Read La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha Online
Authors: Andrew Butcher
Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga
—Las cosas han cambiado desde que ya no estamos «en casa», Coker —dijo Simon.
—No te creas. —Richie cogió una nueva lata de cerveza y tiró de la anilla para abrirla—. Todavía sigues al margen porque nadie quiere estar contigo, Simoncete.
—Eso no es verdad —dijo a la defensiva, aunque puede que llevase razón.
—Ya te advertí que Naughton, tu salvador, quería apuntarse al club de los esnobs, ¿verdad? ¿Y qué ha sido de él al final? Asistente de bla, bla, no sé qué del delegado. Ya no le interesas a Naughton, Simoncete. Ahora está a otras cosas y te ha abandonado. Nadie quiere estar contigo. Estas solo en esta habitación vacía.
—Como tú —respondió, intentando no pensar en Travis y Antony, o en Mel y Jessica, o en Travis y Tilo, o en cualquier pareja de amigos en la que dos eran compañía y tres (siempre él), multitud—. Todo el mundo pasa de ti, Coker. No le caes bien a nadie y les caerías aún peor si supiesen lo que yo sé. Te echarían si lo supiesen.
—¿Y qué sabes, Simoncete? —preguntó Richie como si tal cosa, con un tono casi amistoso.
—Que dejaste tirado a Digby —dijo Simon con aplomo—. Resulta que lo vi. Supongo que no encontraste a Dalton-Booth en los dormitorios teniendo en cuenta que las instrucciones eran llevar a los heridos a la sala para que los tratasen. Pero parece ser que estuviste buscando en el lugar equivocado. Estoy seguro de que a Travis y a Antony les encantaría saber lo comprometido que estás con la causa.
—Así que me viste, ¿eh, Simoncete? —Richie asintió, sonrió y dejó la lata sobre la mesa—. Así que vas a hablar mal de tu viejo amigo Richie.
—No, si no es necesario. Puede ser nuestro secreto, puede ser algo que solo sepamos tú y yo, siempre y cuando… bueno, siempre y cuando prometas dejarme en paz de ahora en adelante. Se acabó eso de tratarme como la mugre de tus zapatos. Ese es el trato.
—Conque ese es el trato, ¿eh? —Richie se volvió hacia la puerta, que seguía cerrada—. Supongo que no me das otra opción, ¿verdad, Simoncete, viejo amigo? —Simon estaba a punto de esbozar una sonrisa triunfal cuando el antebrazo de Richie le golpeó en la garganta como un relámpago y sintió todo su peso empujándole hacia atrás hasta empotrarlo contra una pared. Los duros y feos rasgos de Richie quedaron a escasos centímetros de su cara, formando una agresiva expresión de desprecio—. Olvídalo, cuatro ojos. Olvídalo, pedazo de mierda. ¿Crees que me la puedes jugar, Satchwell? No podrías jugársela a una babosa —dijo mientras le golpeaba repetidamente contra la pared—. Eres un perdedor, eres basura. Naciste siendo un desgraciado, eres un desgraciado y lo serás para siempre. Débil e inútil, Simoncete, ¿entiendes?
—Rich… —Entendía—. No… no puedo… —«Respirar», era lo que quería decir.
De pronto, Richie lo soltó y dio un paso atrás. Simon cayó de rodillas mientras tosía y se masajeaba la magullada garganta.
—Este es el trato, Simoncete —dijo Richie, despectivo—. Entre tú y yo no va a cambiar nada. Si quiero pegarte un poco porque me aburro, y ya sabes que me aburro con facilidad, y me apetece machacar a mi saco de las tortas de vez en cuando, lo haré. Y tú te aguantarás como el patético imbécil que eres. Y no le dirás ni media palabra a Naughton, ni a nadie. Y tampoco le contarás a nadie lo que crees que viste durante la batalla. Porque entonces, Simoncete, da igual lo que me hagan, da igual que me echen, porque antes de irme te haré desear ser lo bastante mayor como para que la enfermedad te mate. ¿Entendido, Simoncete?
—En… entiendo. —Las palabras se le atragantaban y sobre sus mejillas se derramaron lágrimas de impotencia, rabia y frustración. Incluso cuando Richie hubo salido de la habitación, dejando la lata de cerveza sobre la mesa y a su víctima de rodillas. Otra vez. Siempre de rodillas. Cabrón. ¡Cabrón! Se había estado engañando a sí mismo, se había estado mintiendo. Intentó convencerse de algo que jamás fue posible. ¿Nuevos comienzos? ¿Empezar de cero? ¿Qué Simon Satchwell pasase a contar para algo? No, nada iba a cambiar para Simon Satchwell, Nunca había cambiado. Nunca cambiaría. Simon nació siendo un desgraciado, era un desgraciado y lo seguiría siendo. No tenía escapatoria y nadie podía ayudarle. Ni siquiera Travis.
