las armas. Y la caída de Rev supuso la completa rendición de sus seguidores.
Travis corrió hacia el arco bajo el que se encontraban el motorista y la chica vestida de cuero. Al otro lado de la estructura pudo ver unos pocos vehículos huyendo a toda velocidad, algunos custodios de Harrington desolados y prisioneros vencidos. Para ellos, había terminado. Pero para él.
Apretó el cañón de su arma contra la nuca de Rev.
—Así que ibas a venir por mí, ¿eh, machote? Te dije que te estaría esperando.
—No me dispares, chaval, por favor —lloriqueó el de cara picada entre balbuceos. Todo un custodio de la Reina Carretera.
—Levanta el pie.
Rev obedeció a duras penas.
—Lo que tú digas. Lo que tú… mira, no quiero problemas.
Travis esbozó una fina sonrisa.
—La gente a la que le apuntan con una escopeta no suele quererlos.
Era consciente de que Antony y Leo estaban de su lado, expectantes y en silencio. A esa distancia no tendría ni que apuntar. Y pensó en los chicos que habían combatido por Harrington aquella mañana lluviosa, muertos y heridos a causa de Rev. Y pensó en sus padres, preguntándose si, en caso de seguir vivos, se sentirían orgullosos de lo que había sucedido aquel día. Pensó en su madre en su casa vacía y silenciosa. Pensó en su padre. Alguien como Rev, igualito a él, le había matado. Podría haber sido el padre de Rev, sin ir más lejos.
Quizá. Era posible. Independientemente de lo que decidiese Travis en aquel momento, Rev se lo merecía. ¿Qué hubiese hecho su padre en el lugar de su hijo?
—No me mates, chaval. Por favor. Lo siento.
Solo tenía que contraer los músculos de su dedo.
—¿Travis? —Antony intentó aplacarlo, pero el padre de Antony no había muerto apuñalado en la calle por un matón igualito que Rev.
Pero el padre de Antony tampoco le había legado un ejemplo, un ideal que honrar. Una inspiración. Travis había defendido aquella afirmación ese día. Podía volver a hacerlo.
—No voy a matarte, Rev, siempre y cuando seas sensato y te atengas a las normas.
—¿Las normas?
—Nuestras normas, si es que te importan los detalles. Corrígeme si me equivoco, Antony, pero creo que queremos que os larguéis de aquí, escoria. Tú y tu gentuza. Queremos que os larguéis de Harrington ahora mismo y que no volváis jamás. Ni se os ocurra volver.
—Travis tiene toda la razón —añadió Antony—. Porque la próxima vez, seremos más fuertes.
—No te preocupes —murmuró Rev—. No volveremos. Nos lo podrán más fácil en otro sitio.
—Entonces ¿qué hacéis todavía aquí? —gruñó Travis.
—Vale, chaval —prometió el motero—. Nos vamos.
Y al poco tiempo, fieles a su palabra por una vez, se fueron.
Antony encomendó a Leo Milton y a un grupo armado de miembros de Harrington la tarea de escoltar a los moteros derrotados hasta la carretera principal. Travis vio las esquilmadas fuerzas de Rev, a las que se les habían requisado sus vehículos, alejarse a pie en la distancia hasta desaparecer tras el follaje. Suspiró y miró a su alrededor. Los numerosos fuegos estaban apagándose solos (hasta la gran hoguera del patio interior acabaría por extinguirse) y, aunque había varias ventanas rotas, los daños que había sufrido el edificio eran básicamente superficiales. El colegio seguía en pie.
Sin embargo, y pese a la victoria, nadie, incluido Travis, parecía feliz.
Se había derramado demasiada sangre y demasiado dolor como para celebrarlo… demasiadas pérdidas. Habría que ampliar el cementerio. Y también habría que ocuparse de los heridos. Los menos afectados podían curarse solos (no les quedaba otro remedio), pero varios de los defensores habían sufrido heridas de consideración. Oliver Dalton-Booth, quien antes de la enfermedad quería convertirse en médico, iba a hacer realidad su sueño antes de lo previsto.
¿Y los amigos de Travis? Mientras Antony coordinada las atenciones médicas, él atravesó el patio interior hasta llegar donde Simon, que temblaba apoyado contra la pared.
—¿Estás bien?
—Sigo en pie, Travis —dijo con una débil sonrisa—. Creo.
—Pues antes hiciste algo más que estar en pie, Simon. Vi lo que hiciste. Estuviste magnífico.
—Me salvó la vida —declaró el pequeño Giles—. Nunca lo olvidaré.
—Ya me encargaré de que así sea —bromeó Simon.
Travis le dio una palmada en el hombro, admirando sus esfuerzos.
—Ojalá los niños de la escuela estuviesen aquí para… espera, ¿has visto a Mel y a Tilo?
—No. Se ocupaban de los extintores, o eso creo. Travis… —pero ya había empezado a correr.
—Lleva a tu amigo donde Dalton-Booth. Yo voy a buscar a las chicas —dijo, escopeta en mano. Puede que aún quedase algún motero rondando por el colegio.
