Read La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha Online
Authors: Andrew Butcher
Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga
—Por favor —les dijo el niño rico—, seguidme.
El edificio albergaba no uno sino dos patios interiores. El edificio principal del colegio Harrington los rodeaba, formando una estructura de ocho caras. El segundo patio tenía (por absurdo que pudiese parecer, teniendo en cuenta las calamidades de aquellos días) un estanque para patos con sus ocupantes chapoteando en el agua, completamente indiferentes a la incalculable merma que había tenido en la población humana. Para ellos, la humanidad siempre se había limitado al puñado de chicos que les daba de comer tres veces al día, los mismos que se encontraban en aquel instante lanzándoles pan duro y pedazos de galletas.
—¿Eso no es echar a perder comida, tal y como están las cosas? —preguntó Mel.
—Romeo y los demás mantienen alta la moral —dijo Antony.
—¿Romeo y los demás?
—Los patos. Los llamamos a partir de personajes de Shakespeare. ¿Has oído hablas de Shakespeare?
Mel clavó sus ojos verdes sobre el delegado con confianza, casi con condescendencia.
—Claro. He oído que está muerto.
—Creo que Romeo y sus colegas serían un segundo plato de primera, ¿que no? —dijo Richie, esbozando una sonrisa burlona.
—No lo creo —dijo Antony—. En Harrington no nos comemos a nuestras mascotas.
Tras entrar en la escuela y subir al ala del edificio en el que se encontraban las habitaciones, vieron a más miembros de aquella comunidad, resueltos y ocupados todos ellos. La mayoría de los adolescentes eran chicos (era evidente que quienes vestían uniforme eran estudiantes de Harrington), pero entre ellos también se contaban algunos niños y un puñado de chicas. Curiosamente, la mayoría de ellas lucía parte del uniforme del colegio, aunque las chaquetas tendían a quedarse demasiado grandes o demasiado pequeñas.
Antony rio al ver la mirada de los recién llegados.
—No obligamos a nadie a llevar el uniforme de Harrington —dijo—, salvo, claro está, a los estudiantes de Harrington, que a día de hoy siguen constituyendo la mayoría de nuestra comunidad. No obstante, todavía contamos con muchos uniformes disponibles y los primeros reclutas decidieron hacerse con una corbata o con una chaqueta. Otros han seguido su ejemplo. No es obligatorio, pero animamos a todos a vestirlo: el uniforme promueve la unidad, crea un sentimiento de fraternidad, reduce las diferencias y fomenta la igualdad. Como delegado, creo que son unos valores que merece la pena conservar, así que es mi propósito.
—Yo no me pienso encasquetar uno de vuestros uniformes para niños piojos —dijo Richie.
—Me parece bien. No creo que te favoreciesen —respondió Anthony, críptico—, Richard.
(Si Satchwell volvía a reírse de Richie una vez más, lo haría con la nariz rota.)
—¿A cuánta gente habéis reunido aquí? —preguntó Travis.
—A cuarenta y dos, de los cuales veinticinco somos estudiantes de Harrington. El resto fue llegando a lo largo de los dos últimos días. Pero me temo que hasta ahora solo han venido siete chicas. Necesitamos chicas…
—¿No es eso lo que dice siempre los chicos, Tilo? —le susurró Mel.
—Claro está, si optáis por unidos a nosotros, contándoos a vosotras —dijo mientras volvía la cabeza hacia Mel y Tilo, antes de mirar de nuevo hacia delante— y a vuestra amiga, el total sería de diez.
—Bueno, está claro que sabes sumar, Antony —le dijo Mel—. Dieciocho mil libras bien invertidas.
Travis vio sonreís a Antony. Mel era la primera miembro del grupo en llamarlo por su nombre.
—Soy consciente de que cuarenta y dos no es lo que se dice una cifra muy abultada, pero esperamos ampliarla. Tenemos que ampliarla. Por eso enviamos el mensaje por radio.
—No seas tan duro contigo mismo —dijo Travis—. Lo estás haciendo muy bien. —Mejor que yo, pensó con cierta envidia. Antony había reunido un grupo siete veces más grande que el de Travis. Además, todos parecían unidos, todos parecían compartir un propósito y una voluntad de remar en la misma dirección. El pequeño grupo de Travis se formó prácticamente por accidente y había conseguido mantenerse unido pese a las diferencias individuales. Y pensar que había tenido la arrogancia de hacerse llamar líder. No era Tilo la que debería sentirse indigna de entrar en Harrington: era él—. Todo esto es… estás haciendo un trabajo asombroso.
—Gracias, Travis —dijo Antony, con toda cortesía—. Valoro mucho que me lo digas. Y creo que si optáis por quedados…bueno, dije que no quería presionados, ¿no es así? Así que lo mejor será que os deje solos un rato. Julie —dijo, dirigiéndose a una chica que recorría el pasillo—, ¿podrías acompañar a Mel y a Tilo al dormitorio de las chicas, por favor? Hemos acomodado uno de los dormitorios de modo que sea exclusivamente femenino, cómo no. —Julie estaba más que dispuesta a acompañarlas, pero Mel quería ir primero a por Jessica. Antony no se opuso—. Julie puede acompañarte y después, cuando haya guiado a tus amigos hasta su dormitorio y hayáis descansado, podremos discutir la cuestión a fondo.