Quien, en aquel preciso instante, reía por el pasillo mientras Tilo lo conducía de una mano lejos de la sala, pasando delante de un sonriente Richie Coker.
—¿Adónde vamos? ¿No me estarás secuestrando? Si no querías seguir bailando me hubiese sentado con Jessica y con Mel.
—De eso nada. Hoy me siento un poco acaparadora, Trav. Te quiero para mí sola.
—Bueno… —Travis la abrazó y la besó en aquel oscuro pasillo—. Pues parece que ya me tienes.
—Y me alegro. Porque quiero disculparme contigo, Travis.
—¿A qué te refieres?
—Cosas que agradecer.
—Por no haberte contado lo del ojo. Debí hablarte de ello en cuanto lo vi…
—No pasa nada, es que no quería quedar mal delante de Antony.
—Y por lo de Fresno.
—Y entonces me puse tan celoso que fui injusto y cabezón. Olvídate de Fresno.
—Ya lo he hecho. Y quiero demostrártelo.
—Vaya, ¿y cómo tiene previsto hacerlo, señorita Darroway?
—Ya te lo enseñaré. Ven conmigo. —Volvió a cogerlo de la mano y a conducirlo.
—¿Adónde vamos? —preguntó con una sonrisa.
—A los dormitorios.
Entonces dejó de sonreír.
—¿Por qué?
—Porque ahí es donde están las camas.
La sonrisa desapareció del todo. Separó sus manos de las de Tilo.
—Espera un minuto.
—¿Esperar? Eso es precisamente lo que no quiero hacer, Trav: esperar. Quiero demostrarte lo que significas para mí —dijo suplicante mientras le miraba a los ojos. No quería estar sola—. Quiero estar contigo.
—Pero… es que… —¿Iba a rechazarla? ¿Por qué?—. Solo nos conocemos desde hace, no sé, una semana. Eso no es…
—Y mira lo que ha pasado en esa semana, Trav —replicó Tilo—. Y la semana anterior. Este es un nuevo mundo. Podemos empezar de cero. No tenemos que pensar en esperar, quedar, hacer tonterías y preocuparnos por lo que los demás puedan pensar: todo eso es cosa del pasado. Se acabó. Podemos hacer lo que nos apetezca sin que ningún adulto nos dé la murga o nos critique por ello en plan moralista.
—Eso es verdad, Tilo. —Sí, definitivamente iba a rechazarla. Y ya sabía por qué—. Pero que podamos hacer algo no significa que debamos. No me gusta juzgar los actos de cada uno, pero sí creo en la moral, en los valores. Por eso combatimos a Rev. Por eso estás aquí. Y no creo que estar contigo esta noche estuviese bien. Para ninguno de los dos. Lo siento, Tilo.
—Y yo. ¿Es que no te gusto, Trav?
—Precisamente porque me gustas, un montón, de hecho, no quiero ir con prisas. Quiero conocerte mejor, no saltar directamente a la cama. Vales más que eso, Tilo. Los dos lo valemos. Me… ¿me comprendes?
Así que le gustaba. Tilo estaba en lo cierto: era cuestión de tiempo.
—No te pareces en nada a Fresno, Travis —dijo ella—. Te comprendo… más o menos. ¿Pero al menos seguiremos siendo novios, no?
—Supongo que sí.
—¿Y podemos, no sé, besarnos?
—Pensé —dijo Travis— que nunca lo ibas a preguntar.
Y se besaron. Muchísimo.
De hecho, solo regresaron a la sala a todo correr cuando dejaron de oír la música y escucharon el inicio del discurso de Antony. Su arenga. Se encontraba en la plataforma a la que solían subirse los profesores de Harrington, un símbolo del orden y la continuidad. Los profesores de Harrington, ya muertos.
—… hemos trabajado mucho para hacer posible esta velada que tanto nos merecemos. Una noche libre. Una noche para hacer una pausa y reflexionar acerca de todo lo que hemos conseguido. Derrotar a Rev y a sus lacayos fue un bautismo de fuego. No para el colegio de Harrington en sí… este edificio se ha mantenido firme durante más de trescientos años. Miles de chicos y jóvenes se han educado entre estos muros. Yo mismo, tú, Leo, Oliver, Giles, todos los que tuvimos el privilegio de formar parte de esta institución antes de la enfermedad, somos los últimos de nuestra especie. Los días de Harrington como colegio han quedado atrás. Lo que presenciamos durante la batalla contra Rev fue el nacimiento de algo más, una evolución. Gente de todas partes, de todos los rincones, hombres y mujeres de todos los estratos sociales unidos en la batalla frente a un enemigo común, unidos por la fe en un ideal compartido, por la esperanza de que este lugar pueda albergar un futuro civilizado, decente y bueno. Un futuro que merezca la pena vivir. Un futuro del que todos podamos enorgullecemos.