Y los había: dos de ellos, inconscientes y tirados en el suelo. Reconoció al de la nariz rota. Un par de niños se acurrucaban a poca distancia. Tilo los abrazaba a ambos.
—Travis, ¿qué está pasando?
—Ha terminado. ¿Estás bien? —dijo sin dejar de mirar al inmóvil Fresno.
Tilo asintió.
—¿Y tú?
—¿Dónde está Mel?
—Ha ido a ver a Jessica. Le preocupaba que algún miembro de la banda de Rev hubiese llegado al dormitorio, porque Jessica no se podría…
Un grito ahogado procedente de la planta superior. Mel.
Travis echó a correr inmediatamente hacia las escaleras, con Tilo tras él. Subió los escalones de dos en dos. Si le hubiese sucedido algo a Jessica… Si le hubiese sucedido algo a Mel… No soltó la escopeta. Abrió la puerta del dormitorio de golpe.
Mel estaba sentada en la cama, abrazando a Jessica con intensidad y sacudiéndola sin parar, entre sollozos y risas. Y Jessica le devolvía el abrazo.
No podía ver el rostro de Mel, enterrado como estaba en el hombro de su amiga y cubierto por su propio pelo. Pero el de Jessica sí estaba a la vista, y en él se mezclaban confusión, perplejidad y miedo, pero no importaba: había consciencia en él, vida. Sus ojos verdes se clavaron en Travis, que estuvo a punto de gritar. Pero su garganta estaba atenazada por una emoción que no era capaz de expresar.
Así que fue Jessica la que habló:
—Trav, ¿dónde…? ¿Qué…? No entiendo nada. He tenido un sueño horrible.
—Lo último que recuerdo… —dijo Jessica. Su voz era apenas un susurro—. Lo último que recuerdo como algo real fue ver que mis padres… se habían ido. Verlos en la cama, con la enfermedad. Sabía que papá estaba infectado, pero mamá parecía estar bien, parecía sana. Debió de pillarla por sorpresa y rápido. No tuvieron ninguna oportunidad. Y les vi ahí tumbados, sin moverse, sin contestarme, y sabía lo que había ocurrido y que era real, que estaban muertos, pero no quería que fuese real, era demasiado, demasiado doloroso. No pude soportar la realidad de la enfermedad. Me negué a aceptarla.
—No pasa nada, Jessie. —Mel estaba sentada en la cama, al lado de Jessica (que ya se había vestido), con un brazo sobre sus hombros—. No tienes por qué pasar por esto si no estás preparada. No tiene que contárnoslo, ¿a qué no, Travis?
Él también estaba en el dormitorio, junto a Simon, Richie, Tilo y Antony.
—Claro que no —dijo, comprensivo—. Nos alegramos de que estés de vuelta con nosotros, Jessica. De que vuelvas a estar completa.
—No, pero es que quiero contároslo. Lo necesito —insistió la chica—. Porque no sé qué ocurrió exactamente, no conozco los términos médicos que lo definen, si es que existen, pero el caso es que de pronto, mientras miraba a mis padres, sentí que me alejaba de ellos. No físicamente, pero sí mentalmente… como dentro de mi cabeza. Sentí que caía en un lugar profundo y oscuro en el que todo cuanto veía era como sombras en un muro, en el que nada era real para que nada pudiese hacerme daño, porque no podía soportar más dolor. Era como si quedándome en aquel lugar oscuro estuviese oculta y a salvo.
Nadie podría verme. Nadie podría hacerme daño. Y quería quedarme ahí. Parece que eso hice. ¿Y decís que llevo casi una semana? ¿Y qué me habéis traído desde Wayvale?
—¿Recuerdas algo de los últimos días? —le preguntó Travis con tacto.
—Solo retazos. Como si fuesen pesadillas. Recuerdo estar en la calle, de noche, corriendo. Recuerdo ver caras que no había visto antes, rostros retorcidos pasando ante mis ojos. Recuerdo oír voces… la tuya, Trav, y la de Mel, pero sin entender lo que decían.
—Entonces ¿por qué…? ¿Por qué crees que te has recuperado? Tiene que haber una razón.
—¿Qué más dan las razones? —dijo Mel—. Jessie se ha recuperado. Eso es todo lo que importa. ¡Y nos alegramos tantísimo! —Y le dio un sonoro beso en la mejilla.
—No lo sé. Creo… —La chica frunció el ceño, intentando comprender—. Creo que puede ser por el tiempo que ha transcurrido, o por haber dejado Wayvale y estar aquí. Pero oí lo que ya me habéis dicho que eran disparos, oí explosiones, y eran como… no sé… de algún modo, me sacaron del lugar oscuro en el que me encontraba. Derribaron sus muros. Me hicieron ver la realidad una vez más y me desperté. Quizá ya estaba lista para recuperarme.
—Igual te diste cuenta de lo que te estabas perdiendo conmigo cerca —fanfarroneó Richie.
—Eso sí que fue una sorpresa —admitió Jessica con ironía.
—Tú eres un motivo más que suficiente para retirarse a un lugar profundo y oscuro, Richie —le espetó Mel.