—No creo que vuelva a jugar al críquet en ese césped —predijo Simon—. Quiero decir, no es que sea un experto en las reglas del juego, pero no creo que entre ellas esté que el ganado corte la hierba a bocados.
Estaba inclinado contra una ventana del dormitorio de doce camas en el que Antony Clive les había dejado, contemplando la extensión del colegio Harrington (el mensaje radiofónico estaba en lo cierto, ¡sí que era grande!). Simon fue al baño comunitario primero, aludiendo que no necesitaba darse una ducha en toda regla, solo remojarse un poco. Al menos eso fue lo que dijo, pero el auténtico motivo por el que tomó aquella decisión es que no quería cambiarse de ropa delante de Travis, mucho menos de Coker. El matón ya tenía munición de sobra con la que humillarle, así que no había ningún motivo para proporcionarle más, «Siempre supe que no dabas la talla, Simoncete», hubiese sido lo más suave. Así que después de asearse regreso a la bienvenida privacidad de dormitorio a toda prisa. Sus dos compañeros acababan de unírsele.
—¿Ganado? —bufo Richie —. No me vegas con esas, Simoncete colega.
—Lo dice en serio, Richie —dijo Travis mientras se colocaba ante la ventana—. Así que prepárate para ordeñar. ¿Y qué tal se te da esquilar?
—¿Qué?
También tenían ovejas rodando por el terreno sobre el que antes corrían los chicos. El patio de juegos de Harrimgton se había convertido en terreno agrícola: los campos de criquet y rugby habían sido cercados por una valla destartalada para acoger a media docena de vacas y casi el doble de ovejas. Si los animales quisiesen, podrían echar abajo la valla y huir en masa, pero, ya fuese de una granja o del patio de juegos de un colegio masculino, la hierba no dejaba de ser hierba, así que parecían contentos de quedarse donde estaban.
—Tienes ganado —observo Travis con admiración—. Intentan ser autosuficientes.
También tiene un suministro de agua fresca. — A lo lejos, más allá del colegio, se vislumbraba la estela plateada de un rio. Otros edificios más modernos que el bloque principal servían como torres de vigía para los adolecentes: un velódromo, un teatro…
—Y también fiambres —dijo Richie, grave—. Que no se te olvide.
Algo parecido a un cementerio se extendía hacia la arboleda. La ubicación de los difuntos estaba señalando por cruces de madera en vez de mármol y por la tierra marrón recién removida. Había nuevo o diez tumbas. Travis se sintió incomoda al contarlas.
—¿A quién crees que habrán enterrado ahí? —pregunto Simon, nervioso.
—Probablemente a los adultos que murieron durante la enfermedad —dijo Travis—. A los profesores que se quedaron con los chicos hasta el final. —Pensó en el señor Greening, pero dudo q1ue Gestapo hubiese vivido el mismo aciago final en caso de haber sido un empleado de Harrington, en vez de uno del colegio de Wayvale.
—¿Y si a quienes han enterrado ha sido a los chicos que dijeron que no a la propuesta de nuestro amigable delegado? —Sugirió Richie, medio en broma—.
Bufón, Rev y ahora Antony Clive.
—No. No lo creo, en absoluto —dijo Travis, descartando la idea—. Creo que es de fiar.
—¿Por qué? ¿Por qué sus padres eran ricos y él lleva corbata? Que sea un pijo no quiere decir que sea perfecto, Naughton. Piensa en esos ciudadanos modélicos del Club Conservador que cortarnos en rodajas. La mayoría de ellos fueron a un colegio para niños «bien» como este.
—Entiendo lo que quieres decir, Richie —admitió Travis—. Pero no baso mis juicios de valor en el pasado de una persona o en su origen. Ya deberías saberlo. Todavía no sé muy bien que pensar en el, pero debo admitir que me gusta mucho como tienen organizado todo esto.
—Yo también —dijo Simon —Creo que podemos confiar en Antony Clive, Travis.
—Bueno, si eso es lo que piensas, Simoncete. ¿A que esperamos? Vamos corriendo a buscar una americana gris de niño de papá que te quede bien.
—Y tu pruébate una de las corbatas, Richie —le contesto Simon—, a ver si te ahogas con ella.
—Vale, vale —intervino, Travis. No obstante, los dos adversarios hubiesen seguido lanzándose pullas al otro de no ser porque alguien llamo a la puerta: inmediatamente después, Mel cruzo el umbral, con Tilo tras ella.
—Travis —dijo la chica con entusiasmo, lanzándose hacia él y abrazándolo con fuerza—. Ha pasado algo maravilloso.
—¿Nos hemos despertado y todo era un sueño? —murmuro Simon, sin dejar de mirar a las tumbas.
—Es Jessica.
—¿Se ha recuperado? —El corazón de Travis latió con fuerza.