El público de Antony estalló en vítores y aplausos. Travis miró a sus compañeros: a Tilo, a Jessica, a Mel, a Simon. Sí, incluso a Richie Coker. Habían llegado muy lejos. Habían partido del fin hasta llegar a un comienzo.
Cosas que agradecer.
—Por lo tanto… por lo tanto… —Antony pidió silencio y el público obedeció gradualmente—. Por lo tanto, tengo un anuncio que hacer, Harrington dejará de ser un colegio. Quiero proponer un brindis por un nombre nuevo, más apropiado, para lo que hemos creado juntos: la comunidad Harrington. —Antony levantó su copa—. ¡Por la comunidad Harrington!
—¡Por la comunidad Harrington! —Las palabras resonaron por la sala cuando todos los asistentes imitaron al orador y levantaron sus copas, vasos o aquello con lo que estuviesen bebiendo, y todo el mundo vitoreó de nuevo y aplaudió un poco más, y algunos incluso empezaron a cantar la canción del colegio. Había semejante algarabía que nadie oyó el desgarrador grito del muchacho. Al principio, al menos, hasta que su autor entró a toda prisa en la sala, impulsado por el terror más absoluto. Reinó la confusión, la ansiedad, el miedo. Después, el silencio.
—¿Pero qué…? ¿Roland? —Antony intentó calmar al traumatizado muchacho.
Roland Garrick. Uno de los vigías.
—Fuera. ¡Fuera! —fue lo único que gritó.
—Rev —gruñó Travis, vengativo, mientras se dirigía corriendo hacia las puertas. Las chicas lo siguieron. Después Antony y Leo Milton… todos corrieron hada las puertas—. Ha vuelto. Maldita sea, ha vuelto.
No fue así. No era Rev.
La luz, plateada como la de las estrellas, los deslumbró en su trayecto hasta el patio interior. Quedaron cegados durante unos segundos mientras sus ojos se adaptaban. Faros. Así debe de sentirse un conejo cuando se queda mirando a los faros del coche que lo va a matar; pensó Travis. De pronto, todos los que le rodeaban rompieron a gritar en un súbito y demencial coro.
—¡Dios mío, Travis! —Tilo lo sujetó del brazo sin dejar de mirar hacia arriba. Todo el mundo miraba hacia arriba. Hacia la noche. Hacia el cielo nocturno. Travis también miró.
Y entonces sintió al mismo tiempo pánico, incomprensión, miedo y la abrumadora y desgarradora certeza de que la realidad le desbordaba, hasta el punto de ser insoportable.
Nunca había visto naves así y, sin embargo, le resultaban familiares. Las había visto en incontables películas de ciencia ficción, sobresaltándose en la butaca del cine mientras los alienígenas desataban el apocalipsis sobre la Tierra. Armadas alienígenas formadas por naves devastadoras e invencibles. Titánicas. Aterradoras.
Como las que los sobrevolaban en aquel instante, revelando su verdadero aspecto mientras emergían de las llamas ultraterrenas con las que habían prendido fuego al cielo. Tan altas como rascacielos, hechas de un metal forjado en galaxias lejanas, plateado y brillante. Con forma de hoces, de guadañas, con arcos de cientos de metros de longitud y filos como cimitarras hechos para cortar, para segar cuando la siembra está lista para la cosecha. Los motores ardían como soles blancos desde los vientres de las naves y el zumbido que emitían hacía que la tierra temblase bajo los pies de Travis. Pero al mismo tiempo, la flota alienígena transmitía el frío glacial del espacio.
Tilo le sujetó con más fuerza, pero él no tenía a qué aferrarse. Justo cuando Travis pensaba que habían conseguido establecer un cierto control, que habían encontrado un objetivo y esperanza, llegó aquel recordatorio de su impotencia y su ignorancia. Su mente perdió el norte y el mundo empezó a dar vueltas a su alrededor. Nada era como pensaba. Nada era como imaginaba.
Se había equivocado desde el principio.
Sobre él, la noche siguió llenándose de naves. No podía contarlas. No sabía ni por dónde empezar. Las naves se extendían por todo el planeta, saturando el cielo.
Y para horror de Travis, petrificado por el pánico, descendían.
Seudónimo usado por el inglés Andrew James Butcher, también conocido como A.J. Butcher.
Ha sido profesor de inglés en la escuela de gramática Parkstone Grammar, en Poole, Dorset, y actualmente enseña en la escuela Talbot Heath en Bournemouth.
Es el autor de la serie futurista juvenil "Spy high" publicada por Atom Books y traducida a muchos idiomas.
Andrew Butcher se dio cuenta del poder que las palabras tenían a la edad de siete años, cuando consiguió que no le pegasen en el patio del colegio porque «contaba buenas historias». Desde entonces ha intentando seguir contando buenas historias en todas sus novelas.
Actualmente vive en Inglaterra.
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N. del t.: En inglés, la «palabra con F» es «fuck» (joder)
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[2]
N. del t.: En jerga militar, un «klick» es un kilómetro.
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