—No exactamente. Todavía no. Pero se va a recuperar. Se recuperara enseguida, Trav, es cuestión de tiempo. —Nada parecía capaz de hacer mella en el optimismo de Mel—. Me ha reconocido. Ahora mismo. Por eso hemos venido a por tu. Ella estaba sentada en la cama y yo me encontraba al otro lado de la habitación: la mire durante un instante y ella me estaba mirando, Trav. —Abrió los ojos de par en par para incluir a Richie y a Simon en su exultante mirada—. Jessica me estaba observando a mí, tenía una mirada que no recordaba desde… bueno, el caos es que me reconoció, se notaba. Sabía quién era. Y sus labios no es que… no sé, estaba a punto de sonreír, puede que incluso de hablar. Tu lo has visto, ¿a que si, Tilo? Llame a Tilo por si solo eran imaginaciones mías, pero tú también lo viste, ¿a que si? Jessica está mejorando.
—Sí que lo he visto, Mel —confirmo Tilo, aunque su falta de convicción hizo que Travis sospechase que lo decía mas por compasión que para decir la verdad—. Ha sido… increíble.
—¿Y dónde está Jessica ahora? —pregunto Travis.
—Sigue en el dormitorio, tumbada. Aquel momento… bueno, no duro mucho. Pero la próxima vez, durara. O a la siguiente. Pero Jessica va a ponerse bien, Trav… ¿no es fantástico}?
—Claro, Mel. —Travis le retiro un mechón de pelo negro de sus ojos brillantes de alegría y se sintió como un padre dándole la razón a su inocente hija. Puede que Jessica se encontrase en un castillo, pero ya no albergaba ninguna esperanza en que le sucediese lo mismo que a la Bella Durmiente. —Claro.
—Oh, lo lamento. ¿Estoy interrumpiendo un momento privado? —dijo Antony Clive desde el umbral.
—No —dijo Mel, pletórica—. De hecho, es un momento estupendo. Les estaba contando Travis y al resto que nuestra amiga, Jessica, está mejorando.
—Vaya, son buenas noticias, desde luego. Me alegro por ti —dijo con sinceridad, sin dejar de mirar a Mel—. Quieto decir, por todas vosotros.
Se rascó los rizos rubios, consciente de su desliz—. Pero de ahora en adelante, si optáis por quedaros en Harrington, no debéis… bueno, lo que quiero decir es que no está permitido que chicos y chicas compartan dormitorios, ya sea de día o de noche. Son las normas. Estoy seguro de que lo entenderéis. Es por decoro, ¿sabéis? Tenemos que respetar ciertos estándares.
—Claro que sí —dijo Mel, con evidente sarcasmo. Las primeras palabras del chico habían conseguido que Mel viese con otros ojos a Antony Clive… pero tenía que estropearlo y echar por tierra su bueno humos con sus remilgadas normas. Que típicamente masculino—. Intentaremos no volver a decepcionarte, jefe.
—Lo siento. —Antony parecía sinceramente dolido—. No quería que os sintieseis avergonzados… No quería… Bueno, debí haberos informado con antelación.
—No le des más vueltas, Antony —dijo Travis.
—Pensaba que en un sitio como este son los chicos que se cuelan en otros dormitorios —murmuro Richie.
Antony Clive echo un vistazo al grupo y suspiro.
—Bueno, quizá sea el momento de que toméis una decisión.
Completaron a su periplo por Harrington visitando el gran salón en el que los habitantes del colegio se reunían a comer sentados en grandes mesas, la mayoría de las cuales había pasado a ser superflua; especialmente la que se alzaba sobre una plataforma elevada, por encima de las demás, tradicionalmente ocupada durante las comidas por los profesores. También pasaron por la zona en la que se llevaba a cabo las tareas domesticas, como el fregado y colada, desempeñadas por chicas como en el pasado lo fueron por mujeres (demostrando, expreso Mel con asta y reproche, que el sexismo era tan inmune a la enfermedad como los menores de edad.)
También visitaron la biblioteca, colmado de estanterías y que Antony describió como la estancia más importante del colegio.
—Necesitaremos dos cualidades para poder sobrevivir —dijo—. Valor y conocimiento. La primera tendremos que reunirla nosotros mismos, la segunda podemos encontrarla aquí. Los libros pueden enseñarnos como criar ganado, cultivar cosechas, hacer pan, mantener el generador en funcionamiento… Todo. —Richie comento que no le gustaba mucho leer, cosa que no me sorprendió para nada.
La hipótesis de Travis acerca del contenido de las tumbas resulto ser correcta-, Antony confirmo quien las ocupaba después de que el grupo entrase en el despacho del director, una gran estancia con sillas de cuero, una alfombra en el suelo y cuadros impresionistas en las paredes. Sensiblemente distinto al de la directora Shiels en el colegio de Wayvale, pendo Travis.
—Cuando llego la enfermedad —dijo Antony—, el director Stuart dio permitido tanto al personal como a los alumnos para abandonar Harrington y volver a sus casas, si consideraban que era lo correcto. Como se podía prever, muchos de los alumnos se marcharon aquel día, la semana pasada, pero otros entre los que me incluyo nos quedamos.
—¿Qué? —Mel estaba atónita—¿No querías estar con tus padres?